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Revista mexicana de fitopatología
versión On-line ISSN 2007-8080versión impresa ISSN 0185-3309
Rev. mex. fitopatol vol.39 no.spe Texcoco 2021 Epub 30-Nov-2022
https://doi.org/10.18781/r.mex.fit.2021-32
Pandemia COVID-19: Una visión desde la fitosanidad a un problema multidimensional
1 Laboratorio de Análisis de Riesgo Epidemiológico Fitosanitario (CP-LANREF), Colegio de Postgraduados, Campus Montecillo, Texcoco. Carretera Federal México-Texcoco Km 36.5, Montecillo, Estado de México, México C.P. 56230
2 Departamento de Fitotecnia, Universidad Autónoma Chapingo, Carretera Federal México-Texcoco Km 38.5, 56230 Texcoco, México;
El alimento y la salud son necesidades fundamentales de la vida y legítimos derechos humanos. La Agricultura, superada por la Revolución Industrial y ulterior desarrollo económico, ha sido fundamental ante la contingencia sanitaria por SARS-CoV-2 / COVID-19. Su esencialidad, en contraste con el cierre temporal del resto de sectores económicos, implicó la producción ininterrumpida de productos agropecuarios para garantizar el suministro mundial de alimentos a pesar del riesgo para el trabajador de campo. Consecuentemente, el sector agrícola mexicano tuvo un crecimiento sostenido con una contribución del 59.2% de la producción global alimentaria ubicándose en la 12° posición mundial en 2020. Las actividades fitosanitarias han sido fundamentales en la producción y movilización mundial alimentos saludables y seguros a través de programas de inocuidad y certificación fitosanitaria. El modelo preventivo internacional fitosanitario regional-transfronterizo posee fortalezas aplicables a los Sistemas Públicos de Salud cuya tendencia actual privilegia el enfoque curativo paciente - cliente del entorno hospitalario-ambulatorio. La pandemia COVID-19 representa un problema multidimensional que supera los Sistemas Públicos de Salud. Es urgente el desarrollo de un Modelo Pansistémico preventivo de salud integral que involucre causas y efectos para esta y futuras epidemias. Se reconoce la necesidad de un nuevo paradigma productivo agrícola que equilibre la demanda creciente mundial de alimentos saludables con servicios ecosistémicos sustentables y resilientes con indicadores integrales de salud humana y ambiental. Este trabajo analiza 31 contribuciones de la Revista Mexicana de Fitopatología integradas en el Número Especial ‘COVID-19 y Fitosanidad’, promovido internacionalmente entre productores, investigadores y academia para visibilizar y ponderar el aporte social de la Fitosanidad, con énfasis en la Fitopatología, en la solución multidimensional a COVID-19.
Palabras clave: Epidemia; Agricultura; Confinamiento; Salud humana; OMS; SARS-CoV-2
Food and health are vital needs and legitimate human rights. Agriculture, exceeded by the Industrial Revolution and subsequent economic development has been fundamental to face the SARS-CoV-2 / COVID-19 health contingency. Its essentiality, in contrast to most economic sectors’ shutdown, implied the uninterrupted agricultural production to guarantee worldwide food supply despite the farmer’s risk. Consequently, the Mexican agricultural segment had sustained growth with a global food production contribution of 59.2%, ranking 12th in the world in 2020. Phytosanitary activities have been fundamental in the production and global mobilization of healthy and safe food through safety programs and pest-free status certifications. The regional-crossboundary phytosanitary-internationalpreventivemodel has strengths applicable to Public Health Systems whose current trend favors thepatient-client curativeapproach in the hospital-outpatient environment. The COVID-19 pandemic represents a multidimensional problem that exceeds the Public Health Systems. The development of a preventive Pansystemic Modelto address integral human health, involving causes and effects for this and future epidemics is urgent. The necessity of a new agricultural production paradigm that balances the growing global demand for healthy food, with sustainable and resilient ecosystem services with comprehensive human and environmental health indicators is also recognized. This work analyzes 31 contributions of the Mexican Journal of Phytopathology integrated into the Special Issue‘COVID-19 and Plan Heath’, promoted internationally among producers, researchers, and academia to communicate the phytosanitary contribution to the society, with emphasis on Phytopathology, at the multidimensional COVID-19 solution.
Key words: Epidemic; Agriculture; Confinement; Human health; WHO; SARS-CoV-2
Introducción
En febrero 2021, al cierre de la convocatoria del Número Especial RMF ‘COVID-19 y Fitosanidad’, mundialmente se reportaba 106.8 millones de casos positivos a SARS-CoV-2 y 2.4 millones de muertes en tres olas epidémicas (OMS, 2021). En México se tenía registro de 1.94 millones de positivos y 166.7 mil muertes en dos olas (SSa, 2021). En noviembre, al finalizar la edición del Número Especial, mundialmente se reportaron 252.4 millones de individuos positivos y 5.08 millones de muertes. México tenía 3.8 millones de casos y 290.6 mil decesos. Esto significó un incremento del 42.3 y 51.1% de incidencia en el mundo y en México, respectivamente, a pesar de la intensiva vacunación global con 3,171 millones de personas ‘inmunizadas’ en aproximadamente un año. México inició su programa de vacunación el 24 diciembre, 2020 totalizando 132.54 millones de dosis aplicadas. En este contexto, es claro que la pandemia no está controlada y que los Sistemas de Salud dependen de la vacunación como eje central de sus estrategias de mitigación a pesar de su evidente limitación (Mora-Aguilera and Acevedo-Sánchez, 2021). Actualmente, Europa experimenta su cuarta ola epidémica con severas restricciones que incluyen ‘pasaporte sanitario’ (certificado de vacunación con esquema completo), inmunización obligada de empleados públicos y confinamiento generalizado o forzoso para no vacunados en respuesta a la emergencia de Ómicron, quinta variante con prevalencia internacional y alta capacidad de trasmisión. A diferencia de la primera y segunda ola epidémica, se han suscitado intensas movilizaciones sociales de rechazo a las imposiciones restrictivas evidenciado limitada capacidad de gestión de riesgos por las autoridades sanitarias, y el agotamiento de la sociedad que demanda medidas efectivas e innovadoras (La Jornada, 2021a).
Ante este escenario, se requiere un modelo de salud sistémico-global para afrontar un proceso pandémico que elude soluciones locales o territoriales. Los organismos internacionales altamente costosos y burocráticos como la Organización Mundial de la Salud (OMS) o la Organización Panamericana de la Salud, tienen oportunidad para rediseñar su actual política de gestión, hacia un Modelo Pansistémico que permita la articulación de modelos regionales bajo un nuevo paradigma de salud pública con real énfasis en la prevención, operado con sistemas robustos de Vigilancia Epidemiológica basados en tecnología digital y genómica, y la articulación participativa de la comunidad.
COVID-19 ha evidenciado el colapso del sistema de salud mundial y la incapacidad para generar propuestas de mitigación preventivas basadas en investigación científica, como resultado de un histórico y sostenido abandono de la salud como derecho fundamental (Franco-Giraldo, 2019; Frenk, 2003). La salud como negocio paciente-enfermedad subyace en la estrategia generalizada del tratamiento personalizado de las enfermedades (COVID-19 entre ellas), por lo que se anteponen intereses de consorcios farmacéuticos y geopolíticos que amenazan la pervivencia de la humanidad y promueven esquemas excluyentes y discriminatorios ya evidenciados con la distribución inequitativa de vacunas en el mundo (Carbajal, 2022; Afp, 2021b; Franco-Giraldo, 2019; 2014; OPS, 2008; Cabello, 2001).
La crisis sanitaria COVID-19 ha impactado todos los ámbitos inherentes a la vida y a las actividades humanas. La Agricultura, declarada como actividad esencial ante esta crisis, ha mantenido la producción de alimentos en contraste a la ralentización general en 2020, y diferenciada en 2021, del resto de sectores económicos, socio-culturales y educativos. En este entorno adverso por SARS-CoV-2, la Revista Mexicana de Fitopatología (RMF), órgano divulgativo de la Sociedad Mexicana de Fitopatología (SMF), en el ámbito de su misión enfocada a la sanidad de los cultivos, se propuso en el Número Especial RMF ‘COVID-19 y Fitosanidad’ visibilizar a los diferentes actores que hacen posible la producción de alimentos en regiones rurales, generalmente con limitados servicios de salud, y en el caso de jornaleros y pequeños productores sin la cobertura médica correspondiente. La convocatoria RMF tuvo una cobertura abierta y por invitación a nivel internacional. Sin embargo, predominaron aportaciones de México. El objetivo fue documentar reflexiones, experiencias y resultados de investigaciones fitosanitarias en el contexto del proceso epidémico activo de COVID-19. Adicionalmente, se propuso coadyuvar a un análisis sistémico de epidemias, del balance microbiológico-ambiente, y del uso racional del germoplasma nativo en la producción sustentable de alimentos enfatizando la necesidad de un enfoque multidimensional e interdisciplinario en la solución a la crisis de salud por COVID-19, y otras potenciales enfermedades zoonóticas altamente dependientes de un equilibrio antropogénico, agroecológico y climático (Figura 1).
COVID-19: El virus, enfermedad y epidemiología
COVID-19 en la salud humana. La sección COVID-19: El virus, enfermedad y epidemiología, incluye contribuciones que abordan las propiedades genómicas y patogénicas de SARS-CoV-2 (Garcia-Ruiz et al., 2021); implicación de enfermedades crónicas en la ocurrencia de COVID-19 en jóvenes mexicanos (Álvarez-Maya et al., 2021); un análisis retrospectivo comparativo entre epidemias de plantas y humanos como marco analítico de COVID-19 (Mora-Aguilera and Acevedo-Sánchez, 2021); riesgo de contaminación en alimentos procesados y semiprocesados a partir del manejo en empaques (Vargas-Arispuro et al., 2021); potenciales estrategias de sanitización con cloro y productos a base extractos cítricos (Muñoz-Castellanos et al., 2021; Schneegans-Vallejo et al., 2021); reflexiones sobre las implicaciones de COVID-19 en la evolución global de la fitosanidad (Gutiérrez-Samperio, 2021), y el significado cultural, social, y productivo desde la óptica de un productor de maíz y espárrago, Don Bernardino, de 85 años de edad (Cruces-Pedraza, 2021). Conclusiones principales de estos aportes se integran en Cuadro 1. El marco conceptual y analítico de estas contribuciones se expone a continuación.
Diversidad de coronavirus. A partir de la emergencia de enfermedades de origen zoonótico, como SARS (2003) y MERS (2012), estudios de diversidad de coronavirus en murciélagos y otros animales han sido de gran interés como estrategia preventiva (Garcia-Ruiz et al., 2021). Es incuestionable la importancia de esos estudios para la salud humana, debido a la capacidad de adaptación y variabilidad del agente viral en el huésped como puede inferirse de la estructura poblacional de variantes con alta prevalencia secuencial y regional que han surgido durante la pandemia: Alpha, Beta, Delta, Eta, Epsilon, Kappa, Gamma, Lambda, Lota, Mu, Delta y Ómicron. Siendo Delta la variante más distribuida y Ómicron, reportada oficialmente el 24 de noviembre de 2021, la más reciente (WHO, 2021; Mora-Aguilera et al., 2021; www.gisaid.org). Lo anterior ha derivado en la creación o fortalecimiento de programas nacionales e internacionales para la investigación genómica viral (Cuadro 1; Figura 2A). No obstante, la inversión pública en investigación y la aplicabilidad práctica en el desarrollo de fármacos y vacunas han culminado en el usufructo privado de patentes con la consecuente asimetría en inmunización mundial en detrimento de países sin capacidad de compra de vacunas (Carbajal, 2022).
