Introducción
A partir de la pérdida de territorio que México tuvo frente a Estados Unidos en 1848, los gobiernos federales de esos dos países, así como sus autoridades locales y regionales trataron sin éxito de hacer valer su autoridad en el bajo Bravo.1 En particular, las clases gobernantes y el sector militar de Tamaulipas, Coahuila y Nuevo León tuvieron que enfrentar desafíos que trajo consigo la reciente demarcación fronteriza. Dentro de los problemas de antaño, los estados del noreste mexicano continuaron haciendo frente a la persecución de indios, criminales, abigeos y filibusteros sin conseguir que el gobierno federal pudiera asistirlos de manera eficiente. Los nuevos retos incluían ejercer soberanía en las zonas próximas a Estados Unidos, construir alianzas con la población local y tomar el control administrativo de un lindero que limitaba con una nación extranjera.
Hacia finales de la década de 1850 la violencia persistía en el bajo Bravo y obligaría tanto al gobierno mexicano como al estadounidense a echar a andar medidas para intentar ejercer jurisdicción sobre la zona. Para ello, el gobierno liberal, encabezado por Benito Juárez, buscó el apoyo de “hombres fuertes” que se encontraban inmersos en una cultura política informal, reflejo -como ha apuntado Erika Pani- de dos estados que estaban en una fase crítica de consolidación.2 En gran medida, el intento de ejercer control fronterizo se basaba en lealtades políticas y en estrategias de pacificación que en no pocas ocasiones carecían de acuerdos “legales” o “diplomáticos”.3 En efecto, los hombres con capital transfronterizo representarían una solución a los problemas constantes en una zona que parecía ingobernable. Su concepción acerca de las propias zonas fronterizas y la visión sobre qué factores debían pesar al momento de intentar ejercer control sobre esas áreas influiría en la conformación de las relaciones sociales en estos espacios de manera importante.
Este artículo explora en particular la actuación política y militar de José María Carvajal entre los años de 1859 y 1860. Centra su atención en lo que se concibe como un momento clave de cambios en las disputas políticas fronterizas. Sostiene que en tales años las pugnas que se dieron en el bajo Bravo obligaron a “figuras fuertes”, como Carvajal, a interactuar con fuerzas políticas y sociales de gran alcance, de índole internacional, nacional y regional; y que figuras como la del tamaulipeco se constituyeron en clave para ejercer jurisdicción sobre una zona de frontera como el bajo Bravo. Lo anterior fue posible porque personajes como Carvajal respondían a la política nacional y binacional con base en el conocimiento de realidades locales y de sus propias circunstancias. El trabajo sostiene además que tal conocimiento distaba de estar limitado a la línea divisoria entre México y Estados Unidos y que ello permitía trascender la política fronteriza tradicional.
En efecto, las incursiones político-militares de José María Carvajal durante la guerra de Reforma formaron parte de las estrategias que el gobierno de Benito Juárez utilizó para intentar controlar una zona clave como el norte tamaulipeco e incluso para apuntalar las relaciones con Estados Unidos. Asimismo, la facción liberal hizo uso del liderazgo de una figura como José María Carvajal para impulsar sus intereses en el plano transnacional, regional y local. En particular, la facción juarista se valió de Carvajal y de autoridades civiles y militares del noreste mexicano para contener los disturbios encabezados por Juan Nepomuceno “Cheno” Cortina y, más tarde, para el reclutamiento de fuerzas para el ejército liberal. En ambas coyunturas quedaría plasmada su visión de lo que debía ser la construcción de la autoridad en la zona fronteriza.
Durante el siglo XIX, la construcción del poder estatal y de control sobre las tierras fronterizas se configuró a través de procesos que en no pocas ocasiones estuvieron relacionados con factores que rayaban en la violencia, la competencia por los recursos y las disputas territoriales.4 En los años que aquí se estudian tal violencia se vio exacerbada por la guerra de Reforma, la cual afectó a una enorme porción del territorio mexicano. Así, la intervención de Carvajal y de sus seguidores en conflictos de índole local y nacional entre 1859 y 1861 quedó enmarcada en un proceso de construcción estatal, de un “Estado moderno” cuya jurisdicción territorial no tuviese disputa.5 Irónicamente, en visión de Carvajal la construcción de esa autoridad “nacional” sobre las tierras fronterizas podía darse a través de la colaboración con ciudadanos y autoridades extranjeras.6
En la primera parte, el artículo trata brevemente sobre el caótico contexto fronterizo de la década de 1850. Posteriormente, se adentra en la intervención que tuvo José María Carvajal en los disturbios fronterizos que fueron encabezados por Juan Nepomuceno “Cheno” Cortina en el otoño de 1858. En tal coyuntura, Carvajal actuó como operador político del gobierno de Juárez en la zona tamaulipeca y se convirtió en una de sus piezas clave. En la última parte, el artículo trata sobre los desencuentros que Carvajal tuvo con algunos líderes del bando liberal por su intento de enganchar extranjeros para que pelearan en la guerra de Reforma y por la manera en la que llevó a cabo algunas acciones militares en el centro del país. El artículo concluye con algunas consideraciones finales.
