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Sociológica (México)

versión On-line ISSN 2007-8358versión impresa ISSN 0187-0173

Sociológica (Méx.) vol.30 no.85 Ciudad de México may./ago. 2015

 

Artículos

 

Reivindicar la utopía. Una apuesta pragmatista del concepto desde el neozapatismo

 

Reclaiming Utopia. A Pragmatic Take on the Concept from the Standpoint of Neo-Zapatismo

 

Marco Antonio Aranda Andrade*

 

* Profesor-investigador del Instituto de Investigaciones Sociales, Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL). Correo electrónico: <aranda_estudios@hotmail.com>.

 

Fecha de recepción: 19/11/14.
Fecha de aceptación: 27/05/15.

 

Resumen

En este artículo expongo una propuesta sociológica de corte pragmatista sobre la utopía, con implicaciones políticas relevantes para el estudio de los movimientos sociales. Apoyado en la revisión de algunas prácticas del neozapatismo en Alemania y en el Estado español, presento a la utopía como producto de un movimiento doble; esto es, como resultado de la solución reflexiva de retos organizativos que habilitan ideales cuya función es de orientación normativa de los esfuerzos de resistencia, así como de la búsqueda negociada de direcciones sobre las cuales construir alternativas que exploran fronteras de cambio social frente al orden impugnado por los actores.

Palabras clave: utopía, pragmatismo, neozapatismo, trasnacionalismo, acción colectiva contenciosa, Estado español, Alemania.

 

Abstract

In this article I explain a pragmatic sociological proposal about Utopia, with important political implications for the study of social movements. Based on the review of some practices of neo-Zapatismo in Germany and the Spanish State, I present Utopia as the product of a dual movement. That is, it is the result of a reflexive solution of organizational challenges that enable ideals whose function is the normative orientation of resistance efforts, plus the negotiated search for directions along which to build alternatives to explore the frontiers of social change in the face of the order challenged by the actors.

Key words: Utopia, pragmatism, neo-Zapatismo, transnationalism, contentious collective action, Spanish State, Germany.

 

Introducción

En el presente texto, expongo dos propuestas que tienen como centro el concepto de utopía: la primera, como una preocupación sociológica; la segunda, política. Ambas iniciativas –respaldadas empíricamente en el trabajo concreto que, en dos países, han desempeñado actores que son o fueron parte del neozapatismo entre los años de 1994 y 2013– se oponen a la concepción tradicional de este concepto como un no lugar, un esfuerzo irrealizable o un desprecio por lo que contradice a la realidad, producto del pensamiento del mundo en términos ideales.

Sostendré en adelante que la apuesta sobre el papel que la utopía puede tener en la política de actores colectivos contenciosos, como lo son los movimientos sociales, supone que este ideal orientador es producto de un ajuste continuado entre lo realizable y lo deseable, el cual tiene lugar como consecuencia del enfrentamiento de problemas concretos ante los cuales se asumen responsabilidades y compromisos colectivos, tanto en Alemania como en el Estado español.

Para respaldar estas afirmaciones mostraré las formas en que la utopía es un ideal negociado que provee unidad y orientación a los actores que forman parte de un sector del movimiento neozapatista en Europa. La vinculación con valores como la rebeldía, que habilitan las acciones de este grupo, permite explorar fronteras de cambio social posible con repercusiones concretas en cada contexto.

Con esta dirección expondré inicialmente las premisas de la filosofía social del pragmatismo estadounidense y parte de las de la sociología interaccionista de la Escuela de Chicago, las cuales sustentan teóricamente mi apuesta; una postura a poner a prueba en dos contextos de acción colectiva contenciosa que son parte del neozapatismo, señalados en un segundo momento. Posteriormente, presentaré algunas lecturas empíricas que ilustran las premisas teóricas expuestas. Lo anterior tiene el propósito de extraer y exponer, en la cuarta sección, algunas lecciones políticas que el neozapatismo puede brindarnos como una propuesta utópica fuerte con importantes consecuencias prácticas.

 

Una apuesta pragmatista para concebir a la utopía

Hans Joas (1991) ha mostrado la manera en que ciertas ideas fundamentales de la filosofía pragmática fueron retomadas y convertidas tanto en teorías concretas como en investigaciones empíricas por el interaccionismo simbólico de la Escuela de Chicago. Siguiendo este esfuerzo, quisiera igualmente exponer cómo los presupuestos de estas tradiciones pueden ayudarnos a llevar al concepto de utopía de un plano filosófico a uno sociológico, con aplicaciones en la generación de evidencia empírica.

Conviene comenzar apuntando que la filosofía social del pragmatismo estadounidense –fundada en tanto filosofía de la acción a partir del empirismo inglés y del idealismo alemán (Brandom, 2011; Frega, 2014)– se concibió motivada por situaciones problemáticas que emergían y eran percibidas desde una experiencia histórico-social concreta. Frente a tales circunstancias había que proponer soluciones temporales que podían ellas mismas llegar a ser inseguras como consecuencia de cambios sociales que no estaban por fuera de la propia historia (Frega, 2014). Dentro de esta labor, el propósito de esa filosofía consistía en observar las maneras en las cuales, mediante la asociación, las personas compartían sus experiencias al tiempo que construían valores, ideas, intereses y objetivos comunes de cara a la solución de sus problemas (Frega, 2014).

El objetivo de la filosofía pragmática, según John Dewey, era identificar las leyes de la asociación social con la intención de proveer una guía para reformar los modos existentes de la vida humana (Frega, 2014). Este propósito –de eminente carácter político– suponía que dentro de los conflictos erigidos por distintas situaciones problemáticas surgidas en el curso de la acción (Joas, 1991) las personas tendrían que deliberar para buscar la solución a las fricciones causadas por la búsqueda de intereses, la cual provocaba muchas veces, a decir de Dewey, conflictos sociales entre dominantes con un gran poder y oprimidos desprovistos de oportunidades (Frega, 2014).

Una de las características clave de tal concepción refiere al hecho de que, dentro de este trabajo de deliberación, las normas sociales están implícitas en las prácticas humanas que participan de él (Brandom, 2011). Para Dewey, las normas y los valores son negociados continuamente con los otros. Por esta razón, los conflictos producidos por la vida en asociación son también normativos. Mediante el sometimiento de marcos normativos en competencia al escrutinio colectivo ocurre el ajuste y la negociación frente al entorno problemático (Frega, 2015). Para la filosofía pragmática, las normas están inscritas en responsabilidades y compromisos expresos en las prácticas sociales que negocian y ajustan.

Gran parte de dichas tareas sobreviene gracias a que las soluciones colectivas encontradas a los problemas previos se aplican a nuevas situaciones, las cuales generalmente conllevan consecuencias no deseadas o imprevistas que las personas deben volver a trabajar como las resistencias propias que generan sus mismas acciones. En la competencia entre marcos normativos en esta comunidad ideal de personas, "las consecuencias de la acción se perciben, interpretan, evalúan y se tienen en cuenta para la preparación de futuras acciones" (Joas, 1991: 124).