Adicionalmente, se han desarrollado plataformas web que permiten la trazabilidad de secuencias genéticas, variantes y dinámica de linajes poblacionales. Esto es posible por aporte de secuencias completas y parciales del genoma viral por entidades de investigación y de salud en países con infraestructura y recursos para ese fin. Como resultado, la información genómica de SARS-CoV-2 es de la más completa representando un extraordinario esfuerzo de colaboración científica. Por ejemplo, GISAID posee aproximadamente 4 millones de secuencias del virus, de las cuales GB contribuye con más de 1 millón (UKHSA and DHSC, 2021). Su libre disponibilidad ha permitido investigaciones etiológicas, epidemiológicas, clínicas, patogénicas e inmunológicas, como énfasis en vacunas (Garcia-Ruiz et al., 2021; Mora-Aguilera et al., 2022). Así mismo, en esta plataforma se puede consultar la dinámica filogénica, filogeográfica y un índice de diversidad genómica (Figura 2A). Sin embargo, estos modelos enfatizan al patógeno, omitiendo el sistema epidemiológico (p.e., hospedero, ambiente, etc.), fundamental para la comprensión de epidemias, y carecen de estrategias de comunicación de riesgos epidemiológicos. La información pública, si bien transparenta el dato, obliga a la generación de boletines interpretativos oficiales de dichos sitios web para evitar desinformación y deficiente manejo interpretativo. La emergencia y dispersión de la variante Ómicron es un ejemplo de la incorrecta comunicación de riesgos. Esto incluye a la OMS, organismo líder por mandato del Organismo de Naciones Unidas (ONU) para la gestión pandémica de COVID-19 (https://www.who.int/es).
¿Pandemia o sindemia? La enfermedad COVID-19, es un proceso pandémico debido a la ocurrencia de un proceso de contagio sincrónico a nivel mundial (Figura 2A, B) (Mora-Aguilera and Acevedo-Sánchez, 2021), no obstante, se ha considerado una sindemia o enfermedad infecciosa que tiene interacción con otros factores clínicos, sociales y conductuales (BBC News, 2020). Este concepto se abordó en el Número Especial RMF por Samaniego-Gaxiola (2021), en el contexto de salud de suelos para producción sana y sostenible de alimentos. En una de sus acepciones, una sindemia es una sinergia de epidemias que ocurren de forma simultánea en tiempo y espacio, interaccionan y tienen mecanismos causales comunes (Mendenhall et al., 2017). Por lo cual comprender clínica y epidemiológicamente el efecto de SARS-CoV-2, debería incluir un análisis sistémico de su interacción con enfermedades crónicas no trasmisibles y comorbilidades.
México tiene al menos tres epidemias en coexistencia con COVID-19: diabetes, hipertensión y obesidad. Sin embargo, existen otros factores que la pandemia ha evidenciado como determinantes de la agresividad patogénica de SARS-CoV-2, por ejemplo, desnutrición, contaminación ambiental, insalubridad, demografía, hacinamiento urbano, precarización laboral, etc., productos de desigualdades socioeconómicas (Horton, 2020). Sin embargo, también la insensatez humana en su interacción con la naturaleza tiene un rol fundamental. En un exhaustivo análisis retrospectivo de pandemias humanas y de plantas cultivadas se concluyó que a nivel global: ‘La pandemia SARS-CoV-2/COVID-19 evidenció el deterioro de un marco epidemiológico racional; ausencia de Sistemas de Vigilancia que articulen la detección clínica y de variantes virales con trazabilidad de riesgos comunitarios, potenciados con tecnología genómica y digital; la depauperación del Sistema Público de Salud; y la ausencia de un Modelo Pansistémico integrador de modelos regionales preventivos’ (Mora-Aguilera and Acevedo-Sánchez, 2021).
Gestión sanitaria. Durante la primera y segunda ola pandémica de 2020, se evidenciaron los rezagos, deterioro y desmantelamiento de Sistemas de Salud gubernamentales, incluso de países desarrollados (p.e., EUA, GB, Francia), y la importancia de reducir las desigualdades socioeconómicas y fortalecer la medicina preventiva (González-Salgado et al., 2021; Martín-Moreno et al., 2021). La OMS ha sido criticada por su lenta capacidad de reacción y burocratización de procesos de gestión internacional. Incluso derivó en el retiro temporal del financiamiento y la salida de EUA de los países suscritos a la OMS en Julio, 2020 (BBC News, 2020). Al cierre de la edición de este número, los esfuerzos de mitigación COVID-19 continúan bajo el modelo clínico convencional basado en la búsqueda de fármacos curativos (i.e., antivirales) e impulso de programas de vacunación extensivos (pero limitado a países que pueden pagarlos) con fuerte influencia de la industria farmacéutica. Así, se ha privilegiado intereses económicos a la prevención como modelo sistémico de salud (Franco-Giraldo, 2019; 2014). La nueva variante B.1.1.529 reportada en Sudáfrica, denominada Ómicron por la OMS, exhibe 50 mutaciones en su genoma, lo que preocupa a los especialistas por ser potencialmente más contagiosa. Datos iniciales muestran que en menos de 15 días se han reportado aproximadamente 445 casos a nivel mundial (Fernández, 2021), mientras que en Sudáfrica representa 84% de incidencia. Así mismo, los 30 cambios en el gen asociado a la proteína de la espícula (S), puede generar perdida de eficiencia en las actuales vacunas contra COVID-19 (Afp, 2021a). Sin embargo, en los virus, parásitos obligados dependientes de un huésped vivo, el proceso evolutivo hacia una reducción de agresividad por sobrevivencia (Mora-Aguilera and Acevedo-Sánchez, 2021), no sugiere que Ómicron pueda ser más patogénico que previas variantes incluyendo Delta.
Recientemente, Anthony Fauci, epidemiólogo consultor del gobierno EUA, expresó que: ‘Aunque la variante Ómicron del coronavirus se está propagando rápidamente por Estados Unidos, los primeros indicios dejan entrever que podría ser menos peligrosa que Delta’ (Johnson, 2021). No obstante, la constante mutación del virus, además de considerarse en el desarrollo de estrategias de mitigación y tratamientos clínicos (Garcia-Ruiz et al., 2021), debe integrarse como factor de riesgo esencial en modelos epidemiológicos incluyendo el pronóstico espacio-temporal de variantes asociado con prevalencia y virulencia del organismo. Por ejemplo, Eta fue una variante que rápidamente fue reemplazada por otras variantes dominantes. Mu y Lambda fueron variantes asociadas a regiones específicas (i.e., Sudamérica) con periodos más prolongados pero igualmente reemplazadas por otras de mayor dispersabilidad como Delta (Hodcroft, 2021).
Salud y calidad de alimentos. Por otro lado, el deterioro de la salud poblacional por enfermedades no infecciosas, particularmente en México, subyace en el estilo de consumo trastocado por la industria alimentaria. En una década (80´s) el porcentaje de personas con sobrepeso y obesidad creció 32.2%, en la actualidad se estima en 70% (Rivera et al., 2018). Estas enfermedades metabólicas, y las cardiovasculares constituyen factores de riesgo a la infección y mortalidad por SARS-CoV-2 (Álvarez-Maya et al., 2021; Garcia-Ruiz et al., 2021). Este es el contexto de la contribución de Álvarez-Maya y colaboradores (2021), los cuales analizaron el comportamiento epidemiológico del cohorte joven mexicano en la primera ola epidémica. Los autores justifican la iniciativa de etiquetado de alimentos que, con variantes, había sido previamente rechazada por instancias legislativas (Reyes, 2019). Sin duda, la pandemia contribuyó a que el 8 de noviembre 2019, se publicara en el Diario Oficial de la Federación el decreto que reforma la Ley General de Salud, en materia de sobrepeso, obesidad y etiquetado de alimentos y bebidas no alcohólicas, aprobado por el Congreso de la Unión el 22 de octubre.
En el marco de esta reforma se implementó el Sistema de Etiquetado Frontal de Alimentos y Bebidas (SEFAB), desarrollado por el Instituto Nacional de Salud Pública (INSP), que derivó en la actualización de la Norma Oficial Mexicana NOM-051-SCFI/SSA1-2010 y la entrada en vigor el 1 de octubre 2020 mediante tres fases a efectuarse entre 2020-2025. Esta estrategia, entre otros elementos, estipula y puntualiza: 1). Que el derecho a la protección de la salud debe tener entre sus finalidades la prevención de las enfermedades; 2). En materia de higiene escolar, corresponde a las autoridades sanitarias establecer acciones que promuevan una alimentación sana y nutritiva y la realización de actividad física; 3). Que la promoción de la salud integra la alimentación nutritiva, actividad física y nutrición; 4). Enfatiza que los programas propondrán acciones para reducir la malnutrición, promoverán el consumo de alimentos adecuados a las necesidades nutricionales de la población; y 5). Evitarán otros elementos que representen un riesgo potencial para la salud. Por tanto, esencialmente estas acciones buscan disminuir la intensidad epidémica de obesidad, como enfermedad crónica, disminuir su efecto en otras enfermedades no infecciosas, y reducir el riesgo de infección y mortalidad por COVID-19 (Álvarez-Maya et al., 2021).
Alimento urbano. El interés por alimentos de calidad y su abastecimiento oportuno a polos urbanos densamente poblados, como consecuencia de la ruptura de cadenas de suministro ocasionada por COVID-19, se ha propuesto en diferentes ámbitos, pero aun sin efectos en política pública. La perspectiva de agricultura urbana en la seguridad y calidad de alimentos es viable para grandes urbes. Entornos donde los agentes infecciosos han tenido mayores tasas de contagio en epidemias históricas (Cuevas-Castilleja et al., 2021; Mora-Aguilera and Acevedo-Sánchez 2021). La producción agrícola de la Ciudad de México, en la primera etapa infecciosa de COVID-19, evidenció su resiliencia a pesar de mayor riesgo de contagio para trabajadores que en el entorno rural (Cuevas-Castilleja et al., 2021; Reyes-Tena et al., 2021; González-Gaona et al., 2021; Castañeda-Cabrera et al., 2021). Adicionalmente, la posibilidad de dispersión de SARS-CoV-2 por alimentos, principalmente frescos, fue investigada debido a la asociatividad del primer caso positivo al virus con un mercado de alimentos en Wuhan, China. Vargas-Arispuro y colaboradores (2021), revisaron las evidencias científicas al respecto concluyendo el bajo riesgo vinculado con productos agrícolas, en gran medida por la adherencia a buenas prácticas de producción y empaque. No obstante, está ampliamente documentada la presencia pasiva del virus hasta por 2-3 días en función del tipo de material expuesto al contacto humano. Esto posibilita la contaminación del embalaje de alimentos por manipulación en transporte y en puntos de venta. Las revisiones del uso de cloro y de productos a base de cítricos como sanitizantes para inactivar al SARS-CoV-2 sugieren una opción rentable y de bajo impacto ambiental (Muñoz-Castellanos et al., 2021; Schneegans-Vallejo et al., 2021).
Vacunación como alternativa de mitigación. Las vacunas contra SARS-CoV-2, fueron desarrolladas a una velocidad de investigación sin precedente (12 meses después del brote epidémico), principalmente financiadas con fondos gubernamentales. Los programas de vacunación, implementados a partir de diciembre 2020, constituyen la actual estrategia de mitigación contra la crisis sanitaria, ayudando a disminuir hasta 90% del riesgo de mortalidad, restaurar la actividad laboral y social, y paliar las pérdidas económicas en todos los sectores de la economía. Como referencia, las vacunas contra las bacterias causantes de la Peste Negra y Cólera, tardaron 551 y 33 años, respectivamente, después de los brotes epidémicos posteriores al Renacimiento (Mora-Aguilera and Acevedo-Sánchez, 2021). No obstante, el acceso a los inmunológicos para muchos países de bajos ingresos aún sigue restringido, como los Caribeños y del continente Africano, debido al costo de adquisición, almacenaje y distribución. Adicionalmente, los países del G7 han acaparado la producción de dosis hasta en 75%, a pesar de superar sus necesidades inmediatas. EUA desperdició más de 15 millones de inmunológicos debido al rechazo a la vacunación de amplios sectores de la sociedad, situación que se repite en varios países desarrollados (Afp, 2021b).
