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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

versión On-line ISSN 2448-7554versión impresa ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.44 no.173 Zamora ene./mar. 2023  Epub 25-Ago-2023

https://doi.org/10.24901/rehs.v44i173.950 

Artículos originales

Dos instituciones de la comunidad germana en el México de los años 20: el Casino Alemán y el Colegio Alemán

Two German institutions in Mexico during the twenties: the German Casino and the German School

Ricardo Pérez Montfort1 
http://orcid.org/0000-0002-2588-3415

1CIESAS/México ripemont5408@gmail.com


Resumen

Este trabajo repasa los orígenes, las trayectorias y las características del Casino Alemán y el Colegio Alemán durante los años posrevolucionarios mexicanos, que coincidieron con el surgimiento y colapso de la República de Weimar entre 1920 y 1929. Se describen sus instalaciones y sus principales actividades durante un momento en que el restablecimiento de las relaciones entre México y Alemania pasaban por cierta buena convivencia. Aun cuando dicha avenencia vaticinaba un mejor entendimiento entre los gobiernos mexicanos y alemanes, se trata de los prolegómenos del ascenso del nazi-fascismo en Alemania, cuyo racismo e intolerancia impediría que ambos gobiernos siguieran dicho camino.

Palabras clave: México posrevolucionario; República de Weimar; Casino Alemán; Colegio Alemán

Abstract

This article reviews the origins, trajectories and characteristics of the German Casino and the German School in Mexico during the post-revolutionary years that coincide with the rise and fall of the Weimar Republic between 1920 and 1929. It describes their buildings and most important activities during the time that the international relations between Germany and Mexico were having a good coexistence. Nevertheless, it was the preface of the ascent of nazi-fascism in Germany with all its racism and intolerance that blocked both governments to prevail in the path of mutual understanding.

Keywords: Post-revolutionary Mexico; Weimar Republic; German Casino; German School

Introducción

A principios del siglo XXI, las relaciones germano-mexicanas sólo contaban con unos cuantos estudios, principalmente concentrados en la primera mitad del siglo XX, entre los que destacan: las compilaciones de Hartmut Fröschle (1979), Die Deutsche in Lateinamerika, Schicksal und Leistung; un texto por demás ideologizado de Hugo Fernández Artucio (1943), La organización secreta nazi en Sudamérica; el de Barbara W. Tuchman (1958), The Zimmermann Telegram; los dos volúmenes de Wolfgang Kiesling (1974a y 1974b), dedicados a las organizaciones anti-fascistas, Alemania Libre in Mexiko; el libro de Donald McKale (1977), The Swastika outside Germany; el de Reiner Pommerin (1977), Das dritte Reich und Lateinamerika. Die Deutsche Politik gegenüber Süd - und Mittelamerika 1939-1942; y desde luego, los trabajos de Friedrich Katz (1964), Deutschland, Díaz und die mexikanische Revolution, además de su texto sobre “Algunos rasgos esenciales de la política del imperialismo alemán en América Latina de 1890 a 1941”, incluido en la compilación de Jürgen Hell, Klaus Kannapin y Ursula Schkenther (1968), Hitler sobre América Latina, que desembocarían en el clásico del propio Katz (1981), The secret War in Mexico: Europe and the Unites States and The Mexican Revolution, traducido al español y publicado un par de años después.

Desde entonces han aparecido unos cuantos libros más, como los de Brígida von Mentz, Verena Radkau, Daniela Spenser y Ricardo Pérez Montfort (1988), Los empresarios alemanes, el Tercer Reich y la oposición de derecha a Cárdenas, el de Friedrich Schuler (1998), Mexico between Hitler and Roosevelt. Mexican Foreign Relations in the Age of Lázaro Cárdenas 1934-1940, el libro editado por León E. Biber (2001), Las relaciones germano-mexicanas. Desde el aporte de los hermanos Humboldt hasta el presente, y más recientemente, el libro coordinado por Emma Julieta Barreiro y Bernd Hauseberger (2021), Mexiko: presencia y representación de las publicaciones en lengua alemana entre 1915 y 1945, que si bien han contribuido a ampliar el conocimiento de estas relaciones, muestran que todavía quedan algunos temas poco estudiados en torno de las relaciones entre Alemania y México.

Lo que llama la atención es que la mayoría de estos textos se han concentrado, sobre todo, en dos núcleos temáticos: por un lado, la Revolución Mexicana y los intereses germanos del momento; por otro, México, el nazifascismo y la Segunda Guerra Mundial. Y cierto es que, en términos generales, el telegrama Zimmerman o todo aquello relacionado con la llamada “Quinta columna” a fines de los años treinta y los primeros cuarenta, han llamado poderosamente la atención de los estudiosos. Si bien los libros de Katz o de Schuler, por no decir los de Brígida von Mentz y su equipo, han pretendido ampliar y profundizar los conocimientos sobre las relaciones germano-mexicanas, se puede decir que una buena cantidad de planteamientos, por demás generales, pueblan las principales ideas que se tienen en los medios académicos y un tanto más generales sobre estas relaciones.

Así, por ejemplo, se asume que “los gobiernos mexicanos (desde Díaz en adelante) siempre habían usado los intereses alemanes para suplir los intereses británicos o estadounidenses en un intento de ganar mayor independencia respecto de estos dos países y de sus intereses económicos” (Schuler, 1987, p. 174). Desde esta perspectiva, Alemania fue una especie de socio intermedio capaz de intervenir en favor de México ante la voracidad del capitalismo anglosajón, sin tomar demasiado en cuenta sus propios intereses. Sin embargo, justo es decir que las relaciones germano-mexicanas han tenido una particular complejidad, misma que se puede atisbar no sólo estudiando el ámbito diplomático, sino también observando de cerca tanto intereses individuales como institucionales.

Por ello, el principal objetivo de este ensayo consiste en escudriñar en la historia y el funcionamiento de dos instituciones alemanas establecidas en México, el Casino Alemán y el Colegio Alemán, que tuvieron una especial relevancia tanto en el fortalecimiento de las relaciones entre ambos países, como en la representación que cada una de ellas fue estableciendo frente a la vinculación reconocida por dos entidades que emprendían su reconstrucción después de un período de inestabilidad y guerra.

