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Trace (México, DF)

versión On-line ISSN 2007-2392versión impresa ISSN 0185-6286

Trace (Méx. DF)  no.66 Ciudad de México dic. 2014

 

Artículos

 

De la guerra a sus memorias: Surgimiento de una profesión militante y recomposición de los revolucionarios (Nicaragua-El Salvador, 1992-2009)1

 

Benjamin Moallic

 

Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales.

 

Fecha de recepción: 24 de mayo del 2014
Fecha de aprobación: 25 de septiembre del 2014

 

Resumen

¿Cómo analizar la multiplicación de museos, de lugares de memoria, de testimonios y conmemoraciones de las experiencias revolucionarias en América Central? Resultado de oportunidades nuevas, ese trabajo de memoria ha sido vinculado al principio con las estrategias de reconversión de los actores político-militares. Profesionalizándose poco a poco, ese trabajo de memoria llevó a la constitución de un personal político nuevo. Con el regreso de los antiguos revolucionarios al poder desde el 2006, la memoria se volvía central en las luchas entre grupos de izquierda.

Palabras clave: memoria, guerra, política, El Salvador, Nicaragua.

 

Abstract

How understand the multiplication of museums, memory places, testimonies and meetings about the revolutionary struggles in Central America? Result of new opportunities, this memory work has first been linked to the conversion strategies of the revolutionaries. Then, being more professional, this memory work allowed the rise of a new political group. After the ex-revolutionaries back to power since 2006, the memory became the stake of the struggles of the leftist groups.

Keywords: Memories, War, Politic, El Salvador, Nicaragua.

 

Résumé

Comment comprendre la prolifération de musées, de lieux mémoire, de témoignages et de commémorations des périodes de guerre ou des expériences révolutionnaires en Amérique centrale ? Fruit d'opportunités nouvelles, ce travail de mémoire a au départ été alimenté par les stratégies de reconversion des cadres des organisations politico-militaires. Se professionnalisant peu à peu, ce travail de mémoire donnait naissance à un personnel politique d'un type nouveau. Avec le retour des anciens révolutionnaires au pouvoir depuis 2006, la mémoire des expériences passées devenait un enjeu croissant des luttes entre factions de gauche.

Mots-clés : mémoire, guerre, politique, El Salvador, Nicaragua.

 

¿Cómo comprender la proliferación de museos, de lugares de la memoria, relatos testimoniales u otras formas conmemorativas sobre los periodos de guerra, o las experiencias revolucionarias en Centroamérica? En Nicaragua y en El Salvador, el cese de los enfrentamientos armados dio lugar al florecimiento de prácticas memoriales enmarcadas en un proyecto democrático y de reconciliación nacional. Resulta paradójico que estas memorias sean precisamente, objetos de instrumentalización y polarización política. Después de 1990, en Nicaragua, estos conflictos por la memoria enfrentaron a los diferentes gobiernos liberales y la oposición sandinista. Con el retorno de Daniel Ortega a la presidencia en el año 2006, la memoria de la revolución pasó a ser el nuevo caballo de batalla de antiguos comandantes sandinistas devenidos hoy disidentes, cuyo protagonismo de antaño fue borrado de la memoria oficial por el nuevo poder. En El Salvador por su parte, los conflictos sobre la memoria en torno a los enfrentamientos armados han simbolizado por largo tiempo la oposición entre la antigua guerrilla reconvertida en partido político, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), y su adversario de derecha, la Alianza Republicana Nacionalista (Arena). Tras la elección de Mauricio Funes y del FMLN en el año 2009, las memorias de la guerra reavivaron tensiones y divisiones entre diferentes tendencias de la izquierda salvadoreña.

Nuestro propósito será entonces interrogarnos sobre estos conflictos de memoria y el significado que tienen para sus autores. Nos preguntaremos también, de qué modos son aprovechados por los actores políticos nicaragüenses y salvadoreños. Mostraremos en primer lugar, que esos usos contradictorios de las huellas del pasado se inscriben en el corazón de las estrategias de reconversión y de prácticas más prosaicas, desplegadas por antiguos actores político-militares después de las guerras internas. La instauración de un nuevo contexto de paz se dio a la par con la emergencia de nuevas oportunidades que condicionaron las estrategias de reclasificaciones políticas y profesionales de esos actores. Contribuyeron de esta manera a la invención de nuevos roles políticos. Mostraremos finalmente, cómo este nuevo personal político-profesional entra en contradicción con una élite política más "tradicional" y de qué manera sus conflictos alrededor de la memoria reactualizan antiguas prácticas políticas de negociación o por el contrario de luchas de poder.

 

Surgimiento de un nuevo sector de la memoria

Al dejar atrás los contextos de guerra, muchos actores anteriormente involucrados en los enfrentamientos armados emprendieron un trabajo de memoria sobre las experiencias revolucionarias salvadoreña y nicaragüense. De esta forma, antiguos miembros de la guerrilla del FMLN y del partido-Estado sandinista han abierto museos reuniendo documentos, objetos, imágenes y videos, sobre la revolución popular o sobre la gesta de las organizaciones del Frente Farabundo Martí. En El Salvador en diciembre de 1992, fue inaugurado por ex guerrilleros un Museo de la Revolución Salvadoreña, y algunos años más tarde, un Museo de la Palabra y de la Imagen. Iniciativas similares son llevadas en Nicaragua por el Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (IHNCA) y el Centro de Historia Militar del Ejército, herederos ambos, de los fondos y colecciones del Instituto de Estudios del Sandinismo y de su Museo de la Revolución. Paralelamente, asociaciones locales y personas privadas han acondicionado pequeños museos acumulando recuerdos de la Revolución. Así, estos lugares de memoria no solamente se han dado la tarea de reunir, archivar, conservar y exhibir las huellas de las experiencias revolucionarias y de las guerras. También se han dotado poco a poco de bibliotecas, de una política editorial y de espacios consagrados a la investigación. Con el paso del tiempo, estos lugares de memorias han igualmente ampliado sus perspectivas. Proponiéndose de esta forma redescubrir y salvaguardar las tradiciones amenazadas de poblaciones indígenas, la historia de movimientos independentistas del siglo XIX, y de los levantamientos populares de inicios del siglo XX o más recientemente, biografías de mujeres y de artistas olvidados.

Esta voluntad memorística confluyó con otras acciones empujadas por un conjunto de organizaciones indígenas, de ONG feministas y de asociaciones de víctimas de guerra. En Nicaragua, después de la derrota electoral del FSLN, varias asociaciones de desarrollo cercanas al Frente se situaron al seno de movimientos étnicos, lanzándose de este modo en empresas de rescate de la memoria histórica a través de la conservación de sitios arqueológicos, de la construcción de museos precolombinos y de la exhibición de sus luchas pasadas. En El Salvador, las organizaciones feministas, asociaciones de familiares de desaparecidos y de lisiados de guerra, desarrollan también una retórica de la memoria. El recuerdo de los mártires, la exhibición de cuerpos mutilados por las minas, la conmemoración de fosas comunes y los testimonios de los abandonados a su suerte, se han convertido en soporte de sus nuevas reivindicaciones identitarias.

Este entusiasmo finalmente tocó al mundo académico donde proliferan los ensayos sobre la memoria de las masacres, de los desmovilizados, de los desplazados y de algún artista comprometido. Producciones que hacen eco al redescubrimiento del género autobiográfico, el cual mezclando la literatura con el relato de compromiso político, es recuperado por los comandantes de los Frentes para difundir sus memorias y sus lecturas actuales de los acontecimientos pasados.