Al cierre de la edición, la OMS ha aprobado, con el criterio de ‘uso en emergencias’, las vacunas Pfizer/BioNTech, AstraZeneca/Oxford, Janssen, Moderna y Sinopharm. Otras continúan en proceso de desarrollo o en evaluación por entidades regulatorias internacionales. El manejo geopolítico, proteccionista, o burocrático ha sido denunciado por países como China y Rusia, cuyas vacunas han sido las más tardadas en su aprobación. Por otra parte, agencias competentes nacionales han autorizado CanSino, Sputnik V, Soberana 02 y Soberana Plus contra COVID-19 en países específicos. Un caso a resaltar es Cuba, único país en Latinoamérica que ha desarrollado y aplicado sus propias vacunas, Soberana 01, Soberana 02, Soberana Plus y Abdala, a pesar del bloqueo económico y tecnológico impuesto por EUA. Actualmente, 82% de la población cubana está vacunada con las dos dosis requeridas (Ritchie et al., 2021). México, a través de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris), recientemente aprobó la vacuna Abdala para complementar su programa de vacunación. En este país, la política de vacunación sido exitosa por la aceptación poblacional y por cobertura nacional (Cruz, 2021).
Crisis del modelo de salud. El requerimiento mundial de inmunológicos como primer frente de mitigación contra SARS-CoV-2, evidenció la crisis mundial del sistema de salud y el deterioro de la investigación médica pública, por consiguiente, un abandono total del principio preventivo en beneficio del curativo promovido por la industria farmacéutica y los modelos educativos (Franco-Giraldo, 2019; 2014; OPS, 2008; Frenk, 2003; Cabello, 2001). México, alguna vez líder mundial en la generación de vacunas y erradicación de agentes patógenos (Mora-Aguilera and Acevedo-Sánchez, 2021), ha invertido más de US$ 832.7 millones hasta mayo 2021 en la adquisición de vacunas (Expansión, 2021). El oligopolio de fabricantes de vacunas contra SARS-CoV-2 podría ganar hasta US$ 190 mil millones en ventas durante 2021. Solo nueve empresas farmacéuticas, incluidas Pfizer y Moderna, con sede en EUA, junto con las chinas Sinovac, Biotech y Sinopharm se beneficiarán del mercado de vacunas contra el COVID-19 (Paton, 2021). Notoriamente, previo a la pandemia solo tres empresas controlaban el mercado internacional (Carbajal, 2022).
El valor mundial del mercado de vacunas propició que la industria farmacéutica incrementara su valor bursátil a partir del proceso pandémico e incluso fortaleció las estructuras monopólicas (Carbajal, 2022). En consecuencia, apoyadas por sus respectivos países, las farmacéuticas han sido reticentes a la liberación de patentes, solicitada por la OMS y varios países, impidiendo masificar la vacunación con un enfoque humanista e incluyente. Estrategia reconocida por la OMS y expertos en salud, como la única viable y racional para manejar la pandemia de SARS-CoV-2. Prolongar la epidemia incrementa el riesgo de emergencia de variantes del virus con nuevas capacidades parasíticas y clínicas, y la pérdida potencial de eficacia de vacunas. Por ejemplo, para Ómicron se prevé que la eficiencia puede disminuir debido a la cantidad de mutaciones en su genoma. La OMS recientemente anunció la pérdida de 40% de efectividad de vacunas debido a la variante Delta (Afp y Reuters, 2021). Es paradójica esta reticencia empresarial considerando que EUA, UK y otros países invirtieron recurso público por US$ 8600 millones para la generación de inmunológicos (Carbajal, 2022), y que la información genómica del SARS-CoV-2 ha provenido principalmente de instituciones públicas de investigación (www.gisaid.org). Sin embargo, esta visión mercantil es congruente con el gradual abandono del enfoque de prevención de los Sistema Públicos de Salud y la adopción de la cura, y por tanto de la salud como negocio (Franco-Giraldo, 2019; 2014; OPS; 2008; Frenk, 2003; Cabello, 2001). La base genómica y funcional de las vacunas (Garcia-Ruiz et al., 2021), y su análisis histórico desde la perspectiva científica, epidemiológica y de los Sistemas de Salud (Mora-Aguilera and Acevedo-Sánchez, 2021) son abordados en el Número Especial RMF.
COVID-19 y seguridad agroalimentaria
La Agricultura y producción alimentaria. En México y otros países, la agricultura fue declarada actividad esencial en el marco de la contención absoluta de las actividades humanas como estrategia de mitigación de la pandemia SARS-CoV-2/COVID-19. Esto implicó la continuidad productiva para el suministro mundial de alimentos. Consecuentemente, el sector agrícola fue el único que mantuvo un crecimiento positivo respecto a otros sectores económicos. Sin embargo, esto implicó un riesgo sanitario para este sector. Este aspecto y las estrategias implementadas para mitigarlas se analizan en otra sección. El aporte agrícola al PIB nacional fue abordado con datos productivos 2020 y parcialmente del 2021 (Rivas-Valencia et al., 2021). En cuatro contribuciones del Número Especial RMF se expuso la importancia de innovar la producción mediante el empleo de recursos nativos para asegurar la sustentabilidad productiva, con menor impacto ambiental, y para disminuir la dependencia de insumos agrícolas foráneos distribuidos por consorcios internacionales. El efecto de la dependencia de insumos fue evidenciado por COVID-19 al impactar directamente en cadenas de suministros mundiales debido a la globalización de procesos productivos. Insumos de alta demanda agrícola, como semilla de híbridos y variedades generadas por procesos convencionales o con ingeniería genética, fertilizantes químicos, y pesticidas son producidos por consorcios internacionales, varios de los cuales poseen también divisiones comerciales para el sector salud como Bayer y Pfizer. La propuesta de incentivar la investigación de germoplasma vegetal nativo fue abordado con el jitomate (Solanum lycopersicum) como estudio de caso (Cortez-Madrigal et al., 2021), y el empleo biotecnológico de recursos microbiológicos como fijadores de nutrientes y como agentes de control biológico fueron discutidos por investigadores de centros públicos de investigación de vanguardia en México (Zelaya-Molina et al., 2021; Samaniego-Gaxiola 2021; Ayala-Zepeda et al., 2021).
Trascendencia agrícola. La actual sociedad de consumo, abruptamente interrumpida por el confinamiento y distanciamiento social generalizado como estrategias de mitigación contra COVID-19, evidenció la intrincada red de dependencias humanas en su gran mayoría inducidas como necesidades materiales esenciales. Sin embargo, fue evidente que el alimento y la salud son los verdaderos derechos fundamentales de la vida. La Agricultura, subestimada desde la Revolución Industrial como motor de desarrollo económico y financiero de gran escala, patentizó su condición civilizatoria y madre de la cultura humana. Los grandes centros de origen agrícola fueron la simiente de los demos, la evolución de la lengua (Goettsch et al., 2021) y los primordios del pensamiento científico. La crisis sanitaria COVID-19 obliga a una revisión profunda de la Agricultura como patrimonio cultural, material e inmaterial de la humanidad, garante de bienestar y promotor de la estabilidad de los pueblos. Pero, además, exige revisar los modelos de producción intensivos y extensivos con fuerte impacto en la calidad e inocuidad de alimentos, activos productivos, recursos agroecosistémicos y el ambiente. La agricultura ha sido cuestionada por su efecto directo e indirecto en la huella de carbono (Sui y Wenquiang, 2021). Además, se ha postulado que la Agricultura y la urbanización han causado la deforestación, potenciando el origen de enfermedades zoonóticas (Lal, 2020). Un reciente trabajo reporta que 35% de las plantas silvestres, entre las que se encuentran cultivos emblemáticos como el café, aguacate y cacao, están amenazados de extinción a causa de la conversión de hábitats naturales para uso humano. Las principales causas incluyeron el abandono de métodos agrícolas tradicionales por mecanización extensiva, uso generalizado de herbicidas y pesticidas, especies invasoras y plagas, aunado a la contaminación por cultivos genéticamente modificados, recolección excesiva y tala (Goettsch et al., 2021).
Resiliencia y sustentabilidad agrícola. La agricultura se fundamenta en uso de recursos con gran capacidad de resiliencia y fuertes aportes ecosistémicos. El secuestro de CO2 y su conversión en alimento, es la gran contribución agrícola a la huella del carbohidrato (término propuesto en referencia ecosistémica positiva para la conversión del CO2), y su valor en los ciclos biogeoquímicos es altamente dinámico y efectivo. La Agricultura puede rápidamente integrarse a un modelo ambiental sistémico y sustentable con mayor eficiencia que otros sectores de la economía, los cuales requieren incorporarse a este modelo con base en una profunda revisión que incluya el equilibrio entre necesidades reales y consumo. La paradoja es la creciente demanda de alimentos a nivel mundial. Así, la esencialidad de la Agricultura trasciende la actual pandemia COVID-19. En consecuencia, la innovación agrícola, en un marco ambiental y productivo, es la perspectiva futura que debe impulsarse, en concordancia con el contexto de cada país, mediante políticas públicas trasversales a las instituciones y actores del sector productivo. Análogamente, políticas internacionales como ‘Hambre Cero’ de FAO y ‘Desarrollo Sostenible’ de la ONU con horizontes al 2030 deben articular sus modelos programáticos tradicionales con estrategias operativas y financieras agresivas y desburocratizadoras (ONU, 2015). De otra manera la siguiente resolución de la ONU será una utopía: ‘Estamos resueltos a poner fin a la pobreza y el hambre en todo el mundo de aquí a 2030, a combatir las desigualdades dentro de los países y entre ellos, a construir sociedades pacíficas, justas e inclusivas, a proteger los derechos humanos y promover la igualdad entre los géneros y el empoderamiento de las mujeres y las niñas, y a garantizar una protección duradera del planeta y sus recursos naturales’.
La esencialidad de la Agricultura implicó mayores riesgos clínicos por COVID-19, aunque con menores tasas de contagio, en la población rural. Datos preliminares sobre letalidad de SARS-CoV-2 en zonas rurales fue mayor (12.4%) que en zonas urbanas (8.4%) (Rodríguez, 2021), en gran medida por restricciones de infraestructura, recursos humanos, e inaccesibilidad a servicios básicos de salud. El riesgo de contagio entre trabajadores agrícolas afectó los diferentes eslabones productivos y provocó una contracción de mercados locales, principalmente centrales de abasto en áreas urbanas (Cruces-Pedraza, 2021; Castañeda-Cabrera et al., 2021; Cuevas-Castilleja et al., 2021; González-Gaona et al., 2021; Reyes-Tena et al., 2021). Sin embargo, es necesario contextualizar que las políticas agrícolas, a partir de 1988 con la formalización del neoliberalismo económico, han tenido un grave deterioro con la desaparición o privatización de organismos esenciales como FERTIMEX, ANSA, CONAFRUT, INMECAFE, etc. Con el paradigma de modernizar la economía mexicana (i.e., privatizador) se desdeñó el campo con la asunción que era más barato importar que producir. Actualmente, se ha logrado revertir parcialmente esta visión, en gran parte por iniciativa del sector productivo. La pandemia COVID-19 demostró que solo aquellos países con una sólida economía del sector primario pudieron garantizar su autosuficiencia y seguridad alimentaria, estrategias que cobraron un gran sentido ante la pandemia.
Migración y remesas rurales. Es paradójico que los migrantes, quienes iniciaron su desplazamiento territorial, precisamente por políticas neoliberales perjudiciales para el campo, y el largo abandono de estrategias estructurales productivas, enviaran remesas récord que impactaron principalmente en los entornos rurales mexicanos (Rivas-Valencia et al., 2021), mientras que en las grandes urbes se canceló o precarizó el empleo y se acentúo la fuga de capitales nacionales. Los pobres ‘inyectando’ dinero y los ricos haciendo ‘trasfusión’ de capitales. Así, ante la gran crisis COVID-19, fue el campo, por la vía productiva y las remesas, quien contribuyó a mitigar el efecto COVID-19 en la economía mexicana (Rivas-Valencia et al., 2021). En 2020, las remesas de mexicanos residentes en el extranjero (principalmente EUA) llegó a su máximo histórico equivalente al 3.8% del PIB, lo que se traduce en US$ 40,606.60 millones, 11.4% mayor que en 2019. Similarmente, a septiembre 2021 se enviaron remesas por US$ 37,300.00 millones, registro histórico comparable al 2020 (Carbajal, 2021).