Este inmenso trabajo colectivo supone además la búsqueda de fines con los que se encuentran asociadas las normas y los valores que orientan las acciones. Para Hans Joas –quien ofrece una lectura que mana en parte de esta filosofía– la cuestión normativa presentaría no sólo restricciones sino también habilitaciones. Los ideales representan la parte atractiva o habilitadora de la acción; de acuerdo con Dewey, los ideales de la imaginación unen, mientras controlan los deseos y las acciones de las personas (Joas, 2002).

Es bien conocido que el interaccionismo simbólico de la Escuela de Chicago deriva mucho de su trabajo de la filosofía pragmatista (Joas, 1991; Frega, 2014; Estrada, 2015). Muchas de las investigaciones empíricas llevadas a cabo por sus representantes muestran que la adaptación a circunstancias problemáticas, como la migración o la vida organizacional, tiene lugar a través de negociaciones provisionales y contingentes, posibles por el trabajo creativo de los actores sociales (Atkinson y Housley, 2003). En él, la reflexión y el diálogo son elementos necesarios para la transformación de reglas y nomas reconstituidas de manera constante en el curso de la acción (Joas, 1991).

Ahora bien, ¿en qué medida es útil este conjunto de planteamientos para reformular el concepto de utopía? Según Horacio Cerutti (2003), uno de los retos fundamentales que plantea lo utópico es el de cómo construir ideales provenientes de horizontes axiológicos de valores en la realidad histórica. Podemos responder a este reto señalando, en primer lugar, que la solución de situaciones problemáticas tiene lugar dentro de la experiencia histórico-social de las propias personas, de acuerdo con el planteamiento de Dewey. La utopía –a decir de Cerutti–, como realidad que incluye lo ideal, sería ese mismo ideal habilitador de la acción que siempre es negociable debido al resultado de la reflexión y práctica colectivas acerca de las resistencias que encuentran las propias acciones de cara a problemas abordados conjuntamente. La utopía, en tanto ideal operante en la realidad, otorga unidad colectiva mientras guía las acciones y deseos de las personas.

La utopía se encuentra asimismo asociada con el conflicto entre dominantes y oprimidos y con el concepto de fin, según vimos con Dewey y Joas, respectivamente. En su vertiente política, no sólo objeta la dominación,1 sino que determina la orientación de las acciones al vincular a las personas con valores que atraen y habilitan formas de acción cuyo fin es explorar fronteras de cambio social a través del trabajo conjunto y de la asociación. En cierto sentido, la utopía como ideal y potencial de la imaginación desempeñaría un papel de diagnóstico y crítica sustancial a las formas establecidas frente a las que se actúa, aspecto que la acerca a los planteamientos de Jameson (2004) y Echeverría (2008).

Los ideales provisionales y negociables que se construyen a partir del trabajo colectivo implican también responsabilidades y compromisos cotidianos. Para cada nuevo episodio de experiencia, los actores necesitan integrar y transformar los compromisos asumidos previamente, lo que puede generar nuevos desajustes que deben resolverse de manera crítica, rechazándolos o modificándolos (Brandom, 2011).

Finalmente, diremos que todo el trabajo normativo que implica la utopía tiene como base un tratamiento temporal en el que hasta ahora nos hemos posado de manera implícita. La tarea utópica, como toda acción o agencia, implica apoyarse en un pasado del cual se extraen elementos que otorgan estabilidad y orden a los universos sociales de la actividad práctica presente (Emirbayer y Mische, 1998). Es en la labor sobre ese presente, problemático y cambiante, que el futuro se configura como una posibilidad creativa a disposición de los actores, quienes echan mano de sus contextos para negociar continuamente sus fines.

Al igual que todo hacer asociativo, los tipos de acción colectiva como los movimientos sociales experimentan estos procesos de ajuste continuo en realidades históricas concretas, las cuales incluyen la esfera de lo ideal dentro de ámbitos amplios de prácticas sociales. Junto con los aspectos de la acción colectiva contenciosa –como lo son el reconocimiento, los sentimientos de agencia y de estar juntos, la compartición de significados y la organización en sentido amplio (Tejerina, et al., 2013)– la utopía puede contribuir a la construcción de identidades colectivas en lucha.

Poner término al supuesto pernicioso para la acción política de los movimientos sociales que reza que la utopía es algo irrealizable o alejado de la realidad, entendida ésta en sentido estrecho y como parte de un dualismo que la opone al terreno tan fructífero de lo imaginario, será una tarea que emprenderemos a continuación.

 

Los proyectos utópicos de los neozapatismos en el Estado español y en Alemania2

Existen varios consensos entre estudiosas y estudiosos al señalar los resultados positivos del neozapatismo tomado como movimiento amplio. Entre otros muchos, se indican los logros de la autonomía (González Casanova, 2003) –manifiesta en múltiples proyectos locales y regionales–, su ejemplo para superar la explotación u opresión mediante el gobierno propio (Holloway, 1998; De Angelis, 2000), y las resonancias que las propuestas del movimiento generaron a través de formas de política globalizada (Cuninghame y Ballesteros, 1998; Johnston y Laxer, 2003), las cuales abren nuevas puertas a subjetividades políticas, posibilidades y relaciones capaces de invitar a la gente a compartir una misma lucha (Khasnabish, 2007).

En los mismos términos, y teniendo en cuenta también señalamientos críticos, se indica la capacidad del neozapatismo para servir como depositario de expectativas que convocan a múltiples actores (Pérez Ruiz, 2005), quienes encuentran en el movimiento estrategias, identidades y esperanza gracias a su creencia tanto en la viabilidad como en la relevancia de prácticas democráticas radicales que se desarrollan en las comunidades indígenas del movimiento (Andrews, 2011; Aranda, 2014).

Como un resumen del cúmulo de aspectos positivos que ha provocado este actor colectivo, en un trabajo previo señalé –apoyándome en otros autores– el impacto del movimiento en la desestabilización de la hegemonía del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en México, así como su contribución a una apertura parcial del sistema político, la puesta en primer plano de la exclusión indígena, la revitalización de las movilizaciones tanto en este país como en otros del mundo, la novedad y frescura de su discurso –posible por la resignificación de elementos provenientes de múltiples ideologías políticas–, además del impacto regional de su organización autonómica (Aranda, 2014).3

Considerados brevemente estos aportes, quisiera ahora referirme a dos contextos particulares en los cuales podemos seguir a la utopía como una búsqueda continua de cambio social que se materializa en proyectos concretos y como un producto de la resolución reflexiva de retos que habilita los ideales que la hacen posible, con el propósito de apuntalar la propuesta sociológica y política que delinearé más adelante.

En cuanto al primer contexto, que se conformó por los actores que se involucraron en el neozapatismo en el Estado español –provenientes muchos de ellos, entre otras trayectorias, de las luchas durante la dictadura franquista y la llamada transición–, cabe mencionar que el levantamiento en Chiapas el 1 de enero de 1994 trajo consigo la adhesión paulatina a una propuesta de proyecto político representado por un actor que no quería tomar el poder del Estado –después de su viraje político tras la Primera Declaración de la Selva Lacandona–, que comunicaba un discurso antiautoritario y de crítica al neoliberalismo desde su posición indígena y que manchaba la imagen de un país del cual se sabía muy poco en el contexto de las luchas en el Estado.