El despegue industrial del recién unido Segundo Imperio Alemán, con todo y su poderoso sistema bancario, coincidió con los tiempos de la instauración del “orden y progreso” del Porfiriato. Entre 1871 y 1910, los tres grandes rubros del desarrollo económico germano, es decir, la maquinaria pesada y las industrias eléctrica y química, tuvieron una particular relevancia no sólo para el surgimiento de la que ya se perfilaba como la tercera potencia mundial, sino que también serían decisivas para la incorporación de México en el mundo moderno. Varias casas comerciales alemanas tuvieron una relativa importancia durante los primeros cincuenta años del México independiente (Von Mentz, Radkau, Scharrer y Turner, 1982, pp. 221-223; Buchenau, 2004). La competencia y la predilección que las élites porfirianas sintieron por el mundo francés hicieron que muchos comercios germanos se liquidaran o que sus capitales se derivaran a otros rubros de la economía nacional. Sin embargo, después de 1888 el gobierno mexicano adquirió algunas deudas importantes con bancos alemanes, especialmente con el banco berlinés Bleichröder (Katz, 1964, p. 105). Al poco tiempo, los bancos germanos combinaron sus capitales enviados a México con algunas empresas financieras inglesas y norteamericanas, dando lugar a una vinculación que pronto evidenció la ausencia de nacionalidad del capital.

De cualquier manera, una primera gran inversión alemana en el México porfiriano fue la Compañía Mexicana de Electricidad, S.A., cuyas máquinas Siemens-Halske sirvieron para construir la central eléctrica que proveyó de energía al primer alumbrado de la Ciudad de México. Si bien hacia finales del Porfiriato esta Compañía sería vendida a la Mexican Light & Power Co., tanto la Siemens como la Allgemeine Elektrizitätsgesellschaft (AEG) se convirtieron en las grandes proveedoras de muchas de las compañías ferreteras e importadoras de maquinaria alemanas que ya se encontraban en el país y, sobre todo, en la capital.

Algo parecido sucedió con la industria química: casas productoras como la Bayer, la Hoechst o la Merck, iniciaron una agresiva política de apertura de mercados en México y sus representantes lograron una presencia muy particular en boticas, farmacias y droguerías, cuyo número empezó a crecer de manera inaudita en el centro de la ciudad (Bustos, 1880, p. 78).

Hasta antes de 1910, alrededor de unas cuarenta empresas alemanas se habían consolidado en la ciudad de México y en ciudades del interior de la república, como Guadalajara, Veracruz, Monterrey y San Luis Potosí, de las cuales, la mayoría representaban a los grandes consorcios alemanes como Krupp, Siemens, AEG, Deutz, la Fábrica de Anilinas de Berlín y las industrias farmacéuticas (Von Mentz, Radkau, Spenser y Pérez Montfort, 1988, p. 44). Había, además, un buen número de comerciantes relativamente pequeños que igualmente se ligaban a las empresas productoras alemanas y satisfacían, junto con otros proveedores europeos y norteamericanos, buena parte de la demanda en el creciente mercado, tanto básico como suntuario de la capital mexicana.

En la Cámara de Comercio de la ciudad de México, figuraban las casas alemanas muy cerca de las empresas francesas y norteamericanas, y en cantidad -que no en inversión ni valor de sus activos- superaban el 25% (Von Mentz, Radkau, Spenser y Pérez Montfort, 1988, p. 50).

Además, en por lo menos tres rubros relevantes algunos capitales alemanes establecidos en el México porfiriano orientaron sus inversiones en la infraestructura industrial: la fabricación de insumos domésticos, como vajillas y envases que sustituyeran la importación, la industria papelera y la producción cervecera (Von Mentz, Radkau, Spenser y Pérez Montfort, 1988, pp. 53-58).

Si bien el comercio y la industria alemanas vivieron el auge económico, también es cierto que siguieron por el camino de la modernización del país, instrumentado por el régimen porfiriano (Cuchí Espada, 1999, pp. 265-303). Además de las ferreterías, los comercios encargados de mover maquinaria pesada, productos químicos y para la construcción, otras tiendas de propietarios alemanes habían cultivado una clientela bastante sofisticada con la capacidad económica que les permitía darse algunos pequeños lujos (Günther, 1912). Algunas de estas tiendas y empresas subsistirían hasta bien entrado el siglo XX, pero otras sucumbirían por los múltiples avatares que se vivieron en el país a partir de que la Revolución Mexicana diera al traste con los sueños porfirianos. Para bien o para mal, la colonia alemana ya se había insertado entre las élites nacionales y sería particularmente difícil hacerla a un lado.

Hacia finales del Porfiriato, los vínculos oficiales con Alemania eran bastante sólidos. Una delegación germana de altos mandos militares y navales, al igual que otra de científicos, fueron invitadas especialmente para las fiestas del Centenario de la Independencia en 1910. Al año siguiente se iniciaría el colapso del viejo régimen y durante los años revolucionarios, que en parte coincidieron con la Primera Guerra Mundial, sorprendentemente las relaciones entre México y Alemania siguieron un curso ascendente.

Mientras las tensiones en Europa se incrementaban, Alemania quiso mantener activos sus mercados fuera del viejo continente. La venta de armas a cambio de metales y petróleo se convirtió en un ir y venir estratégico que pondría a las potencias internacionales en una competencia inclemente.

El tradicional antiyankismo mexicano fue aprovechado por los alemanes, y durante el breve régimen de Francisco I. Madero, después durante la dictadura de Victoriano Huerta, y finalmente durante la reorganización constitucional emprendida por mismo Venustiano Carranza, los armadores y financieros germanos tuvieron un trato especialmente benéfico (Katz, 1982). En la medida en que se acercaba el estallido de la Primera Guerra Mundial, Alemania mostró su beneplácito cuando las relaciones entre México y Estados Unidos se tensaban y complicaban. Una vez que se desató la guerra, el gobierno de Norteamérica mandó una lista negra de empresas y financiaras alemanas establecidas en México que resultaba un claro intervencionismo en la neutralidad blasonada por Carranza. Pero para entonces, una red de espionaje y contra-espionaje europeo y norteamericano se encontraba enredando los ya de por sí difíciles entendimientos entre los revolucionarios y el exterior. El caso del telegrama Zimmermann resultó emblemático, al darse a conocer que Alemania estaba dispuesta a apoyar a México en la recuperación de su territorio perdido durante el siglo XIX cuando la guerra contra Estados Unidos, si se decidía a declarar su hostilidad activa a los vecinos del norte (Tuchman, 1958). La legación alemana capitaneada por el barón Heinrich Von Eckart supo utilizar el sentimiento antinorteamericano de algunos de sus representados para vincularse con el gobierno carrancista y tratar de estrechar las relaciones entre el Imperio Alemán y el Gobierno Revolucionario.

En términos generales, a los alemanes establecidos en México no les fue tan mal durante la década revolucionaria. En primer lugar, porque participaron poco en las hazañas guerreras y, en segundo, porque al interrumpirse los vínculos con Alemania, dada la situación de guerra internacional, muchas empresas se apoyaron en proveedores y recursos norteamericanos, facilitando el transporte y el movimiento de mercancías a través y, sobre todo, de la frontera norte (Von Mentz, Radkau, Spenser y Pérez Montfort, 1988, p. 97).