Producción alimentaria global. A escala global, el comercio agroalimentario fue de US$ 66,703 millones, de los cuales 59.2% correspondió a ventas realizadas por México (Villalobos-Arámbula, 2021). Al finalizar 2020, el valor de las exportaciones agropecuarias y pesqueras fue la mayor en 28 años desde 1993 (SIAP, 2021; Rivas-Valencia et al., 2021) (Figura 3). Este dinamismo del sector permitió a México ubicarse como 12º productor agropecuario y 3º en América Latina favoreciendo una balanza positiva en 2020 (SIAP, 2021). Al cierre de este escrito, el PIB de México se ubica en MX$ 17’841,981 millones (+4.6%) con una clara recuperación del empleo y del consumo cercano a la situación pre-pandémica, con un aporte del sector primario (agrícola) de MX$ 617,130 millones (INEGI, 2021). No obstante, la cautela en la recuperación prevalece para México y el resto de mundo. Se ha pronosticado que ésta dependerá del avance de vacunación contra el SARS-CoV-2, lo cual permitiría la total reactivación económica.
Valor de canasta básica. Respecto al impacto de COVID-19 en el costo de alimentos, en términos de la canasta básica en México, medido a través del Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC) se mantuvo relativamente estable (105.9, 2019 vs 116.9, 2021) (BANXICO, 2021), con algunas excepciones en 2020 de productos que disminuyeron en precio por contracción de consumo, reducción de canales de distribución, cierre parcial de centrales de abasto y mercados locales (Reyes-Tena et al., 2021). Específicamente, los precios de productos agrícolas de la canasta básica, pasaron de MX$ 454.9 en 2019 a 535.4 en noviembre 2021 (INEGI, 2021), implicando un incremento promedio de 15.3%. Sin embargo, estos incrementos contrastan con los aumentos mundiales desproporcionados en insumos computacionales, servicios digitales y medicamentos bajo la premisa de oferta-demanda, no compatible con una contingencia de salud internacional. Por otra parte, en producción agrícola, el incremento del valor de alimentos en mercados internacionales excluye al productor de los beneficios transferidos a cadenas de distribución de intermediarios, comercializadoras y empacadoras. El caso del café, con un incremento del 103% en 2021, ilustra esta realidad (Hernández, 2022; Mora-Aguilera and Acevedo-Sánchez, 2021). Esta tendencia comercial debe subsanarse bajo un enfoque de producción sustentable y ‘justa’ al ambiente. Pero también justa para aquellas(os) que cultivan y cosechan los alimentos.
Conservación de activos productivos. Es posible impulsar una Agricultura fundamentada en la optimización de servicios agroecosistémicos, conservación de activos productivos, uso de materiales vegetales nativos, preservación de saberes, retorno de valor productivo al productor (Ayala-Zepeda et al., 2021; Cortéz-Madrigal et al., 2021; Samaniego-Gaxiola, 2021; Zelaya-Molina et al., 2021). Sin embargo, el entorno rural de México y de todos los países con producción agrícola, es tecnológica, cultural y socialmente muy diverso. Simplificar a un modelo productivo sería equivocado. No estaría acorde con la complejidad biótica y abiótica regional y particular a cada unidad de producción. La Agricultura no puede concebirse como biofábricas con procesos estandarizados y reproducibles estacionalmente. Es necesario diferenciar, por ejemplo, los sistemas productivos tecnificados, de aquellos tradicionales, de subsistencia, u orgánicos, los cuales tienen un menor impacto en los sistemas microbianos del suelo y planta.
Los sistemas productivos tecnificados (i.e., monocultivos generalmente extensivos, insumos varietales, fertilizantes, agroquimicos, sistemas de riesgo, etc.) pueden tener un fuerte impacto en los activos productivos (i.e., suelo, agua, variedades) y ambientales. Pero también son los que producen el mayor volumen de alimentos. El gran reto agrícola es encontrar el balance entre sistemas creados para satisfacer las grandes necesidades mundiales de alimentos con la preservación de recursos productivos y por ende del ambiente. Pero esto solo será posible en el marco de políticas públicas que incluya la investigación, desarrollo e innovación tecnológica (I + D + i).
La importancia de un marco político-científico se ilustra con la eliminación gradual, por casi dos décadas, del bromuro de metilo de la agricultura mundial (SISSAO, 2014), y el actual proceso para eliminacion del glifosato de la agricultura mexicana (https://www.gob.mx/semarnat/articulos/por-que-decir-no-al-glifosato?idiom=es). Sin embargo, una innovación esta vinculada a otros desarrollos tecnológicos. Su eliminación o modificación debe incluir un enfoque integral para generar alternativas efectivas. Por ejemplo, variedades transgénicas, como la soya resistente al glifosato, o el maíz resistente a plagas mediante el gen Bt. El maíz HT3 Smartstax Pro, de Bayer-Monsanto, recientemente fue prohibido por COFEPRIS México para consumo humano. Esta variedad integra genes involucrados en la producción de toxinas Bt y genes de tolerancia al glifosato (establecido como probable cancerígeno por la OMS en 2015), glufosinato y dicamba, tres herbicidas que amplian el espectro de acción biológica. El uso de estos herbicidas puede efectar la diversidad vegetal y microbiana e introduce presiones selecctivas poco estudiadas. Pero posibilita la producción extensiva de cultivos como soya y maíz. Presindir del glifosato elimina de facto el negocio de variedes transgénicas.
Inocuidad y salud. La tecnificación en agricultura representa un alto riesgo debido al margen de utilidad muy sensible, condicionado por múltiples factores, el más débil es la condición perecedera de productos cosechados, que impide crear estrategias de mercado de amplia penetración y largo plazo. En consecuencia, la mercadotecnia es limitada y acotada a compromisos preestablecidos de compra-venta. A pesar de ello, en este tipo de agricultura, desde los 90’s se adoptaron estándares de buenas prácticas agrícolas (BPA) y de manufactura (BPM) para la producción y comercialización, con el fin de satisfacer la demanda de productos agrícolas inocuos, i.e., libre de contaminantes físicos, químicos o biológicos. La aplicación de estas normas y regulaciones de BPA y BPM representa un incremento del costo productivo. Sin embargo, el establecimiento de medidas sanitizantes emergentes ante COVID-19 (Muñoz-Castellanos et al., 2021; Schneegans-Vallejo et al., 2021), fueron rápidamente implementadas por infraestructura instalada, por ejemplo, baños y centros de higiene para lavado de manos, y por la existencia de una cultura organizacional higienista (Vargas-Arispuro et al., 2021). Por el consumo en fresco, cultivos como berries, hortalizas y frutales, las BPA y BPM son fundamentales para reducir riesgos de enfermedades en humanos principalmente por enterobacterias (Salmonelosis) o vibrios (Cólera). Este enfoque productivo, generalmente asociado a modelos agroexportadores, ha contribuido a preservar la salud humana principalmente de riesgos microbiológicos. En caso de brotes de enfermedad en centros de consumo humano, permite la trazabilidad comercial.
El marco de inocuidad exitoso en alimentos vegetales, es análogo en producción animal. Sin embargo, en este sector las limitadas barreras biológicas con el humano han permitido la recurrente emergencia de enfermedades zoonóticas. Es el caso de los coronavirus, como SARS-CoV-2, y los orthomyxovirus, con el virus de la influenza. En México, existe el antecedente del brote epidémico en 2009 que originó la pandemia de Influenza A H1N1. Esta variante derivó de una mutación viral en una granja porcina. Similares eventos condujeron al primer brote de Influenza aviar A H5N1 de 1997 en Hong Kong, a partir de una granja de pollos. En consecuencia, el riesgo sanitario es sistémico e indica que la salud de cultivos agrícolas debe integrarse a la salud animal y humana en la visión de ‘una misma salud’ una nueva ‘arquitectura sanitaria’ propuesta por la OMS (https://www.who.int/es/news-room/commentaries).
La fitosanidad internacional. El enfoque fitosanitario internacional incluye no solo estrategias de inocuidad, también incorpora medidas para contener y limitar la movilización de plagas (p.e., patógenos, malezas, insectos, etc.) a nivel regional y transfronterizo. El certificado fitosanitario o de movilización es un instrumento internacional de gran importancia operado bajo el principio preventivo de exclusión y que explica los crecientes volúmenes de exportación de México (Rivas-Valencia et al., 2021). En este contexto, la sanidad agrícola ha sido reconocida por la FAO/ONU, paradójicamente el mismo año de la declaratoria de COVID-19 como pandemia, por sus aportes en garantizar la producción mundial de alimentos minimizando riesgos sanitarios (Gutiérrez-Samperio, 2021). El modelo fitosanitario posee fortalezas conceptuales y metodológicas que podrían analizarse y transferirse en el contexto de la salud humana y animal (Mora-Aguilera and Acevedo-Sánchez, 2021; Mora-Aguilera et al., 2021). Análogamente, Pérez-Hernández y colaboradores (2021), adaptaron para epidemias de plantas un enfoque espacial analítico implementado para COVID-19. La transversalidad aplicativa epidemiológica es posible porque se fundamenta en la población y en el principio universal de contagio, el cual opera en la dimensión tiempo-espacio. El equipo CP-LANREF desarrolló un Sistema de Vigilancia Epidemiológica para SARS-CoV-2/COVID-19 empleando experiencias fitosanitarias (Mora-Aguilera et al., 2022).
Política agrícola y salud humana. La resiliencia tecnológica de la Agricultura es inherente a la naturaleza cambiante del ambiente y a la necesidad adaptativa el proceso productivo incluso dentro de un mismo ciclo de producción. La naturaleza epistemológica y heurística de la Agricultura, aunada al incremento de la demanda internacional de alimentos representa un área de oportunidad para el sector agrícola ante COVID-19. La capacidad de reacción del sector productivo es determinante para incidir exitosamente en política pública y planeación agrícola, con el fin de mantener la dinámica productiva mediante el fortalecimiento de cadenas de consumo y suministro, pero también para la búsqueda de un nuevo paradigma productivo. Por ejemplo, la visión exportadora-extensiva, debe adaptarse a pequeños productores identificando áreas de oportunidad en mercados de consumo local optimizando prácticas agrícolas con insumos orgánicos y biológicos viables a una agricultura de pequeña escala (Cuevas-Castilleja et al., 2021; Ayala-Zepeda et al., 2021; Samaniego-Gaxiola, 2021; Zelaya-Molina et al., 2021). Las políticas agrícolas no pueden regirse con los mismos principios del libre mercado del sector secundario y terciario, a pesar que estos son constantemente ‘rescatados’ con recursos públicos ante crisis creadas por ‘errores’ de los mismos sectores. Por ejemplo, Fobaproa (1994) en México y la burbuja inmobiliaria (2008) en EUA con impacto mundial. Las políticas definidas como ‘proteccionistas’, prohibidas en el contexto de tratados agrícolas comerciales, en la práctica han sido inoperantes ya que los países requieren asegurar la producción de alimentos. Los productores son además consientes que requieren un marco económico-político que proporcione certidumbre a sus inversiones de alto riesgo. Por ejemplo, productores de guayabo de Aguascalientes, México reportaron una desprotección de políticas económicas en detrimento de competitividad de la cadena productiva del cultivo, lo cual se agudizó durante la pandemia por COVID-19 (González-Gaona et al., 2021). En contraste, productores de aguacate han tenido un fuerte apoyo federal garantizando a México la primera posición mundial productiva con fuerte contribución en la economía nacional (Rivas-Valencia et al., 2021; Castañeda-Cabrera et al., 2021).
Nuevo paradigma productivo. La Agricultura, en su diversidad biológica, tecnológica, socio-cultural y económica enfrenta la oportunidad de desarrollar un nuevo paradigma productivo, actualmente basado en el monocultivo + genética (variedades) + química (fertilizantes y pesticidas), y de incursionar en modelos innovadores de comercio nacional e internacional. El objetivo debe responder eficazmente en beneficio de productores-consumidores, y garantizar la seguridad y calidad alimentaria en el contexto de políticas internacionales de desarrollo sostenible de la ONU, reducción del impacto climático de la IPCC y la procuración de la salud humana de la OMS.
La pandemia representa un reto y oportunidad para el agro mexicano y mundial en materia de innovación digital y tecnológica que derive en investigación de frontera. Es necesario escalar y optimizar las relaciones benéficas de funcionalidad biológica y ambiental hacia una agricultura sustentable. También es necesario reenfocar la investigación para generar y potenciar el conocimiento productivo aplicable al desarrollo tecnológico innovador con impacto en la agricultura extensiva, intensiva, tradicional y orgánica. El modelo académico y productivista que actualmente prevalece, en gran medida incentivado por sistemas de competencias institucionales, debe considerar productos de innovación agrícola como una meta equivalente al virtuoso (o desvirtuado) factor de impacto de revistas de alta visibilidad y citación. En Agricultura, ¿No es el impacto en tecnología el verdadero factor de efectividad?.