Centrándonos en dos ciudades emblemáticas de España, el trabajo que colectivos en Madrid y Barcelona desempeñaron para respaldar, fortalecer y expandir al movimiento fue central. Entre las actividades que estos actores emprendieron a lo largo de los años destacan el envío de campamentistas al territorio chiapaneco, la recolección de recursos destinados al apoyo de las comunidades indígenas bases de apoyo, la denuncia y la movilización en torno a las agresiones a las mismas, la difusión del proyecto político en distintos eventos (puntos de información y venta, charlas, fiestas, actos políticos, colaboración en periódicos y otros medios, elaboración de materiales, campañas, conciertos), la coordinación de encuentros estatales, europeos y giras de personajes del movimiento, la participación en campamentos, marchas o encuentros fuera del Estado y la colaboración con otras instancias como sindicatos, partidos, organizaciones no gubernamentales (ONG) o ayuntamientos, entre otras muchas.

Más allá de las acciones de respaldo y apoyo, uno de los elementos cruciales que surgió de estas relaciones refiere al papel que el levantamiento jugó como detonador de proyectos que derivaron de la inspiración que produjo el neozapatismo, cuya práctica política en territorio rebelde, acompañada por un discurso que resignificaba un cúmulo de ideas y planteamientos políticos previos (Aranda, 2014),4 sirvió como un ideal habilitador para los actores en el país europeo, quienes emprendieron las iniciativas referidas basándose en un trabajo activo de solución de retos organizativos diversos, de los cuales nos ocuparemos en el próximo apartado.

En principio, el atractivo y la recepción que tuvo el movimiento en el Estado español, no sin sortear algunos escepticismos iniciales,5 se leyeron y expresaron como una invitación al trabajo político en el propio contexto, ya que la lucha era contra un enemigo común con varias caras: el capitalismo. Menciona Marina, integrante de un colectivo de solidaridad en Cataluña:

Nosotros desde aquí [quisimos] formar parte, recrear; entendimos así la invitación del zapatismo, que no era "apóyennos y hagan lo que nosotros les digamos", sino era pues, "luchen ustedes", y en un momento en que estaban cambiando muchas cosas, entonces bueno, ahí empezamos pocos a probar, también en la tradición rebelde de Barcelona, porque cada lugar tiene su tradición (entrevista, mayo de 2013).

Con la invitación venía también el planteamiento de acciones conjuntas que buscaban consolidar el proyecto de resistencias globales que se impulsó con especial énfasis después del Primer Encuentro por la Humanidad y contra el Neoliberalismo, celebrado en Chiapas en 1996:

También el zapatismo durante muchos años continuamente estuvo dando iniciativas: las consultas, los encuentros, y nosotros aquí lo trasladábamos enseguida y funcionaba. Así hubo una explosión de creatividad y sobre todo de confianza y entusiasmo. El zapatismo generó mucha confianza, eran creíbles, y eso generó mucho entusiasmo en un momento en que la gente no se creía casi nada (Bartomeu, activista catalán, entrevista, junio de 2013).

Gran parte de este impulso político se basó en experiencias previas adquiridas en diversas luchas en el Estado, entre las que destacan aquellas que tuvieron lugar contra la dictadura franquista y durante el pacto entre élites políticas que significó la transición. Para algunos activistas madrileños –que se asociarían después en una plataforma de solidaridad con Chiapas así como en un colectivo de apoyo a la resistencia neozapatista– el levantamiento en México significó una nueva oportunidad para convocar, movilizarse y organizarse tras las vivencias negativas de las contradicciones entre el discurso socialista o libertario y las prácticas autoritarias vividas en organizaciones como los sindicatos o los partidos, el desencanto político que trajo la permanencia del país en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) tras el referéndum de 1986, así como la evaluación negativa de algunas revoluciones, como la sandinista en Nicaragua.

Para los y las activistas, el ejemplo que materializaba la inspiración que desató el neozapatismo se manifestó en las prácticas que atestiguaron en sus viajes a las comunidades indígenas. Señala Rosa, integrante de un colectivo de apoyo en Madrid:

Porque ves allí que las cosas se pueden hacer. Ves que sí que está funcionando el tema de las asambleas, que ellos hablan, que admiras la dignidad con la que están resistiendo todos los embates del gobierno, del ejército, de los paramilitares, y eso es asombroso. Además, creo que podemos aprender cosas de ellos, aprender a organizarnos de otra manera, no como la política que venimos haciendo en la cultura occidental, una política con un rollo totalmente vertical, de una [forma] ejecutiva: yo mando y todos hacen lo que yo diga. Yo creo que sí podemos aprender su forma de organizarnos, no su forma de vivir porque nosotros no somos campesinos, ni tenemos tierra, ni trabajamos la tierra; pero ese proyecto yo creo que sí se puede extrapolar a nuestra cultura (entrevista, junio de 2013).

Tras dos décadas de intercambios continuos entre los actores que componen al movimiento en ese país y en México, podemos decir que el resultado de su práctica política ha sido doble; por un lado, los flujos de recursos europeos, la protección frente al ejército, la policía o los grupos paramilitares con los brigadeos, el apoyo a los presos políticos en las campañas, la visibilidad del movimiento en las acciones o el enriquecimiento cultural y el aprendizaje mutuo que trae consigo el encuentro entre gente distinta cuentan como logros relevantes para la parte mexicana. Por otro, la renovación de las luchas de los colectivos del Estado español en sus propios contextos, la apertura y legitimación que lograron frente a su entorno contencioso, el trabajo político y organizativo que todavía realizan en otros frentes de disputa, las experiencias de intercambio y las capacidades, habilidades y valores que los activistas consiguen mediante su actividad política representan el otro polo de éxito del movimiento.

Ahora bien, ocupándonos del segundo de los contextos que aquí interesa, antes de entrar a la revisión de la utopía como proyecto que se da a través de la solución de retos organizativos, diremos que el neozapatismo en Alemania generó esperanza e inspiración, sobre todo en la izquierda extraparlamentaria, cuyas áreas de actividad se encontraban en las acciones antifascistas, en la solidaridad con América Latina, en el feminismo libertario, en el movimiento antinuclear, en el anarcosindicalismo, en los proyectos de autogestión –como imprentas, granjas y comedores populares–, en el apoyo a la población migrante y en la vigilancia para frenar el abuso policial hacia estas personas en estaciones de tren o aeropuertos, en la organización de proyectos alternativos contra el desempleo o el subempleo, así como en el apoyo a casas, edificios u otros inmuebles ocupados.

