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Perfiles educativos

versión impresa ISSN 0185-2698

Perfiles educativos vol.23 no.92 Ciudad de México  2001

 

Artículos

 

Nuevas drogas: escenarios sociales e intervenciones educativo-promocionales

 

Marco Ingrosso*

 

* Docente de sociología de la educación en la Universidad de Ferrara. inm@dns.unife.it.

 

Resumen

Este trabajo presenta una reinterpretación del uso y distribución de las drogas sintéticas o "nuevas drogas" donde, más allá de analizar sus resultados sociales o personales, se considera su génesis y su proceso, ubicándolas, originalmente, como un estilo de vida fuera del circuito criminal. Esta perspectiva brinda la oportunidad de hacer una crítica no sólo al individuo consumidor, sino también al grupo social al que pertenece, pues en la mayoría de los casos es este ambiente inadecuado lo que propicia la adicción, que según el estudio, se extiende entre los jóvenes sobre todo debido a la poca satisfacción que los adultos ofrecen a sus exigencias. Finalmente, el documento ofrece como alternativa de solución el lanzamiento de redes personales en el ámbito local donde se exalte la correspondencia entre libertad y responsabilidad.

Palabras clave: Drogas sintéticas, Sociología del consumo, Representaciones sociales, Imaginario colectivo, Pertenencia, Educación en valores.

 

Abstracts

This paper presents a new interpretation of the use and distribution of designer drugs, also called "new drugs", in which, beyond the analysis of its social or personal consequences, it takes into account its genesis and its development process, regarding their origin as a kind of lifestyle not related to the underworld. This perspective is interesting since it makes possible for the community to criticize not only the individual who consumes, bus also the social group to which he or she belongs. As a matter of fact, in many cases this unsuitable environment is responsible for the addiction, which, as shown in this study, spreads young people because of the low degree of satisfaction that the adults grant to their demands. Finally, this article offers as an option the launching of personal networks at a local level, where the correspondence between liberty and responsability can be exalted.

Keywords: Designer drugs, Consumer sociology, Social representations, Collective imagination, Membership, Education to values.

 

EL USO DE SUSTANCIAS PSICOACTIVAS: CONTINUIDAD Y CAMBIO

En los últimos treinta o cuarenta años el mundo ha presenciado enormes fenómenos de difusión de sustancias naturales y productos sintéticos pertenecientes a las llamadas sustancias psicoactivas, que tienen efectos más o menos intensos y que producen un grado más o menos relevante de hábito psicofísico. Más allá de las diferencias fisiológicas y de juicios éticos en relación con su uso, ¿cómo se puede interpretar un fenómeno tan extendido en el que se han involucrado "integrados" y "marginados", mujeres y hombres, jóvenes y adultos, Norte y Sur del mundo?

Se debe destacar, en primer lugar, cómo ha permanecido el problema (mediado por la atracción simbólica), no obstante la variación de las fases históricas, de los entornos, de las tipologías de los consumidores y de las sustancias. El hilo conductor parece testimoniar que existen mecanismos profundos que se renuevan con el tiempo, al menos por lo que se refiere a este periodo.

Por el contrario, se puede observar cómo el fenómeno cambia continuamente en sus caracterizaciones y manifestaciones: éste ha asumido poco a poco, en los países de desarrollo económico medio y alto, las connotaciones de protesta y "alternativismo", de continuidad consumista y hedonista, de fuga del aburrimiento y de relaciones cotidianas insignificantes, mediante la búsqueda del riesgo y el exceso, etcétera. La última cara que conocemos es la de la cotidianización, de la convivencia buscada en otras dimensiones de la vida, en una especie de experiencia minimalista de consumo. La vida cotidiana se vuelve una telenovela en vivo, capaz de cambiar continua y sorpresivamente escenarios, actores y tramas, donde se produce un lugar de "eterno presente", anestesiado y seductor, en el cual las nuevas sustancias son a la vez expresiones caracterizantes y canales de fuga. De hecho, tomar una dosis representa tanto el hacer verdadero un protagonismo, el estar en escena, como una sustitución funcional o mediación simbólica respecto a ulteriores dimensiones de la experiencia que se aspira a crear o experimentar.

Frecuentemente se tiende a interpretar el uso de drogas a partir de sus resultados sociales (como la marginación) y personales (como el daño al organismo), sin considerar su génesis y su proceso. Ello puede llevar a valoraciones inadecuadas y fuera de lugar, dado que su uso constituye el embudo de distintas fuentes de partida y de distintos itinerarios sociales. De hecho, se hace uso de las sustancias psicoactivas con el objeto de autoafirmación y de aventura exploratoria, así como de fuga, negación, defensa y, en otros casos, la inserción en un circuito social o la prueba de la propia sociabilidad estimulan su uso: se convierte entonces en puerta de acceso y señala el contexto de un grupo y de un estilo de vida. A su vez, el consumo "minimalista" no es originado, probablemente, por la aceptación de lo cotidiano como rutina monodimensional, sino más bien por la multiplicación virtual de los modos de vida que es posible entrecruzar y evocar en la cotidianidad posmoderna.

Cabe destacar que estas atribuciones al significado, que fundamentan el estatuto simbólico y comunicativo de las sustancias psicoactivas, son seleccionadas sobre la base de un juego de imágenes sociales disponibles y construidas socialmente. Por lo tanto, aun sin desvalorar la capacidad de autorréplica y expansión de las estructuras ilegales de comercialización, la demanda y los significados sociales del fenómeno son prevalecientemente originados fuera del circuito criminal.

A partir de esta breve premisa quisiera sostener que: a) la permanencia de los fenómenos de consumo de masa de sustancias psicoactivas encuentra sus orígenes y sigue caminos más amplios y complejos que los del comercio y consumo: esta permanencia se ha convertido en un lugar mental colectivo; b) se trata de un fenómeno evolutivo de tipo sintónico (respecto a las modas y a las representaciones sociales dominantes), pero también antitético (o sea, contrapositivo o reactivo): por tanto tiene muchas caras, capaces de cambiar de aspecto cuando varían las condiciones sociales y las tendencias culturales-comunicativas emergentes; c) la reproducción social del fenómeno no puede ser definitivamente sanada o eliminada por vía médica, psicológica o social, sino en el marco de profundos cambios periódicos. Nos debemos preguntar, sin embargo, cómo puede limitarse e influirse utilizando una mezcla de instrumentos y puntos de ataque.

 

REINTERPRETAR EL CONSUMO DE "NUEVAS DROGAS"

En este apartado quisiera analizar el fenómeno constituido por la difusión de las drogas sintéticas, comúnmente llamadas "nuevas drogas", que se ha desarrollado de manera gradual en la última década por debajo de la cuestión de la toxicodependencia dura y que promete contramarcar el futuro próximo. Desde mi punto de vista, tales drogas no constituyen un agregado al menú de nuevas sustancias psicoactivas de los consumidores de todo el mundo, sino más bien toman cuerpo y legitimación dentro de un nuevo escenario sociológico y cultural de salud.

Partiendo de este premisa, sostengo también necesario cuestionar las categorías mentales elaboradas para comprender los fenómenos sociales que intervienen en el uso y abuso de las "viejas drogas"y bosquejar dudas sobre su actualidad en el nuevo contexto.

