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Perfiles educativos

versión impresa ISSN 0185-2698

Perfiles educativos vol.22 no.87 Ciudad de México  2000

 

Reseñas

 

Evaluación académica*

 

Marco Antonio Rigo Lemini

 

Teresa Pacheco Méndez y Ángel Díaz Barriga (coords.) México, CESU-UNAM/Fondo de Cultura Económica, 2000

 

Hace algunos días visité una librería. No es algo extraño, lo hago frecuentemente movido por la curiosidad de conocer las novedades editoriales. Me regocija la inspección de los títulos recién aparecidos, que crecen exponencialmente como si se multiplicaran por sí mismos. Me mortifican también, hay que reconocerlo, las dificultades que tenemos los ciudadanos de a pie para adquirir estos textos inéditos y para dar lectura siquiera a la décima parte de los que nos cautivan. En esta ocasión, sin embargo, mi visita obedecía a necesidades concretas: conseguir un libro sobre evaluación académica que contribuyera a mantenerme actualizado.

El tema me interesa especialmente ya que desde hace varios años dedico parte de mis reflexiones, de mis polémicas y de mis afanes al doble problema de formar y evaluar docentes. Yo mismo soy un profesor universitario que aspiro a mejorar mi trabajo magisterial, que encuentro en los espejos de mis pares o en los que puedo reflejarme razones convincentes para evitar la autocomplacencia. He sido —si me permiten decirlo de un modo directo— teórico y práctico, víctima y victimario, benefactor y beneficiario en el ritual cada vez más extendido de la evaluación de los académicos.

En mi búsqueda, encontré libros para todos los gustos: uno enorme, enciclopédico e interminable. Otro interesante y bien escrito pero entrado en años. Un tercero que zarpó de buen puerto en la versión francesa original y que desgraciadamente naufragó en su traducción al castellano. Otro más, plagado de estadísticas y resultados de investigación, pero desprovisto de estructuras teóricas que le dieran pleno sentido al mar de datos. Algunos más, en fin, que cometían el pecado capital consistente en adular las ideas pragmáticas de moda, desde las cuales se profesa el credo de las evaluaciones objetivas y neutrales como remedios infalibles para todos los males educativos.

Comenzaba a sentirme impaciente, convencido de que sería preferible continuar mis indagaciones otro día. En ese momento percibí, en la parte superior de la estantería, casi a punto de caerse, un volumen de título tan genérico como ambicioso: Evaluación académica, coedición del Centro de Estudios sobre la Universidad y el Fondo de Cultura Económica, que coordinaron Teresa Pacheco Méndez y Ángel Díaz Barriga en complicidad. Gratamente sorprendido, tomé el libro entre mis manos y con cuidado empecé a hojearlo. Hermosa edición —fue lo primero que pensé—, bellamente realzada por la foto de la Biblioteca Universitaria que corona su portada. No se trata de un ejemplar mínimo, pero tampoco de un mamotreto. Con su tamaño manejable, ¿cómo podría cubrir siquiera la parte mejor conocida de ese universo que es la evaluación de los académicos? Desde el primer vistazo advertí, empero, que no era una pretensión de exhaustividad la que había movido a sus autores. Miran la realidad de las prácticas evoluatorias que se usan en nuestras instituciones escolares, con el cristal de la crítica penetrante; aunque reconocen una y otra vez las condicionantes que nos vienen de fuera, se circunscriben en lo fundamental al entorno mexicano; atienden principalmente a las dimensiones sociales, políticas y pedagógicas de la evaluación académica, y ubican sus intereses de modo preferente en la educación superior.

Al proseguir con esa rápida lectura exploratoria, descubrí la diversidad panorámica que se encierra dentro de las fronteras que los autores establecieron para el texto. Las formas más conocidas de evaluación académica se encuentran bien representadas: las que se llevan a cabo con los alumnos que desean ingresar al bachillerato, a la universidad o a la vida profesional; la evaluación de los académicos que dedican la mayor parte de su tiempo y de sus esfuerzos a la docencia; la de aquellos que desarrollan trabajo de investigación y la que corresponde a las instituciones que los alojan; en fin, se contempla también la evaluación de los planes y programas escolares, tanto en su manifestación documental como en su materialización dentro de las aulas.

Conforme leía, mi interés aumentaba: estaba frente a un interesante ejemplar metaevaluativo -usando el término con amplitud de miras-, porque de manera implícita o evidente se evalúan los usos y costumbres que las instituciones se están dando para evaluar; un libro en que se evalúa la emergente cultura de la evaluación y, si se me permite expresarlo así, se evalúa también la incultura que puede acompañar a este surgimiento. Me entusiasmó también encontrarme con dos tesis rectoras, que atraviesan el documento a lo largo y a lo ancho, y que personalmente considero centrales en el tratamiento contemporáneo de la temática: por una parte, la idea de que una proporción importante -quizás mayoritaria- de las iniciativas de evaluación académica no posee intencionalidad genuinamente formativa, de modo que se use para la retroalimentación y el perfeccionamiento de sus destinatarios; se orienta más bien con predominio en la dirección de la etiquetación y la clasificación simplificadora, el control y la administración, el otorgamiento de estímulos escalafonarios y financieros, por mucho que todo esto se realice invocando principios meritocráticos y de justicia distributiva. Por otra parte, el planteamiento de que incluso cuando la evaluación académica es practicada con una orientación presuntamente formativa, subsiste un problema dual, enormemente complejo, que constituye un terreno minado para las visiones ingenuas: definir los valores que servirán como referentes para la actividad formativa derivada de la evaluación -calidad, excelencia o cualquier otro-, así como ponderar de modo fidedigno y oportuno su posible ocurrencia.

Había pasado casi media hora revisando el texto, en una de esas lecturas gratuitas que empobrecen a las librerías y enriquecen a sus visitantes, cuando cobré conciencia de que se trataba de un texto realmente actualizado, documentado profusamente en casi todas sus secciones y escrito de manera comprensible en la mayoría de sus partes.

Debía tomar una decisión. El libro me gustó y estaba a punto de comprarlo. Sólo me preguntaba por qué los autores no se habían manifestado más propositivos, por qué a momentos parecen satanizar la evaluación académica sin concederle el beneficio de un posible exorcismo, y por qué soslayaron la asunción de una mirada prospectiva que se formule esta pregunta crítica en el contexto contemporáneo: ¿De qué manera se verá afectada la evaluación académica por la introducción de las nuevas tecnologías para el manejo de la información?, habida cuenta de las importantes repercusiones que éstas comienzan a tener sobre el desempeño del académico y, particularmente, sobre las relaciones que el docente establece con su alumnado. Pensando más detenidamente supuse, en todo caso, que se trataba de pecados veniales o al menos comprensibles, y decidí adquirir el libro de inmediato.

Al salir a la calle, caminé hasta que el tráfico me obligó a detenerme, entonces miré de nuevo a los alumnos bajo la figura magisterial en la sugerente portada del texto, y desde mis adentros felicité a todos sus autores por la idea de escribirlo.

 

Nota

* Texto leído en el Centro de Estudios sobre la Universidad (CESU), con motivo de la presentación del libro, el 26 de abril de 2001.

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