En el contexto de COVID-19, la ventana de oportunidad ante la necesidad mundial de alimentos, la sustentabilidad y seguridad alimentaria por la crisis de suministros de insumos requeridos, principalmente por la agricultura de mediana y alta tecnología, debe aprovecharse para construir una Agricultura del futuro acorde a los grandes retos climáticos, alimentarios y de salud (Ayala-Zepeda et al., 2021; Cortez-Madrigal et al., 2021; Gutiérrez-Samperio, 2021; Samaniego-Gaxiola, 2021; Zelaya-Molina et al., 2021).
Cadenas globales de suministro y Agricultura. La ruptura de cadenas de suministro industrial, incluyendo la agroindustrial totalmente dependiente de insumos internacionales, continuará siendo un factor de riesgo para la apertura y reactivación económica nacional e internacional ante una pandemia que transita en su cuarta ola mundial. Por ejemplo, el actual déficit de chips o semiconductores ha ocasionado el cese o reducción de producción en la industria automotriz y electrónica. El déficit de contenedores (real o simulado) está impactando el flujo y movilización de mercancías, incluyendo agrícolas, incrementando los precios internacionales y la inflación en mercados de consumo. La baja disponibilidad de cartón y vidrio ha afectado la producción de sistemas de embalaje que impactan en la comercialización de productos embotellados como tequila, cerveza y otros. Aún con los escenarios adversos, la interrupción del suministro continuo de alimentos ocurrió en menor grado de lo esperado, al menos para países con producción agrícola como México con redes locales y regionales de distribución. A pesar del riesgo para personal empleado en cosecha, procesamiento, transporte y distribución de alimentos, la adherencia a los lineamientos de prevención en las unidades de producción permitió mantener en operación las unidades productivas (Castañeda-Cabrera et al., 2021; Cuevas-Castilleja et al., 2021; González-Gaona et al., 2021; Reyes-Tena et al., 2021).
Procesos industriales, proveedores de insumos para la agricultura como combustibles, semillas, fertilizantes, plaguicidas, etc., han reducido sus actividades durante la pandemia COVID-19. No obstante, el problema de insumos ha afectado diferencialmente dependiendo de la escala de producción agrícola (Cuevas-Castilleja et al., 2021; González-Gaona et al., 2021). La agricultura extensiva, podría ser la más afectada, debido a que su producción requiere de una variabilidad y altos volúmenes de insumos (semillas, fertilizantes, plaguicidas, lubricantes, refacciones y equipos, combustibles, etc.), mientras que pequeños productores han sido poco afectados, ya que utilizan insumos propios o por trueque (semillas, estiércol como materia orgánica, etc.), o los adquieren en mercados locales o regionales. Esta resiliencia productiva se ilustró con el estudio de caso de productores urbanos de CDMX (Cuevas-Castilleja et al., 2021).
Cadenas de suministro local. La fase de contingencia de COVID-19 en México evidenció que la diversidad de productos agrícolas tuvo un rol fundamental para asegurar el abastecimiento del mercado interno y consumo propio. Esto redujo el impacto en carencia de productos o precios de la canasta básica, a diferencia de otros países, principalmente europeos, altamente dependientes de la importación de productos frescos. Los mercados locales, rurales y urbanos (centrales de abasto) estuvieron en funcionamiento aplicando medidas de prevención COVID-19, algunos con cierres por algunos días en fases de alta contingencia epidémica (Cuevas-Castilleja et al., 2021; González-Gaona et al., 2021; Castañeda-Cabrera et al., 2021; Cruces-Pedraza, 2021). La Central de Abastos de productos agrícolas en CDMX, la principal en México, cuenta con 327 hectáreas de área operativa para acopio y venta abasteciendo 80% de la demanda de la capital mexicana y 30% del mercado nacional. Esta Central se ha mantenido activa durante toda la pandemia a pesar de un brote epidémico detectado en abril 2020, intervenido oportunamente con sanitización, acceso controlado, muestreos, confinamientos, atención hospitalaria preventiva, etc. (Bolaños y González, 2020). En este mercado, el programa ‘CEDA a domicilio’ se instauró el 23 de marzo 2020 como alternativa para compra y entrega de alimentos a domicilio sin el riesgo implícito por compras presenciales (https://www.cedaadomicilio.com/).
Categoría | Institución | Conclusiones Principales | Referencias |
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Virus, enfermedad y epidemiología | EUA: UNL | - Personas con comorbilidades, menores de edad y no vacunadas, tienen mayor riesgo de contagio. | Gutiérrez-Samperio, 2021; |
Cruces-Pedraza, 2021; | |||
- Creación de protocolos de manipulación de alimentos y desinfestantes para inactivar SARS-CoV- 2. | Garcia-Ruiz et al., 2021; | ||
Vargas-Arispuro et al., 2021; | |||
México: COLPOS, CIAD, UACH, UAEM | - El riego de contaminación de alimentos por SARS-CoV-2 es bajo por BPA y BPM | Mora-Aguilera and Acevedo-Sánchez, 2021; | |
Muñoz-Castellanos et al., 2021; | |||
- Estudios de SARS-CoV-2, permitirá entender procesos evolutivos y clínicos. | Álvarez-Maya et al., 2021; | ||
Schneegans-Vallejo et al., 2021 | |||
COVID-19 y seguridad agroalimentaria | México: INIFAP, CNRG-INIFAP, IPN-CIIDIR, ITSON | - La agricultura mexicana, único sector con crecimiento positivo. | Rivas-Valencia et al., 2021; |
- Alternativas sustentables y de bajo impacto ambiental coadyuva la producción de alimentos sanos. | Zelaya-Molina et al., 2021; | ||
- El control biológico incentiva una agricultura autosustentable. | Samaniego-Gaxiola 2021; | ||
- El desabasto de insumos agrícolas se registró en áreas de agricultura extensiva. | Cortez-Madrigal et al., 2021; | ||
Ayala-Zepeda et al., 2021 | |||
Fitosanidad y COVID-19 | EUA: MSU | - La resiliencia de productores y técnicos, impulsó el uso de tecnología digital para el manejo de cultivos. | Pérez-Hernández et al., 2021; |
- El desabasto de mano de obra agrícola e insumos, generó pérdidas económicas. | Cuevas-Castilleja et al., 2021; | ||
México: UACh, UNAM, TecNM | Reyes-Tena et al., 2021; | ||
- Las zonas rurales agrícolas presentaron menor número de contagios vs zonas urbanas. | Castañeda-Cabrera et al., 2021; | ||
González-Gaona et al., 2021 | |||
Docencia e investigación | México: UACh, UNAM, UMSNH, IPN-CeProBi, UIEP | - COVID-19 evidenció fragilidad en la enseñanza-aprendizaje bajo un entorno digital. | Zamora-Macorra 2021; |
Manoj-Kumar, 2021; | |||
Santoyo, 2021; | |||
- En pandemia, aumentó los costos / uso en equipo de cómputo y servicio de internet. | Calvo-Araya, 2021; | ||
Costa Rica: UCR, UNA | Solano-Báez et al., 2021; | ||
- El entorno académico demostró resiliencia direccionado a esfuerzos educativos, reflexivos y, simpatéticos con el estudiante. | Fajardo-Franco and Aguilar-Tlatelpa, 2021; | ||
Granados-Montero, 2021 | |||
La visión COVID-19 del estudiante | México: UNAM, UAM-X, UAT | - La enseñanza-aprendizaje y/o investigación fue continuó a las plataformas digitales. | González-Cruces, 2021; |
- Se gestaron alternativas de vinculación con otras instituciones, investigadores y estudiantes en pandemia. | González-Meléndez, 2021; | ||
de la Hoz-Ruiz, 2021; | |||
- El rezago digital a plataformas digitales evidenció deficiencia de aprendizaje. | García-Reynoso, 2021; | ||
Villalobos-Camacho, 2021; | |||
- Se comprometió la calidad del postgrado por paro parcial o total de instituciones educativas. | Rubio-Tinajero y Zapata-Contreras, 2021 |
Fitosanidad y COVID-19
Fitosanidad y comercio. Durante el proceso pandémico, México mantuvo su política fitosanitaria enfocada a sustentar la sanidad, inocuidad y seguridad de productos agrícolas (Rivas-Valencia et al., 2021). A nivel nacional continuó la operación de Campañas de Prioridad Nacional y Programas de Vigilancia Epidemiológica Fitosanitaria, fundamentales para reducir riesgos de ingreso de plagas y potenciales pérdidas productivas en cultivos de importancia económica (SIRVEF, 2021). Estas actividades incluyeron acciones de protección y vigilancia en más de 35 plagas de importancia económica y/o cuarentenaria (Rivas-Valencia et al., 2021). Estas actividades permiten la emisión de certificados de exportación, lo cual favorece y promueve el comercio internacional de productos frescos. Aunado a estos esfuerzos, el 28 de febrero 2020 se anunció el programa piloto de certificación electrónica fitosanitaria (ePhyto) para agilizar el intercambio comercial entre México y Estados Unidos (SENASICA, 2021).
La ventanilla Digital Mexicana de Comercio Exterior (VDMCE), creada en 2013, también permitió continuar con operaciones comerciales agrícolas, mejorando la eficiencia de liberación de mercancías en puntos de ingreso. Este instrumento, creado por el Gobierno de México para garantizar el comercio y abasto de alimentos, ha contribuido a la prevención de contagios SARS-CoV-2 al reducir la interacción entre servidores públicos y usuarios (SENASICA, 2021; https://bit.ly/3owWz6h). Adicional a estas acciones, gran parte de trámites oficiales migraron a una modalidad virtual, favoreciendo la agilidad en trámites y cumpliendo con las medidas de distanciamiento social sugeridas por las instancias de salud.
Nuevo patógeno y resiliencia. Durante la pandemia COVID-19, Reyes-Tena y colaboradores (2021) realizaron el primer reporte de Clavibacter michiganensis subsp. michiganensis (Cmm) en jitomate (Solanum lycopersicum) en Michoacán, México. Las pérdidas productivas fueron del 10% respecto a 2020 en ausencia del patógeno. Al cierre de la edición se contactó al autor para conocer el estatus 2021: ‘Con respecto a Cmm, hemos aprendido a convivir con ella, ya no es un problema grave en macrotunel, a campo abierto sí’. Además, ‘el precio del jitomate en 2021 ha sido mucho mejor y a los productores les ha ido muy bien’. Este ejemplo muestra la capacidad de resiliencia de productores ante problemas sanitarios agrícolas y el riesgo dinámico en la producción agrícola. Contrasta notoriamente con la nueva enfermedad COVID-19 en salud humana, donde los Sistemas Públicos de Salud no estaban preparados para operar modelos preventivos y de mitigación para una contingencia epidémica global. Así mismo, la población no está preparada psicológicamente para enfrentar una amenaza colectiva debido a la individualización del modelo curativo paciente-enfermedad (Mora-Aguilera and Acevedo Sánchez, 2021).
Las estrategias propuestas por la OMS e instituciones de salud se basan en acciones colectivas reactivas y fundamentadas en experiencias higienistas de mediados del siglo XIX efectivas en otra realidad socio-económica, científica y geopolítica. Actualmente se carece de un Modelo Pansistémico efectivo para restituir la prevención como principio fundamental para garantizar la salud (Mora-Aguilera and Acevedo-Sánchez, 2021). La vacunación, la principal apuesta global de mitigación es una estrategia limitada por prevalecer un interés comercial y por no representar un modelo sustentable de salud concurrente con otros determinantes epidémicos.
Epidemia y endemicidad. En la Agricultura, con ocurrencia histórica de epidemias, se ha entendido que la transición epidémica a un proceso endémico es parte del equilibrio biológico y de los modelos productivos. Determinar cuándo un agente patogénico se ha establecido en la población, con el consiguiente cambio de estrategia de manejo será también determinante en COVID-19. Sin embargo, mientras las farmacéuticas determinen la agenda mundial del manejo COVID-19 no se podrán diseñar estrategias pertinentes con bases científicas en beneficio de la población.