Tales prácticas remiten inevitablemente al establecimiento de un nuevo contexto. En este sentido, el "retorno de la paz" deviene en soporte sobre el cual se insertan estas iniciativas. Deber de testimoniar, búsqueda identitaria e investigación de la verdad, son retomados en nombre del combate contra "el caos de la desmemoria".2 Estos discursos se inscriben sin remedio en el registro de la lucha contra las repeticiones de la historia. Insertándose así en una retórica de la pacificación entorpecida, identificada en una serie de eventos ocurridos posteriormente a la instauración del cese al fuego. Las acciones de recontras y recompas en Nicaragua; las dificultades de implantar acuerdos de reinserción y las reprogramaciones de las agendas de desarme; el descubrimiento de escondites de armas del FMLN en Managua; así como los asesinatos y ajustes de cuentas en estos dos países, son percibidos como un posible retorno de la guerra. A título de esto es que el informe de la ONU en El Salvador emitirá vivas recomendaciones sobre la urgencia de emprender un trabajo de memoria. En Nicaragua, serán los actores políticos quienes harán de la urgencia de una reconciliación nacional su nueva consigna. Es decir, que los grupos armados, los actores políticos nacionales y los organismos internacionales aportarán el dar sentido a un posible retorno del caos. De este modo, son partícipes de la creación de un deber de memoria que legitima la emergencia de un nuevo sector a su cargo. De ahora en adelante, nuestros actores se inscribirán en esta línea reconciliadora y harán suya la retórica de peace-keeper vehiculada por las comisiones de la verdad onusianas o por los actores políticos nicaragüenses. La aparición de este espacio de actividades alineado con las significaciones de un contexto incierto, representan otras tantas "estructuras de oportunidad", según la expresión de Doug McAdam (1982), cuáles serán entonces aprovechadas por un conjunto de actores político militares para sacar adelante sus estrategias de reconversión.

 

El trabajo de la memoria: una estrategia de reconversión político-profesional

Más allá del discurso justificador, se trata así de analizar la memoria no como una finalidad en sí misma, sino también entendida como un medio de reposicionamiento socioprofesional. Después de la derrota electoral del FSLN, no sólo la economía nicaragüense se encontró atravesando grandes dificultades, sino que también la organización partidaria de la sociedad fue socavada. Si bien, antes la pertenencia al partido-Estado estructuraba las categorías de acceso a los recursos económicos y simbólicos controlados por éste, la nueva configuración sociopolítica de los años 1990 puso en cuestión estos canales de redistribución. De la misma manera en El Salvador, la ratificación de los acuerdos de paz y la reinserción política del FMLN se traduce en la desestructuración de los esquemas de vida establecidos por las organizaciones guerrilleras. En ambos casos, y a pesar de la creación de programas de reinserción en estos dos países, numerosos dependientes se vieron en la obligación de satisfacer sus necesidades valiéndose de sus propios medios. Para muchos de ellos, cuadros medios y personal político de las guerrillas salvadoreñas o de las estructuras locales sandinistas, este deber pasaba por la búsqueda de un empleo o de una actividad remunerada. El retorno a la vida civil fue muchas veces vivido, como una concesión entre la necesidad y la lealtad ideológica hacia los compromisos revolucionarios hasta entonces defendidos. Para los guerrilleros salvadoreños que no entraron directamente en el nuevo partido FMLN, o los cuadros del FSLN que no conservaron sus posiciones dentro del partido, la inversión personal en este tipo de organización fue pensada como un distanciamiento frente a las necesidades de sobrevivencia económica. Más que una profesión, presentan su nuevo posicionamiento como la continuación de su lucha revolucionaria. No obstante, detrás de este seguimiento de una vocación, se observa la continuidad de un modo de vida construido durante la guerra cuyas vías de reinserción (o sus ausencias) hacían difícil de conservar.

Sobre todo, la ausencia de competencias legítimas requeridas para iniciarse en tales empresas memoriales y los monopolios que éstas suponen, propician la removilización de recursos de lo más diversos. En El Salvador por ejemplo, estas iniciativas sobre la memoria corresponden a múltiples actores antes vinculados al FMLN: mujeres reconvertidas en militantes feministas; nicaragüenses que llegaron para dar apoyo a la guerrilla salvadoreña y se quedaron en el territorio tras el fin de la guerra; periodistas comprometidos que llegaron a ser la voz oficial de una radio clandestina de la guerrilla; o profesores de universidad que pertenecieron de alguna manera a organizaciones de masas de los grupos armados. En Nicaragua, estos especialistas de la memoria son a la vez antiguos brigadistas de la cruzada de alfabetización, brigadistas internacionales o dirigentes de estructuras sandinistas locales que jugaban un rol de intermediarios entre el poder y sus comunidades.

Aunque parcial, este inventario nos permite poner en relieve algunas características de estos reconvertidos. En El Salvador, las mujeres, los combatientes internacionalistas, los miembros de las organizaciones de masas y las familias de desaparecidos fueron en cierto modo, los grandes olvidados de los acuerdos de paz. Igualmente en Nicaragua, los brigadistas internacionales y los dirigentes locales de las estructuras sandinistas se vieron afectados frontalmente por la desestructuración de las ramificaciones del régimen. En lo sucesivo quedaron al margen de las nuevas estructuras partidarias. Muchos de estos actores tuvieron además un rol más político que militar. Fueron operadores de radio, miembros de representaciones diplomáticas del FMLN o de las organizaciones de masas sandinistas. Fortalecidos por competencias intelectuales adquiridas como periodistas, maestros o estudiantes, así como por su saber-hacer en tanto organizadores y mediadores por sus contactos con los cuadros nacionales de los partidos o con el exterior, fueron ellos paradójicamente los marginados de la desmovilización que tomó en cuenta prioritariamente a los combatientes. Por otra parte muchos se encontraron separados de las estructuras propiamente militares y de decisión. Este fenómeno es manifiesto en el departamento nicaragüense de Matagalpa, donde la Unión Nacional Opositora (UNO) obtuvo uno de sus mejores resultados en las elecciones de 1990, y donde muchos municipios pasaron a manos de la oposición antisandinista. En El Salvador, la reinserción política de las guerrillas también se tradujo en el abandono de territorios hasta entonces en manos de los guerrilleros. Quienes habían adquirido los roles de intermediarios y de correas de transmisión perdían así su razón de ser. Otros se encontraban a la vez excluidos de sus redes familiares de solidaridad, que funcionaban como otras tantas redes de protección para los excluidos de los programas de reinserción. Los internacionalistas por su parte, encontraron dificultades al momento de legalizar su situación migratoria, de obtener un trabajo formal o de instalarse en países donde no poseían bienes. Experimentaron también las contradicciones de su nueva calidad de extranjeros ellos que habían llegado a apoyar la revolución en nombre de un internacionalismo proletario, y que debían ahora enfrentar al nacionalismo antiimperialista de sus propios camaradas y de las organizaciones que habían apoyado. Las mujeres también descubrieron estas contradicciones al momento de su desmovilización o su despido por parte del Estado sandinista. Algunas de ellas habían obtenido puestos de comandancia o como altas funcionarias. Percibían una retribución salarial por parte del partido-Estado o de sus organizaciones de guerrilla. Sus misiones prolongadas en el extranjero, en otros departamentos o ciudades del país, contribuían también a una independencia de facto respecto a sus compañeros o familias. Además se habían impregnado de un discurso de la igualdad y de un sentimiento de participación política. Estas mujeres muchas veces vivieron mal el retorno al hogar, que pudo implicar un regreso a las tareas domésticas y a la dependencia hacia el jefe de familia. Situación agravada en El Salvador porque fueron excluidas de la repartición de tierras. Para aquellas que habían perdido marido e hijos durante la guerra; tanto como para las mujeres y hombres mutilados que viven su discapacidad como un estigma; las organizaciones de memoria representaron a menudo, un recurso para reafirmar su dignidad o resistir a una desafiliación inevitable. Este sector memorial fue entonces percibido como una franca oportunidad de reconversión para estos actores "en precariedad". Además se adaptaba a la perfección a sus competencias. No sólo podían invertir lo vivido durante sus experiencias revolucionarias, sino también una legitimidad intelectual requerida para el tema de la memoria. Pusieron ahí tanto sus competencias de organización como para la movilización de redes. Invirtieron a menudo una identidad propia, a veces un estigma, que llegaban a ser de esta forma el soporte de una nueva reivindicación. Muchos antiguos miembros de Radio Venceremos, órgano de propaganda del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), se lanzaron así en el rescate de la memoria histórica. Transformaron su formación periodística así como sus experiencias adquiridas en el seno de medios de difusión guerrilleros, en capital de conocimientos y de legitimidad para seguir sus nuevas actividades. Más aun, sus colecciones y archivos hoy "museografíados", reproducidos y vendidos al público, no son otros que las grabaciones de audio, fotos y videos acumulados durante la guerra y conservados tras los acuerdos de paz. Estas formas de patrimonialización son constitutivas de su nueva posición. También han movilizado sus redes para recuperar un conjunto de documentos y de objetos de la radio y de la guerra, y conformar con éstos las exhibiciones principales de sus proyectos. De la misma manera, las colecciones del Instituto de Estudios del Sandinismo han pasado a manos de la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas" (UCA) y son resguardadas por un equipo de investigadores, historiadores, bibliotecarios y conservadores, habiendo pertenecido en algunos casos al Ejército Popular de Alfabetización o a la brigada de rescate histórico delegada por el Ministerio de Cultura en 1980 para recuperar testimonios de la insurrección popular y del folclore nicaragüense. Actualmente estos diferentes actores elaboran proyectos de conservación y de recuperación de estos objetos de memoria, con el financiamiento de organismos internacionales tales como la UNESCO. Ahora bien, ¿cómo no percibir detrás de estos proyectos de rescate de la memoria, iniciativas para la conservación de posiciones enteramente dependientes de la sobrevivencia de estos mismos objetos?