En la última parte de este trabajo se desarrollarán algunas reflexiones relativas a las políticas y a los métodos de trabajo social, y se bosquejarán dudas sobre las intervenciones de "prevención del riesgo" ejecutadas hasta ahora por las instituciones sociosanitarias y educativas, que proponen más bien una aproximación mediante la promoción de la salud y de la calidad de vida para implementarse en proyectos comunitarios. Las agencias especializadas en el ámbito de las toxicodependencias asumen cada vez con menor dinamismo la responsabilidad de desarrollar, por sí solas, proyectos de este tipo: éstas requieren la constitución de redes locales interinstitucionales dotadas de capacidades operativas que se propongan dar mayor eficiencia, eficacia, sistematicidad, visibilidad, apoyo y validación a las miles de iniciativas que de cualquier modo se desarrollan, pero que frecuentemente no van más allá de un aporte estrecho y efímero.

Las intervenciones sociales van acompañadas de una estrategia comunicativa adecuada. Las estaciones de televisión y los periódicos locales pueden ser responsabilizados e involucrados en proyectos con un amplio radio de acción, pero también la comunicación social ejecutada por los actores de la comunidad y del tercer sector (asociaciones de voluntariado y de promoción social, fundaciones sin fines de lucro, centros religiosos, etc.) con el uso de medios económicos (reuniones, carteles, pasar la voz, etc.) pueden tener un papel importante en la activación de la población. Las nuevas tecnologías también ofrecen oportunidades interactivas inéditas, en la medida que están al alcance de un público amplio.

Si se realiza el cruce de estos flujos comunicativos se abre la puerta a la constitución de un nuevo ambiente comunicativo local, en el cual se vuelve posible perseguir nuevos objetivos de educación para la salud y ejecutar proyectos más generales dirigidos al mejoramiento de la calidad de vida, es decir, relativos al campo ambiental, social, solidario, educativo, cultural, de seguridad, de adecuación a los recursos y a los servicios.

Las comunidades locales, en esta fase, pueden y deben convertirse en lugares de referencia y ser responsables de las intervenciones educativas y promocionales ejecutadas por los diversos actores que concurren en las redes. En caso contrario, una pandemia de nuevas drogas podría involucrar a un número creciente de jóvenes y de adultos que encuentren canales de difusión en entornos y ritos colectivos de fuerte impacto social.

 

EL ÉXTASIS Y EL SUPERMERCADO DE LAS EMOCIONES

En los últimos años el panorama de las sustancias pscicoactivas utilizadas por grupos de consumidores, preponderantemente pertenecientes al sector juvenil, está en vía de profundas transformaciones. El éxtasis se ha convertido en la sustancia símbolo de la nueva era, pues es capaz de asociar bienestar y rendimiento, exceso y regreso a la normalidad, diversión nocturna y deberes diurnos. Esta sustancia parece superar la distinción entre drogas ligeras y drogas pesadas, en cuanto es portadora de un riesgo intrínseco, adictivo e irreversible, que aparenta gozo fácil y controlable. Es una sustancia que no provoca dependencia, al menos en términos físicos, pero no por ello es inocua.

A esta sustancia de síntesis y a otras similares se han asociado fenómenos como los "estragos del sábado por la noche" (o sea, los accidentes debidos a altas velocidades que involucran a muchos jóvenes a la salida de las discotecas), el surgimiento de nuevas tendencias culturales y musicales juveniles que juegan en la frontera de la legalidad y la ilegalidad (afterhours, rave, techno, etc.), algunas manifestaciones de vandalismo inmotivado, algunos comportamientos peligrosos para ellos mismos y para los demás, las explosiones de violencia en los estadios y fuera de ellos, por parte de "manadas" de aficionados ultras.

En realidad el efecto esperado debido al consumo de esta sustancia es el de producir un alto estado empático (no es casual que el primer nombre atribuido al MDMA —metilendioximetanfetamina— fuera Emphaty), que facilite el "formar un grupo" y la participación en el clima emotivo creado por el encuentro o por la fiesta musical. Un efecto ulterior del éxtasis es el de mejorar las capacidades físicas que requiere la música estruendosa, el baile, pero también de cualquier "empresa" que se quiera cumplir. Son pues, los temores de no estar a la altura del encuentro y del "ponerse a prueba", que parecen subyacer al consumo.

Sin embargo, el problema que se plantea no está constituido por la emisión de una sustancia especial que, aunque se haya incrementando en el curso de los años noventa, no ha alcanzado puntos de difusión particularmente impresionantes. Más bien, se asiste a un fenómeno de pluralización y ampliación del consumo que involucra, en modo diferente del pasado, a sectores juveniles y a otros más. Algunos tipos de drogas (como la cocaína, el crack, el popper, las anfetaminas, las quetaminas, los benzodiacepanes, los psicofármacos, los pegamentos, los inhalantes, etcétera) se encuentran con mayor frecuencia respecto a los años ochenta, mientras que el consumo de heroína parece estabilizado o en vías de una ligera disminución.

El problema ha sido registrado por algunos centros para adicciones especialmente sensibles y bien equipados, pero en general parece escapar a los servicios públicos y al tercer sector que se pensaron y conformaron de acuerdo con los consumidores de drogas pesadas y a sus hábitat culturales.

La pluralización, o sea, la ampliación creciente de los tipos de drogas disponibles, parece tener a las espaldas una organización suficientemente probada y pensada, que va de los drug designers (Forsyth, 1995) hasta los traficantes presentes en los lugares de mayor consumo. La pluralización va a la vanguardia de las nuevas tendencias de los consumidores, ofreciéndoles oportunidades inéditas de uso mediante la asociación de sustancias, especialmente aptas para crear el efecto esperado, que puede ser variado: excitante, contra el cansancio, empático, relajante, imaginativo, desinhibidor y así sucesivamente. En muchos casos, un efecto excitante puede mantenerse y "optimizarse" por medio de sustancias complementarias (incluidos alcohol, tabaco, marihuana) e inmediatamente contrastado mediante sustancias antagónicas (por ejemplo, aquellas que tienen un efecto relajante para detener la sobre excitación provocada por los estimulantes).

Las potencialidades emocionales naturales son, por tanto, estimuladas o potenciadas o realizadas de acuerdo con un menú: están disponibles siempre, como en los estantes de un supermercado, basta que uno oprima el botón adecuado para adquirir el interruptor químico correcto. En lugar de emerger en el contexto de una relación que se va constituyendo, la emoción es inducida artificialmente, en el mejor de los casos, como soporte de un "formar parte" de algo y, más frecuentemente, en sustitución de la falta de pertenencia.

Los productores de drogas sintéticas parecen ir en busca de sustancias que tengan menos efectos colaterales y que provoquen menos dependencia respecto del pasado, mientras que por parte de los consumidores se esperan sensaciones intensas, pero reversibles. Los nuevos usuarios de sustancias psicoactivas no quieren sentirse como "drogadictos" o toxicodependientes, sino que, generalmente, buscan marcar una línea neta respeto de los heroinómanos o de los marginados que han distinguido hasta hoy el área de la adicción.