Para estos actores, el levantamiento de 1994 trajo valiosas lecciones que referían –como en el caso del Estado español– a la testificación de un cambio en marcha. Para Stephan, activista de un colectivo de apoyo zapatista en Münster, el contacto con la realidad en Chiapas fue muy valioso:

Para mí la lucha zapatista fue muy importante, ver que la gente que está viviendo en una situación tan difícil y recibe tantas discriminaciones, ¡vamos!, y que a pesar de eso se puede cambiar algo, que se puede y que aquí también lo podemos cambiar, podemos ser nuestros mismos jefes, no teniendo que decir a otros qué tienen que hacer, ¿eh?, sino que queremos decidirlo juntos (entrevista, agosto de 2013).6

En el mismo sentido Oliver, integrante de un colectivo de solidaridad con América Latina en Düsseldorf, menciona:

Todavía me acuerdo bien que los compas me dijeron: "Lo primero es perder el miedo. Es lo primero que aprendimos en nuestra lucha". Entonces pensé que quería hacer algo también horizontal y autónomo, pero no como una insularidad o un pequeño paraíso aislado, sino con independencia, donde se pueda vivir otro mundo (entrevista, marzo de 2013).

En varias ciudades del país el impulso que generó el movimiento se ha concretado en una serie larga de actividades de solidaridad y apoyo, que refieren a la organización de eventos como charlas en escuelas, centros sociales, fiestas o conciertos, instalación de mesas de información, venta de café de las comunidades, coordinación de giras, envío de activistas a Chiapas –cuya labor es de observación de los derechos humanos, de documentación o de periodismo, de acompañamiento o de investigación académica–, movilizaciones frente a los consulados o la embajada mexicanos, elaboración de cartas de denuncia o apoyo, documentación de la autonomía indígena neozapatista, así como difusión de las políticas contrainsurgentes hacia las comunidades.

Ahora bien, debajo de este cúmulo de actividades, en el fondo el proyecto que impulsó el levantamiento, así como el conjunto de intercambios que le sobrevinieron, detonó concepciones y prácticas políticas que invitaban también al trabajo en el propio contexto contra un enemigo común.7 Apunta Karl, del colectivo solidario en Münster:

Te das cuenta de que la vida del zapatismo es de un chingo de esfuerzo organizativo, de mucho pensar en colectivo. Creo que hemos aprendido que su lucha es impresionante si la comparamos con la nuestra. Lo que tratamos de hacer es enseñar que la dignidad es un proceso popular que tenemos que lograr aquí, que es una escuela que dura toda la vida (entrevista, marzo de 2013).

Incluso, los mismos objetivos de la resistencia, producto de esta adaptación neozapatista, han empujado nuevas direcciones en la contienda, tal como lo indica Janis, integrante de un colectivo antifascista de apoyo en Frankfurt:

Hoy es más con la gente de "abajo", de todo el mundo. Porque hoy no sólo estamos peleando, como en los años sesenta y ochenta, "en contra" (contra el capitalismo, contra el Estado, contra la policía, contra el gobierno que nos reprime), lo cual está bien, pero también hoy luchamos "por algo". Es un punto central para nosotros el pelear "por algo", por tu tiempo, por tus cosas. Es más importante luchar "por" tu dignidad que luchar "contra" el enemigo. Veinte años antes, al decir: "Yo lucho por algo" (¡qué sé yo!, por tu casa, por tu trabajo) todos te decían: "Tú eres un reformista, no eres lo suficientemente radical", pero hoy la gente joven y nosotros hemos asumido, ideológicamente, que es bueno luchar por algo, que no es malo luchar "por mí", por "nosotros" (entrevista, abril de 2013).

De manera concreta, estos principios de acción política han tomado cuerpo en diversas actividades que se han puesto en marcha en el país europeo. Brevemente, mencionamos los boicots contra empresas transnacionales alemanas, las iniciativas ante la escalada de precios en el transporte, las movilizaciones en repudio a las marchas fascistas en ciudades como Dresden o Leipzig, las acciones de saturación o bloqueo a los bancos que han tenido lugar principalmente durante los Blockupy en Frankfurt, la organización contra los recortes en el gasto público, además del apoyo a las acciones en favor de Kurdistán o Palestina.

Por último, respecto de los resultados concretos de estas actividades de cara al éxito del movimiento, los logros son muy similares a los obtenidos por la parte neozapatista en el Estado español. Además de la protección, el acompañamiento, la canalización de recursos, el aprendizaje recíproco y la denuncia, cuyo seguimiento continúa fortaleciendo al neozapatismo en Chiapas, la parte alemana refleja también alcances significativos del movimiento. Menciona Karl de Münster:

A mí me preocupa lo que pasa aquí en la ciudad y en Alemania, el problema de la vivienda, de que quieran expulsar a la gente de sus casas, o parar a los fascistas; esas son las luchas aquí, de las que tenemos que buscar, como los compas, soluciones globales, unir las luchas para que cuando digan "llamamos a la Sexta" digamos: ¡esos somos nosotros y son también ellos! (entrevista, agosto de 2013).

 

El trabajo de construcción utópica en la Europa neozapatista

Ofrezco a continuación evidencia empírica que ilustra el supuesto sociológico sobre el cual descansa la apuesta política que resignifica la utopía en los dos contextos referidos. Para ello, señalo algunos rasgos del trabajo organizativo conjunto que desempeñan o desempeñaron los activistas tanto del Estado español como de Alemania en sus respectivos colectivos.

En el apartado previo mencionamos que uno de los efectos que provocó el proyecto neozapatista fue la invitación al trabajo en el propio contexto. El lanzamiento de iniciativas abiertas que se adaptan a las capacidades, disposiciones y circunstancias de quienes las suscriben, cuyos resultados generalmente se expresan en el apoyo a otras luchas –como las de los migrantes o las contracumbres altermundistas– descansa en un trabajo intenso de organización interna de cada actor colectivo.

Muchos de los actores locales y redes estatales de apoyo trabajan o trabajaron semanalmente mediante la presentación de propuestas discutidas en las asambleas, donde se observan, dividen y debaten los puntos de una agenda que da paso a la labor en las comisiones o en los grupos pequeños. Comenta Lotta, activista de la red de apoyo zapatista alemana: "Normal en la reunión recolectamos nuestros puntos de vista sobre qué evento hacer, sobre cómo redactar el volante, qué pensar sobre una situación y ya nos ponemos de acuerdo" (entrevista, marzo de 2013). Además del tema zapatista propiamente dicho, se revisan las luchas en las cuales el colectivo está involucrado –gracias a una red de militancias múltiples– y los retos en los propios contextos, incluyendo la cuestión del (auto)financiamiento. Este proceso organizativo es posible gracias a la consideración de la magnitud o repercusión de las acciones que pueden ser impulsadas, la cual comprende la evaluación de lo que ha de realizarse, la disponibilidad de la gente, los contactos y los recursos para ello, la manera de llevarlo a cabo, así como la estrategia para su difusión.

De estas dinámicas de trabajo, que no se desarrollan sin complicaciones,8 surgen actividades cuyos efectos concretos son bastante relevantes. En el caso de la misma red de apoyo zapatista en Alemania, por ejemplo, el trabajo en las reuniones da lugar a la elaboración de talleres que buscan abordar los problemas que de manera cotidiana experimentan los activistas, tales como el desempleo, el desalojo o la represión. Frente a este entorno, igualmente tratan de paliar las dificultades que la población enfrenta constantemente. Alanis, quien forma parte de esta estructura, relata:

Lo que empezó como una red de solidaridad con los zapatistas terminó siendo una red de solidaridad con nuestras luchas locales: se apoyó con servicios médicos a los sectores sin protección social, se formaron centros autónomos y escuelas de cine independiente, echamos a andar proyectos de educación popular en los centros sociales ocupados, hicimos talleres de derechos humanos. Eso sí, siempre la solidaridad con los compas es constante (entrevista, abril de 2013).