Estrategias similares son las que están en el origen de la reconversión de organizaciones locales de la región de Matagalpa, antes vinculadas al poder sandinista, hoy en día movilizadas alrededor de la conservación de los logros alcanzados por la Revolución. Durante la guerra, estas organizaciones actuaban como captadoras de recursos atribuidos por el poder, y como eslabones de la defensa comunitaria contra los ataques de la Contra. Canalizaban por otra parte los recursos de la solidaridad internacional destinados a la reconstrucción del país y a la edificación de la revolución. La pérdida de gran número de municipios de la región a favor de la UNO puso en cuestión esas formas de redistribución. Los dirigentes de estas organizaciones removilizaron entonces sus redes de solidaridad alrededor de proyectos de rescate de las infraestructuras (escuelas, cooperativas, clínicas comunitarias) construidas anteriormente con la ayuda de estos mismos comités y brigadas internacionales. Estos proyectos mantienen servicios de proximidad para comunidades empobrecidas y privadas de los recursos del poder central. Permiten a la vez a un personal político local en declive conservar sus roles de intermediarios, incluso de caciques locales, adquiridos durante la revolución. Las fuentes financieras permiten así a los dirigentes de estas organizaciones mantener sus redes de dependencia y conservar sus zonas de poder e influencia.

Estas estrategias de preservación de un modus vivendi se acompañan por otra parte, de estrategias de reivindicación de derechos. Estas lógicas no menos prosaicas son ante todo aprovechadas por actores que fueron marginados después de la guerra. El ejemplo paradigmático es con toda evidencia, el de las iniciativas de recopilación de testimonios de mujeres combatientes del FMLN, publicados por las organizaciones feministas salvadoreñas. La mayoría de estas publicaciones subrayan el papel crucial que jugaron las mujeres en los combates, ya sea como guerrilleras o cocineras. Por otra parte, estos escritos insisten en el abandono y el desinterés que mostraron hacia ellas las diferentes organizaciones de guerrilla. Estos testimonios fueron convertidos así en la razón de ser de las organizaciones feministas. La misma demanda de reconocimiento y visibilidad que da lugar a estas publicaciones, está presente en movilizaciones y en la inauguración de monumentos por parte de organizaciones de familias de desaparecidos, por ejemplo asociaciones de madres. Inspiradas por la gesta de "las madres de la Plaza de Mayo" en Argentina, éstas reclaman la verdad sobre la suerte de sus maridos, hermanos e hijos. Esta voluntad de revelación también se acompaña tanto de la constitución de organizaciones y de puestos especializados en la restitución de la verdad, como de reivindicaciones más concretas de reparaciones morales.

 

La constitución de nuevos roles políticos

Tales prácticas de producción de la memoria nos recuerdan que éstas son dependientes de procedimientos rituales. Cada año, en El Salvador, asociaciones de víctimas de la guerra organizan visitas conmemorativas a lugares donde estuvieron instalados campos de refugiados o donde se descubrieron tumbas clandestinas. Un verdadero culto acompañó el desarrollo de estos procedimientos conmemorativos. Largas marchas a través de senderos escarpados para llegar al lugar de la conmemoración, la presencia a medio camino de mujeres agotadas por la distancia, o la presencia de un hombre de Iglesia quien inaugurara el acto con una oración, constituyen otros tantos elementos que participan de la escenificación de un viacrucis político. El conjunto de la ceremonia memorial está orientado hacia la encarnación del martirio compartiendo el sufrimiento del cuerpo y la conmoción de las familias evocando los traumas por los desplazamientos forzados o exhibiendo las fotos en blanco y negro de sus hijos desaparecidos. La omnipresencia de la figura de Monseñor Romero y de la Iglesia católica, encarnada por el cura, inscribe a esta misma población en un cuerpo mártir. En el año 2009, una joven antropóloga3 pudo experimentar ella misma una de estas conmemoraciones. En tanto voluntaria de una asociación de búsqueda de los niños desaparecidos durante la guerra, asistió a la conmemoración de una masacre en el departamento de Chalatenango. Organizaciones de derechos humanos, familias de víctimas y visitantes, se habían reunido entonces en el Río Sumpul, donde el ejército salvadoreño solía tirar los cuerpos de sus prisioneros y donde masacró a unas 300 personas que huían de una ofensiva llevada a cabo en mayo de 1980. Su primer recuerdo evocaba un camino agotador de varias horas para llegar al lugar de la conmemoración. Luego recordaba el desarrollo de la actividad con constantes referencias a Monseñor Romero y su sacrificio. El obispo dio las gracias a Dios por los muertos que perecieron bajo el fuego de la balas, librándose de esta forma de una muerte dolorosa y de la tortura. Su presencia misma había sido percibida como una suerte de "milagro". Evocó luego la prueba del regreso. Habló de su propio desistimiento y de su regreso montada en un burro después de que un campesino la auxilió al encontrarla acostada al borde del camino. El sentido religioso del acto se le imponía. Se percibió por un instante –no sin ironía– como una virgen montada en un burro, pero la dureza de la experiencia había provocado su comunión con el sacrificio y el martirio de los campesinos caídos antes en el mismo lugar. Estas conmemoraciones tienen como objetivo hacer presente el recuerdo de las masacres de guerrilleros y las poblaciones bajo su control. Las asociaciones con una Iglesia mártir y el lenguaje sacrificial utilizado, tienden a dotar los combatientes y a sus simpatizantes de un compromiso "puro" e "inspirado". La protección divina evocada por el obispo atestigua igualmente la justeza de su causa. Civiles y guerrilleros son así confundidos en una misma población víctima.

Este trabajo de victimización se ve reforzado por otras prácticas memoriales. En varias grandes ciudades de El Salvador, estas asociaciones de conmemoración han formado comités encargados de la edificación de monumentos dedicados a las víctimas de la guerra. Sobre superficies de mármol son yuxtapuestos miles de nombres escritos por orden alfabético. Se juntan figuras políticas, curas comprometidos, sindicalistas, opositores al régimen, combatientes anónimos y numerosos civiles muertos por balas perdidas o asesinados por resultar sospechosos para los cuerpos de seguridad. Estos ausentes heterogéneos son así presentados al público formando una suerte de "bloque"4 y por esta razón se confunden en la inocencia y el anonimato. Siendo estos nombres absorbidos de esta manera por el crisol de una masa "civil" víctima de la represión o muerta bajo el fuego cruzado de los combates. La referencia en estos monumentos o durante sus inauguraciones, a Monseñor Romero o a los jesuitas de la Universidad Centroamericana no sólo aspira a reafirmar el martirio asociado con esta población víctima. La engarza a la vez en un "linaje creyente" que ha condenado la violencia armada, el maximalismo de los dos bandos, y luego han abogado por la paz y la reconciliación. Asociación imaginaria que da lugar a la invención de una "población civil" pasada, devenida en sinónimo de una "población mártir".