Ómicron, por ejemplo, podría ser el equivalente a variantes virales de alta capacidad de prevalencia, dispersión y baja patogenicidad que se ha usado en la agricultura en protección cruzada de plantas para control de virus. Consecuencia natural adaptativa a partir de variantes virales con mayor agresividad y causantes de millones de plantas muertas (Mora-Aguilera and Acevedo-Sánchez 2021). Sin embargo, la comunicación de riesgo y medidas adoptadas para Ómicron va en sentido opuesto con la reinstauración de medidas ‘preventivas’ que amplios sectores de la sociedad en diversos países rechazan, implicando que éstas no son la real solución a la crisis de salud después de magros resultados obtenidos en tres olas epidémicas.
Plaguicidas y salud humana. La inocuidad de alimentos considera la ausencia de trazas, o cantidad segura, de un plaguicida en productos agrícolas de consumo humano. Este componente químico, y el microbiológico pueden ser de alto impacto a la salud humana. Sin embargo, a diferencia de un proceso infeccioso microbiológico inmediato, los efectos de plaguicidas pueden tener implicaciones subletales y requerir el consumo frecuente de productos contaminados o exposición prolongada directa a una formulación química (o tóxicos derivados) para desarrollar cuadros clínicos crónicos. En consecuencia, trabajadores agrícolas y asentamientos humanos próximos a unidades de producción pueden resultar afectados con mayor frecuencia que el consumidor. Esta es la razón de controversias jurídicas y científicas respecto a su causalidad cancerígena, daños renales y teratogénicos, entre otros padecimientos, de ciertos plaguicidas.
En México, recientemente se reportaron trazas de dos a seis plaguicidas, entre ellos glifosato, 2-4 D, Molinato y Picloran, en niños de edad escolar en Agua Caliente y Ahuacán, Jalisco (Sierra-Díaz et al., 2019; Ribeiro, 2020). Posiblemente, el glifosato sea el químico más debatido respecto a procesos cancerígenos. Sin embargo, evidencias científicas recientes concluyen que causa cáncer en el sistema linfático (non-Hodgkin lymphoma) (Weisenburger, 2021). En Calvillo, Aguascalientes, se ha reportado un incremento de enfermedades renales crónicas en los últimos años, asociado al uso indiscriminado de plaguicidas en cultivos agrícolas (González-Gaona et al., 2021), especialmente a una sobreexposición a Malatión y Cipermetrina (Mendoza et al., 2015). También se ha señalado una alteración en el sistema inmunológico, lo cual predispone a otras enfermedades como al COVID-19 (Corsini et al., 2008). Estos son ejemplos de la abundante evidencia a este respecto.
Microbiota y salud de plantas. El control de plagas con alternativas microbiológicas o de extractos vegetales se ha aplicado en la agricultura desde el siglo pasado. México es líder en América con el Centro Nacional de Referencia de Control Biológico (SENASICA-CNRCB) (SENASICA, 2020); el Laboratorio de Recursos Genéticos Microbianos (CNRG-INIFAP) (Zelaya-Molina et al., 2021; INIFAP, 2019); y con diversos programas de postgrado e investigación en instituciones públicas como INIFAP, IPN, UMSNH, COLPOS e ITSON (Samaniego et al., 2021; Ayala-Zepeda et al., 2021; Santoyo, 2021). El CNRCB posee amplios acervos microbiológicos empleados en Campañas Fitosanitarias nacionales para manejo regional de plagas, limitando el uso de pesticidas en ambientes urbanos y agrícolas (SENASICA, 2020). Debido a la diversidad de nichos agroecológicos en México, centro de origen de varios cultivos, amplia tradición microbiológica y la disponibilidad de recurso humano especializado, el CNRG-INIFAP tiene como meta constituir el banco de germoplasma y microbiológico más completo del mundo, con el fin de implementar estrategias sustentables acordes a los requerimientos productivos y ambientales del futuro (SADER, 2016).
A nivel mundial existe innumerable investigación microbiológica sobre el potencial supresivo de plagas. El Número Especial RMF integra dos trabajos que aportan el marco conceptual, teórico y aplicado sobre el rol microbiológico en salud de suelos bajo una visión de agricultura sustentable (Zelaya-Molina et al., 2021; Samaniego et al., 2021). Sin embargo, es necesario el impulso de políticas públicas que permitan el desarrollo de tecnología aplicable a un nuevo paradigma agrícola. No obstante, es necesario escalar estudios microbiológicos a validación extensiva, regional e interdisciplinaria, integrada a modelos de innovación productiva que permitan satisfacer demandas de alimentos regionales, nacionales e internacionales. Mientras los estudios de efectividad no trasciendan la caja Petri, las estrategias biológicas, no garantizarán su competitividad con plaguicidas convencionales.
Microbiota y el nuevo paradigma agrícola. El uso de microorganismos promotores del crecimiento vegetal (MPCV) puede representar la ruptura de uno de los ejes del paradigma de la producción agrícola moderna: la fertilización química (Cuadro 1). Análogamente al uso de agentes de control biológico, su éxito dependerá de estrategias efectivas de política pública en planeación agrícola, desarrollo empresarial con responsabilidad social y ambiental, y modelos científico-tecnológicos holísticos (Samaniego-Gaxiola, 2021; Zelaya-Molina et al., 2021).
La crisis global de salud por COVID-19 obliga, en efecto, a integrar la visión de estrategias que coadyuven a la producción de alimentos sanos e inocuos como política pública incluyente, no solo direccionada al consumidor local o de países importadores con capacidad de pagar el valor agregado de calidad. La producción de traspatio, practicada por amplios sectores rurales de países en desarrollo, debe incorporarse a modelos productivos saludables y seguros. Estos sistemas de autoconsumo, importantes para paliar la desigualdad y pobreza, favorecen el contacto estrecho entre humanos y animales con riesgo de enfermedades zoonóticas. El nuevo deltacoronavirus, recientemente encontrado causando infecciones en niños a partir de granjas porcinas en Haití, evidencia el riesgo de salud asociado a este sistema productivo (Lednicky et al., 2021).
Fitosanidad y digitalización. La computarización del sector agrícola tiene su antecedente en la agricultura extensiva de precisión de los 90’s en Argentina, Brasil y EUA. Los sistemas de geoposicionamiento (GPS) fueron determinantes en este desarrollo tecnológico. Sin embargo, la digitalización integral del proceso productivo inició con la disponibilidad rentable del internet y de equipos de telefonía móvil con capacidad para operar aplicaciones (App), principalmente desarrollados en Android, un Sistema Operativo de código abierto publicado en 2008. El mayor progreso ha sido incentivado por compañías dedicadas a la producción de fertilizantes. En fitosanidad, los avances en este ámbito han sido restringidos por la amplia oferta de plaguicidas de patente y genéricos, y la cultura del ‘diagnóstico’ visual, descriptivo y rápido (no necesariamente efectivo y causa del uso irracional de plaguicidas) (https://www.hortalizas.com/proteccion-de-cultivos/61807/). A nivel oficial, la digitalización de la mayoría de los procesos del SENASICA, México, permitió la continuidad de las actividades de sanidad agrícola y comercialización durante la pandemia (Rivas-Valencia et al., 2021).
Vigilancia epidemiológica digital. Los sistemas computarizados de vigilancia epidemiológica en cítricos (Citrus spp.), café (Coffea spp.) y agave (Agave tequilana), desarrollados por SENASICA México, continuaron su operación en áreas productivas críticas o de interés para técnicos a pesar la contingencia por COVID-19. Por ejemplo, se realizó un taller de transferencia en campo del modelo de vigilancia y del uso de tecnología digital a técnicos fitosanitarios de café en el estado de Veracruz a solicitud de técnicos (Figura 4) (CP-LANREF, 2021. No publicado). Estas experiencias coadyuvarán a fortalecer modelos digitales en la sanidad agrícola, el cual exhibe notorias asimetrías entre países, incluso aquellos desarrollados. La armonización de este enfoque tecnológico es fundamental ante eventuales escenarios de riesgos transfronterizos que implicarían el uso de tecnología digital para operar modelos de vigilancia regionales en tiempo real. Las actuales epidemias en Latinoamérica causadas por CLas-Cítricos, Roya-Cafeto y FOC R4T-Banano son ejemplos de la urgente necesidad que organismos internacionales como FAO, IICA, IPPC y OIRSA podrían liderar (Ibarra-Zapata et al., 2021; Santivañez et al., 2014). El impacto global de COVID-19 ha evidenciado la carencia de modelos computarizados de vigilancia preventiva a nivel comunitario-regional-continental, responsabilidad de los Sistemas Públicos de Salud. Idealmente, en un esquema de mejora continua, se esperaría que esta crisis de salud contribuya a diseñar, analizar y optimizar políticas sanitarias en salud humana, animal y vegetal para el desarrollo de modelos holístico-sistémicos de vigilancia preventiva, operables a diferentes escalas espaciales (Mora-Aguilera et al., 2021).
Tele-diagnóstico. En el contexto de la relación técnico-productor, utilización de herramientas digitales para diagnóstico fitosanitario optimizó la asesoría técnica a productores de agricultura urbana de la CDMX durante una fase de incidencia crítica de COVID-19 en 2020 (Cuevas-Castilleja et al., 2021). Este caso mostró la incorporación de soluciones creativas mediante recursos tecnológicos disponibles. Envío de fotografías digitales, videos, comunicación en tiempo real mediante plataformas digitales y otros elementos tecnológicos permitieron garantizar la continuidad laboral, educativa y social, coadyuvando a la producción agrícola urbana (Cuevas-Castilleja et al., 2021). Aunque el diagnóstico virtual de plagas y enfermedades es un enfoque que el sector oficial, a través del SENASICA y otras instancias internacionales han implementado por varios años, principalmente con fines educativos, la pandemia COVID-19 incentivó su adopción por restricciones de actividades presenciales. Análogamente, ha acelerado el surgimiento de la telemedicina incipiente antes de COVID-19 (https://www.medicasur.com.mx/es/ms/Mi_Hospital_Digital_Medica_Sur).
Sin embargo, el paralelismo en el diagnóstico de enfermedades en plantas y humanos se fundamenta en la visión reduccionista curativa. La presunción que la causa es base de la cura desarticuló de facto la posibilidad de desarrollar y fortalecer sistemas holísticos para manejo de enfermedades y propició el surgimiento de grandes negocios de salud curativa, no preventiva, representados por consorcios químico-farmacéuticos con divisiones que impactan, bajo los mismos enfoques, en la salud humana, animal y vegetal. La pandemia COVID-19 es una evidencia del abandono de la prevención, base exitosa de salud pública de finales del siglo pasado (Mora-Aguilera and Acevedo Sánchez et al., 2021; Frenk, 2003; Franco-Giraldo, 2019; 2014).
Docencia e Investigación durante el confinamiento
Instituciones académicas y COVID-19. COVID-19 evidenció la fragilidad del modelo educativo actual para operar el proceso enseñanza-aprendizaje en un entorno digital. La capacidad de respuesta fue heterogénea en función de la infraestructura institucional, y de las capacidades y habilidades ‘virtuales’ de educadores y educandos. El Número Especial RMF integró contribuciones de México y Costa Rica que abordan la complejidad educativa y de investigación, tanto en postgrado como licenciatura (Zamora-Macorra, 2021; Manoj-Kumar, 2021; Santoyo, 2021; Calvo-Araya, 2021; Solano-Báez et al., 2021; Fajardo-Franco and Aguilar-Tlatelpa, 2021; Granados-Montero, 2021). Sin embargo, es innegable que el cumplimiento formal de programas educativos no garantiza la integralidad formativa en aspectos vinculantes con la realidad profesional, cultural y social, fuertemente comprometidos por el confinamiento y distanciamiento social. Esta vertiente se aborda en la siguiente sección, desde la perspectiva del estudiante.