Gran parte de la labor colectiva que resuelve los problemas cotidianos en contextos adversos para el activismo en ambos países (Aranda, 2014) es posible por el clima que se genera durante el trabajo conjunto, a partir del cual se producen iniciativas como estas, espacios de colaboración que ofrecen a los activistas disfrutar de la solidaridad social que no se halla mucho en sus vivencias diarias. Menciona Roberta, integrante de la plataforma de apoyo en Madrid:

Nosotras como colectivo, que somos muy variopintas además, ¿eh?, nos escuchamos, intentamos consensar las propuestas y aprender un poquito pues a defenderte políticamente. El compartir espacios, o sea, compartir cosas prácticas, compartir ideas y luego pues a nivel personal con algunas personas mantienes amistades bastante buenas (entrevista, junio de 2013).

Particularmente, el trabajo que hacen los y las integrantes de los colectivos de apoyo genera en este clima solidario la adquisición de valores tales como la tolerancia y el respeto, el aprendizaje de capacidades para organizar movilizaciones o administrar recursos tecnológicos, además de que pierden el miedo a expresarse en público o a manifestarse, por citar algunos ejemplos.

Junto a los cambios que el proyecto provoca en la sociabilidad de los participantes, se encuentra también un énfasis político que en muchos casos se expresa en la denuncia y la difusión. Afirma Markus, activista de la estructura estatal de apoyo alemana:

En las charlas, en las publicaciones, en los programas o en los materiales que repartimos después de las reuniones de la red, siempre buscamos ejemplificar lo que pasa en otros lados del país o del mundo, y tratamos de destacar la implicación que tiene Alemania en esos problemas: en la venta de armas, en el saqueo de la riqueza de los bosques por las farmacéuticas (entrevista, abril de 2013).

En la misma línea, y bajo un enfoque regional, Peter resalta la importancia de las actividades que con este énfasis se emprenden desde el centro social que, junto con otras compañeras y compañeros, construyeron en una ocupación en Frankfurt en 1996:

Planeamos la seguridad para demostraciones con un chingo de policía, como en el Blockupy o en las acciones antifas; hasta aprendemos algunas cosas de los compas de comercio justo. Nosotros vemos al centro como un lugar de resistencia para los que no queremos que la ciudad se convierta en un gran centro financiero, en un paraíso de la moda, y los objetivos son los mismos: seguir resistiendo, seguir impidiendo que nos echen de las casas, de los barrios, de la universidad. Todo con un trabajo autogestivo y autónomo de los espacios que crea el capitalismo, abajo y a la izquierda (entrevista, abril de 2013).

Como resultado de este conjunto de actividades, el proyecto de lucha produce retribuciones tanto individuales como colectivas. Respecto de las primeras Disco, integrante de un colectivo de apoyo neozapatista en Madrid, comenta: "Sobre todo cuando sale bien. Una gratificación personal de que algo que has hecho aunque sea mínimo puede servir para ellos o para más gente" (entrevista, junio de 2013). Y sobre las segundas Marina, activista catalana, relata:

Era aprender de gente que venía de otras experiencias, desde el anarquismo y de las experiencias libertarias hasta experiencias más trotskistas, marxistas y demás. Y cómo gente que había tenido muchas experiencias, alguna venía ya de "fracasos" o de desilusiones, de cómo habían ido las cosas, y otra gente que a pesar de eso seguía luchando e intentando ser y reivindicar lo que era (entrevista, mayo de 2013).

Incluso el aprendizaje colectivo que generaba este proyecto trascendía a otros espacios de articulación contestataria en ciudades como la misma Barcelona. Comenta Iris, compañera de Marina:

El movimiento zapatista era a la vez una excusa y un motor para hacer cosas en común –¡y lo que cuesta hacer cosas en común!–, aunque también es verdad que teníamos a lo mejor diferentes formas de entender el zapatismo. Por ejemplo, alguien de pensamiento más libertario con alguien de pensamiento marxista tienen cosas en común, pero también existen momentos en los que hay desacuerdo y cómo a pesar de eso hubo posibilidad de hacer cosas y de repensar las maneras. Y también puedes conectar luchas, no es nada acorsetado [sic]. O sea, no se podía leer el zapatismo en Barcelona si no se tenía en cuenta al movimiento okupa, ni sin tener en cuenta el colectivo de migrantes que estaban pidiendo ser alguien; de los colectivos invisibles, un poco hay. O una denuncia de las políticas económicas mundiales iba ligada al zapatismo (entrevista, julio de 2013).

Cabe señalar que toda esta actividad se sustenta tanto en las experiencias de acción pasadas como en las capacidades presentes que, desde distintos aprendizajes políticos, sostienen la labor de esta parte europea del movimiento. Ello es particularmente ilustrativo en el papel que juegan los y las activistas, cuyas posiciones en sus colectivos les otorgan una centralidad que en muchas ocasiones da visos de una oligarquización moderada. La formación de pequeños núcleos duros por personas que provienen de luchas y militancias que anteceden a 1994 brinda o brindó estabilidad a estos esfuerzos organizativos poco formalizados, la cual, a través de una rutina de funciones, mantiene o mantuvo identidades colectivas y relaciones con los entornos contenciosos. Señala una activista el papel de estas personas en las organizaciones:

A nivel de compromiso, en los colectivos siempre hay figuras que permanecen desde el primer día hasta el último, y otras gentes que entramos y salimos. A veces somos nosotros más críticos con las personas que se quedan, que han llevado mucho peso. Yo por eso todos mis respetos siempre a las personas que después de los años siguen allí, porque son las que hacen que esto exista y que uno, cuando la vida se le arregle, pueda regresar (entrevista, Barcelona, mayo de 2013).

Los mismos activistas cuya constancia hace posible gran parte de la lucha colectiva al incentivar escenarios de discusión y acción sobre las problemáticas planteadas en distintas iniciativas constantemente emplean capacidades resolutivas de cara a las situaciones organizativas de carácter incierto que provocan tales escenarios en las asambleas o en las calles; ante las dificultades, estos actores echan mano tanto de su experiencia como de los recursos disponibles en el momento presente. En este sentido, menciona un activista que ocupó una posición central en Barcelona:

En el colectivo había una asamblea semanal, ¡que no dábamos abasto!, ¿eh? Era empezar una asamblea y tenías orden del día para horas. Al tener tanta actividad, sí que es verdad que muchas veces privilegias lo inmediato, y no es que no discutas, te haces un experto en el hacer, pero el que viene nuevo y quiere plantear cosas nuevas tiene más dificultades. Eso lo sabíamos, éramos conscientes porque se iba cargando la actividad del colectivo: éramos muchos. Luego el colectivo nunca tuvo una estructura rígida; es decir, que uno era libre de venir o no venir. Sabes cómo es la gente, no viene, pero cuando viene quiere decidir sobre todo y pues es normal, pero claro, imagínate más o menos a cincuenta personas, pues cuarenta que llevaban años haciendo de todo todos los días y vienen nuevos y te quieren decir, pues no. Bueno, exigía tiempo, el colectivo ha sido una escuela de aprendizaje para mucha gente que ha estado muchos años (entrevista, mayo de 2013).