Las prácticas de culto que acompañan la creación de estos lugares de memoria tienen igualmente como objetivo visibilizar una "sociedad civil" actual que no sería otra que la heredera de esta población mártir del pasado. Estas acciones de memoria son así presentadas como las iniciativas de esta "sociedad civil" cuyo propósito sería encargarse de su propio trabajo de memoria. La presencia de antiguos refugiados, de madres de desaparecidos y de asociaciones de víctimas llega a simbolizar una población también víctima de los silencios del Estado. Más todavía, las escenificaciones de sus sufrimientos y de sus traumas actuales llegan a formar cuerpo con el martirio y los sufrimientos del pasado. Se establece así una continuidad entre población civil pasada, víctima directa de la guerra, y quienes por identificación de condiciones llegan a representar una "sociedad civil". Suerte de homenaje de una población hacia sí misma, estas inscripciones espaciales y ceremoniales de la memoria tienen como objetivo construir una "sociedad civil" imaginada en el contínuum de la victimización.

Ahora bien, ¿cómo no percibir tras esta invención de una sociedad civil, la creación de un sector social en nombre del cual nuestros actores quieren llevar sus empresas de memoria? Más allá de la propia conmemoración y de la edificación de un lugar de memoria, se asiste durante esos actos a un rito de institución cuyo propósito es instaurar una población de derechohabientes. Al hacer de la "sociedad civil" la depositaria del sufrimiento pasado y de los silencios presentes, encerrándola en una categoría de víctima, las ONG y asociaciones que guían estas acciones legitiman su rol de acompañantes de las poblaciones ultrajadas. Son varios los que justifican sus empresas en nombre de la ausencia de interés por parte del Estado y de los partidos políticos tanto de derecha como de izquierda. El Estado es entonces abiertamente designado como adversario y destinatario de estas acciones. Enarbolando las recomendaciones de los acuerdos de paz y de la Corte Internacional de Justicia, el Estado es requerido para que de reparaciones morales a los que son ritualmente instituidos como derechohabientes. La presencia de periodistas y de ONG que redactarán escritos para difundir el acontecimiento en la red, o de representantes de la Iglesia, confirma el carácter reivindicativo de estas construcciones memoriales.

Se comprende mejor el florecimiento de los trabajos sobre la memoria en el mundo de las ONG y de las universidades. Mediante estos testimonios se agrega en una misma población víctima desde los ex combatientes del FMLN o de la revolución sandinista, hasta los "subalternos": refugiados, desplazados, mártires de las iglesias y de la UCA, poblaciones campesinas e indígenas masacradas. Estos últimos trabajos sobre la memoria de las poblaciones indígenas, inspirados por lo demás, en escritos de historiadores comprometidos como Charles Hale o Jeffrey Gould, rinden cuenta de una correlación entre la construcción de "poblaciones víctimas" y la invención de una "sociedad civil" o la extensión de sus parámetros. Las publicaciones de Jeffrey Gould, primero dedicadas a Nicaragua y más recientemente a El Salvador, introducen una reflexión sobre el mestizaje y la represión como proceso ideológico que invisibilizó a las poblaciones indígenas y silenció sus memorias. No sólo estos argumentos son recuperados por actores quienes como nuestros cuadros locales sandinistas reconvertidos en líderes indígenas, apoyan así sus reivindicaciones territoriales redescubriéndose autóctonos y acusando la represión del Estado "Ladino". Pero estas poblaciones campesinas pasan a simbolizar a una sociedad civil ultrajada por el silenciamiento de sus memorias, víctima de genocidios olvidados, y de este modo terminan por agregarse a otros descendientes de las víctimas de la guerra. Poco a poco, a través de un trabajo de reconstrucción de la memoria de poblaciones víctimas propio de los Subaltern Studies, profesores comprometidos, asociaciones y ONG que se especializan en estas actividades contribuyen a la invención de un sector social con el cual harán un sólo cuerpo y en nombre del cual toman la palabra.

Estos posicionamientos son entonces la ocasión para los dirigentes de estas organizaciones de construir un rol político ajustado a sus competencias profesionales. ¿Cómo no ver en la insistencia de estos dirigentes por recuperar la figura de un Monseñor Romero, o sus referencias a los organismos del derecho internacional, un mismo procedimiento de inserción en una genealogía de intérpretes? El uso de un vocabulario jurídico (víctima, genocidio, crimen de lesa humanidad, etcétera) así como la utilización de tratados internacionales y de leyes nacionales, constituyen otras tantas puestas en escena de competencias especializadas de quienes dirigen estas organizaciones. Es más, las categorías jurídicas utilizadas redirigen las responsabilidades del Estado al rango de crímenes imprescriptibles. La construcción de una razón de actuar encuentra así las competencias jurídicas de muchos de nuestros actores, lo cual legitima la toma de palabra y el acompañamiento de víctimas pensadas como condenadas al silencio. Este proceso de legitimación de un rol de portavoz es escenificado por sus propios detentores. Durante estas ceremonias de inauguración de los monumentos de memoria, la separación entre dirigentes y beneficiarios salta particularmente a la vista. Estos últimos están compuestos por familias campesinas, que son llevadas al lugar en buses de las organizaciones o de las alcaldías. Categoría social desprovista que deviene recurso por el sólo hecho de haber sido condenada a ser "callada o hablada" como diría Pierre Bourdieu (1984). Los discursos son en realidad pronunciados por portavoces: representantes de una iglesia, de autoridades locales o de una ONG. Las familias de las víctimas quedan espectadoras y beneficiarias de un acto desarrollado en sus nombres. De la misma manera, las fotos que blanden de sus desaparecidos, son otras tantas señales de una dimisión a expresar políticamente sus reivindicaciones, por usurpación de las palabras que les harán falta. La joven antropóloga que había asistido a la conmemoración de la masacre del Río Sumpul dijo no haber podido grabar las entrevistas. Recordaba la dificultad de las personas para expresarse: "La gente está demasiado conmovida" dijo ella. "Apenas pueden hablar", tenían la "voz cortada", "con mucha pena", las "lágrimas al borde de los ojos" (al borde del llanto).5 Durante esta conmemoración, sólo el obispo y el representante de una ONG habían tomado la palabra. La carga emocional que acompaña estas ceremonias encierra a la asistencia en una categoría de víctimas. Nos podemos preguntar si esta misma emoción no tiene por vocación cortar la palabra (a causa del llanto por ejemplo), dificultar el habla, incluso provocar la censura de una expresión política por el predominio de categorías morales que emergen del recuerdo de las pérdidas y de los sufrimientos. Estos actos de culto constituyen también del mismo modo una oportunidad para instituir simbólicamente una división del trabajo de la memoria, que no es otra que una réplica de las diferenciaciones propias de las organizaciones analizadas por McCarthy y Zald (1977), donde por una parte están los profesionales encargados de la movilización de recursos discrecionales y de la toma de la palabra, y por otra, los miembros y simpatizantes que abastecen estos recursos, aun cuando estos recursos resultan ser ellos mismos.