 

LOS PERFILES DEL CONSUMIDOR

El efecto supermarket creado por la incipiente pluralización es, sin embargo, uno de los elementos de discontinuidad respecto a los escenarios de la década pasada. En el ámbito juvenil, desde hace algunos años, se ha retomado el consumo de tabaco, bebidas alcohólicas, hashish y marihuana. En especial, crece la información sobre la referencialidad y disponibilidad para probar los derivados de cannabis. Según un encuesta realizada en Milán (Celata, Cirri y Zanon, 1997) entre los adolescentes, 25% experimentan cierta atracción por el hashish y les gustaría probarlo. Estos porcentajes se elevan a aproximadamente 30% entre los hombres y a más de 37% en los institutos profesionales. El acceso a la misma sustancia, es decir, el saber dónde y cómo obtenerla, es todavía más alto y rebasa, en muchos casos, la mitad de la muestra. El fumar tabaco, pero también hashish, sucede sobre todo durante las fiestas y cuando se está con los amigos (aproximadamente 50%), pero puede practicarse individualmente cuando hay aburrimiento o sentimiento de soledad.

Según otra encuesta realizada en Roma y en su provincia (Malizia e Pieroni 1999), 70% de los estudiantes de las escuelas romanas se ha encontrado en situaciones y ambientes en los cuales se consumía droga; a la mitad de la misma muestra se les había ofrecido consumirla y la mitad de este grupo (24.4% del total) aceptó. El dato más desalentador es que este último grupo está conformado, en medida más o menos similar, tanto por estudiantes de escuelas en las cuales se lleva a cabo la educación para la salud, como por escuelas en donde hay un descuido del tema. De los entrevistados, 33% tienen amigos que consumen sustancias alcohólicas, 85% tienen amigos que fuman, y 31% amigos que hacen uso de drogas. Las jovencitas consumen menos alcohol, pero tienen porcentajes parecidos en cuanto a drogas y cigarro.

En otra encuesta realizada a una muestra de 2 500 estudiantes entre los 14 y los 19 años (Bonino, 1999) en dos regiones italianas (Piamonte y Valle de Aosta), se revela que los fumadores habituales de porros representan sólo 11% de los entrevistados, mientras que 28% lo ha probado. La fase de la "experimentación" analizada sobre el camino que siguen los heroinómanos (Ravenna 1993), vale también para otras drogas que han sido probadas por 12% de la muestra (éxtasis, 8 por ciento).

Los caminos del consumo, que pasan a través del uso de drogas legales tradicionales y no (tabaco, alcohol), drogas ligeras (hashish), nuevas drogas (MDMA, MDEA —metilendioxianfetamina—, popper, etc.) viejas drogas recicladas (cocaína, etc.), fármacos antidepresivos, alternando y mezclando diferentes sustancias, hacen difícil confiar en los límites ya trazados (ligero/ pesado, nuevo/ viejo, adicción/ no adicción, legal/ ilegal, etc.) para comprender las nuevas características del fenómeno. De hecho, muchas nuevas drogas tienen como objetivo la "ligereza", pero pueden tener efectos agudos o crónicos, no siempre son nuevas y, de cualquier modo, se asocian a las que ya existen, provocan poca dependencia, por lo menos a nivel físico, pero crean de todos modos compulsión; algunas son ilegales y otras no, pero son siempre más toleradas y legítimas que en el pasado.

En síntesis, se puede decir que los consumidores actuales o potenciales tienen un mayor conocimiento de la oferta, una creciente disposición de algunas sustancias para experimentar ("divertidas", pero pensadas como poco o nada peligrosas) y, por un lado, deseo de hacer convivir la inserción social con las ocupaciones cotidianas y por el otro, un exceso, euforia, alteración psicofísica en momentos clave de la semana o del mes.

Debemos, empero, añadir otros elementos en nuestro escenario, que han sido menos subrayados por la investigación y la reflexión producida en los años noventa. Aunque es verdad que las nuevas drogas y el pluriconsumo están frecuentemente asociados a momentos de ocio (discoteca, rave, fiesta) o, más recientemente, a eventos colectivos como los espectáculos deportivos; sin embargo, ellas asumen una función más general. Pueden servir para exaltar actividades de rendimiento laboral o "creativo" (como en el caso de la cocaína), para mejorar las actividades relacionales, para caracterizar estilos de vida, para contener o exaltar estados de ánimo o necesidades físicas. Los lugares, los tiempos, los fines, las modalidades se articulan siempre más y, desde este punto de vista, son siempre menos confiables a un universo puramente juvenil.

Frecuentemente las sustancias son compartidas en grupo, en "manada", en colectivo; se vuelven una moda, una señal de reconocimiento, son contextuadas en eventos públicos y colectivos.

Al mismo tiempo hay, por las cosas ya dichas, un efecto de personalización, de "corte a la medida" de aquello que se quiere alcanzar con ciertas prácticas y consumos. La pertenencia a un "nosotros" y la persecución de un "yo diferente de ti" son, por tanto, asociados por los usuarios de sustancias psicoactivas.

Eso evidencia otro elemento: el uso, no obstante los efectos generalizadores inducidos por las modas y por el mercado, está ligado del mismo modo a circuitos locales que exaltan un tipo de consumo u otro, un lugar-tiempo u otro, una serie de diferencias entre áreas, centros, microculturas juveniles. Por ejemplo, investigaciones realizadas en ciudades limítrofes en Italia (Catellani, 2000) han evidenciado el uso prevaleciente de cocaína en una (Modena) y de popper en otra (Regio Emilia), a la vez que un consumo significativo declarado de éxtasis en ambas (7.1% al menos una vez, 4.1% más veces en la muestra de Regio Emilia).

Una vez más el efecto es desconcertante a los ojos del observador: apenas se define un perfil de consumidor vinculado a la discoteca o al estadio y ya son evidentes nuevas diferenciaciones en las sustancias, en los contextos, en las culturas. Así es que nos encontramos de frente a un calidoscopio de difícil definición y estabilización que se refiere a un sector juvenil mucho más amplio que en el pasado, que involucra en momentos diferentes a adolescentes y a jóvenes, que tiene límites menos precisos respecto a otras fases sucesivas de la vida, como explicaremos más adelante.

 

REPRESENTACIONES SOCIALES: DE LAS ALARMAS A LA CONVIVENCIA

Ahora, enfoquemos nuestra atención ya no tanto en el consumo, sino en el contexto cultural y político. ¿Cómo son representadas las drogas por los no consumidores, por los medios, por las fuerzas políticas? Si se toma como referencia el clima social que ha caracterizado en los países europeos la discusión de las leyes lanzadas durante los años ochenta y noventa, pero también las alarmas sociales que están detrás de las campañas prohibitivas y de "lucha" lanzadas en Estados Unidos al inicio de la década pasada, o las discusiones sobre la legalización/ liberalización de las drogas ligeras y pesadas, y por muchos aspectos todavía existentes en casi todo el mundo, nos damos cuenta que el sentir común ha cambiado. No es que se hayan terminado los miedos respecto a la toxicodependencia o que fenómenos evidentes como el riesgo de accidente asociado al uso de nuevas drogas hayan pasado desapercibidos, pero la reacción defensiva está cediendo el paso, según la opinión pública, a una especie de convivencia con el uso de sustancias.

