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Perfiles educativos

versión impresa ISSN 0185-2698

Perfiles educativos vol.32 no.128 Ciudad de México ene. 2010

 

Reseñas

 

Héroes y escuelas: La educación en la Sierra Norte de Oaxaca (1927–1972)

 

Alejandro Arturo Jiménez Martínez*

 

Salvador Sigüenza, Oaxaca, IEEPO–INAH, 2007

 

* Profesor de tiempo completo, director del Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca. CE: aajm25@hotmail.com.

 

La idea de nación y el nacionalismo son temas que durante mucho tiempo se dieron por definidas y eran incuestionables. En este sentido, la escuela ha jugado un papel fundamental ya que existe en ella toda una serie de rituales y lecciones que lo propician. Desde el preescolar hasta por lo menos la secundaria, aprendemos (a través del libro de texto y los rituales de inicio de semana) que somos mexicanos y que no hay mejor país que el nuestro, por lo que tenemos que defenderlo y trabajar para lograr su progreso, independientemente de que haya mexicanos ricos o pobres (el nacionalismo no distingue clases sociales) o que vivamos en Sonora o Yucatán.

Esto no es privativo de los mexicanos sino que el nacionalismo es algo que se da en todo el mundo y en todos los sistemas educativos se fomenta. Sólo algunas visiones socialistas han tratado de matizar esta cuestión a partir de la idea del internacionalismo proletario, pero en el caso, por ejemplo, de los países socialistas de la segunda mitad del siglo XX, dicho internacionalismo fue dejado de lado en aras de la defensa de la nación del proletariado (la URSS) y hasta guerras entre países socialistas se pudieron ver en Asia, lo cual dio motivo al libro clásico del nacionalismo Comunidades imaginadas de Benedict Anderson (1993).

A partir de finales de los años ochenta se inició una oleada de trabajos teóricos que analizaron lo relacionado con el nacionalismo: Eric Hobsbawm (1995), Ernest Gellner (1990), Benedict Anderson y John Breuilly (1990), entre otros historiadores, sociólogos y politólogos, se han destacado por caracterizar este fenómeno mundial y en algunos casos, por aplicar sus teorías para comprender mejor ciertos casos específicos. En México, uno de los primeros textos que se nutrió de estas investigaciones fue Etnia, Estado y nación de Enrique Florescano, quien en 1997 empezó a mostrarnos de qué manera la construcción de la nación mexicana trató de acabar con las diferencias étnicas propias del territorio mexicano.

En el libro que nos ocupa, Salvador Sigüenza se adscribe a esta tradición de investigadores que aplican la teoría sobre la nación y el nacionalismo para comprender mejor la manera como las escuelas se convirtieron en el principal espacio de acción de los agentes del nacionalismo.

El libro, que como al principio nos advierte fue su tesis de doctorado, se divide en seis capítulos. En los tres primeros define desde dónde nos está hablando y precisamente se adscribe a los principales teóricos del nacionalismo a los que hacía mención al principio de este texto. Para Sigüenza, este fenómeno tiene su origen en el siglo XVIII en Europa y es el responsable de la construcción del Estado nacional. La lengua única es uno de los elementos fundamentales para que sea posible el nacionalismo y al mismo tiempo un vehículo para la homogeneización cultural. Dice textualmente "el nacionalismo es un sentimiento único de pertenencia a una comunidad social con proyección política de la que emana simbólicamente el centro de poder establecido" (p. 22).

De esta manera, si pensamos que el nacionalismo se ha establecido siempre como una manera de homogeneizar en la diversidad (no siempre en todas las regiones de Francia, Italia, Alemania o España se habló sólo francés, italiano, alemán o castellano) las élites gobernantes han procurado generar una nación cultural por medio de símbolos patrios, la identificación con el Estado, asumirse como parte de una historia nacional propia, utilizar una lengua nacional hegemónica, abrir caminos que permitan la comunicación entre los que se imaginan como parte de la nación y facilitar el movimiento de mercancías, entre otras cosas.

Después de estas aclaraciones, el autor pasa a mencionar las peculiaridades del nacionalismo mexicano. Según algunos autores su origen se encuentra a fines del siglo XVIII, sin embargo, como nos dice Sigüenza, no tuvo éxito de manera inmediata pues todavía durante el siglo XIX amplios sectores de la población no se sentían identificados como mexicanos. El Estado nacional emanado de la Revolución de principios del siglo XX fue el que más se preocupó por atraer a los sectores que durante mucho tiempo habían sido vistos con recelo por considerárseles incapaces de ejercer sus derechos políticos.

Así fue como el sistema educativo que surgió en la tercera década del siglo XX se encargó de difundir los elementos que permitirían construir la nación. De esta manera, la educación se convirtió en un proceso que permitía la homogeneización necesaria para crear la nación, especialmente la homogeneización lingüística, tan necesaria para que los ideales de progreso del Estado nacional llegaran a quienes se supone podrían materializarlo.