Estas formas de institución de la toma de la palabra y de atribución de competencias específicas se ven fortalecidas de otro modo por la movilización de recursos científicos. Una gran parte del trabajo de nuestros empresarios de memoria consiste en publicar libros históricos o jurídicos sobre las masacres o sobre la memoria de las víctimas de la guerra. Este acto por excelencia de un mundo intelectual, se acompaña del préstamo de terminologías y metodologías propiamente académicas para describir sus proyectos. Las nociones de: "rescate de la memoria histórica", de "lucha contra el caos de la desmemoria", y de metodología "investigación y acción participativa" dotan a este trabajo de memoria de un aura de cientificidad. Además, nuestros actores reconvertidos actúan a menudo en alianza con el mundo universitario. Son antropólogos, sociólogos y periodistas, quienes desde sus museos, institutos de historia y universidades, llevan investigaciones sobre la memoria de la guerra salvadoreña o de la revolución sandinista. Al mismo tiempo, acompañan a sus investigados en proyectos de construcción de pequeños museos y de reivindicación de sus derechos (los museos vienen a apoyar estas reivindicaciones). Pero sólo es posible entrever claramente estas estrategias de "cientifización" de prácticas militantes a la luz de los juegos simbólicos movilizados por estas organizaciones y sus dirigentes. Éstos están dispuestos a impartir conferencias y seminarios sobre la memoria histórica y la identidad nacional y son entrevistados por medios de difusión. Algunos exhiben premios internacionales que recibieron para su trabajo de "rescate participativo" de la memoria de tal o cual población indígena. Otros cargan sus museos de un contenido artístico o etnográfico. Algunos diversifican sus actividades con un trabajo de recopilación de archivos, de restauración o de consultoría para investigadores y estudiantes. Varios museos se dotaron igualmente de un sello editorial a través del cual el director publica sus autobiografías, documentales sobre la memoria histórica o trabajos de historiadores nacionales o extranjeros. Los beneficios simbólicos vinculados con la movilización de una red de investigadores responde a la medida del rol de "intelectual de organización" (McCarthy y Zald, 1975) que este tipo de actor pretende forjar.

No sólo este rol de "intelectual orgánico" tal como prefieren llamarlo algunos de ellos, se ajusta a las competencias culturales que poseen, sino que la redefinición de esta nueva posición en términos de científicos sociales les permite también sacar provecho de un capital político adquirido durante la gesta revolucionaria. Estos cruces de registros científicos y militantes que salen de estos procesos, dibujan un rol que favorece la construcción de una identidad político-profesional. La idea de continuidad de una lucha por otros medios como consecuencia de ello, muestra cómo esta nueva posición permite a nuestros actores resolver las tensiones ya mencionadas entre lealtad ideológica y necesidades profesionales. Es más, la cercanía de estos reconvertidos con los objetos de memoria, viene a distender las relaciones con la necesidad de reclasificación y de esta manera, a ocultar las estrategias de reconversión que suponen estos intereses por la memoria. Al contrario, todo pasa como si la manipulación de los bienes simbólicos de la memoria se aureolara de un efecto de retorno a las fuentes o de guardián de la pureza del compromiso pasado. En Nicaragua, el Instituto de Historia de Nicaragua ha desarrollado un conjunto de actividades alrededor de la memoria histórica de las poblaciones indígenas, de la revolución, de Sandino, y de otros personajes de la historia nicaragüense. Una parte de sus actividades están hoy en día dedicadas a la restauración, el análisis y la difusión de estos archivos, así como de los bienes personales que pertenecieron a algún personaje histórico. Este trabajo es también notablemente dirigido a los testimonios de la insurrección popular, grabados sobre bandas magnéticas o transcritos en diarios acumulados por las brigadas de alfabetización en 1980. Uno de los últimos proyectos del Instituto dio lugar a la organización de un tren cultural, una suerte de exposición itinerante de objetos y archivos restaurados que narran, no sin nostalgia, la experiencia de la cruzada de alfabetización sandinista. Esta iniciativa pedagógica, destinada a las generaciones jóvenes, tiene por objetivo anunciado el recordar una historia que tiende a ser olvidada. Ahora bien, después de la caída del régimen, y más aun, con el regreso de Daniel Ortega al poder, este instituto ha devenido en bastión de la crítica intelectual a los apparatchiks del FSLN y al poder familiar del nuevo presidente. Cercanos a antiguos miembros eminentes de la Revolución, hoy en día figuras visibles del Movimiento de Renovación Sandinista, estos especialistas e historiadores transponen sus posiciones políticas a través de sus trabajos sobre la memoria. Sus publicaciones y exhibiciones sobre Sandino o la cruzada de alfabetización, no solamente redirigen simbólicamente a este instituto y sus miembros, a las horas gloriosas de la revolución y a sus "orígenes". También luchan así contra el intento del FSLN de acaparar la historia del sandinismo. En ese sentido sus trabajos de rescate histórico son en un plano científico el equivalente del trabajo político de "renovación sandinista".

Además estos actores de la memoria hacen igualmente un sólo cuerpo con los objetos que manipulan. Conservando y restaurando los archivos del sandinismo de la primera hora y de sus héroes inspiradores, llegan a encarnar a estos mismos objetos y al pasado que contienen. Dicho de otra manera, por la conservación de los bienes simbólicos de la memoria del sandinismo, su identidad político-profesional se convierte en "conservatorio" del sandinismo.6 De esa prolongación del objeto a la identidad se deriva la dimensión política del preservador y guardián del pasado. Hasta el regreso al poder de Daniel Ortega, la entrada del IHNCA estaba ornamentada con un retrato de Sandino esculpido en mármol. Resultó recuperado por el nuevo poder en el 2009. Para el Instituto esta escultura imponente del General de Hombres Libres era una señal de su identidad sandinista y de su rol de conservador del espíritu del héroe nacional. Se nota aquí la medida en la cual la conservación de los objetos de memoria entra en una lucha de pretensiones por encarnar la revolución y sus ideales. Se nota también como las iniciativas memoriales de este Instituto pueden proceder al mismo tiempo de una resistencia contra las intenciones del FSLN, y en particular de Daniel Ortega, de trazar un continuum entre el nuevo poder y la gesta de Sandino o la epopeya del Ejército Popular de Alfabetización.

Estas prácticas memoriales están en ocasiones más orientadas a neutralizar a competidores que aparecen con las nuevas posiciones adquiridas. Varios de estos lugares de memoria que se constituyeron alrededor de archivos de la guerra no develan nunca sus colecciones, y ni siquiera permiten el acceso a los historiadores. Argumentan su decisión ya sea escudándose tras la obligación de preservar sus documentos de un posible deterioro, o con justificación de que no pueden hacerlos leer a desconocidos quienes no sabrían interpretarlos y podrían parcializar su lectura. Cuando se trata de historiadores extranjeros, en ocasiones explican que esta historia de la guerra tiene que ser realizada por nacionales, por quienes la vivieron, y no por extranjeros que se conducen como saqueadores de la historia latinoamericana. Estas formas de patrimonialización dan testimonio de la construcción de una posición que depende enteramente del control de la información. Ahora bien, haciéndose profesionales de la conservación, estos empresarios se ponen en contacto con historiadores quienes disponen de un saber-hacer a veces percibido como una amenaza.7 Su exclusión subraya hasta qué punto su entrada en este mundo profesional no está vinculada con la adopción de competencias específicas o académicas, sino más todavía, viene asociada a la patrimonialización de archivos y de información, cuyo control representa en sí mismo una fuente de poder. Es más, el hecho de sustraer sus fondos tanto de la mirada de especialistas como de profanos constituye el valor mismo de su posición. Afirman así que sus documentos y la información que contienen, son, a tal grado, preciosos e inéditos que no pueden ser mostrados. Se dotan consecuentemente de un poder ficticio que les permite minimizar los juicios de los especialistas a los cuales están sometidos. Lejos de dar paso a un juego de competencias académicas, estas prácticas de patrimonialización apuntan sobre todo a neutralizar cualquier posibilidad de deslegitimación de sus posiciones, ya sea por la desvalorización de sus archivos o de sus modos de conservación. Su nuevo oficio de conservador los coloca en una situación de vulnerabilidad profesional. Por otro lado, les permite a la vez neutralizar una vulnerabilidad política relacionada con las distancias partidarias que les caracterizan. Estas formas de presentarse como "partícipes del secreto" o "detentor de una información comprometedora" constituyen otras tantas formas de complicidad, entabladas con cuadros políticos y otras posibilidades de obtener retribución por su lealtad así demostrada.