Como lo indicamos previamente, la importancia de las experiencias pasadas, así como de las acciones presentes para enfrentar distintos retos mediante el despliegue de capacidades y recursos que derivan en la suscripción de diversos compromisos con el movimiento, coadyuvan a definir el proyecto alterno al orden social que impugnan los actores, ejercicio imaginativo cuya relevancia práctica y construcción expondré a continuación para delinear a cabalidad la propuesta que aquí se sostiene.

 

Lecciones políticas de la utopía neozapatista

Al reverso de la construcción utópica de fronteras de cambio social que se ajustan continuamente según las reflexiones y prácticas planteadas frente a retos concretos, está la función de la ideología como el despliegue antagónico e identitario de una lectura radical que zanja al mundo en dos bandos: el ellos de la dominación y el nosotros de la emancipación.9 Sin este ejercicio de división, que guía y es recompuesto también en la elaboración de escenarios problemáticos a resolver, no se podrían pensar los cambios al orden existente que impugnan los actores, representado por distintos entes o agentes que van desde el capitalismo neoliberal hasta el "mal gobierno alemán", por ejemplo.

Tanto los actores del neozapatismo en Chiapas como los de Europa han experimentado distintos episodios de exclusión y violencia en tiempos que anteceden incluso a 1994 (Aranda, 2014), lo cual les permite, en parte, encontrar similitudes que refuerzan su solidaridad al ubicarse dentro de una base discursiva singular que los homologa pese a las distancias que los separan: su situación general de oprimidos o excluidos por el capitalismo, la cual se enmarca según las tradiciones político-ideológicas propias –anarquismo, socialismo, feminismo, antimilitarismo. Cada llamamiento a emprender acciones coordinadas frente a un enemigo común con muchas caras posee una ambición de generalidad indispensable para el efecto político que se busca. La identificación y transmisión de noticias de agravio, así como la forma en que éste es enmarcado y expuesto en cada colectivo según distintas lógicas organizacionales, explota la indignación que otorga fuerza política a las respuestas a las situaciones violentas que viven los actores.

En otro lugar (Aranda, 2014) he profundizado acerca de la manera en que las distancias geográficas y políticas se reducen a través de la operación de un mecanismo causal que echan a andar los actores del neozapatismo: la identificación de situaciones de infortunio causadas por un perseguidor, cuyas acciones presuponen la identificación de aquellos que, compartiendo la indignación, despliegan solidaridad (Boltanski, 1999). Es esta cadena causal (infortunados-perseguidores-solidarios) la que permite la separación radical del mundo en dos bandos, la cual hizo posible la construcción del ideal utópico amplio dentro del neozapatismo, movimiento que vino a refrescar y posibilitar de nueva cuenta espacios de encuentro político que han propiciado tanto las coordinaciones como las actividades de las que hemos dado cuenta.

Para comprender cómo es posible la construcción utópica amplia del movimiento a partir de la operación ideológica de división, se debe volver la mirada al neozapatismo en Chiapas desde la perspectiva de Europa, según la cual es concebido como un referente ideal ubicado en la lucha indígena contra el enemigo que se supone común, lo que motiva el trabajo en el propio contexto. Esta mirada testifica acciones libertarias –ideales habilitadores– que para los actores europeos son ya una realidad existente en el mundo; prácticas como el "mandar obedeciendo", por ejemplo, evidencian la posibilidad de crear comunidades de resistencia como impulsos hacia existencias diferentes que vale la pena replicar en el lugar de origen, ya que el enemigo es el mismo, pese a sus múltiples rostros.10

En los constantes llamados del neozapatismo –que pueden ejemplificarse bien en el "caminar preguntando"– la rebeldía, por citar otro de los ideales habilitadores que orientan a los actores, posee un valor asociado que genera una conmoción afectiva necesaria para el trabajo político; es la práctica concreta de los indígenas bases de apoyo la que se expresa como revolucionaria, como el principio creador del presente inmediato –anclado en la resistencia milenaria– cuyo propósito es realizar las aspiraciones de los actores del movimiento en el mundo. Con esta inspiración –y mediante las acciones revisadas en apartados previos– los actores neozapatistas en Europa pueden reconocerse como partes de la misma unidad social incluyente que moviliza deseos y acciones a partir de la utopía encarnada en Chiapas –producto también de un esfuerzo de trabajo autonómico notable y perdurable– que se declara ya realizada y a llevar a cabo en un futuro dentro del propio contexto.

Bajo el presupuesto de que la inspiración, la identificación de similitudes y la posterior emulación o coordinación de acciones 11 no sólo recortan la distancia entre excluidos u oprimidos, sino que los convierte en aliados políticos que trabajan en asociación,12 puede observarse en el siguiente fragmento la contribución a la construcción de estos lugares y espacios de resistencia utópica (fronteras de cambio social posibles) que tienen ya cabida en el presente. Menciona un activista de Münster: "De los que veníamos de las luchas de los años ochenta, las del antifascismo, las del movimiento antinuclear y de ocupación, nos dimos la idea de formar un lugar para seguir luchando, un espacio autogestionado, autofinanciado, que fuera asambleario en su funcionamiento y que apoyara a todas las iniciativas libertarias y revolucionarias, incluida la de los compas" (entrevista, marzo de 2013).

El trabajo político que surge de los colectivos reconfigura los objetivos de lucha local y regional bajo la consigna de conformar los lugares buscados en los cuales se invierte el deseo de futuros que estén ya puestos en marcha. Señala un activista de Frankfurt respecto de la labor del colectivo antifascista de apoyo al cual pertenece:

Las luchas de la ciudad han sido un tema importante de trabajo porque aquí vivimos, aquí luchamos y por eso estábamos convencidos de que nos tocaba defender el lugar donde vivíamos. Por eso siempre decimos a los otros colectivos que hay que hacer más trabajo en la estación de tren, en el aeropuerto, en los barrios, unir las luchas en la lucha por la ciudad, que es el centro económico del país y donde el capitalismo hace más daño, a nosotros, a Europa y al mundo. Las luchas son porque las necesidades de siempre son las mismas, la detención o el racismo contra los que hablan otras lenguas y tienen otras necesidades, no sólo de que no los echen de sus casas, como a muchos de nosotros querían hacernos. En el colectivo luchamos por una vida de dignidad para todos, por eso seguimos y seguiremos presentes (entrevista, abril de 2013).