Un aspecto central en este análisis académico es la capacidad de resiliencia institucional en sus modelos educativos. Este aspecto no puede dilucidarse únicamente a partir del enfoque de las contribuciones RMF, las cuales abordaron la solución personal a un problema educativo. Sin embargo, en todas queda claro que la institución cumplió a cabalidad con los lineamientos sanitarios determinados por las respectivas instancias de salud (Camhaji, 2021). La exigencia y rigor se evidenció en varias instituciones al prohibir actividades presenciales de todos los sectores comunitarios, y en el menor de los casos se implementó el ingreso escalonado para personal de proyectos de investigación críticos. La digitalización y virtualización fueron adoptadas como políticas institucionales y el cumplimiento de programas fue el indicador del avance educativo.
Hasta el presente, gran número de instituciones públicas mexicanas como la UNAM, IPN y UAM, y privadas como el TEC-Monterrey e Iberoamericana, no han reiniciado sus actividades académicas a casi dos años de iniciado el proceso epidémico COVID-19. Contradictorio, ya que el programa de vacunación privilegió a ese sector en México para coadyuvar a la reapertura. Esta es una evidencia de que las instituciones educativas optaron cómodamente por adherirse al cumplimiento de lineamientos de salud sin responder con estrategias propias e innovadoras a la altura de un cuerpo científico formado para la solución de problemas, y de un sector estudiantil supuestamente crítico y participativo sobre las decisiones fundamentales del modelo educativo al que son inmersos. Así, parecería que se decidió por estrategias inerciales y políticamente seguras sin que la universidad y centros públicos de investigación se mostraran ante la sociedad como la masa científica, de la cual podrían emerger las soluciones ante COVID-19. La educación tiene un propósito trasformador de la realidad a partir del individuo. Esa realidad coyuntural es una crisis global de salud por SARS-CoV-2, a la cual educadores-educandos e investigadores deben aplicarse para incidir en su solución. Se optó por mimetizarse con el resto de la población, sin sufrir las consecuencias de un salario menguado y sin el riesgo de aquellos que eventualmente tuvieron que abandonar la seguridad del confinamiento para solventar sus necesidades fundamentales. La masa educada, sufragada por la sociedad, quedó evidenciada como una clase privilegiada, segura, e inmóvil.
Ante COVID-19 se perdió la gran oportunidad de educar y formar educandos con determinación, carácter, compromiso social y el valor del método científico (tan abrazado en la educación e investigación). Enseñamos y reprodujimos el miedo. La gran paradoja fue el retiro de estudiantes mexicanos de prácticas médicas en todo el país, bajo el argumento de ausencia de ‘condiciones óptimas’ durante la primera etapa epidémica de COVID-19. El anuncio fue realizado por la Asociación Mexicana de Facultades y Escuelas de Medicina (AMFEM), al cual pertenece la UNAM, IPN, e instituciones privadas. Complementando la paradoja, los estudiantes de la Facultad de Medicina (de la UNAM) reconocieron a las autoridades por la decisión de retirar a los internos (estudiantes) de los hospitales (Sánchez, 2022). Esta acción niega la posibilidad de fortalecer la vocación humanista, viola los preceptos Hipocráticos del compromiso médico (p.e., ‘Pasaré mi vida y ejercitaré mi arte en la inocencia y la pureza’), y siembra aún más la duda ante la sociedad sobre el perfil del médico formado. Precisamente, COVID-19 ha acentuado la exclusión social de la salud, y patentiza la demanda de que los médicos ‘asuman la salud pública como una opción con sentido de vida’ y se desarraigue la tendencia médico-cliente (Franco-Giraldo, 2019; 2014; OPS, 2008; Cabello, 2001).
La resiliencia educativa solo es posible mediante modelos dinámicos y con indicadores de calidad sensibles a la realidad sobre la cual intenta incidir. El mapa curricular y las matrices de investigación-extensión son el reflejo institucional de una visión epistemológica, filosófica y cognitiva de un campo de conocimiento. Sin embargo, generalmente son estructuras fijas debido a la rigidez burocrática con la que operan, por lo que tienden a la obsolescencia respecto al contexto social y económico. La recta final del siglo XX, extendiéndose al presente siglo, es el corolario de grandes revoluciones científicas con impactos tecnológicos inmediatos. Las instituciones educativas han sido incapaces para actualizar sus procesos al ritmo de estos cambios científicos. Los directivos, seleccionados más sobre un perfil político que por autoridad científica, adoptaron decisiones externas sometiendo a las instituciones a la inmovilidad ante COVID-19.
Resiliencia organizacional e individual. En un entorno institucional y organizacional no resiliente lo ha operado durante la etapa pandémica fueron esfuerzos independientes e individualizados, optimizando el margen institucional, para la ejecución de proyectos académicos e investigación. Clústeres institucionales, guiados por liderazgos científicos, son los que continúan generando recursos humanos e investigación de vanguardia durante la contingencia sanitaria. Son estos clústeres los que mostraron resiliencia ante COVID-19. Laboratorios de Recursos Genéticos Microbianos (CNRG-INIFAP) (Figura 5) (Zelaya-Molina et al., 202), LBRN-COLMENA (Ayala-Zepeda et al., 2021), Diversidad Genómica (Santoyo, 2021), Genómica Funcional (Manoj-Kumar, 2021), y CP-LANREF (Mora-Aguilera et al., 2022), ilustran clústeres de investigación resilientes con diferentes modelos organizacionales y enfoques de investigación fitosanitaria con potencial para contribuir ante la crisis de salud por COVID-19.
En el entorno académico, la resiliencia se evidenció a nivel individual direccionando esfuerzos educativos creativos, reflexivos, simpatéticos con el estudiante e incluso con sus familias. La experiencia docente y el deseo de enseñar fitopatología más allá del cumplimiento temático, condujo al diseño de instrumentos virtuales para investigar en un entorno de agricultura urbana (Cuevas-Castilleja et al., 2021); ante la imposibilidad de prácticas de campo, el direccionamiento de muestreos en jardines habitacionales y lotes escolares mediante envío de kits fitopatológicos (i.e., medio PDA, pinzas, microscopio origámico Foldscope, etc.) a casa de estudiantes (Solano-Báez et al., 2021; Granados-Montero, 2021); y aprovechar la pandemia para la reflexión científica (Zamora-Macorra, 2021). Una de estas innovaciones educativas para condiciones de confinamiento, titulada ‘Redefiniendo la Enseñanza en Ciencias Biológicas: Caso de Éxito Foldscope’, obtuvo el primer lugar en el concurso del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE-México) (G. Márquez 2021. Comunicación Personal). Calvo-Araya (2021), analizó las acciones de la Universidad Nacional de Costa Rica para apoyar la transición digital probando que es posible direccionar procesos educativos estructurales, como el fortalecimiento de áreas de soporte digital, y encuestas del proceso virtual para retroalimentación docente y analizar áreas de oportunidad.
Aunque el uso de las plataformas virtuales constituyó una herramienta indispensable durante el confinamiento, existe consenso que las disciplinas fitosanitarias y agronómicas no pueden prescindir de prácticas de laboratorio y campo. La instrucción fáctica es obligada, por lo que su cancelación puede explicar el 42.8% de ‘ausentismo’ de clases virtuales (Calvo-Araya, 2021). Esta realidad no es privativa de estos campos del conocimiento y las instituciones no pueden soslayarlo. La innovación y desarrollo de estrategias didácticas y pedagógicas debe ser estructural e institucional ante la nueva realidad digital (Calvo-Araya, 2021). Propuestas como la gamificación del aprendizaje y aula invertida son algunas tendencias que han emergido en este contexto (Solano-Báez et al., 2021). Adicionalmente, no puede omitirse la brecha social y digital presente en zonas rurales de México y otros países, que requieren considerarse (Fajardo-Franco and Aguilar-Tlatelpa, 2021). Es innegable que la digitalización representa una oportunidad educativa y cultural para aproximar a las instituciones con la sociedad, establecer redes académicas y de investigación. Pero los canales y contenidos no pueden ser improvisados y deben ser acordes con un fin divulgativo, educativo o simplemente esparcimiento (Andreu, 2021; Carvajal, 2021).
El impacto COVID-19 en el sector educativo ha carecido hasta el presente de un análisis integral e interdisciplinario institucional. Importante ya que estos poseen metadatos no disponibles públicamente (Vidal et al., 2021). La limitada capacidad de reacción es comprensible ante modelos educativos inerciales, no resilientes e incapaces de convertir realidades en áreas de oportunidad. Sin embargo, estudios de organismos internacionales como la CEPAL (CEPAL, 2020), han enfatizado el retroceso en décadas de los avances educativos no solo en aspectos cognitivos sino también en el desarrollo psicológico, social y capacidades de liderazgo. Desarticular al educando de su realidad por periodos tan prolongados, sin que las instituciones y educadores provean mecanismos alternativos bajo el argumento del riesgo COVID-19, no puede ni debe sostenerse indefinidamente.
La historia ha mostrado que las generaciones estudiantiles expuestas a realidades dialécticas y convulsas son las que generan líderes que hacen la diferencia en todos los ámbitos de la sociedad. La suspicacia emerge ante acciones de excepción, bajo el pretexto de COVID-19, promovidas en regiones con fuertes demandas sociales como los movimientos estudiantiles de Chile, Colombia y Ecuador (Anfossi, 2021; Reuters et al., 2021; Ap et al., 2021). En una sociedad que se perfila a la digitalización y al consumo, parecería que estamos dispuestos a robotizar las profesiones, y anular la esencia humana y sus valores sociales que emergieron y evolucionaron a partir de grandes disensos, trágicos y costosos, a lo largo de la historia (p.e., libertad, igualdad, fraternidad). La ‘formación de masas’ abrazando COVID-19 como estrategia de cohesividad solo puede evitarse desde la ciencia crítica, propositiva y resolutiva.
Economía de la virtualización. La virtualización y digitalización en la vida cotidiana se ha convertido en una necesidad funcional. En México, el incremento del comercio electrónico (eCommerce) aumentó 600% durante la cuarta semana de confinamiento (Sánchez, 2020). Con seis de cada 10 mexicanos consumidores digitales, el valor estimado de ventas fue de US$ 31,400 millones en 2020, casi el doble de lo que México ha invertido en la adquisición de vacunas hasta mitad de este año (Riquelme, 2020). Así, esta industria y la farmacéutica han sido los grandes beneficiados por el proceso pandémico. La industria digital (p.e., Apple, Microsoft, etc.) se declaró ‘exitosa’ y reaccionó a esta demanda con un incremento desmesurado de precios. Se aplicó el paradigma de mercado oferta-demanda. Las ganancias por encima de la solidaridad ante una pandemia global. Adicionalmente, las grandes empresas de servicios digitales (p.e., Amazon, Netflix, Zoom, Google, y Meta Platforms, antes Facebook) fueron también ganadores ante la pandemia con incrementos de capital y de cotización en la bolsa (Reuters, 2021).
La necesidad de digitalización en todos los ámbitos, no solo educativo, sirvió de base para que las empresas tecnológicas y de servicios impulsaran sus demandas a gobiernos por favorecer políticas conducentes a ampliar las redes de conectividad (https://www.inegi.org.mx/rnm/index.php/catalog/674;Villanueva, 2021). Adicionalmente, se identificó rápidamente la reducción de costos operativos y la ‘continuidad’ laboral en ciertos ámbitos como el educativo, y sectores de servicio empresarial y gubernamental fortaleciendo el teletrabajo como opción rentable. También implicó su regulación en México para evitar el abuso laboral (La Jornada, 2021b). Sin embargo, las universidades privadas continuaron con las colegiaturas onerosas trasfiriendo a los hogares la inversión tecnológica requerida para la educación.
La visión COVID-19 del estudiante
Limitaciones educativas. La crisis sanitaria por COVID-19 trastocó todas las actividades humanas. La educación digital en la fase pandémica, representó una oportunidad trasformadora. Sin embargo, fue el binomio educador-educando, más que la estructura institucional, la que enfrentó el problema educativo inmediato. Las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC´s), generalmente establecidas en las instituciones para comunicación intranet y soporte de plataformas divulgativas, se tuvieron que adecuar para la transición digital del sistema educativo. Sin embargo, no todas las instituciones tuvieron la capacidad tecnológica, o el cuerpo académico tuvo las competencias requeridas (Calvo-Araya, 2021; Manoj-Kumar, 2021; Fajardo-Franco and Aguilar-Tlatelpa, 2021). En consecuencia, por iniciativas individuales se optó por complementar o adoptar plataformas virtuales de videoconferencia comercial o de acceso libre restringido como Teams, BlueJeans y Zoom (Solano-Báez et al., 2021; Granados-Montero, 2021; Fajardo-Franco and Aguilar-Tlatelpa, 2021). Estas no son plataformas diseñadas con fines educativos, pero permiten sesiones multi-usuarios en línea con posibilidad de interacción en tiempo real, contrario a sistemas tradicionales de ‘e-learning’, como Moodle y Blackboard, que además de requerir licencias o soporte institucional, están configuradas para educación a distancia con énfasis en gestión de información y material instructivo (Basogain-Urrutia, 2021).