Por su parte, la colonia germana recibió autorización de los gobiernos revolucionarios para su autodefensa. La condición de extranjeros no-americanos también jugó un papel importante en la poca afectación de sus bienes. En 1915, incluso se constituyó la Asociación de súbditos alemanes del Imperio en México (Verband Deutscherreichsgehöriger in Mexiko) que, además de velar por los intereses de sus agremiados, logró organizar una agencia noticiosa y propagandística, ampliando la difusión del periódico alemán Deutsche Zeitung, y proveyendo de información a algunos diarios mexicanos (Von Mentz, Radkau, Spenser y Pérez Montfort, 1988, pp. 92-93).

El final del período revolucionario mexicano coincidió, en parte, con la proclamación de la república parlamentaria de Weimar en noviembre de 1918. De manera parecida, tanto México como Alemania iniciaron la década de los años veinte en medio de la inestabilidad y la discordia. Poco a poco intentaron cierta estabilización, aunque ésta invariablemente resultaba amenazada por intereses internos y externos, que evidenciaban las debilidades de los procesos de reconstrucción nacional (Fulbrook, 1995). De cualquier manera, las relaciones entre ambos países mantuvieron su camino que, bien a bien, pareció un tanto sinuoso y tropezado.

El Casino Alemán, los hombres de negocios y la convivencia alemana en México

Después de haberse fundado durante el XIX, tanto el Casino Alemán como el Colegio Alemán vivieron cierto declive al finalizar la Revolución Mexicana, hacia los años de 1919-1920. Sin embargo, a lo largo de la siguiente década fueron recuperando su importancia hasta convertirse, a principios de los años treinta, en los espacios que sirvieron de principal representación a la ya reconocida Comunidad del Pueblo Alemán (Deutsche Volksgemeinschaft).

En 1848 se había fundado el Casino Alemán, el cual, según el escritor Manuel Payno (1889, p. 391), no era “tan vistoso y elegante” como el español (véase Figura 1). Sin embargo, aquel casino hizo las veces de centro de reunión de la incipiente colonia alemana que, poco a poco, se encontraría ahí a sus anchas. Por su parte, el Colegio Alemán se fundó hasta 1894 con el nombre de Colegio de la Colonia Alemana S.A. La Beneficencia Alemana y una pequeña asociación religiosa protestante también sirvieron de vasos comunicantes entre germanos de aquellos años, pero sin duda fueron el Casino o el Club y el Colegio los centros de concurrencia más relevantes, no sólo para los germanos recién arribados al territorio mexicano, sino también para aquellos que ya llevaban por lo menos un par de generaciones aquí.

Fuente: Fotografía de Hugo Brehme. Colección particular.

Figura 1. Fachada del Casino Alemán 

Originalmente, el Casino Alemán se estableció en los altos del número 7 de la calle de San Francisco, pero a los pocos años se cambió a la calle de la Profesa, también en el primer cuadro de la capital mexicana. En esos locales originarios se pusieron “a disposición de los miembros un billar, dos juegos de ajedrez, dos de damas y dos de dominó”, garantizando los dueños que hubiera suficiente luz en todos los cuartos. Sentados en la barra o en las mesas y sillones se podían comprar “a precios justos vinos, licores, cerveza, cigarros y platillos fríos”. La cuota mensual para quienes querían pertenecer a dicho casino era de dos pesos, previa inscripción de cinco (Weise, 1923, p. 7).

A partir de 1875, el Casino se mudó a la segunda planta de un edificio colonial de tezontle poroso y rojo que se ubicaba en la Calle del Colegio de Niñas, hoy Bolívar, esquina con Coliseo Viejo, hoy 16 de septiembre. Tenía unos “salones semi-oscuros, amplios y adornados con pinturas murales y jarras para cerveza de metálica tapadera, al estilo germano”, según el periodista Ciro B. Ceballos (2006, p. 146). En aquel lugar se reunían los paisanos alemanes que venían del interior del país con los que habitaban en la capital, entonaban canciones de la vieja patria y consumían sus buenos tarros de cerveza. Las relaciones sociales eran más bien pasajeras, aunque no se desperdiciaban las ocasiones festivas, como los cumpleaños de los monarcas prusianos o los triunfos y derrotas de las guerras en el Viejo Continente para celebrar o llorar acompañados. El nacionalismo prusiano afloraba a la menor provocación, primero con sus sentidas loas a Bismarck o al Káiser, con sus melancólicas canciones que recordaban su Heimat o Vaterland y, en no pocas veces, los contertulios se olvidaban gracias a sus ánimos exaltados por el exceso de cerveza, que se encontraban en el país del pulque, las tortillas y los frijoles, de las peleas de gallos y “el monte”. Las nostalgias del Viejo Continente aparecían con mayor frecuencia cada vez “que se empinaba el codo”.

Para pertenecer al Casino o Club Alemán, comúnmente conocido entre sus contertulios como Deutsches Haus, era imprescindible ser alemán “o hablante del alemán”. A la hora de ingresar se debía presentar una recomendación de algún compatriota y, dado el alto precio de la cuota mensual, la restricción a la entrada era sobre todo de tipo económico. La simpatía que muchos de sus afiliados expresaron por el establecimiento del II Imperio y por Maximiliano a mediados del siglo XIX, produjo algunas inconveniencias a dicho Club, recién restaurada la República en 1867. Sin embargo, pronto se reconciliaron con el México de Benito Juárez y hasta con el de Sebastián Lerdo de Tejada. Pero no cabe duda que el Casino vivió algunos de sus mejores momentos durante el régimen de Porfirio Díaz, quien celebraría en varias ocasiones tanto sus propios triunfos como los de algunos representantes del Imperio Austro-Húngaro. Durante aquellos buenos tiempos porfirianos, el Casino se trasladaría a la Calle de López.

Hacia finales del siglo XIX, la mayoría de los miembros del Casino Alemán manifestó una gran admiración por el militarismo nacionalista que festejaba ruidosamente las victorias alemanas durante las guerras intestinas europeas. Un conservadurismo “prusianista” y agresivo podía respirarse en las reuniones que se convocaban en aquel recinto que no tardaría en formar un caldo de cultivo particularmente fértil para la intolerancia y el racismo.

Con la fundación del Segundo Reich a partir de 1878, se publicó en aquel Casino un periódico que se llamó Guardia Alemana (Deutsche Wacht). Cierto liberalismo predilecto entre otros grupos de alemanes radicados en México, conformados por empresarios y comerciantes un poco menos conservadores, pudo hacer frente al “prusianismo” del periódico citado. Como respuesta a la Guardia se publicó el semanario liberal Vorwärts (Adelante). Pero el órgano de comunicación más relevante de la colonia alemana fue la Deutsche Zeitung von Mexiko (Periódico alemán de México), que tuvo una corta vida durante el siglo XIX, ya que sólo se publicó entre 1883 y 1885. Sin embargo, dicho diario tendría un auge particular durante el siglo XX, pues estuvo vivo desde 1900 hasta 1943. La Sociedad Científica Alemana surgida a partir de diversas reuniones patrocinadas por el propio Casino Alemán también publicó una revista que llevó el escueto título de Informaciones entre 1890 y 1892 (Oeste de Bopp, 1961).