Eso se puede deber a una menor visibilidad y agresividad social respecto a la dependencia de heroína, al disminuir los muertos, los actos ilegales y las detenciones por delitos vinculados a su uso y tráfico, no obstante el endurecimiento de las penas y la mayor capacidad de las fuerzas del orden para contrarrestarlas. Se podría incluso sostener que un nuevo "chivo expiatorio" (en Europa, el inmigrante) ha sustituido al "tóxico" en el imaginario colectivo. Estas explicaciones contienen elementos verdaderos, pero no me parecen suficientes, de hecho, la tolerancia es más evidente en el uso de todas aquellas sustancias cuyos efectos se perciben como limitados y poco riesgosos. En Italia, después de una década en la que las nuevas drogas pasaron casi desapercibidas, algunas muertes en una discoteca volvieron a encender los reflectores de la opinión pública y estimularon las reacciones sociales y las acciones de control. Al mismo tiempo, otros usos menos notables y difundidos no fueron particularmente atacados. El centro de atención no es, por tanto, asociado a la sustancia o a los comportamientos, sino a los eventuales daños sociales, directos o indirectos, que pueden derivar de ello.

Se han delineando también explicaciones opuestas en términos de indiferencia o de una remoción típica del ambiente metropolitano; sin embargo, también esta interpretación es insuficiente. Mientras las viejas drogas eran vividas en modo antitético, separado, amenazador en la percepción común, las nuevas drogas no son ignoradas en realidad, sino que más bien entran en la discusión pública, se vuelven una especie de lugar mental colectivo que articula los panoramas mentales incluso de quienes no tienen relación directa con ellas. Se puede hablar, a este respecto, de un evento comunicativo global en cuanto los significados de la difusión de drogas y los efectos en el potencial de gracia o desgracia que conllevan se difunden como pregunta, valoración y potencialidad, antes que miedo.

 

SOCIEDAD DE RIESGO E IMAGINARIO HIPERRENDIDOR

Creo que las razones de la tendencia a la convivencia se deben buscar en otros procesos socioculturales de fondo, en especial vinculados a los procesos de globalización y difusión de orientaciones culturales posmodernas (Lyotard, 1979; Melucci, 1994, y Dahrendorf, 1998). Respecto al ámbito sociológico, se ha hablado autorizadamente de la fase actual, tanto en los países pertenecientes a las áreas económicamente "centrales", como en aquellos que aspiran a ser parte de éstos (otro tipo de argumento se tendría que elaborar para las áreas que son realmente marginales), caracterizándola por la difundida percepción de riesgo e incerteza, poniendo el acento en la difusión de una especie de nueva inseguridad vinculada a los cambios de la tecnología y de las relaciones sociales, al final de las grandes narrativas, al difícil desgarramiento de la confianza social, a la menor estabilidad de la vida familiar y relacional (Douglas, 1991; beck, 1992; Giddens, 1994; Bauman, 1998). El habitante metropolitano se siente inseguro, amenazado, en riesgo de permanecer o volverse "perdedor": reacciona, por tanto, abriendo nuevos conflictos que repercuten en la inserción social (inmigrantes, nuevas generaciones, trabajadores precarios e interinatos) o en defensa de las propias posiciones y condiciones de vida (integrados, generaciones adultas, trabajadores tutelados).

Los adolescentes y los pensionados ya no representan los únicos momentos de crisis y de fragilidad vinculados a un pasaje generacional o a un ciclo de vida típico de la sociedad moderna. También la condición adulta comparte con el mundo juvenil aspectos de redefinición y de elección en términos de líneas de vida, identidad, relaciones. El uso de técnicas, intervenciones, sustancias "activas", puede ser asociado con mayor frecuencia, por todas las generaciones, a esa tendencia a la inseguridad e inestabilidad, pero también a la necesidad de "estar en escena" en ciertos momentos de la vida social, dando el máximo o resistiendo a la creciente competitividad introducida por las tecnologías y por la globalización.

La explosión de una nueva famacopea manipuladora responde bien a esta orientaciones: el caso del Viagra, el nuevo fármaco que induce el rendimiento y los deseos sexuales masculinos (mientras tanto se busca el correspondiente femenino), las pastillas contra la obesidad, que cubren la adicción alimenticia, la melatonina, que regula el ritmo vigía-sueño, la eritroproteína (EPO) y otras sustancias anabolizantes, hiperrendidoras y dopantes consumidas en el deporte y en el físicoculturismo, el HG, hormona del crecimiento con prometedores efectos antienvejecimiento (vendidos libremente en Estados Unidos y México, pero prohibidos en Europa), a los que se agregarán muy pronto nuevos productos, indica que la previsión de un escenario tecnológico formulada por la Organización Mundial de la Salud al inicio de los años ochenta (Robertson, 1983) está encontrando su aplicación real. En el cuadro de esta tendencia, la medicina se vuelve tecnología psicobiológica, desarrollando sus competencias operativas no sólo en dirección curativa (sino, paradójicamente, con efectos menos evidentes en este nivel), sino más bien en términos de intervención en las potencialidades somáticas y relacionales de las personas.

Estos fenómenos indican que, en amplios estratos de la población, se está pasando, en el plano de las culturas del bienestar, de una salud-deseo basada en la atracción placentera (Featherstone, 1991; Ingrosso, 1996) a una salud hiperrendidora, en la cual el rendimiento competitivo y exhibicionista moviliza el interés y el imaginario de los sujetos. Por otra parte, también se confirma este fenómeno con datos recientes sobre la demanda de salud: por ejemplo, en Italia algunas investigaciones nacionales (Censis, 1998) indican la permanencia y difusión del interés por el bienestar (80% declara cuidar su propio estilo de vida y 60% su propio cuerpo), y al mismo tiempo, la reducción de una orientación holística y ecológica que es sustituida por mayor interés por el fitness, la forma, la eficiencia, la capacidad de rendimiento. Otros indicadores del crecimiento de este interés se pueden encontrar en la reciente aparición de revistas muy cautivadoras de amplio consumo dedicadas a estos temas.

Las nuevas sustancias reguladoras (más que "fármacos") buscan inducir fenómenos de aceleración, concentración y anticipación de las potencialidades subjetivas, mismas que son "caladas" en los momentos deseados. Los mecanismos psicobiológicos son muy similares a aquellos implicados también en el MDMA (el éxtasis, a veces llamado en jerga Adam) o en el MDEA (Eva), con los cuales se tiene una liberación acelerada de serotonina en las 4 a 6 horas sucesivas a la toma de la dosis, con placenteros efectos empáticos y anticansancio, seguidos de un tramo negativo (eventualmente compensado por nuevas dosis) en el siguiente periodo.

Quien comparte el imaginario hiperrendidor (que no se limita necesariamente, como se dijo, al momento lúdico), puede marcar con dificultad los límites entre técnicas de potenciamiento y nuevas drogas. Hay, más bien, una tendencia a la consonancia de los dos fenómenos, que se encuadran en un escenario de manipulación tecnológica del sistema psicosomático y relacional-comunicativo de los sujetos, con el objeto de satisfacer necesidades o deseos de tipo exploratorio (de emociones, sensaciones, etc.), socializador, curativo, contenedor (de miedos, angustias, etc.), recreativo, operativo, espiritual (en especial vinculados a corrientes que se inspiran en la New Age), creativo (sobre todo en términos artísticos), simbólico y así sucesivamente.