Otro elemento fundamental para que se diera el nacionalismo fue la difusión de los símbolos y ceremoniales patrios y, como sabemos, la escuela ha sido un espacio excelente para que éstos lleguen hasta el último rincón de la patria. A su vez, los libros de texto gratuito también han sido muy buenos difusores de los ideales nacionalistas y han permitido la apropiación de la historia común por parte de los estudiantes, por lo que Sigüenza dedica un amplio apartado para abordar este aspecto.

Aquí hubieran enriquecido el trabajo de Salvador las investigaciones que el psicólogo y estudioso de la enseñanza de la historia en América Latina, Mario Carretero, ha realizado, en las que demuestra de qué manera la enseñanza de esta materia está determinada por la visión que sobre la nación tienen las élites nacionales, a tal grado que pareciera que nunca hubo cambios geográficos en la conformación de Argentina, por ejemplo, y que su territorio siempre ha tenido la misma forma: se ignoran los procesos históricos que implicaron un expansionismo agresivo.

En el resto de los capítulos el autor aplica la teoría y muestra cómo los distintos gobiernos mexicanos, desde la posrevolución hasta 1972, se empeñaron en que los indígenas de las comunidades más apartadas de la Sierra Norte de Oaxaca se sintieran parte de la nación mexicana y cooperaran en la consecución del progreso nacional. Para lograrlo, el Estado aprovechó el incipiente y luego creciente sistema educativo estatal y luego el nacional. Así, los maestros se convirtieron en los principales agentes de la nación, aunque su preparación apenas les alcanzaba para dar rudimentos de diversas materias.

Por supuesto la labor de los maestros no fue fácil, pues en la mayoría de los casos las comunidades eran monolingües y ellos no llegaban con el conocimiento de la lengua; es más, en la mayoría de los casos, en el afán de hacer valer al español como la lengua homogeneizante, prohibieron el uso de las lenguas nativas en las aulas.

El nacionalismo va aparejado con la idea de civilización. Según Norbert Elias (1998) en su libro clásico El proceso de la civilización, la tendencia civilizadora es centrípeta, es decir, se procura allegar y homogeneizar a las regiones periféricas a partir de las necesidades e ideales de un Estado central. Dicha homogeneización pasa no sólo por una cuestión lingüística sino también por los hábitos que los habitantes adquieren. De ahí que los maestros no sólo tenían por obligación impartir en las comunidades la enseñanza de las materias básicas, sino que también debían organizar actividades en que despertaran el entusiasmo por lograr el progreso y transformar su forma de vida cotidiana (como las campañas antialcohólicas y sanitarias) o que pugnaran contra el fanatismo religioso y la promoción de la educación para las niñas así como actividades para sensibilizar a una comunidad en cuanto a la necesidad de construir caminos que los comunicaran con otras regiones. Éstas son sólo algunas de las acciones extraescolares que el maestro estaba obligado a realizar, pues era supervisado y evaluado.

Por supuesto que la educación no es suficiente para hacer nación en una región que durante mucho tiempo ha permanecido aislada. Otro elemento importante para sentirse parte de una nación es la comunicación, y en este sentido desde los años treinta se procuró relacionar la idea de progreso con la construcción de caminos, sin embargo, los recursos que destinaba el Estado a dicha acción no eran recíprocos a la motivación que en muchos pueblos fueron capaces de generar los maestros, y esto lo podemos percibir en el presente cuando aún escuchamos de caminos que no acaban de construirse para reducir las distancias en el propio estado de Oaxaca.

Precisamente parte de las conclusiones de Sigüenza van en este sentido. Se puede percibir aún hoy en día un desfase entre la retórica nacionalista de los gobiernos posrevolucionarios con la realidad educativa, económica y política. En estos tres aspectos encontramos todavía grandes deudas por parte del Estado nacional con respecto a los pueblos que ha tratado de integrar.

Para concluir hay que decir que el estilo del autor permite que el lector se interese en el asunto que trata. El mismo es parte de una familia que ha tenido por vocación la docencia, lo que permite que sean sus abuelos quienes nos introduzcan a la labor educativa que se tenía que realizar en la primera mitad del siglo XX para ejercer la profesión en la Sierra Norte oaxaqueña. En otros momentos utiliza las memorias de antropólogos que visitaron la zona en la época a que hace referencia para mostrarnos los prejuicios que sobre los indios y su cultura existían entonces, lo que permite visualizar a personas de carne y hueso y no meros datos. Asimismo, Sigüenza interpreta desde el nacionalismo fuentes de archivos tanto locales como nacionales localizados en el Archivo Histórico de la SEP.

En concreto, Héroes y escuelas es un libro teórica y documentalmente bien fundamentado que abre perspectivas tanto para el estudio de la historia de la educación local como de su relación con el nacionalismo durante el siglo XX.

 

REFERENCIAS

Benedict Anderson (1993), Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, México, Fondo de Cultura Económica.        [ Links ]

Breuilly, John (1990), Nacionalismo y Estado, México, Ediciones Pomares–Corredor.        [ Links ]

Elias, Norbert (1998), El proceso de la civilización, investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas, México, Fondo de Cultura Económica.        [ Links ]

Gellner, Ernest (1990), Naciones y nacionalismo, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.        [ Links ]

Hobsbawm, Eric (1995), Naciones y nacionalismo desde 1780, Barcelona, Crítica.        [ Links ]

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