Muchos alemanes solteros y jóvenes pasaban sus horas de ocio en aquellos salones jugando billar o naipes, leyendo ocasionalmente los periódicos germanos, franceses o ingleses y, desde luego, bebiendo cerveza, algún vino blanco del Rhin o algún aguardiente que se identificaba por el nombre general de Schnapps. El Casino llegó a tener un gran salón para bailes y un par de extensas pistas de boliches con corredores de madera, canales y palitroques de duro pino americano (véase Figura 2). En las mesas o en la barra del salón principal los comensales comían sus salchichones predilectos untados con mostaza o raíz fuerte, acompañados por pan casero y mantequilla. También fue común el acompañamiento con alguna ensalada de papa o con el clásico Sauerkraut. Casi siempre se remataba con algún Kuchen preparado por las cocineras y los chefs.

Fuente: Fotografía de Hugo Brehme. Colección particular.

Figura 2. Boliche del Casino Alemán 

Las mujeres acudían rara vez a este centro. Por lo general se quedaban en casa, excluidas de toda actividad varonil, a no ser por algunos bailes y celebraciones. Entonces, se ocupaban de la decoración y de la selección de platillos, e incluso de la preparación de los mismos, cuando la ocasión era los suficientemente meritoria.

Además de los cumpleaños del Káiser o de algún agasajo al presidente Díaz, como la edificación del basamento de la estatua de Alexander von Humboldt enviada por Guillermo II en 1910, y después de la Revolución, diversas recepciones dedicadas a los generales Álvaro Obregón o Plutarco Elías Calles, tal vez la fiesta de los alemanes en México que mayormente convocaba a los compatriotas para revivir las nostalgias del añorado mundo centroeuropeo fue la Navidad. Desde los primeros días de diciembre se preparaba el Adventskrantz, una rosca hecha de ramas de pino, y cada domingo se prendía una de sus cuatro velas hasta la llegada de la Noche Buena.

La costumbre de poner un gran árbol navideño adornado en la sala de las casas particulares o en el propio salón central del Casino Alemán fue considerada como actividad imprescindible de la colonia germana. Lo mismo que el intercambio de regalos, las galletas de navidad y los tejidos de colores blancos, rojos y verdes. La celebración de aquella fiesta decembrina era parte del afán por conservar la “germanidad”, el Volkstum, que estaba muy relacionada con las obligadas actividades femeninas. Estas se ocupaban de mantener costumbres, idioma, educación, ritos y modos de ser. También se encargaban de promover cierta endogamia en el propio grupo de súbditos alemanes residente en México. La tendencia general era que los solteros germanos que habían hecho fortuna en estos territorios regresaran a Alemania a buscarse una dama casadera. Las mujeres alemanas matrimoniables residentes en México eran escasas y muy codiciadas. Las hijas de las “buenas familias” eran enviadas por lo general al Viejo Continente para educarse y casarse, y muy rara vez contrajeron nupcias con nacionales. Eso mismo sucedía con los hijos de los germanos que tenían recursos para mandarlos a estudiar fuera. El Colegio Alemán, como se verá más adelante, no se fundaría sino hasta 1894 y, por lo tanto, el intercambio entre familias no estaba del todo institucionalizado. La educación en escuelas mexicanas no entraba en el plan de vida que los padres teutones diseñaban para sus vástagos. Incluso para celebrar los ritos mortuorios, la preferencia por el mundo europeo era manifiesta. Se había ya instalado el Panteón Alemán dentro del panteón civil de Dolores, divido del resto del camposanto por una gran reja y un enorme portón. La mayoría de las herencias quedaba en manos de compatriotas y, muy rara vez, sería nombrado algún albacea mexicano (Von Mentz, Radkau, Scharrer y Turner, 1982, p. 362).

Poco antes de que iniciara la Revolución Mexicana en 1910, alrededor de unas cuarenta empresas alemanas ya se habían consolidado en la Ciudad de México, de las cuales, por lo menos diez representaban a los grandes consorcios alemanes como Krupp, Siemens, AEG, Deutz, la Fábrica de Anilinas de Berlín y las empresas farmacéuticas Bayer, Hoechts, Boehringer y Merck. Los comercios más importantes eran las ferreterías Sommer, Hermann y Cia., la Compañía Ferretera Nacional (la Casa Boker), las distribuidoras de productos químicos Felix Johannsen y Cia. y Beick Felix y Cía., las joyerías de Diener Hermanos, la casa importadora de instrumentos musicales Wagner y Lieven, y la mercería y sedería de Julio Albert y Cia., así como las droguerías “Universal” de Van den Wingaert, S.A., “La Palma” de Mavers, Fribolin y Cia., la “Del Refugio” de Farine Sanders y Cía., la “Manrique” y la “La Profesa” (Von Mentz, Radkau, Spenser y Pérez Montfort, 1988, p. 44). Había además un buen número de comerciantes relativamente pequeños que, igualmente, se ligaban a las empresas productoras alemanas y satisfacían, junto con otros proveedores europeos y norteamericanos, buena parte de la demanda en el creciente mercado tanto básico como suntuario de la capital mexicana (Von Mentz, Radkau, Spenser y Pérez Montfort, 1988, p. 50).

Además, en por lo menos tres rubros relevantes, algunos capitales alemanes establecidos en el México de principios del siglo XX orientaron sus inversiones en la infraestructura industrial. Dos hicieron obras importantes en los alrededores de la Ciudad de México. Don Julio Albert, conocido por sus tiendas de mercería y sedería, se asoció con Roberto Boker, el gran ferretero, para fundar la fábrica de loza y artículos de cerámica para el hogar “El Ánfora”. Esta productora de cerámica más bien barata pero que sustituía en parte la de importación, logró salvar algunos capitales que fueron puestos en peligro durante la Revolución y la Primera Guerra Mundial. Su posterior alianza con dineros norteamericanos, al igual que en el ramo ferretero, impidió que por los conflictos bélicos dejaran de circular los insumos y las mercancías durante las crisis suscitadas a lo largo de la década de los años veinte.

Por otra parte, dos trabajadores, Heinz Woern y Alberto Lenz, que habían llegado a México en 1889 para trabajar una fábrica de papel, decidieron independizarse y, siguiendo la senda del matrimonio con una rica heredera mexicana, lograron reunir los recursos para fundar uno de los emporios más importantes de papel de la posrevolución: la fábrica Loreto y Peña Pobre. Si bien ambos iniciaron sus empresas de manera independiente durante los estertores del Porfiriato, ya pasada la Revolución, en 1924, la fusión de ambas consolidó un centro industrial que siguió vigente hasta muy avanzado el siglo XX.