Si en el pasado estas necesidades-deseos podían encontrar un vehículo mediante el uso de algunas sustancias altamente culturalizantes y socializantes (como el vino, el tabaco, etc.), hoy esas necesidades pasan por una creciente disponibilidad de sustancias modulables y adaptables a las diferentes exigencias, para las cuales las modalidades de gestión y efectos colaterales no son en buena medida bien conocidas, especialmente en sus asociaciones. Se difunde pues, una nueva orientación que hace que el bienestar (localizado) y la felicidad (a tiempo) se conviertan en un bien adquisitivo y consumible: una orientación que encuentra en su camino cada vez menos obstáculos culturales, educativos, sociales, económicos, jurídicos.

La búsqueda de la alteración de los equilibrios corporales, el traspasar el límite de la sensación "fuerte", el deseo de consumirse en el presente con menor atención a eso que podrá suceder en el futuro, la compensación de angustias y depresiones por medio de intervenciones integrales (en especial psicofármacos), la infravaloración de los daños y de los efectos en los momentos "de actuar en lo oscurito" que dichas manipulaciones necesariamente comportan, tientan e involucran a un número cada vez mayor de personas jóvenes y adultas, hombres y mujeres, de clase social baja y elevada, con altos y bajos títulos escolares. Se trata pues, de un fenómeno transversal, más que específico de un nicho o de un círculo social.

 

MIMETISMO, PERTENENCIA, DIVERSIFICACIÓN

Algunos autores, como René Girad (1999), han resaltado que muchos desórdenes alimenticios de nuestro tiempo ven su génesis en procesos de tipo mimético y competitivo. Por un lado, tenemos el imperativo de la delgadez, que parece uno de los pocos trechos culturales compartidos en nuestra época, imperativo presente tanto en el sentido común como aconsejado vivamente por profesionales de la salud, asumido por los transgresores y perseguido por los conformistas. De la parte opuesta:

Cuando las cosas no van bien, tendemos a refugiarnos en cualquier forma de exceso que se transforma casi en un vicio, y ya que la comida es todavía la droga menos peligrosa, la mayor parte de nosotros recurre a una forma leve de bulimia (ibid, p. 8).

El mecanismo que activa el salutismo patológico no se limita, según Girard, a estos comportamientos alimenticios: "las escaladas miméticas que culminan en la anorexia/ bulimia son puestas en práctica por todos los sectores de nuestra cultura". Hay, sin embargo, una diferencia de fondo entre el "minimalismo" y el "transgresivismo iconoclasta" practicado en el campo de las artes y de las profesiones creativas en la época del modernismo y las tendencias expresadas por la cultura posmoderna. Ésta, de hecho, ha negado el principio de la novedad a toda costa, a favor de un eclecticismo caótico en el cual —podemos afirmar, interpretando el pensamiento del autor— pasado, presente y futuro se vuelven equivalentes funcionales o más bien estéticos:

La nueva escuela [...] regurgita de prisa cualquier cosa ingerida indiscriminadamente, y para mí es grande la tentación de reducir la cuestión entera al equivalente estético no de la anorexia, sino de nuestro síndrome más a la moda: la bulimia nerviosa. Como nuestras princesas, nuestros intelectuales y nuestros artistas están alcanzando el estadio bulímico de la modernidad (ibid, p. 26).

Empero, también se generan fenómenos de moda y mensajes sociales disonantes, por ejemplo en el campo del vestido, "la ostentosa negación de la ostentación" o "el no consumo conspicuo" (ejemplificado por jeans desgarrados artísticamente, pantalones que se caen, vestidos desflecados) que se contraponen a la "exhibición del consumo excesivo" general y, sin embargo, asumen el mecanismo competitivo generador:

Toda nuestra cultura parece cada vez más una conjura permanente para impedirnos alcanzar los objetivos que perseverantemente ella misma nos asigna: no es de maravillar que nuestra cultura sea también la cultura de la cual muchos quieran salir, como resultado de un puro y simple agotamiento, y quizá también de un género especial de aburrimiento (ibid, p. 23).

Eso explica por qué no sólo se difunde una cultura del cuerpo de tipo hiperrendidor, sino que coexisten también fenómenos contrapositivos y contramiméticos, como aquellos representados por un estilo de vida, genéricamente new age o por una estética comportamental grunge (ruda), asumidas por áreas minoritarias de la población en general y por los jóvenes en particular. Mimetismo y contramimetismo, diferenciación y eclecticismo dan vida a una ampliación de los consumos y a una ulterior diversificación de las contraseñas identificadoras y de pertenencia.

En definitiva, el desarrollo de las modas y de las culturas juveniles, aunque también de la población adulta, indica un cambio del contexto cultural del fenómeno de las nuevas drogas, menos marcado por el anzuelo del "placer", con su respectiva asociación de la dependencia, y sustituido por una exaltación de la presencia hiperactiva e independiente, en otros términos, por la capacidad de "estar en escena". El miedo a no ser vistos, a confundirse con la masa, a no estar a la altura del grupo de pares, en definitiva a no ser incluidos y al mismo tiempo diversificados parece constituir el reto generacional y cultural más relevante. A ello se contraponen grupos "alternativos" que juegan sobre el desacelere de los ritmos (slowlife, slowfood), sobre lo soft contrapuesto a lo hard, sobre lo horrible, lo desagradable, la ausencia de color (gris, negro), para manifestar la disonancia con lo embetunado, lo acaramelado, lo disneydiano de la cultura de masas.

 

EL DEBILITAMIENTO DE LA IDENTIDAD GENERACIONAL

Desde hace varias décadas se volvió un lugar común para los sociólogos examinar a los sectores juveniles en términos de "planeta", "mundo", "generación". El preguntarse "cómo son los jóvenes" constituye el estribillo, generalmente alarmante, pero de vez en cuando también benévolo y tolerante, que los adultos ponen en el terreno para ver diversos fenómenos que se retienen propios de determinadas edades. Esta interpretación se puede adscribir a la exclusiva lectura de un funcionalismo de corte parsoniano, debido a la cual la socialización es vista en términos de preparación de papeles adultos, que ha sustituido a una lectura fenomenológica, para la cual hay un límite que define a los adolescentes y a los jóvenes como edades de la vida autónomas y sustancialmente separadas. Los "jóvenes" comparten códigos, lenguajes, subculturas, estilos de vida diferentes de las generaciones que les han precedido.

Según esta representación, las dificultades de comunicación entre escuela y familia, por un lado, y jóvenes/ adolescentes, por el otro, son ampliadas por la intervención de los medios hasta la creación de una autonomía-separación. La separación entre generaciones es ansiógeno para los adultos, pero en el fondo es aceptado por comodidad, mientras se describe frecuentemente como liberador para los jóvenes, que encuentran así espacios de independencia. Sin embargo, muchas investigaciones demoscópicas no se explican, por ejemplo, por qué los jóvenes mantienen una relación de referencia con la familia y prefieren vivir el mayor tiempo posible con ella, aduciendo motivos prácticos (como las altas rentas, la larga duración de los estudios, la subocupación) o un presunto retraso cultural respecto a los estilos de vida "evolutivos", como si cada diversidad debiera ser siempre vista como retraso en comparación con un presunto modelo-guía.