Las inversiones en el sector de la memoria se acompañan con un reposicionamiento político. Podríamos multiplicar los ejemplos mostrando cómo la construcción de museos precolombinos en Nicaragua permitió a antiguos cuadros locales sandinistas recomponer sus contra-poderes partidarios y sus clientelas políticas en municipios pasados a manos del control de liberales. De la misma manera, los museos sobre la guerra en El Salvador permiten a sus dirigentes crear una posición de intelectual militante conforme con los capitales que pueden reconvertir. Otros ocupan estas posiciones como verdaderos espacios de oposición en una lucha de pretensiones por la encarnación de la Historia. Como mínimo es seguro que se perfila en todos los casos, la invención de un estatuto de profesional de la memoria. Estos empresarios se convierten así en especialistas de la escritura y de la toma de la palabra. Nueva posición que les abre las puertas a un espacio político a través de su participación en instancias estatales o por sus intervenciones repetidas en los medios. Sus trayectorias no se limitan entonces a las organizaciones de memoria que constituyeron. En muchos casos, se ven atribuidos un rol dentro de organismos públicos de defensa de los derechos humanos, o puestos de consultores en la Asamblea Nacional o para partidos políticos, incluso como en el caso de los líderes sandinistas reconvertidos en lideres étnicos, de acceso a los puestos de alcalde, de consejero municipal o de diputado.

 

¿Una democratización memorial?

El crecimiento de este interés por la memoria aparece por tanto, vinculado con estrategias de reclasificación política. Estas nuevas posiciones oscilan no obstante entre la reconducción de esquemas político-militares y la adopción de una retórica democrática. Estas ambigüedades están fundamentalmente relacionadas con el beneficio sacado de recursos adquiridos durante la guerra. La eficacia de esta nueva posición reside en efecto, en una capacidad de formar un sólo cuerpo con un militantismo pasado. La valorización de lo vivido para los empresarios de la memoria, hace de ellos otros tantos testigos de los sufrimientos y de las injusticias de la guerra. Estos relatos les permiten igualmente presentarse en la continuidad, como combatientes de las injusticias. Esta doble identidad de testigo-viviente y de luchador social, será transferida a un espacio político o al mundo de la cooperación ávido de expertos militantes de la pobreza.

Estos fenómenos van acompañados por una reactualización de esquemas políticos-militares anteriormente en vigor. El ejemplo más contundente es el de los cuadros locales sandinistas convertidos hoy en día en líderes indígenas. Su memoria del periodo revolucionario es presentada entonces como un instrumento construido alrededor de luchas recientes por la reivindicación de derechos territoriales, en particular de la retención de impuestos territoriales. Sin renegar de sus antiguas pertenencias al partido-Estado, estas luchas son reinterpretadas en términos de luchas indígenas por la tierra. Restableciendo la identidad étnica de algunos sindicalistas locales del Partido Socialista Nicaragüense y de otros personajes comunitarios que se habían opuesto al régimen somocista, éstos inventan una filiación imaginaria entre lucha sandinista y lucha indígena. La reforma agraria y el nacimiento de cooperativas al principio de los años ochenta son presentadas como una victoria de sus reivindicaciones ancestrales. Sus discursos dibujan acercamientos históricos entre la gesta de un Sandino, del FSLN, y la de su comunidad indígena. Así, su imaginario refleja un sistema de asociaciones antinómicas entre, por un lado, la organización étnica/indígena/sandinista y por el otro, la autoridad municipal/español (-ladina)/liberal. Estas fusiones entre identidades étnicas y políticas, rebuscadas en la historia y en los recuerdos, están entonces en el origen de la reactualización de polarizaciones entre un pueblo-uno y el enemigo del pueblo. Con la reivindicación de etnización, estos actores también reconducen una oposición entre subculturas sandinista y liberal que se traduce por el mantenimiento de clientelas y de relaciones de exclusión a veces violentas. Sin embargo, los juegos de memoria se caracterizan por dinámicas contradictorias que pueden ir a la vez en el sentido de un distanciamiento de esquemas político-militares de antaño, y de sus reconducciones presentes, así como de una desincorporación de lo social y de una recomposición simultánea de subculturas partidarias.

Estos tipos de acondicionamientos son paradójicamente una oportunidad para poner distancia con momentos poco gloriosos de las experiencias revolucionarias: asesinatos internos, ejecuciones sumarias, errores tácticos, abandono de los dependientes. Pasando de la confesión a la desresponsabilización, nuestros convertidos escenifican su propio retorno a la vida civil. Estas memorias son igualmente una oportunidad para retornar sobre impases que les condujeron a tener que defenderse contra la agresión y la represión. En este sentido "la elección de las armas" es de ahora en adelante presentada como "un mal necesario" que ya no tiene razón de ser. Estas presentaciones son también así destinadas a marcar una ruptura temporal entre pasado y presente. Son otras tantas señales que devuelven la barbarie al pasado, y que expresan un presente civil y democrático. Sin embargo, el trabajo de memoria aquí efectuado no tiene como efecto el reconducir tal cual el pasado, sino más bien someterlo a relecturas profundas. Estos usos de la memoria van de la mano, en efecto, con la imposición de una mirada nueva sobre los contextos de guerra. En el caso salvadoreño, hemos mostrado como la instauración de un contexto de paz va acompañada con oportunidades de reclasificaciones captadas por una parte de guerrilleros del FMLN. Participaban así de la escenificación de un posible retorno del caos y legitimaban sus empresas de memoria en nombre de la consolidación de la paz. Además, estos actores se hacían eco de un Monseñor Romero, o de las recomendaciones de las comisiones onusianas, identificando en la violencia armada el advenimiento de una locura. Los reposicionamientos de estos antiguos actores políticos-militares implican entonces nuevos principios de visión contrarios a los esquemas de acción y de representación en vigor en la época. La acción armada de la cual formaban parte es de ahora en adelante percibida como "una guerra fratricida" y una "sin-razón", cuando sabemos que fue pensada como la partera de un mundo nuevo y una fuente de dignidad.8 Así la adopción de estas nuevas posiciones se presta a la escenificación de verdaderas conversiones que consisten en borrar esquemas de acción y de representación del combate amigo-enemigo, a beneficio de una adhesión al "magisterio moral de la Iglesia" y al punto de vista pacifista de la onu.9 De la misma manera en Nicaragua, la inscripción de los empresarios de memoria en un discurso de "reconciliación nacional" va acompañada con la adopción de una nueva mirada sobre la guerra. Ésta deviene la expresión de un enfrentamiento fratricida, donde el enemigo era ante todo concebido como un extranjero. En tanto para entonces la guerra anunciaba una sociedad civil liberada de sus divisiones, es ahora percibida como el fundamento de una disolución del tejido social.

Los empresarios de memoria son así llevados a difundir nuevas lecturas de las gestas revolucionarias. Bajo la pluma de intelectuales y universitarios encargados de rehabilitar la historia y sus protagonistas emergen como "héroes nacionales", es decir "reapropiables" por los campos antes enemigos. El ejemplo más contundente es el trabajo realizado alrededor del poeta salvadoreño Roque Dalton. Son muchas las producciones sobre la vida y la obra de esta figura de la "generación comprometida". Deviene de esta manera el jefe de filas de una corriente literaria, aun más que política. Personaje tanto más reapropiable al haber sido ejecutado por su propio bando durante luchas intestinas, encarna hoy las derivas militaristas de la guerrilla. El tratamiento artístico del cual es objeto y su disolución en una corriente poética, lo ha elevado poco a poco al rango de poeta nacional. Efecto de "autor-ización" que tiende en una misma medida a borrar su relación con la violencia armada y a individualizarlo en una rebeldía-bohemia. Este trabajo intelectual de la memoria abre entonces posibilidades de crear una "comunidad imaginaria", por el hecho de borrar las divisiones antes en juego. La creación de una comunidad de iguales es, de la misma manera, favorecida por el tratamiento artístico de los objetos de guerra operado por ciertos museos. Las bombas y otros armamentos puestos en vitrina se convierten en reliquias. La música y las fotos de combatientes son enmarcadas, dispuestas, etiquetadas por un nombre (compositor, fotógrafo, título o nombre de la persona retratada), y así vaciados de su contenido original: la propaganda. Estos efectos de estetización de la guerra, enteramente determinados por las exigencias profesionales de un nuevo rol de "conservador" y las lógicas propias de la museografía, tienden a borrar los esquemas político-militares en el origen de los enfrentamientos armados. Por otra parte, la publicación de testimonios de mujeres ex combatientes del FMLN, apoyando la constitución de organizaciones feministas y sus reivindicaciones, son otras tantas críticas al abandono, emitidas en dirección a las organizaciones de guerrilla, y de disolución de divisiones partidarias en una identidad genérica de mujer. En Nicaragua, la proliferación de trabajos sobre la memoria de las poblaciones indígenas, que legitiman reivindicaciones territoriales, obligan a los sandinistas reconvertidos a marcar distancias con una revolución que habría desconocido la especificidad de sus derechos históricos. Finalmente, la constitución de organizaciones de ex combatientes de las fuerzas armadas y de la guerrilla, las cuales, como en El Salvador, fueron asociadas y caminan lado a lado por la reivindicación de indemnizaciones, o también de asociaciones especializadas en la reivindicación de derechos para las víctimas de la guerra de ambos lados, nublan también las divisiones pasadas.