Y el tercer rubro se logró con la paulatina instauración de la industria cervecera que benefició en un inicio, principalmente, a las ciudades de Toluca, Orizaba, y Monterrey (Von Mentz, Radkau, Spenser y Pérez Montfort, 1988, pp. 53-58). En la agroindustria azucarera y en la producción y exportación de café, proveniente sobre todo de las grandes propiedades de finqueros alemanes en Chiapas, también se consolidaron fortunas importantes desde el Porfiriato hasta bien avanzadas las épocas posrevolucionarias (Von Mentz, Radkau, Spenser y Pérez Montfort, 1988, pp. 121-178).

Si bien el comercio y la industria alemanas vivieron el auge económico que significó para las empresas extranjeras aquel fin del siglo XX y principios del XX, también es cierto que acompañaron al país por el camino de la modernización, particularmente visible en las principales capitales de los estados y en la propia Ciudad de México. Como buenos aliados de los gobiernos pre y posrevolucionarios, los comerciantes y empresarios alemanes participaron también de los beneficios de dicha modernización, al igual que las élites burguesas y aristocráticas tanto nacionales como extranjeras. Un rápido vistazo al tendido telefónico de la ciudad de México hacia finales del siglo XIX y principios del XX, muestra que la mayoría de las empresas alemanas contaban con ese servicio, y más aún que casi todas estaban ubicadas en el primer cuadro de la ciudad y algunas incluso tenían más de una dirección. Tal fue el caso de Roberto Boker y Cía., de Agustín Haghenbeck, de Luis Huller, de Juan Ritter, de Hugo Scherer y Gerardo Warnholtz. Otras tenían su domicilio en Tacubaya, como la de Emilio Mavers o en la Ribera de San Cosme, como ocurrió con la casa de Julio Seckbach. Everardo Hegewisch, por su parte, había logrado tender su línea hasta Coyoacán (Cuchí Espada, 1999, pp. 265-303).

Además de las ferreterías, los comercios encargados de mover maquinaria pesada, productos químicos y para la construcción, otras tiendas de propietarios alemanes habían cultivado una clientela bastante sofisticada con la capacidad económica que les permitía darse algunos pequeños lujos. Explotando ciertas modas y gastos suntuarios, comercios como “La Perla” de los Hermanos Diener, “El Brillante” del Señor Rupp, o “La Violeta” del Señor Schreiber ofrecían joyas, relojes, y otros productos de cristalería a la pudiente élite mexicana y extranjera que deambulaba por las calles de Independencia, La Palma o San Francisco. En los pasajes de Mesones y de Tacuba, las casas Veerkamp, Hoffman y Wagner & Levien ofrecían pianos e instrumentos musicales, así como cuadernos con partituras europeas, norteamericanas y mexicanas del momento. Para finales del Porfiriato, ya también se habían establecido algunos restaurantes alemanes en la capital mexicana, como el Bellinghausen, atendido por su propietario, o el negocio de salchichonería y taberna “La Bavaria”, que regía el señor Carlos Koehn, quien también se expandiría hacia el sur de la Ciudad de México, recién pasada la turbulencia revolucionaria (Günther, 1912). Algunas de estas tiendas y empresas subsistirían hasta muy avanzado el siglo XX, pero otras sucumbirían por los múltiples avatares que vivió la ciudad a partir de los años de guerra y de reconstrucción nacional. Para bien o para mal, la colonia alemana ya se había insertado entre las élites nacionales y sería particularmente difícil hacerla a un lado.

Como era de esperarse, muchos de los empresarios, comerciantes y empleados de estas fábricas y comercios, así como instructores, académicos y técnicos alemanes que se fueron incorporando a la reconstrucción del estado posrevolucionario mexicano, asistían con regularidad al Club o Casino Alemán. Aquellos años veinte fueron relativamente tranquilos para la comunidad alemana radicada en la ciudad de México. La derrota del imperio alemán que trajo el fin de la Primera Guerra Mundial bajó un poco lo humos de los militaristas, aunque el dejo de “superioridad” característico de la mirada elitista no se diluyó del todo. Las alianzas de los comerciantes y los empresarios se orientaron ahora hacia la producción que ofrecía el expansivo imperio económico norteamericano, más que a la de los golpeados países de ultramar. El proceso de democratización de la República de Weimar y sus conflictivas consecuencias llamaron la atención, sobre todo, de liberales y personalidades de izquierda. Los reclamos de las empresas y los comerciantes alemanes a los gobiernos posrevolucionarios no fueron muy significativos, lo cual indicaba que tampoco les había ido tan mal durante la Revolución. Los años veinte, por otra parte, vieron cómo los gobernantes mexicanos continuaron con la idea de vincularse más estrechamente con la Alemania que vivía sus estertores democráticos. Con el fin de no depender tanto de los Estados Unidos de Norteamérica, la mirada de algunos funcionarios mexicanos se orientó con mayor ímpetu a favorecer el intercambio con el mundo europeo. A manera de ejemplo, el general Plutarco Elías Calles en 1929, llegó a expresar que “sería magnífico que en Alemania... nos compraran nuestro chicle o caoba para no depender del capitalista americano, que hoy como tiene Trusts establecido, paga los productos al precio más bajo que puede y sin competencia posible” (Macías, 1993, p. 363). La idea de una Alemania disciplinada y bien estructurada, siempre dispuesta a entrar al quite por México, se mantendría relativamente vigente.

Al final de la década de los años veinte, la cifra de poco menos de 7,000 ciudadanos alemanes que se encontraban viviendo en territorio mexicano se alteró poco. Dos tendencias políticas se manifestaban dentro de aquella comunidad: los conservadores, ricos, enfáticos y escandalosos, agrupados en la Asociación de ciudadanos del Reich (Verband Deutscherreichsgehöriger in Mexiko), y los republicanos, que tenían una tibia organización llamada Asociación de Republicanos Alemanes en México (Vereignigung Deutscher Republikaner in Mexiko). Mientras los primeros gozaban de abundantes recursos, los segundos, por lo general, eran empleados de aquellos. Los conservadores hacían gala de su patriotismo pro-germano y guerrero a la menor provocación, por lo que resultaron excelentes recipiendarios de la primera iniciativa para formar una delegación mexicana del Partido Obrero Nacionalsocialista Alemán (NSDAP). Esta delegación se creó en noviembre de 1931, un par de años antes de que arribara a México el primer encargado nazi de la legación alemana: el barón Rüdt von Collemberg.