En realidad, tanto las lecturas alarmantes o pesimistas, como las benévolas y optimistas presuponen una óptica clasificadora y sustancialista que parte de la pregunta "¿Cómo son los jóvenes?", más que de una visión relacional y comunicativa para la cual los grupos y los individuos se construyen recíprocamente, mediante el intercambio de mensajes, emociones, informaciones y al compartir situaciones, contextos, ambientes y condiciones de vida.

¿Qué mensajes implícitos y explícitos se intercambian jóvenes y adultos, así como jóvenes y ancianos, jóvenes y niños? La respuesta automática parece ser: "No muchos, porque no se entienden"; cada uno reacciona autorreferencialmente privilegiando al propio grupo de referencia, cada uno vive en su espacio y en su tiempo simbólico. Sin embargo, esto es parcialmente verdadero, dado que al producirse cambios efectivos en los mensajes sociales en determinados círculos sociales, se producen adaptaciones y transformaciones también en otros sectores y grupos. Por ejemplo, la redefinición de la tercera edad como vida activa, retomada en los últimos años, lleva a una menor presencia social de los adultos tardíos en el traje de "abuelos", con consiguientes adaptaciones recíprocas, tanto organizativas como relacionales. Empero, estos mensajes no operan determinativamente, sino que por lo general se elaboran desde el interior de un sistema mental grupal preexistente, que lleva a producciones (output) comportamentales diferentes de aquellas quizá esperadas o deseadas, pero no por ello menos reales. Eso equivale a decir que no siempre, por ejemplo en el campo escolar, los mensajes de espacio participativo juvenil, que son periódicamente enviados, sean también inmediatamente acogidos. Éstos pueden ser interpretados como ambiguos u hostiles, porque frecuentemente no poseen constancia ni coherencia.

El concepto de generación, a la par de aquellos más metafóricos como mundo, constelación, planeta o de aquellos clasificadores como jóvenes, adolescentes, teen-agers, indica un grupo de coetáneos, una cohorte de amplitud variable (generalmente de los 3 a los 5 años), que vive experiencias similares (por ejemplo, escolares), que son expuestos a determinados acontecimientos comunicativos y culturales caracterizantes, que comparten exigencias de desarrollo similares, se influencian recíprocamente y sobre todo se autoconocen como separados respecto de los adultos (padres, educadores) y de otras generaciones.

El análisis en términos de generación tiene una larga tradición sociológica y literaria desde fines del ochocientos (Cavalli, 1994), pero en tiempos más recientes, la famosa "generación del 68" ha llevado a su redescubrimiento, evidenciando la dimensión del autorreconocimiento que se prolonga también en ulteriores fases de la vida. En esta misma frecuencia, muchos de los análisis sucesivos fueron interpretados como la búsqueda de los elementos específicos y generalizadores que un grupo de edad lleva consigo, en una especie de sello grupal: generación x, nextgeneration, generación virtual, jóvenes sin tutela (Bisi y Brunello, 1995; Coupland, 1993), hasta las más recientes generación en éxtasis o tecno (Bagozzi, 1997) son algunos de los muchos ejemplos de lectura que parten de un fenómeno que crea atención social (como la dependencia, el sida, la guía para el riesgo, la moda juvenil) para inferir el grado de cosas que se comparten en la actualidad o potencialmente, del cual todo el grupo de edad sería portador.

En realidad, el concepto de generación, como extensión de la percepción de cercanía que los coetáneos viven, es más bien antiguo y al mismo tiempo recurrente, ha estado vinculado generalmente a acontecimientos colectivos como guerras, movimientos sociales, eventos políticos que evidencian deberes específicos, involucramientos de masa y emotivos, de los nacidos en ese particular año o periodo. En las últimas décadas estos acontecimientos han sido menos amplios y generalizados.

La recurrencia de eventos comunicativos globales de amplio impacto en la actual escena-mundo, por cuanto crea momentos emotivos compartidos, no parece que lleve a la definición de una "comunidad", como sostiene Maffesoli (1996), o de un nosotros generacional en términos de "hedonismo tribal". De hecho, se verifica un efecto de fragmentación y sustitución, típico de la separación comunicativa impuesta por los medios masivos de comunicación; éstos necesitan tener despierta la atención, apuntando siempre a nuevos objetos de consumo mediático que sustituyan a los precedentes. Por estos motivos, no se puede decir que la pertenencia a un sector de edad (generación en sí) se traduzca necesariamente en autorreconocimiento y autorreferencia (generación en sí).

Aunque permanezcan impulsos para la diferenciación generacional, ésta parece volverse cada vez más rápida y acelerada, y por tanto cada vez menos segura y estable. Además, en ella se combinan nuevas formas: a) de competitividad social, vinculadas tanto al mundo de la producción como al de la exclusión laboral de amplios sectores juveniles; b) de individualización y personalización, que recogen muchos impulsos presentes en la cultura posmoderna; c) de pertenencia a realidades asociativas que mantienen o aumentan su capacidad de referencia, como la familia, el asociacionismo, la comunidad local. Estas dinámicas y contextos sociales relativizan el papel del contenedor generacional como fuente de identificación y pertenencia de los sectores juveniles en este momento histórico y, por tanto, plantean problemas para el uso de esta categoría conceptual de análisis de los fenómenos sociales, como el uso de sustancias psicoactivas.

 

NO SÓLO DESGRACIA

A la par de la categoría de "generación", también la de "desgracia" ha constituido una especie de llave maestra de los análisis psicosociales desarrollados en los años ochenta y noventa. En una acepción genérica, la desgracia ha representado la percepción subjetiva y al mismo tiempo la explicación de una vasta y creciente serie de malestares relacionales y sociales, de la agresividad auto y heterodestructiva a las dependencias, a las fugas, a las apatías, a las depresiones, hasta las patologías de contenido psicológico, psiquiátrico y sistémico-relacional (Neresini y Ranci, 1992). Ello ha sido visto, del mismo modo, como el contexto de una amplia serie de comportamientos riesgosos, asociales, desviados, dañinos, pero también simplemente irresponsables, desmotivados, inexplicables, ampliamente presentes en la sociedad contemporánea, donde la exaltación de lo juvenil hace de contrapeso a la frustración de muchas exigencias de inserción social de las nuevas generaciones (Baraldi, 1999).

En una acepción más específica la desgracia latente es un sentimiento característico de algunos grupos en riesgo que se manifiesta cuando las edades de pasaje se viven en ambientes poco preocupados por las necesidades juveniles o que presentan significativas manifestaciones desviadas y tolerables que atraen procesos imitativos e identificatorios. Tal latencia puede volverse desgracia manifiesta, que frecuentemente lleva a comportamientos transgresores o destructivos, cuando se presentan algunos acontecimientos o condiciones desencadenadoras. La disponibilidad de drogas ilegales, manejada por sujetos y organizaciones desviadoras y de mala vida, ha sido, en las últimas décadas, una de las formas de atracción más difundidas de esas formas de desgracia extrema, fungiendo como embudo y contenedor, respecto a diferentes caminos y puntos de partida de los sujetos individuales.