El trabajo organizativo en el propio contexto refuerza así el llamado del movimiento a la colaboración para construir futuros mejores a los cuales se impone el mismo enemigo. En una de las enseñanzas que producen las visitas a territorio rebelde se escucha:

Para mí, no son los pobrecitos indígenas que están allí y necesitan que les ayudemos; para mí, sí me he creído que estamos en la misma lucha y estamos a la par; otra cosa es que ellos tengan menos medios y yo pueda ayudar también en eso, pero eso es lo más insignificante. Y eso también me lo han enseñado ellos (activista madrileño, entrevista, mayo de 2013).

 

Conclusiones

A lo largo de este artículo he tratado de mostrar algunos elementos teóricos y empíricos que permiten resignificar el concepto de utopía bajo una perspectiva pragmatista, sirviéndome de las prácticas de un sector del movimiento neozapatista. Como la apuesta fuerte del presente texto enfatizo que la utopía, en tanto ideal negociado a partir de reflexiones y acciones constantes frente a problemas concretos –que en este caso refieren al propósito de hacer zapatismo en casa ejerciendo la rebeldía o el "mandar obedeciendo"–, posee elementos normativos y prácticos de la acción social, situados en una dimensión que tiene que ver con un futuro social y políticamente anclado tanto en el pasado militante o adherente como en el presente en constante cambio, el cual tiene como guía el quehacer de las comunidades indígenas neozapatistas.

La búsqueda cooperativa de fronteras de cambio social en función de los valores vinculados por la utopía –como el "caminar preguntando"– y los resultados de la actividad concreta de los actores –como los espacios ocupados–, realizadas a través de la suscripción colectiva de compromisos y de la solución organizativa de retos, restituye el lugar que merece el componente imaginario dentro de lo real, superando con ello el inútil dualismo que se quiere marcar entre ambos términos. De ahí que la lección política resulte fácil de inferir:

Pues eso, que otro mundo es posible, pues el zapatismo es un claro ejemplo de ello, así como lo que es la lucha dentro de movimientos y dentro de las luchas revolucionarias, el zapatismo hoy en día creo que es el icono mundial de la lucha contra el capitalismo, contra esta sociedad. Yo creo que es el icono y van a llevar ya pronto veinte años demostrando al mundo que es posible otro mundo, y un mundo mucho mejor. Entonces pues, no sé, esta experiencia de que realmente, de que sí es posible otro mundo más justo, más igualitario, más solidario, en el que el protagonismo lo tengan las personas y no lo tengan los entes abstractos –como los sistemas financieros, los fondos monetarios internacionales, etcétera–, que trabajando desde las personas se puede producir un modelo de sociedad mucho mejor para todos y eso es lo que hay que hacer (entrevista, Barcelona, julio de 2013).

Por último, resultaría valioso extender esta propuesta a contextos como los que enfrenta el activismo en otras latitudes en las que el mismo neozapatismo ha influido en diferentes momentos, haciendo aportaciones a las olas transnacionales de movilización. Tal ampliación seguiría el propósito de converger con las investigaciones en las cuales la utopía es abordada, por ejemplo, como producto de la performatividad de actores que viven un tipo de democracia real dada en espacios de encuentro horizontales y participativos (Tejerina y Perugorría, 2013). El deseo de unir esfuerzos queda, entonces, abierto como invitación.

 

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Notas

1 Resulta valioso referir aquí el señalamiento de Ricoeur (1984) sobre la utopía como la expresión de las potencialidades de un grupo que se encuentran reprimidas por un ordenamiento existente.

2 Entiendo aquí por neozapatismos a las acciones colectivas contenciosas que durante más de dos décadas han compuesto las interacciones locales, regionales y transnacionales del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y sus comunidades base de apoyo con los actores que son o han sido sus aliados externos. En otro trabajo (Aranda, 2014) he mostrado que la historia del neozapatismo, como movimiento social amplio, está compuesta por momentos diversos de reconfiguraciones, desgastes e impulsos experimentados a lo largo de un proyecto que impulsó el ezln a finales de 1983. Según las distintas experiencias colectivas que desde 1994 han tenido lugar en contextos históricos difíciles para sus actores, el movimiento puede dividirse analíticamente en tres grandes etapas: el ensamblaje, que comprende el periodo del levantamiento armado hasta las movilizaciones y expresiones divergentes sobre el conflicto en Chiapas hacia 1996; el establecimiento, que va del Primer Encuentro por la Humanidad y contra el Neoliberalismo en 1996 hasta la formación de las Juntas de Buen Gobierno y el replanteamiento de la política de alianzas del EZLN entre 2003 y 2005; y la reconfiguración anticapitalista, que corre desde la Sexta Declaración de la Selva Lacandona y La Otra Campaña hasta las iniciativas de las escuelitas zapatistas en 2013 y 2014. Cabe destacar que la vinculación europea al movimiento toma fuerza en la etapa de establecimiento, caracterizada por la construcción de amplias redes de apoyo y movilización en torno a las demandas e iniciativas del EZLN y de sus bases de apoyo –enriquecidas ambas en cada contexto en donde hicieron eco. En este artículo, centro mi trabajo en el análisis de las acciones de algunos colectivos en Alemania y el Estado español que para nada agotan la gran diversidad del incontable número de actores que en el continente se sumó al movimiento, en especial hasta comienzos de la década del año 2000, periodo en el que el neozapatismo alcanzó su pico en Europa y comenzó su declive. Las entrevistas que aquí se citan se refieren con seudónimos para proteger la identidad de los informantes.

3 Como un movimiento social de notable importancia en la actualidad, el neozapatismo cuenta todavía hoy con una red nacional y transnacional fuerte y organizada que lo sostiene ante un sistema político excluyente, cuestión que ha dado continuidad a un esfuerzo transcontinental cuyo énfasis en las estructuras informales y descentralizadas –que contrastan con su organización en las comunidades chiapanecas– le permite beneficiarse de una amplia coordinación de frentes de trabajo político a los cuales da visibilidad, así como de un acceso a recursos diferenciales de suma importancia para su sobrevivencia.

4 Al respecto cabe decir que en la medida en que se iban estrechando los vínculos dentro del movimiento fue emergiendo un internacionalismo anticapitalista renovado dentro de un contexto en el cual el lenguaje de las clases se vio desplazado por el de los derechos bajo el discurso neoliberal, el cual pasó a formar parte del nuevo enemigo. Este internacionalismo que el neozapatismo construyó, a mi juicio resignificó, por ejemplo, la idea de las bases socialistas, de que la teoría se construye desde la práctica, así como la premisa de la articulación del plano local con el internacional bajo un programa que resultó ser la Sexta Declaración de la Selva Lacandona. De la política cristiana liberacionista encontramos, por ejemplo, las ideas de comunidad y solidaridad orientadas al bien común y a la lucha contra la opresión y la injusticia, así como la idea del trabajo disperso y desde abajo, según la disposición a caminar con todos aquellos que van en una misma dirección, propia de las comunidades cristianas de base. Finalmente, del anarquismo el movimiento incorporó con el tiempo las ideas sobre el fortalecimiento de la solidaridad y la horizontalidad a partir del trabajo de una red de pueblos que practican el apoyo mutuo, no sólo como forma de resistencia sino como método de liberación frente a la explotación y la dominación.