Como quedó mencionado, en 1926 se había fundado en la ciudad capital la Asociación de republicanos alemanes en México que, hasta avanzados los años cuarenta, llevó a cabo sus reuniones y actividades, un tanto al margen de cualquier organización política. Los republicanos organizaban charlas sobre la historia de México, de algunos descubrimientos científicos y, sobre todo, de la vocación democrática de sus miembros (Von Mentz, Radkau y Pérez Montfort, 1984, p. 20). También en 1926 se fundó el Deutscherhandelsverband, la Unión Alemana de Comercio en México, que trataría de unir a los comerciantes y productores contra las posibles amenazas surgidas de las leyes laborales posrevolucionarias. No tardaría en formarse en 1929 la Cámara Alemana de Comercio, que vincularía con mayor fuerza a los comerciantes y empresarios alemanes con el empresariado nativo, que ya daba visos de resistirse también a las reformas legales a favor de sindicatos y organizaciones de trabajadores (Von Mentz, Radkau y Pérez Montfort, 1984, p. 147). Mientras que la Cámara ocuparía un lugar privilegiado en la Confederación de Cámaras de Comercio establecida por la alianza entre empresarios, comerciantes y gobierno de México, tratando de capitalizar la relación entre las Cámaras de Comercio alemanas y mexicanas, la Unión, fundada unos años antes, parecía tener algunas funciones no tan empresariales y representativas de los intereses económicos. Si bien sí pretendió atender asuntos de índole comercial y de inversión de capitales alemanes, también se preocupó por mantener el nombre y la imagen de Alemania en alto, en concreto de la República de Weimar, y también “evitar la mendicidad de los alemanes en México” (Von Mentz, Radkau y Pérez Montfort, 1984, p. 148). Y esto lo hacía con todo el apoyo del propio Casino o Club Alemán. Ahí no sólo se celebraban reuniones sociales y festejos de diversa índole. También se ensayaban obras de teatro, se presentaban conciertos de solistas, pequeñas orquestas y coros. Entre sus aposentos, además del gran salón de baile, también tenía un par de salas de juntas y recepciones. Pero el espacio más visitado y requerido era el bar-comedor al que acudían diariamente comensales de diversas nacionalidades, no sólo alemanes y mexicanos (Véase Figura 3). Ahí solían reunirse también algunos franceses, británicos y norteamericanos en un afán de mantener los negocios y demás asuntos sociales en buena lid, tratando de dejar las enemistades de sus gobiernos a un lado.

Fuente: Fotografía de Hugo Brehme. Colección particular.

Figura 3. Cocina del Casino Alemán 

Hubo también otros alemanes que colaboraron con el estado posrevolucionario de los años veinte y sus instituciones. Uno, entre muchos, fue Alfons Goldschmidt, quien llegó a México invitado por José Vasconcelos y se encargó de difundir en la Escuela de Altos Estudios y en la Escuela de Agronomía de Chapingo los preceptos marxistas fundamentales de la economía política, después de su arribo en 1923. Durante su estancia en este país, se vinculó con organizaciones y personalidades de izquierda, y fue testigo de cómo mientras la República de Weimar emprendía su despegue y posteriormente su colapso, la admiración de muchos mexicanos se orientaba haca las transformaciones alemanas. En 1928 acompañó a una representación mexicana encabezada por Celestino Gasca en un viaje por Alemania. Este antiguo militante de la Casa del Obrero Mundial y para entonces figura importante de la CROM y aliado del presidente Plutarco Elías Calles, se sirvió de Goldschmidt como lazarillo para enterarse sobre cómo estaban las cosas en aquella República de Weimar, justo antes de la crisis del 29. Aquel viaje no sólo impactó al mexicano sino también al propio economista alemán, quien escribiría en un largo reportaje titulado Deutschland heute, que describía, siguiendo sus enseñanzas hegelianas pre-marxistas, el espíritu del tiempo alemán en aquellos años (Zeitgeist) que se encontraba inmerso entre el racismo y la irracionalidad. Su preocupación sobre el eurocentrismo intelectual y germanofílico le hicieron insistir a Golschmidt y muchos compatriotas suyos, así como a algunos mexicanos, en que las ideas de la pureza racial que blasonaba el racismo científico en boga eran una barbaridad (Acle-Kreysing, 2021). Lamentablemente, aquellas ideas tuvieron una resonancia puntual entre los asistentes al Casino Alemán en México y, así, prepararon sus simpatías por el arribo del Partido Nacional Socialista Alemán al poder en 1932.

El Colegio Alemán y la colonia alemana en México

Volviendo a la otra institución alemana que interesa a este ensayo, fue hasta 1894 cuando un grupo pequeño de empresarios encabezados por Donato Struck, informaron al resto de la comunidad germana que habían presentado una iniciativa al gobierno del general Porfirio Díaz de hacer un centro educativo alemán conforme a las reglas establecidas por el gobierno. El modelo a seguir entonces era muy semejante al de las escuelas prusianas del momento, aunque, en efecto, trató de adaptarse a los parámetros que el Departamento de Instrucción Pública pretendía imponer en la mayoría de las escuelas oficiales mexicanas. Aquella Sociedad Anónima en la que inicialmente se convertiría el Colegio Alemán, tenía la intención de sustituir el oneroso envío de jóvenes a estudiar a Alemania y, así lograr, que en territorio mexicano los germanos no tuvieran que perder su lenguaje, sus tradiciones y, sobre todo, su “identidad” alemana, al asistir a escuelas locales. De inmediato se rentó una casa en la Calle de Canoa y, en poco tiempo, recibió importantes apoyos económicos, tanto del Imperio Austro-Húngaro como de los empresarios establecidos en México. Para 1904, ya tenía un capital propio de $75,000 pesos, con los cuales logró cambiarse a un gran terreno en las afueras de la ciudad que tenían como domicilio reconocido la Calle de La Piedad números 81-93, en el límite sur de la zona urbana. La inauguración de sus primeros locales propios fue presidida por el general Porfirio Díaz y sus 162 alumnos pudieron seguir los cursos de Kindergarten, Instrucción elemental y Primaria Superior, bajo el patrón de la Realschule. Este consistía en querer “dar a los niños de la Colonia Alemana una formación profunda tanto científica como práctica, siguiendo el modelo de las escuelas de Alemania que de ejercer la disciplina alemana (deutsche Zucht) para transmitir una formación científica y abrir los ojos y sentidos de los alumnos hacia el ser y el saber alemanes (für Deutsches Wesen und Wissen)” (Von Mentz, Radkau, Spenser y Pérez Montfort, 1988, p. 202).