El concepto desgracia lleva a una sensación persistente de no encontrar gracia, contentamiento, bienestar, un modo adecuado de ser en las situaciones que el sujeto (o "la generación" de los sujetos) vive. En el plano social, indica la condición de aquellos que no encuentran una adecuada respuesta o referencia en el ambiente social en el cual "habitan", sobre todo, como se ha dicho, de frente a algunos pasajes evolutivos y de sentido que se presentan durante los procesos de maduración personal y colectiva. El concepto implica, por tanto, una valoración del ambiente inadecuado que rodea al sujeto en constante cambio, sobre todo en la parte que se refiere a las instituciones educativas, culturales, económicas, políticas. Frecuentemente, su uso se resuelve en un llamado a las responsabilidades del mundo adulto, a un ejercitar un derecho/ deber de "tutela" y de buena socialización, por parte de los padres y los profesores.

En el plano psicológico, la condición de no equilibrio que el sujeto experimenta conlleva la producción de una especie de efecto túnel o laberinto, en el cual el individuo no encuentra manera de reapropiarse, sin ayuda, de una condición de control de sí, de energía positiva, de apertura al mundo, aferrándose, más bien, a una sensación de malestar y desarticulación de vivir.

Dejando de lado, por el momento, los comportamientos que llegan, en algunos casos, a traducirse en desviación, haciendo de la desgracia una categoría moral y, o, judicial, se puede observar que la no-gracia puede ser entendida como una categoría estética. Ello lleva a una sensación de "bien-vivir", o sea, a estados relacionales originarios, primarios, fuertes, con un contenido gozoso, protectivo, asegurador, armónico. Se manifiesta como una especie de vacío, de ausencia de algo de lo cual se tiene percepción, recuerdo. En algunos casos conlleva un sentimiento de rabia debido a que se ha inflingido una herida, a que se ha perpetrado una traición real o virtual, a la falta de una presencia que desemboca en actitudes provocadoras, agresivas, de desconfianza en relación con aquellos con quienes se está en contacto, sobre todo de quienes manifiestan alguna preocupación por el sujeto mismo. La ofensa a la sensibilidad estético-relacional se puede producir tanto en la fase de la socialización primaria como en el momento de la socialización secundaria, por ejemplo, en el ambiente escolar o en el grupo de pares.

Sin embargo, son sobre todo los observadores quienes, cuando hablan de desgracia, parecen manifestar una forma de nostalgia por un contenedor social protector y armónico que se disolvió, debido a que la familia se desarticuló, a la escuela que no se convierte en una "comunidad educativa", al asociacionismo que no desarrolla su propio papel, a la comunidad que no existe, a la cultura que no tiene valores, a la comunicación que es maleducadora, a la sociedad que es de nuevo anómica, a la Iglesia que ha perdido su capacidad conectora y simbólica. Por tanto, el análisis, en términos de desgracia, expresa implícitamente un juicio —y a veces una lamentación— por una situación sociocultural sin centro ni fundamento.

Se está entonces alimentando una especie de pesimismo cultural, que frecuentemente reúne a los huérfanos de las ideologías modernistas con los nostálgicos de la compactación social de "otros tiempos", que se contrapone a las orientaciones tecnocráticas y pragmáticas, en auge en el campo económico y político, que muy seguido traicionan un optimismo simplificador.

Empero, el problema no es tomar partido entre optimistas y pesimistas, sino salir de un análisis social estancado e inadecuado, que ve a la sociedad actual como una gigantesca computadora infectada de virus que se reproducen en proporción geométrica respecto a la capacidad de los antivirus para descubrirlos y eliminarlos. En otras palabras, el cada vez mayor uso de sustancias psicoactivas no indica necesariamente que se esté ampliando la situación de desgracia, sino que más bien el uso de drogas se confunde o se mimetiza cada vez más con prácticas de consumo y de manipulación que se afirman, para bien o para mal, en una sociedad hipertecnológica. Dichas prácticas plantean problemas generales, en términos de artificialización creciente de los ritmos y de los modos de vida, y problemas específicos, caso por caso, en términos de un posible daño o abuso. Estas prácticas, sin embargo, no pueden ser tratadas en términos de desgracia, pues quedan asignadas a una cuota limitada —aun cuando esté cada vez más articulada— de la población juvenil y no juvenil. Tal fenómeno social propone, más bien, nuevas cuestiones y retos en el campo educativo y comunicativo.

 

NUEVAS IDEAS PARA LAS ESTRATEGIAS DE INTERVENCIÓN

Desde el punto de vista sociológico, me parece que el fenómeno de las nuevas drogas debería ser comprendido y discutido evitando las tradicionales distinciones vinculadas a la dependencia, a fin de divisar nuevos límites útiles para reducir el consumo de todo tipo de droga. Como ya se dijo, el consumo de drogas sintéticas y de otras formas de doping expresa un imaginario social que no está limitado a ambientes específicos y a modas juveniles, sino que tiende a expandirse y a mimetizarse con fenómenos más amplios de manipulación tecnológica del cuerpo y de las relaciones sociales.

Además, ya no se puede hablar de su génesis en una desgracia social genérica, aun en presencia de reales y articuladas manifestaciones de malestar. Los grupos juveniles involucrados en el uso crecen cuantitativamente, pero sobre todo, no se identifican con los ambientes transgresores y marginales a los cuales se había confinado la amenaza de las drogas pesadas. Éstas están todavía presentes en el escenario y pueden constituir uno de los abordajes del abuso de sustancias psicoactivas, sin embargo, su capacidad de atracción es hoy menos fuerte que en el pasado y ha sido parcialmente sustituida por otras modalidades, más variadas e hipotéticamente menos dañinas (pero en realidad todavía temibles en muchos casos).

Las nuevas sustancias encuentran necesidades de protagonismo, de "estar en escena", de comunicarse entre pares que encuentran un contexto favorable en acontecimientos colectivos espectaculares y ritualizados. Sin embargo, su difusión indica también una necesidad de distinción y de personalización que puede tener otros lugares y canales de expresión más vinculados a la cotidianidad.

La relación con la sociedad adulta es ambivalente: menos separada que en el pasado, cuando parecía encerrada en un cascarón generacional, pero también separada, ya que ésta última apunta a una buena inserción en el nuevo ambiente competitivo globalizado, mientras en las nuevas generaciones prevalecen las necesidades de identidad y de sentido. Ello se confronta en situaciones sociales particularmente carentes de oportunidades gregarias y expresivas, típicas de zonas deprimidas y marginales, pero muy seguido se halla también en áreas económicamente ricas y, sin embargo, poco preocupadas por las necesidades juveniles.

En este cuadro, en el cual las coordenadas de referencia tienden a cambiar en modo significativo, se tiene la impresión de cierto atolladero de las estrategias preventivas, las cuales parecen buscar una nueva acreditación basándose más en el afinamiento de métodos (por ejemplo, las técnicas de evaluación) o de la visibilidad (la presencia en los lugares de diversión en función de una reducción del daño), o de la puesta al día de los contenidos (el conocimiento sobre nuevas sustancias) que se proponen una redefinición del escenario y de los modos de pensar.