Desde la perspectiva del estudiante de postrado y licenciatura en el área de fitosanidad, la experiencia educativa virtual durante la pandemia no ha sido satisfactoria por los escasos conocimientos tecnológicos de la comunidad docente, calidad de conectividad regional, o uso de métodos didácticos tradicionales (García-Reynoso, 2021; González-Cruces, 2021; Rubio-Tinajero y Zapata-Contreras, 2021; Villalobos-Camacho, 2021). Similares conclusiones se han reportado en investigaciones formales sobre el empleo de tecnologías digitales (Calvo-Araya, 2021; Basogain-Urrutia, 2021). En el ámbito de la investigación, la conclusión fue más contundente al considerar que ni CONACYT o las propias instituciones tuvieron la sensibilidad para adecuar los tiempos programáticos y estrategias de apoyo a la investigación. Lo cual derivó en pérdida de material experimental, repetición de experimentos, o cambio de proyecto de investigación (González-Meléndez, 2021; Rubio-Tinajero y Zapata-Contreras. 2021). Ante esta inmovilidad institucional, convenientemente adherida a las políticas de salud, muchos estudiantes tuvieron que resolver problemas logísticos y organizativos asumiendo el riesgo de contagio COVID-19, lo cual ocurrió en un estudiante doctoral (Rubio-Tinajero y Zapata-Contreras. 2021). Siendo la agricultura una actividad esencial, la institución e investigador comprometido tienen la facultad para continuar con investigación. De facto se asume, pero trasfiriendo al estudiante la mayor responsabilidad. Esto no es justo ni ético. Es comprensible que los estudiantes planteen que ‘el becario es el más perjudicado’ en el contexto de la pandemia. No obstante, la existencia de clústeres institucionales resilientes de investigación preclude esta conducción desarticulada de estudiantes, resultando en procesos efectivos de investigación con infraestructura y logística apta para la excelente formación de recursos humanos (Ayala-Zepeda et al., 2021; Santoyo, 2021).
La generación pandémica. El impacto psicológico, socio-cultural y profesional de COVID-19 en los estudiantes muestra la vívida dimensión de la pandemia en los jóvenes que transitaban por el mundo educativo con un sentido de pertinencia y apropiados de un entorno virtual-social, del cual eran percibidos como los depositarios del futuro. De golpe, su libertad fue acotada. Confinados al silencio probando que el mundo virtual es solo un puente que emerge y tiene sentido a partir de una realidad tangible. Solo el ‘miedo a la muerte’ pudo desdibujar esa fuerza vital, tan temida fuera del cauce políticamente correcto (Reuters et al., 2021; González-Cruces, 2021; González-Meléndez, 2021; de la Hoz-Ruiz, 2021; García-Reynoso, 2021; Villalobos-Camacho, 2021; Rubio-Tinajero y Zapata-Contreras, 2021).
Estas generaciones, las más resilientes por su vocación emprendedora, deben reactivarse con creatividad y sin asumir los miedos y riesgos que no les corresponden, pero con la responsabilidad social como amerita la crisis sanitaria. Quizás sean ellos los que demanden cordura ante la excesiva politización de la contingencia, la peligrosa invocación del temor sin el soporte científico, y las exorbitantes ganancias empresariales que hace de la salud un negocio. Baste la inclusión de los siguientes fragmentos para percibir esa fuerza resiliente del joven estudiante:
‘Lo importante es que finalmente recupere mi salud (afectada por COVID-19), aunque con secuelas…pero motivada para proseguir con mi investigación…las clases posiblemente continúen en línea, con las limitantes en equipos e infraestructura de laboratorios, pero es importante seguir con el programa de postgrado; … La investigación se está realizando, y aunque el avance es lento por restricciones de la pandemia, sé que cumpliré con mis objetivos. Esta situación me impulsa a ser más autodidacta, buscar soluciones y actualizarme constantemente en el uso de tecnologías digitales, por otro lado, estoy dispuesta a adaptarme a la situación, cumplir con mis obligaciones y responsabilidades’ (Rubio-Tinajero y Zapata-Contreras, 2021).
‘… Valorar y respetar a toda aquella persona que es parte de nuestra vida. Debemos trabajar para obtener lo que deseamos y terminar con todo estereotipo absurdo...sentirnos orgullosos de pertenecer a este país, y regresarle con trabajo y ayuda a la sociedad lo mucho que nos ha dado México’ (Villalobos-Camacho, 2021).
‘Estar confinado en casa…me causó un poco de confusión, cansancio y ansiedad... No se siente la misma emoción a través de una computadora. Me he desanimado mucho en continuar con todas esas cosas que solía hacer’ (García-Reynoso, 2021).
‘Nos estamos adaptando en todos los ámbitos de la mejor forma posible, demostrando como sociedad que podemos seguir realizando una vida académica y laboral con la mayor normalidad posible para no frenar nuestro crecimiento personal, pero con la debida protección y responsabilidad de cuidar la salud de los que nos rodean’ (de la Hoz-Ruiz, 2021).
‘El laboratorio no está como solía lucir, lleno de colegas compartiendo resultados y dificultades, intercambiando consejos y hasta ciertos materiales. Creo que la pandemia nos ha orillado a hacer un trabajo de forma más individual y lenta…Aún quedan muchos retos por vencer, si bien las actividades no se han restablecido por completo, la ciencia no se detiene y hemos encontrado la forma de afrontarlo…’ (González-Meléndez, 2021).
‘Tengo la confianza de que los avances científicos mejorarán la situación pandémica. No tengo miedo a contagiarme, sin embargo, trato de cuidarme al máximo para no contagiar a mi madre o mis abuelos. La historia nos ha marcado con situaciones epidémicas similares…Sabemos que un sistema en entropía siempre tiende al equilibrio. Mi esperanza está en los productores, campesinos y ganaderos, ese sector primario que me llena de orgullo y motivación, ya que en sus hombros cargan la responsabilidad más importante, la alimentación humana’ (González-Cruces, 2021).
Consideraciones finales
La pandemia SARS-CoV-2/COVID-19 es un problema multidimensional que supera el enfoque predominante paciente-enfermedad en un entorno ambulatorio-hospitalario, o el menos aplicado monitoreo comunitario-poblacional de enfermedades asociado con los Sistemas Públicos de Salud. Cualquier solución, circunscrita dentro de estos ámbitos carece del énfasis preventivo integral y de la sustentabilidad requerida para restituir el modelo sistémico de salud en sus componentes físico, mental y social (OMS). Adicionalmente, las proyecciones mundiales ‘Una sola salud, una nueva arquitectura sanitaria’ (OMS), ‘Hambre Cero’ (FAO), y ‘Desarrollo Sostenible’ (ONU), estarían perdiendo su oportunidad histórica de alinear esfuerzos para trascender el clásico enfoque declarativo y programático, ante la compleja dimensión de la crisis mundial que impone COVID-19.
Es urgente la búsqueda de un Modelo Pansistémico Preventivo de Salud Vegetal, Animal y Humana, articulados y armonizados con Modelos Regionales de Vigilancia Epidemiológica operados por sus respectivos Sistemas de Salud. En esta búsqueda de soluciones integrales, es notable que la Agricultura, en su vocación humanista y civilizadora, está contribuyendo a reducir el impacto de la crisis sanitaria con el aporte mundial de alimentos. Es de resaltar que se mantiene la actividad productiva a pesar de riesgos de contagio para el trabajador del campo, y que se ha contenido el incremento desmedido de precios y la especulación financiera que exhiben otros sectores de la economía aprovechando la crisis de salud.
En apoyo directo a la producción agrícola, las actividades fitosanitarias mostraron su resiliencia salvaguardando la salud de cultivos. Esto permitió el consumo interno y la movilidad inocua de alimentos con monitoreo de riesgos asociados a plagas o patógenos para cultivos de países importadores. Este enfoque preventivo transterritorial, implementado desde finales del siglo pasado, podría ser emulado para riesgos inherentes a la salud humana como primer frente de mitigación equilibrando la preeminencia actual del enfoque curativo del paciente-cliente. Este enfoque ha desarticulado el modelo de salud pública, el cual ha adoptado gradualmente este precepto mediante reformas institucionalizadas (Franco-Giraldo, 2019; 2014; Frenk, 2003; Cabello, 200), privilegiando de facto a la industria farmacéutica.
El éxito del conocimiento global de riesgos y del monitoreo internacional de plagas ha resultado en la ausencia de hambrunas humanas comunes en la historia. Las epidemias cuasi-pandémicas, como la causada por el ‘Tizón tardío de la papa’ han podido ser contenidas. No obstante, como en humanos, ocurren brotes epidémicos recurrentes por lo que aún es necesario desarrollar y fortalecer modelos preventivos regionales. En el escenario agrícola, modelos regionales de vigilancia epidemiológica, basados en tecnologías digitales y genómicas de vanguardia, y la comprensión transicional de epidemias a la endemicidad, permiten la rápida adecuación de estrategias de mitigación coordinadas con una efectiva comunicación de riesgos. Este modelo territorial preventivo - protectivo (i.e., curativo) de la sanidad vegetal puede contribuir a la visión ‘Una sola salud’ de OMS. En lo inmediato, puede aportar a la deficiente comunicación oficial de riesgos COVID-19, ilustrado con las siguientes declaraciones oficiales: Ómicron generará un ‘Tsunami de casos’,…‘Puede ser menos grave que Delta, pero no leve’,… ‘Los sistemas de salud están al borde del colapso’ (OMS).
El primer frente preventivo de COVID-19, y otras enfermedades potenciales zoonóticas no está, sin embargo, en la población humana enferma. Son los entornos naturales, y su conexión con la agricultura, presión urbana y cambio climático, donde modelos de riesgo holísticos-sistémicos-dinámicos deben generarse e implementarse. En este contexto, se reconoce la necesidad de un nuevo paradigma productivo agrícola que equilibre la demanda creciente mundial de alimentos con servicios ecosistémicos sustentables y resilientes. El conjunto de los sectores de la economía debe integrarse a un enfoque sistémico y coordinado del cuidado del ambiente y de los activos agrícolas productivos que permitan la gestión de futuros riesgos pandémicos. La solución de raíz es multifactorial.
La Sociedad Mexicana de Fitopatología / Revista Mexicana de Fitopatología, a través del Número Especial ‘COVID-19 y Fitosanidad’ Vol. 39(4) integra investigaciones, reflexiones, análisis de datos, y propuestas de actores productivos, investigación y academia en el contexto de la crisis global de salud humana causada por COVID-19. Se cumplió el objetivo de visibilizar ante todos los actores sociales acciones y contribuciones que la desde la Fitosanidad se aporta a la salud de los cultivos y su contribución en la solución del problema COVID-19. Se pretendió también emular y estimular la excelencia y el compromiso social de la actividad científica y académica. El Número Especial ‘COVID-19 y Fitosanidad’ fue motivado por todos los seres humanos que sufren la angustia de enfermar, languidecen en confinamiento, temen perder un empleo o aplazan sueños, y por todos aquellos que trabajan en el campo para hacer posible el alimento en el mundo.
Agradecimientos
A todos los autores y coautores que contribuyeron al Número Especial RMF 39(4). Al equipo CP-LANREF por el sostenido trabajo durante la pandemia. A Miranda Mora Gutiérrez por la revisión de la versión en inglés. A la SMF que impulsó el proyecto editorial. Al Colegio de Postgraduados en Ciencias Agrícolas por apoyar iniciativas de investigación en COVID-19. A todos los afectados directa e indirectamente por la pandemia COVID-19.
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Recibido: 02 de Julio de 2021; Aprobado: 29 de Noviembre de 2021