En términos generales, se trataba de una institución pequeña, un tanto familiar y bastante elitista, dadas sus altas colegiaturas. Prácticamente todas las asignaturas se impartían en alemán y había un énfasis particular en la aritmética, la geometría, la escritura, la música y la gimnasia. No tardaron en impartirse también algunas clases de natación en la Alberca Pane que se ubicaba en el Paseo de la Reforma. Además de este hincapié en la actividad deportiva y las disciplina, que sin duda estaba ligado a cierto militarismo imperante en la germanidad del momento, la escuela mostraba algunos elementos de modernidad, como los afanes higienistas y de coeducación. Niñas y niños tomaban sus clases juntos y también lo hacían con algunos hijos de otras comunidades internacionales. Para principios del siglo XX, la presencia de no-alemanes en el Colegio oscilaba entre el 13 y el 17 %. Sin embargo, las diferencias por el uso del alemán como habla materna hicieron que el director de entonces, el Dr. Max Dobroschke, se decidiera a formar dos grupos de estudiantes: los A, que dominaban el alemán, y los B, que no lo hacían tanto. Esta diferenciación siguió vigente hasta muy avanzado el siglo XX y no estuvo exenta de ciertos visos discriminatorios.1

De esta manera, se establecía que en prácticamente todo el quehacer escolar una especie de “superioridad” de los alemanes frente a los demás fuera parte del quehacer cotidiano de la escuela. Esta idea se reafirmaba con el discurso pro-germano que invadía los mensajes y programas educativos de la institución. Aun así, la mezcla entre hablantes y no hablantes se podía producir de manera informal, ya que muchas de las actividades se hacían en conjunto.

El Colegio Alemán pareció florecer durante la Revolución. Muchos alemanes que vivieron las inseguridades de la provincia durante los años en que la guerra invadió buena parte de los campos mexicanos, enviaron a sus hijos a la capital del país, aumentando la inscripción de manera relevante entre los años de 1913 a 1920. También cierto espíritu patriotero y anti-norteamericano hizo que muchos adultos capitalinos se interesaran por la cultura germana, por lo cual el colegio decidió dar clases de alemán para mayores de edad a partir de 1915. Una sorprendente inscripción de 600 individuos fortaleció la economía del plantel. Además, para estas fechas la escuela contaba con laboratorios bien equipados y con recursos pedagógicos innovadores, como grandes mapas, muestras químicas o minerales y equipos de medición exacta, recién enviados desde Alemania. Asimismo, durante el período revolucionario la escuela fue marco para la presentación de conferencias de importantes científicos y humanistas alemanes que visitaban el país. Eduard Seler y Hermann Bayer, por ejemplo, disertaron sobre sus hallazgos en torno de las culturas prehispánicas en aquellas aulas (Von Mentz, Radkau, Spenser y Pérez Montfort, 1988, p. 211). Fuera de ellas, la escuela también organizaba excursiones y visitas a Chapultepec y a los alrededores de la ciudad, dando pie a la formación de grupos de excursionistas que llevaban el nombre de Pfadfinder (exploradores) (véase Figura 4). Su disciplina semi-militar y sus uniformes recordaban constantemente su condición de “soldaditos germanos”.

Fuente: Colección particular.

Figura 4. Pfadfinder (excursionistas) del Colegio Alemán 

Sin embargo, después de la derrota del imperio a finales de la Primera Guerra Mundial, el Colegio vivió una especie de repliegue, ya que dejó de percibir los apoyos de ultramar y la comunidad alemana en México vivió las inseguridades de la violencia y la reestructuración del estado posrevolucionario. Con la caída del imperio, la fortaleza de los argumentos de “superioridad” y de “gloria” alemana mermaron bastante. De cualquier manera, los comerciantes y los empresarios apuntalaron la escuela y, junto con los recursos aportados por las colegiaturas, el Colegio Alemán pudo salir adelante, al grado que en 1924 inauguró su propia alberca en aquellos extensos terrenos de Tacubaya.

La década de los años veinte fue testigo de cierto cambio en las nociones “imperiales” y de “superioridad” que se impartían en el colegio. Algunos principios demócratas se implantaron al elegirse representes de alumnos y de padres de familia. Aun cuando el director de la escuela, Dr. Traugott Böhme, mantuvo una discreta relación con los gobiernos democráticos de la República de Weimar a partir de 1920, poco a poco también la alianza con las autoridades escolares mexicanas empezaría a mejorar. Desde de 1927, el Colegio Alemán se pudo incorporar al sistema mexicano al incluir Historia y Geografía de México a la oferta de materias escolares. Esta transformación le debió mucho a un convencido socialdemócrata que llegó a dar clases a México en 1924, y que hasta hoy figura en los anales del Colegio Alemán como un gran reformador: Rudolf Brechtel.

Esto también ayudó a que la escuela se vinculara un poco más al sistema educativo nacional. Desde 1921, algunos inspectores del gobierno posrevolucionario visitaron las instalaciones del Colegio con el fin de averiguar qué tanto seguía los lineamientos de la nueva política educativa. Como se trataba de una escuela que reivindicaba el laicismo y mostraba algunos adelantos relevantes en materia pedagógica, como la coeducación y el énfasis en las ciencias naturales y el deporte, las autoridades educativas mexicanas la vieron con bastante simpatía. Igual lo hicieron los nuevos gobiernos germanos cuando en 1923 recibió el reconocimiento alemán como Oberrealschule. Esta dimensión laica jugó a su favor durante los álgidos momentos de la severa confrontación entre la iglesia católica y el estado posrevolucionario suscitada a partir de 1926, y que dio lugar a la guerra cristera. Muchas escuelas privadas sufrieron la revisión estricta del gobierno y tuvieron que cerrar, dado su carácter confesional. No así el Colegio Alemán, que blasonaba de un avanzado repertorio pedagógico supuestamente “desfanatizador”.

Si bien aquel aspecto “moderno” del Colegio Alemán parecía ser un factor considerable a la hora de tomar en cuenta sus cambios durante la propia transformación de Alemania a lo largo de aquellos años de la República de Weimar, también es cierto que las reivindicaciones de la cultura alemana estaban por encima de cualquier otra manifestación del acontecer político, del conocimiento o la ciencia. Celebrar a los genios de Johan Wolfgang von Goethe, de Ludwig van Beethoven o de Friedrich Ludwig Jahn, el padre de la gimnasia puesta en boga desde principios del siglo XIX, parecía de pronto más importante que pensar en la nueva constitución de la joven república surgida después del colapso del imperio austrohúngaro (Von Mentz, Radkau, Spenser y Pérez Montfort, 1988, p. 220).

Las actividades deportivas, así como las excursiones a campo abierto y las visitas a museos, destacaban como parte integral de la educación impartida en el Colegio Alemán (véase Figura 5). Si bien se ponderaron las competencias de handball, una especie de futbol cuyos equipos intercambiaban la pelota con las manos en vez de con los pies, pero con metas y redes, áreas, defensas, porteros, delanteros y medios, otros deportes como el basquetbol, los triatlones, las regatas y el atletismo en general también se cultivaron. Incluso los equipos del Colegio Alemán compitieron con algunos de otras escuelas privadas y con los de la Escuela Nacional Preparatoria. En todas estas justas participaban hombres y mujeres, lo cual también contribuía a apuntalar la noción de modernidad en la educación. Al parecer, a ellas no les daba pena aparecer en bloomers y camiseta, o en traje de baño de una sola pieza a la hora de competir con otras escuelas.

Fuente: Colección particular.