Aquí se ve muy bien cómo estrategias de reconversión con propósitos a veces muy concretos, pueden dar lugar a la emergencia de sentimientos democráticos. La reivindicación de derechos frente al Estado, así como la movilización de recursos jurídicos que apoyan estas demandas y la constitución de organizaciones encargadas de llevarlas, son generadores de un proceso de "des-imbricación del poder y de la ley" a través del cual el derecho termina representando una entidad exterior e imborrable frente al poder (Lefort, 1986a). De forma paralela, el conjunto de las distancias expresadas frente a las pertenencias político-militares del pasado, así como las fraternizaciones imaginarias que subsisten a éstas, proceden de lo que Claude Lefort (1986b) nombró como proceso de "desincorporación" al origen de la experiencia democrática.

 

Las luchas memoriales

Estas nuevas lecturas efectuadas por empresarios de memoria son a veces objeto de críticas desencantadas. El Diario Co Latino, un periódico metropolitano cercano al FMLN, se hizo así el crítico del pluralismo que supone el trabajo histórico. En un artículo titulado Museo de la Revolución en Perquín se convierte en velo del olvido (Gómez, 2007), reprochó las consideraciones de antiguos combatientes, hoy convertidos en conservadores de un museo dedicado a la revolución, quienes aseguraban que su propósito "no tenía bandera política partidaria" y que "podían venir a narrar la historia tanto un militante de izquierda, como de la derecha". Mientras estos se defendían de haber invitado a una fundadora del partido de derecha Arena y un alto oficial del ejército, el periodista hacía del museo en cuestión "un velo del olvido" y busca en la atracción por el dinero o en los detalles lujosos del despacho del director (azulejos blancos, sillón suntuoso) el sentido de estas fraternizaciones "contranaturales". Esta crítica supera no obstante el marco del museo para inscribirse en una crítica general de las vocaciones militantes que se han redefinido después de la guerra. Tras las sospechas del beneficio, es el "propósito sin fines de lucro" de estas asociaciones de un nuevo tipo el que está en entredicho. Lo inconcebible de un compromiso a-partidario está resuelto aquí únicamente a través de la enunciación de una "astucia ambiciosa". Siguiendo al periodista, el compromiso político únicamente puede ser partidario.

Estas tensiones atestiguan la aparición de un militantismo en ruptura con las concepciones de los partidos políticos. Este militantismo tiene que ver con múltiples identificaciones con el mundo de la experticia y de la "sociedad civil". El desarrollo ya no es más así, un asunto de un número reducido de políticos, tampoco destinado sólo a los sectores populares. Es de ahora en adelante concebido como responsabilidad de "todos", y destinado a este cuerpo indeterminado que es "la sociedad". Esta forma de ampliar la relación con el desarrollo también es una manera de extender los horizontes profesionales. Estos empresarios se presentan como capaces de tocar las clientelas que superan las divisiones partidarias, así como de combinar las esferas de poder y de financiamiento. Fortalecidos por esta imagen, se inscriben más que nunca en nuevos discursos burocráticos salvadoreños o nicaragüenses. Durante su discurso inaugural del 2009, el nuevo presidente salvadoreño afirmó también sus intenciones de conformar su aparato de gobierno sobre el modelo de la meritocracia. Los Ministerios cercanos a la Presidencia fueron también puestos en manos de expertos en temas jurídicos, financieros, económicos o culturales. Estas colocaciones resultaron a su vez posibles gracias a la cooptación de un personal proveniente de think tank del desarrollo o de universidades, y gracias también a una red amplia de conocidos vinculados a las ONG de defensa de los derechos humanos y de recuperación de la memoria. Estas maneras de reclutamiento no se dieron sin crear tensiones con el FMLN. Mauricio Funes fue muchas veces considerado como excesivamente "burgués", y no lo suficientemente "popular". Estas críticas tenían como propósito hacer notar su escasa presencia en las concentraciones de los militantes del FMLN y su preferencia por juntarse con sus "amigos", refiriéndose al grupo de "amigos de Mauricio". Esta red compuesta de intelectuales, de empresarios y personajes políticos que no pertenecen al partido se tejió alrededor de algunas personalidades jefes de empresas sociales, de grandes ONG de desarrollo y de la universidad jesuita. Es desde esta red que fueron reclutados numerosos funcionarios de la nueva administración, en detrimento de las clientelas del partido. El peso creciente de las organizaciones no-gubernamentales y de las instituciones privadas de interés público en la constitución de burocracias y de redes de acceso al Estado, explica también el interés creciente por estas empresas de memoria. Por su proximidad con redes comprometidas, de militantes, de periodistas o juristas, este espacio ofrece a sus inversores la posibilidad de transitar dentro de círculos de pretendientes al poder. Permite a la vez jugar con ambigüedades de una profesión militante que distanciándose del partido, reivindica sin embargo una experticia técnica, científica, o desarrollista que permite afirmar disposiciones burocráticas y una imagen de "servidores públicos".

Las manipulaciones de la memoria de la revolución sandinista por el nuevo poder de Daniel Ortega constituyen también nuevas oportunidades. Desde su reelección en el 2006, el antiguo comandante y sus cercanos han multiplicado señales de continuidad. El trigésimo aniversario de la revolución fue una oportunidad para avivar el pasado glorioso de la cruzada de alfabetización. El 19 de julio, el nuevo poder prometió anunciar la erradicación definitiva del analfabetismo en Nicaragua, engarzándose simbólicamente con la revolución, y estableciendo al mismo tiempo su poder actual como la prolongación y la conclusión de ésta. Pero paradójicamente, los sandinistas multiplicaron también las señales de ruptura con el pasado. Daniel Ortega se exhibe con los enemigos de antaño, firmando por ejemplo, un pacto con el ala liberal de Arnoldo Alemán, sin embargo habiendo sido éste, por parte de esos mismos sandinistas, recluido en casa por cárcel debido a actos de corrupción. Su gobierno acogió también, en las más altas esferas, a antiguos Contras y a una Iglesia conservadora antes hostil. Con el pretexto de la reconciliación, consigna de su campaña electoral, lo que queda del FSLN redibujó entonces las configuraciones políticas a través de pactos y lealtades personales a la nueva presidencia. El discurso de la memoria de Daniel Ortega es ante todo una metáfora de sus políticas clientelistas. Su propósito es efectivamente, ampliar sus redes de redistribución hacia esferas de influencia liberales antisandinistas, conservando también clientelas más tradicionales. No sorprende entonces encontrar hoy a la cabeza de puestos municipales, a aquellos mismos que habían apostado por el indigenismo-sandinista antes del 2006. Su capacidad para reunir a una clientela a la vez liberal y sandinista alrededor de una memoria común indígena les permitió ser nombrados candidatos por las instancias del partido. Reconvirtieron entonces sus clientelas indígenas en otros tantos miembros y beneficiarios de los Comités de Poder Ciudadano. Varios de los sandinistas que participaban de esta red de organizaciones de desarrollo de la memoria y del turismo memorial se encuentran por otra parte, ocupando puestos municipales. Si bien en Nicaragua estas prácticas se inscriben en menor medida en la formación de una burocracia experta, no responden menos a la constitución de redes y clientelas creadas por el interés de tener vías de acceso a puestos de poder.