5 Sobre todo provenientes de las críticas antimilitaristas, planteadas por los integrantes de los futuros colectivos de apoyo a los movimientos armados.

6 Tal como en el caso del Estado español, muchos de los esfuerzos organizativos que los actores alemanes vieron en las comunidades neozapatistas no resultaban del todo novedosos, sino practicables, lo que le otorgaba un potencial enorme al neozapatismo como referente en la construcción de un futuro ya en curso; señala Karl, de Münster: "Cuando les preguntas sobre las asambleas te contestan que tienen que estar todos, como cuando deciden hacer proyectos; si no se hace en comunidad, pues te dicen que no funciona. Y que ves también que no les importa si se equivocan, sino que vuelven siempre a avanzar. No sé, ya había algo de eso en el anarquismo, pero la diferencia es que allá sí lo ves en la práctica" (entrevista, agosto de 2012).

7 Cabe aquí de nueva cuenta señalar que el impulso que otorgó el neozapatismo a las luchas renovó, gracias a un fuerte trabajo de resignificación de ideas y tradiciones, al cual hemos aludido previamente, algunos principios del leninismo sobre la importancia de la lucha local, acción que a través de la influencia de otras corrientes cobró una relevancia práctica notable en conflictos que tuvieron lugar en Angola o El Salvador. Señala Peter, activista de Frankfurt: "Ahí [en Angola] también aprendí que había otra solidaridad internacionalista de la que no hablábamos en la izquierda tradicional en Alemania, una que decían los compas allá: 'Nosotros peleamos porque ustedes lo hacen en su país y permanecemos juntos así, porque no es posible cambiar el sistema en un país solo. Tú tienes que luchar en tu propio país si quieres estar en solidaridad con nosotros realmente', eso decían" (entrevista, abril de 2013).

8 Durante las asambleas, después de que las propuestas de la agenda se discuten, llevando la mayor responsabilidad para su cumplimiento quienes las presentan, es común la manifestación de disensos. Para su solución, generalmente se vuelve a discutir el punto problemático en torno al cual la parte que disiente expone su inconformidad. En caso de que el desacuerdo persista, se toman dos vías: dejar "descansar" el punto para discutirlo en reuniones posteriores o se lleva a cabo sin bloquear la realización de la acción si el trabajo está cubierto en cuanto a recursos y personal. Esta dinámica guarda un parecido estrecho con la que tiene lugar en otros colectivos del movimiento que David Graeber (2002) denomina como global.

9 Resulta indispensable mencionar que, en la conformación de bloques sociales antagónicos, la ideología adquiere una importancia notable hacia afuera, dada la confrontación abierta que genera; esto es así porque la lucha por la hegemonía ideológica entre bandos generalmente recoge los contenidos de una mayoría dominada y los intereses de las fuerzas dominantes (Zizek, 2008). No obstante, sería un error afirmar que al interior de cada bando persista una sola visión ideológica. Debido a las experiencias políticas y perspectivas múltiples de las distintas militancias que componen al neozapatismo, al perfil de los colectivos, a sus dinámicas internas, así como a otros factores, el ejercicio ideológico de los contendientes en su bando debe verse como parte de la observación teórica que sostiene que en cada bloque existe una heterogeneidad de fuerzas cuyos intereses no son siempre coincidentes, y el conflicto que esto genera constantemente debe renegociarse entre los miembros de cada bando (Eagleton, 1997). Las soluciones continuas a las divergencias permiten también pensar a la ideología de un grupo -sostengo- como el resultado de las acciones prácticas concretas de los actores.

10 Vale la pena hacer un par de anotaciones. En primer lugar, esta identificación supone la presencia de algunos rasgos milenaristas que Mannheim (1987) caracteriza como nucleados en la experiencia de un futuro prometido que orienta desde fuera de los acontecimientos, un futuro que ya es realizable dado que surge de experiencias mundanales existentes, las cuales son motor para la creación de vivencias diferentes. Sin embargo, más allá del milenarismo y de su orientación externa, lo que hace de la política neozapatista un proyecto fuerte es el trabajo en el propio contexto desde bases organizacionales desarrolladas cuyas raíces están ancladas en luchas y militancias previas o múltiples, las cuales componen una suerte de infrapolítica (Scott, 2009). La segunda anotación alude al funcionamiento de asimetrías de carácter moral en el movimiento. Para los actores en Europa, Chiapas representa los casos en donde la opresión y el sufrimiento generados por el enemigo son superiores a los propios, vividos en un mundo europeo de comodidades y con cierto grado de bienestar; esta cuestión que otorga a los sufrientes indígenas un papel de productores de ejemplos de resistencia, en atención a los planteamientos de Alberoni (1984), supone el que los europeos se subordinen moralmente, dado que sufren menos o tienen menos que perder, aspecto que permite al neozapatismo en Chiapas decidir, preferencialmente y dada su superioridad moral atribuida, sobre las relaciones que emprende y las pruebas de fidelidad que exige. Tal dinámica ha generado muchos problemas dentro del neozapatismo, hallándose casos en los que se producen rupturas o alejamientos del movimiento a raíz de ella (Aranda, 2014).

11 En uno de los testimonios se narra la manera de hacer que se desprende de este proceso de coordinación: "Luego teníamos una red, la forma de organizarse. Por ponerte un ejemplo: durante un tiempo nosotros fuimos especialistas en colgarnos, entonces había un equipo de bomberos que venía a las acciones, se colgaba con cuerdas y tal. Había acciones diferentes, muy variadas y con gente diferente, pero siempre teníamos recursos, o sea, gente que te echaba la mano y un mecanismo ya en funcionamiento bastante ágil. Eso de colgarse, por ejemplo, en la Sagrada Familia, en las torres, en un montón de edificios, en el consulado, eran acciones espectaculares; tenías una serie de acciones, algunas se iban repitiendo y otras se iban variando en manifestaciones, concentraciones, así. Creo que se encontró un mecanismo que era poner un día, una hora de referencia; cuando era en red, cada cual hacía lo que consideraba. Día tal jornada mundial, pues cada uno en su lugar" (activista catalán, entrevista, junio de 2013).

12 La cuestión de la alianza política que diferencia a la solidaridad en el neozapatismo de otros esfuerzos de carácter humanitario, como la ayuda tras un desastre ecológico, estriba precisamente en el reconocimiento político entre actores; comenta un activista en Frankfurt: "Antes vimos a otros movimientos desde lejos y los apoyábamos; pero no sentíamos que debíamos hacer nuestra propia solidaridad aquí. Siempre criticábamos a los otros, a Centroamérica, pero nunca hicimos nuestra parte, no jugábamos lo que nos tocaba. Desde que estuve en África y con los compas zapatistas yo odio ese tipo de solidaridad de las víctimas que están lejos, porque no somos víctimas sino seres humanos que luchamos. Yo no puedo ver desde entonces a un camarada o a un compa como una víctima allá, lejos. Yo quiero hacer igualitaria la solidaridad con los otros porque así puedo aprender muchísimo de ellos; mucho más de los zapatistas que nos enseñaron esa otra forma también" (entrevista, abril de 2013).

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