Figura 5. Ejercicios de gimnasia en el patio del Colegio Alemán 

Pero sin duda fue el alto nivel académico el que distinguió al Colegio Alemán de otras escuelas de aquella época. Las ciencias naturales, la física y las matemáticas, así como la geografía, la historia, la literatura y la música se impartían con rigor y seriedad. No faltaban las visitas al Museo Nacional o al de Historia Natural (El Chopo), ni tampoco la organización de conferencias ofrecidas por especialistas. “En estos años se dictan en el colegio conferencias sobre el África tropical por el Dr. Leo Waibel, sobre la Piedra de la Guerra Sagrada por Alfonso Caso, sobre la teoría de iones del Dr. Alexander Götz de Göttingen, sobre el sistema pedagógico de María Montessori, por el director del plantel, etc.” (Von Mentz, Radkau, Spenser y Pérez Montfort, 1988, pp. 221-222). Otros conferencistas fueron Eduard Seler, Sigvald Linné y Mariano Silva, que impartieron cátedra sobre el México precolombino, así como los profesores Hähnel y Reiche, que hablaron sobre las cactáceas y la investigación botánica en México.

Aun cuando ya se toleraba cierta pluralidad ideológica y a su vez se fomentaba una relativa igualdad de sexos, permitiendo a las mujeres hacer gimnasia en el patio y participar en discusiones y días de campo, mostrando cierta desinhibición en el trato con los varones, la escuela no pudo quitarse su tesitura conservadora y mucho menos esa mirada de “superioridad” con la que se observaba al entorno mexicano. Esto se lo daba, sobre todo, el origen social de sus alumnos que por lo general eran vástagos de familias muy adineradas y representantes del empresariado alemán establecido en este país. Justo es decir que la propia escuela, para algunos de los miembros de su Junta de Administración, fue vista como un buen negocio. No en vano figuras económicamente muy poderosas como los empresarios y comerciantes Roberto Diener, Otto Wagner, Hugo Scherer, Alberto Lenz, Federico Boker y Kurt Vogt, participaron en dicha junta, garantizando la solvencia de la escuela y logrando una acumulación de capital nada desdeñable (Von Mentz, Radkau, Spenser y Pérez Montfort, 1988, p. 200).

Sin embargo, durante los primeros años de la década de 1930 las cosas cambiarían bastante para el Colegio Alemán. Con el arribo del nazismo al poder en Alemania, un mayor control y un énfasis mucho más contundente de la impronta racista se instaló en el aquel recinto educativo.

Pero durante las épocas de la República de Weimar, si bien no se enfatizó demasiado el racismo, la disciplina (Zucht) y los severos castigos que se imponían en caso de no atender a la puntualidad, la limpieza, la obediencia y el respeto hacia los maestros y compañeros, dejaron claro que el orden germánico autoritario era la norma a seguir. La rigidez y el cumplimiento de las reglas impuestas por una visión estrecha de las jerarquías sociales, formó parte del bagaje cultural con el que los alumnos de la Deutsche Schule salían una vez terminado sus estudios. Esto parecía darles una seguridad que frente a los estudiantes de otras escuelas se mostraba como arrogancia, rayana en lo inflexible, un sentir clasista y cultural de ser “superior” a los otros, y más aún en un país con severos problemas de desigualdad y de injusticia social.

De esta manera, tanto el Casino como el Colegio Alemán hicieron las veces de nichos culturales y económicos que poco contribuyeron a la integración de la cultura y la sociedad germana a las circunstancias del México posrevolucionario de los años veinte. La experiencia semi-democrática de la República de Weimar duró muy poco, como para poderse infiltrar entre aquellos alemanes que ya habían formado una colonia bastante bien delimitada y nada convencida de su posible integración o amalgama con la sociedad mexicana. La mayoría de los alemanes se sentían orgullosos de pertenecer al mundo de la Europa imperial y no tenían intenciones de adoptar la nacionalidad mexicana (véase Figura 6).2 Aun así, cierto optimismo se percibió avanzada aquella década y ciertas conciencias apostaron porque dichas limitaciones se pudieran ir limando poco a poco. Sin embargo, el racismo y el autoritarismo que impregnaron el ascenso del Tercer Reich al poder en la Alemania de los años treinta, dio al traste con aquel optimismo y negros nubarrones de intolerancia hicieron imposible caminar por el sendero de la racionalidad y el buen entendimiento.

Fuente: Colección particular.

Figura 6. Postal del Colegio Alemán 

Conclusiones

Durante los años de la República de Weimar y de las primeras administraciones postrevolucionarias en México, el Casino Alemán y el Colegio Alemán fueron dos instituciones que vivieron las contradicciones de dos países empeñados en reconstruirse después de experimentar destrucción y violencia. Si bien ambos pasaron por las tensiones que confrontaban a conservadores con revolucionarios, no cabe duda que en ambas instituciones privaron los intereses que reivindicaron valores nacionalistas pro-germánicos. Siendo la colonia alemana una pequeña comunidad económicamente poderosa, tanto en el Casino como en el Colegio Alemán se difundieron principios imperiales a la par de intentos reformistas, dado el carácter parlamentario y democrático que caracterizó a la propia República de Weimar. El tradicional antiyankismo mexicano fue aprovechado para reforzar la admiración de buena parte de la sociedad local a favor del “carácter alemán” y de su capacidad para salir a flote de las severas crisis que había vivido el pueblo alemán durante el siglo XIX y lo que iba del XX. Al avanzar la siguiente década, el distanciamiento entre los modelos de desarrollo adoptados por los regímenes alemán y mexicano, sin embargo, fue haciéndose cada vez más notorio. El socialismo enarbolado por el régimen de Lázaro Cárdenas poco a poco se diferenció de los derroteros del Tercer Reich, encabezado por Adolfo Hitler. La oportunidad de compartir un proceso de reconstrucción entre los regímenes posrevolucionarios mexicanos y el espíritu democrático y de justicia social de la República de Weimar se fue a la deriva. El Casino y el Colegio Alemán adoptaron los principios conservadores del racismo y la superioridad imperial del nacionalsocialismo, mismos que resultaron estar en clara oposición al proyecto cardenista, que poco a poco fue asumiendo una postura anti-imperial y antifascista.

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1En 1933 se le retiró al Colegio Alemán su incorporación a los programas de la SEP porque, según la inspectora que hizo el reporte, “se dedicaban muchas más clases a lo alemán que a lo referente a México y al idioma castellano” (Von Mentz, Radkau, Spenser y Pérez Montfort, 1988, p. 225).

2Uno de los críticos contemporáneos a esta supuesta “superioridad” de los alemanes frente a los mexicanos fue el propio Alfons Goldschmidt, quien solía burlarse constantemente de esa posición. Véase Acle-Kreysing, 2021.

Recibido: 22 de Octubre de 2022; Aprobado: 08 de Diciembre de 2023

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