Las agencias sanitarias públicas, y del tercer sector, que se ocupan de dependencias y comportamientos en riesgo son puestas en crisis por el actual desplazamiento del sistema de bienestar hacia un horizonte de eficiencia y de mercado centrado en los rendimientos, mientras la demanda de nuevos consumidores se mueve a otros registros menos vinculados a la ayuda y a la terapia. Por tanto, se crea un vacío en cuanto a las propuestas y a las intervenciones en el campo de la prevención, producto de cambios sociales y culturales, de una profunda reestructuración de las instituciones, pero también de la carencia de nuevas ideas, motivaciones, prospectiva que se traduce en una no asunción de responsabilidades.

 

REDES PROMOCIONALES EN LAS COMUNIDADES LOCALES

En este panorama que no promete optimismos fáciles, ¿es posible lanzar mensajes a los jóvenes mediante intervenciones en diversas direcciones? En primer lugar, me parece que la filosofía de fondo de las intervenciones debe ser cada vez más de tipo promocional, menos vinculada al simple riesgo y a la simple sustancia.

La razones que empujan en tal dirección son varias, a partir de la escasa eficacia que las estrategias basadas en la alarma social han mostrado en el abatimiento del uso de sustancias. Sobre todo han fallado debido a que no estuvieron en grado de desplegar una capacidad extensa para interceptar los caminos de acercamiento y las necesidades que subtienden. Esta conciencia ha comenzado lentamente a emerger en los últimos años y ahora es corroborada también por análisis expost. Por ejemplo, en Estados Unidos, donde se han puesto las bases para amplios planes de disuasión, las verificaciones más recientes muestran un sustancial fracaso de ciertos programas ampliamente difundidos en las escuelas estadounidenses. También las investigación romana de Malizia y Pieroni (1999), que deja entrever algunos resultados de la educación para la salud, parece más bien negativa en el campo de las dependencias.

En segundo lugar, "el efecto supermarket" multiplica las complicaciones y las contraindicaciones, pero nubla los límites. Es necesario, por tanto, tratar de interceptar algunas necesidades y mensajes juveniles (como la cuestión del protagonismo, de la confianza, de los ritos colectivos, de la aceptación) con una gran red lanzada a lugares educativos, pero también multiplicando la presencia en los ambientes de vida juvenil y, sobre todo, ofreciendo oportunidades para poner a prueba y para crecer.

Existe la necesidad de hacer una elección cultural y política a favor de un nuevo plan amplio de prevención-promoción que responsabilice a las comunidades locales. El sistema de servicios sanitarios debería asumir esta óptica y contribuir a difundirla, interactuando válidamente con los demás interlocutores. Pero sobre todo, se deben identificar nuevos actores que se planteen como líderes en la constitución de proyectos y de redes interinstitucionales de área, responsabilizando a las municipalidades de su coordinación y apoyo. Las dificultades que hasta ahora tales tentativas han encontrado parecen depender tanto de la inestabilidad política de las administraciones y de la prevalecencia de conflictos entre las instituciones, como del escaso atractivo que tales proyectos parecen tener, dada su complejidad y duración. Éstos dependen de tiempos y objetivos más precisos para poder ser escuchados. Sobre todo tienen que encontrar el modo de renovar imágenes y relaciones con el público.

Desde esta óptica se debe considerar la cuestión de la comunicación mediática y social, en función del apoyo a la salud y a la calidad de vida; tal comunicación constituye un nuevo sector de expansión de la educación y promoción que puede ir en contra de algunos de estos problemas. La comunicación mediática y social, de hecho, abre un espacio en el cual cada actor-participante puede encontrar colocación, pero que, en sí mismo, se constituye en una dimensión transversal. La comunicación local para la calidad de vida puede encontrar en los medios, en las redes cívicas y en otras conexiones de radio medio, un nuevo e interesante campo de acción que puede constituir el punto de encuentro de diversas exigencias frecuentemente competitivas y divergentes entre ellas.

Intervenciones en el sector escolar son, del mismo modo, necesarias: en los estándares de calidad de cada unidad escolar debería estar comprendido un proyecto significativo de "escuela que promueve la salud", o sea, una combinación de intervenciones ambientales, de escucha, de animación, de comunicación y participación orientados por las exigencias que surgen de entre los alumnos y de los padres, más que solamente por los objetivos de prevención predefinidos por los asignados al trabajo.

Iniciativas de educación por pares, de activación de redes comunicativas intra e interescolares, de utilización de nuevas tecnologías en función de la animación, de reconocimiento curricular de las actividades autoformativas, de promoción de encuentros ciudadanos periódicos de recolección y valoración de las actividades desarrolladas en las diferentes unidades escolares, son ejemplos de iniciativas que pueden dar un nuevo empuje al protagonismo juvenil en las escuelas y en los ambientes educativos.

Las comunidades locales se pueden concebir como multiformes marcos promocionales en los cuales activar procesos educativos, de animación, protagonismo, bienestar. Eso significa ir más allá de los tradicionales espacios de las instituciones educativas, en primer lugar en la dirección de otros ambientes e iniciativas formativas presentes en el territorio, además, involucrando de manera más articulada y coordinada a asociaciones, agencias, unidades operativas socio-sanitarias públicas, privadas y del tercer sector. También las redes de servicios (ambientales, comerciales) y aquellas profesionales (consultorios médicos, farmacias, informadores científicos, escuelas de manejo, gimnasios, etc.) pueden constituir vehículos informativos y comunicativos. Los eventos deportivos y espectaculares llegan a ser lugares de presencia y visibilidad. La construcción de lugares simbólicos y de iniciativas de fuerte impacto ambiental pueden proporcionar objetivos comunes y un sentido de continuidad a las miles de acciones dispersas. Pero es sobre todo construyendo competencias, intereses, motivaciones en las redes de personas, que será posible mantener la iniciativa y actuar con profundidad.

Concluyendo, me parece que el fenómeno de las nuevas drogas conlleva la activación de nuevas ideas, análisis sociales, modalidades de intervención, estrategias. Es sólo encontrando la forma, colectivamente, de ejercitar esta responsabilidad, que se activa el mensaje de autonomía y de libre "presencia" social de los jóvenes que —quizá— puede tener algún efecto preventivo y promocional. "Libertad" y "responsabilidad", como escribió Bateson (1989, p. 253):

son una pareja complementaria, lo que significa que un aumento de la primera conlleva siempre un aumento de la segunda [...] Cuando somos jóvenes estamos más constreñidos por los carriles, estamos más enredados por los frenos sociales y por un conocimiento limitado de cómo comportarnos y actuar. Cuando nos acercamos a la vejez, el surco de los carriles se hace más ancho. Eso perecería conferirnos mayor libertad, pero en realidad, nos vuelve más responsables de las elecciones, de nuestras elecciones [... ] Tenemos, unos y otros, una visión siempre distorsionada: a los ojos del tranvía el autobús parece más "libre"; pero a los ojos del autobús, la inocencia del tranvía parece rodeada de libertad.

Traducción de Haydée Vélez Andrade

 

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