Los oponentes a Daniel Ortega también usan las mismas ambigüedades. Desde hace ya varios años algunos multiplicaron los relatos autobiográficos para desmarcarse de Daniel Ortega. Representan una oportunidad para reafirmar sus ideales revolucionarios. Los escritos de Sergio Ramírez (1999), de Ernesto Cardenal (1999) o de Gioconda Belli (2001), son por ejemplo otras tantas maneras de formar cuerpo con la revolución triunfante de los años ochenta y asentar en el papel sus fidelidades a sus primeros compromisos. Construyen así una posición crítica, a la vez moral, intelectual y democrática que se mezcla con evocaciones literarias de las anécdotas de la piñata y de las ambiciones del clan danielista. Otros como los hermanos Godoy, compositores de la revolución, han prohibido expresamente a Daniel Ortega recuperar sus cantos durante sus campañas. De la misma manera hemos visto a antiguos miembros del FSLN cercanos al Movimiento de Renovación Sandinista, entrar en disidencia con el nuevo dirigente sobre el tema de la instrumentalización de la memoria. Una parte de la oposición a Daniel Ortega se reunió así alrededor de una red de organizaciones de memoria o de luchas sobre la memoria de la revolución. Sus proyectos de memoria son otros tantos llamados a un retorno a las fuentes de inspiración de la revolución y a sus primeras horas. Atraen así los financiamientos de ONG con tendencias de izquierda, pero reticentes a apoyar un poder juzgado corrupto y dictatorial. Se hacen igualmente abrir las puertas de organismos no gubernamentales que ven en ellos a los antiguos revolucionarios honestos y persistentes en sus ideales. Esto nos da la medida de cuánto las luchas por la memoria y las pretensiones de ambos lados de encarnar un mismo proyecto revolucionario sandinista, se inscriben a la vez en una competencia entre dos élites en recomposición: una dedicada a la ampliación de su clientela con el dinero de la solidaridad venezolana, la otra a captar una cooperación internacional decepcionada por Daniel Ortega.

 

Conclusión

En Nicaragua, como en El Salvador, la emergencia de un sector de la memoria está en parte vinculada con la reconversión de los actores político-militares tras las guerras internas. El advenimiento de un contexto inestable y de organizaciones todavía poco estructuradas llegó a representar otras tantas "estructuras de oportunidad" para estos revolucionarios que renunciaron a su condición. Una vez aprovechadas, éstas implican reposicionamientos políticos y profesionales. Estrategias cuyos orígenes son a veces muy individuales, o prosaicos, van acompañadas a la vez por la emergencia de nuevas lecturas del pasado y de la invención de nuevos referentes democráticos. Tenemos entonces que recontextualizar estos fenómenos en el marco más amplio de una recomposición de las élites de izquierdas. Atrapados en las propias vulnerabilidades, y tocados por una inestabilidad política y por competiciones por el control de los aparatos partidarios, los cuadros del partido-Estado sandinista y de las guerrillas salvadoreñas, desplegaron estrategias de reproducción políticas y profesionales por lo menos diversas. Sus trayectorias atestiguan más todavía una capacidad para crear oportunidades e inventarse espacios que neutralizan estas vulnerabilidades. El trabajo de memoria es así sólo un recurso entre tantos, movilizado con los juegos de poder entre antiguos camaradas. Conviene no obstante preguntarnos si estas reconversiones no se inscriben ellas mismas en un movimiento que les supera, el de la reconversión de los modos de compromisos militantes y profesionales. Si estos lugares de memoria son el teatro del aprendizaje de habitus democráticos, uno puede preguntarse con toda razón, si la multiplicación de lugares de memoria no sería, todavía más que el fruto de una reconversión de actores, el de una desincorporación de las memorias mismas.

 

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Notas

1 Traducido del francés por Cecilia Medal. Agradecemos a la Embajada de Francia en Nicaragua y la Embajada de Francia en El Salvador por haber financiado la traducción del artículo entre 2010 y 2011.

2 El término ha sido tomado de un proyecto promovido en El Salvador por un museo sobre la gesta revolucionaria. En este mismo, la palabra "desmemoria" es tomada de historiadores españoles que la han utilizado para justificar la necesidad de revenir sobre la guerra civil y restablecer una verdad borrada por el régimen franquista y sus herederos actuales.

3 Conversaciones con Adriana A., San Salvador, mayo del 2009.

4 Debería analizarse aquí el efecto simbólico del bloque de mármol como representación de un bloque de personas extremadamente diversas en cuanto a sus posiciones sociopolíticas y sus grados de participación en los conflictos armados.

5 Conversaciones con Adriana A., San Salvador, mayo del 2009.

6 La noción de cuerpo como conservatorio fue usada por Pierre Bourdieu (1980), en relación con la noción de habitus y sus procesos de interiorización. Aquí utilizamos este término a nivel de las identidades. Si bien nuestros actores pueden pensarse a sí mismos como "conservadores" o "conservatorios", nos haría falta un análisis profundizado de la incorporación de un habitus profesional de "conservador" de museo y su puesta en práctica política. Por otra parte, necesitaríamos analizar aquí el conjunto de interpretaciones simbólicas que pueden surgir de las prolongaciones entre los objetos y los cuerpos. Sabemos que Alain Leroi-Gourhan (1965) ha desarrollado una reflexión sobre el objeto como extensión del cuerpo. Habría entonces que invertir la problemática pensando al cuerpo (y la identidad) como una extensión del objeto. Encontraremos indicaciones detalladas sobre esta inversión y las potencialidades de tal análisis en el artículo de Paola Tabet (1979).

7 Porque particularmente, no existe en El Salvador más que una única formación en historia por la Universidad Nacional, quien ofrece una Licenciatura creada recientemente en el año 2004. No existe por otra parte formación en Historia del Arte o formación académica que prepare para la carrera de conservación museística.

8 Numerosos testimonios dejan transparentar esta forma de sublimación en el involucramiento armado. La vía de las armas fue una oportunidad para numerosos actores de afirmar sus sentimientos de virilidad (pensamos particularmente en la hombría subrayada por ciertos sandinistas en sus memorias), de participación en una cierta modernidad, o de recuperación de la dignidad. Notas de trabajo de campo del sociólogo Philippe Bourgois (2002), escritas en 1981 al momento de la ofensiva del FMLN, evocan la manera en la cual los campesinos salvadoreños percibían sus acciones como la verdadera realización de sí mismos, pensado desde el modo de la conversión.

9 Ahora bien, en la actualidad, la figura del arzobispo domina el conjunto de la simbología de las ONG salvadoreñas. Conviene entonces analizar esta omnipresencia no sólo como la pretensión de pasar a formar un cuerpo con una sociedad civil simbolizada por el mártir Monseñor Romero, sino también como la escenificación de una conversión, entendida como el sometimiento al "no matarás" y a los llamados a la reconciliación.

 

Información sobre el autor

Benjamin Moallic es estudiante de doctorado de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS-Paris) e investigador asociado del Centro de Estudios Sociológicos y Políticos Raymond Aron (CESPRA). Prepara una tesis sobre las reconversiones militantes de los revolucionarios salvadoreños y nicaragüenses después de las guerras intestinas en América Central y es autor de varios artículos que tocan el mismo tema publicados en la revista Problèmes d'Amérique Latine. También coordinó un libro colectivo sobre la cuestión de la violencia, las identidades y las construcciones de la alteridad en América Central titulado Las figuras del enemigo, publicado en 2012 por la Universidad evangélica de El Salvador y la Secretaría de Cultura de El Salvador.

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