Noreste armado
¿Qué factores propiciaron el surgimiento de liderazgos en el norte tamaulipeco y en el noreste en general durante la década de 1850? A pesar de que existió una multiplicidad de causas, se puede apuntar a la carencia de control territorial por parte de las autoridades centrales y a la necesidad de ejercer jurisdicción sobre los límites nacionales, como dos de las causas principales para que aparecieran figuras clave para el contexto local. El dominio sobre un espacio determinado por parte de una autoridad, idea que fundamenta cualquier proyecto de Estado nacional, en raras ocasiones se llevó a cabalidad al tratar de aplicarse hacia el bajo Bravo. Durante los años que siguieron a la guerra con Estados Unidos, tuvo que construirse de hecho a partir de iniciativas políticas y militares, así como de su aplicación en contextos sociales y políticos inestables.7
La construcción de la autoridad en la zona fronteriza no resultó tarea fácil para México ni para Estados Unidos. Desde los primeros años de vida independiente las autoridades del septentrión mexicano utilizaron a las llamadas milicias cívicas para enfrentar el bandidaje y las depredaciones indígenas. Éstas se encontraban integradas por “soldados regulares, cívicos y vecinos”.8 Las pugnas entre federalistas y centralistas y la propia amenaza de guerra que llegó en 1845 generarían la necesidad de crear cuerpos milicianos mucho mejor organizados. Surgió así el llamado para formar una Guardia Nacional, moldeada a partir de un cuerpo homónimo ya establecido en Francia. Las unidades de la Guardia Nacional estaban organizadas desde entidades y localidades. Cuando llegó la guerra, de hecho, se formaron batallones que tomaron nombres del pueblo o estado de origen, del centro de trabajo desde donde se agrupaban sus miembros, o bien del gremio al que pertenecían.9
En determinados momentos, especialmente cuando la Guardia Nacional no estaba en campaña, quedaría bajo el mando del gobernador. Recuérdese que recientemente se había restaurado el federalismo y delegar las milicias a los mandatarios de las entidades constituía una muestra de la buena voluntad del gobierno federal. En 1848 se emitiría una ley que reformaba a la Guardia Nacional, pero que en gran medida encomendaba el financiamiento y la organización a cada entidad. En el noreste, la guardia organizada por Santiago Vidaurri, primero secretario de gobierno y más tarde gobernador de Nuevo León, le serviría al mandatario estatal para combatir a las tribus indígenas y para obtener apoyo político. Su manejo despertaría también ambiciones personales.10
Durante toda la década de 1850 existió, pues, una distinción clara entre la Guardia Nacional y el ejército de línea. En el noreste esta diferencia resultó importante, pues fueron los gobiernos regionales y locales los que, haciendo uso de las guardias nacionales, enfrentaron los retos que supuso la nueva demarcación fronteriza.11 Entre otros problemas, debían encarar los cruces constantes de ladrones de ganado, ejércitos filibusteros y esclavos fugitivos.12
La utilización de la Guardia Nacional y de guardias civiles a lo largo de la frontera sólo fue efectiva en algunos sentidos.13 En la década de 1850 las fuerzas militares mexicanas y estadounidenses tuvieron que cooperar para tratar de administrar las zonas aledañas a la frontera. En ocasiones la colaboración se dio al margen de la ley, pues importaba más resolver los retos comunes que cualquier formalidad diplomática.14 Lo anterior quedó plasmado en el cruce de fuerzas armadas de una u otra de las partes a lo largo del río, el cual si bien era ilegal también era constante. Como afirma Luis Alberto García, “el cruce de las orillas del Bravo, de sur a norte y de norte a sur por parte de los ejércitos mexicanos y estadounidenses fue lo más común” incluso hasta los años de la Guerra Civil estadounidense15 (véase el mapa 1).
FUENTE: Elaboración propia con base en los datos provistos por el mapa de Samuel Augustus Mitchell de la David Rumsey Map Collection (Stanford University, California), 1860.
El argumento más socorrido para justificar el cruce informal de fuerzas de la ley en el bajo Bravo era la persecución de criminales.16 No obstante, había otros elementos para sustentar la ayuda informal entre los residentes del sur de Texas y el norte tamaulipeco. Entre ellos destacaban los lazos parentales, comerciales y militares, así como las relaciones de amistad, de cooperación y de experiencias que frecuentemente se compartían.17 El refugio y la protección que brindaban los pueblos y la misma milicia de uno y otro lado de la frontera a desertores de ejércitos, bandidos y forajidos sólo pueden ser entendidos bajo esa lógica.
Fue en este contexto cuando los gobiernos regionales y centrales recurrieron a figuras de autoridad local para intentar ejercer control sobre la zona del bajo Bravo.18 Personajes como José María Carvajal y Juan Nepomuceno Cortina actuaron como un eslabón entre las poblaciones de ambos lados de la frontera y aun como enlace entre gobiernos locales e internacionales amparados en la “capacidad militar de proporcionar defensa a las poblaciones de las que formaron parte”.19 Su autoridad estaba sustentada mucho más en su habilidad para enfrentar con intentonas filibusteras, el paso de fuerzas irregulares y correrías de grupos indígenas que en su desempeño en la política convencional.20 Era parte de “una compleja tradición local de servir en caso de emergencia por encima de las leyes nacionales”.21
Carvajal era quizá el personaje que generaba mayores resentimientos en el norte de Tamaulipas. Había nacido en San Antonio de Béjar y de joven había marchado a estudiar a Kentucky, en donde había aprendido inglés y se había convertido al protestantismo.22 Por tal razón, y por su cercanía con las autoridades texanas -conocía y había llegado a trabajar con Esteban Austin-, frecuentemente se acusaría a Carvajal de “ayancado”. En 1838 había participado en la rebelión federalista de Antonio Canales Rosillo en el norte de Tamaulipas, en donde llegó a obtener el grado de coronel, razón por la cual conocía a militares y “hombres fuertes” tanto de Texas como del noreste mexicano.23 Dada su cercanía a los federalistas y a la política nacional, entre 1838 y 1852 Carvajal participó en varios pronunciamientos armados de corte autonomista y en campañas militares que más tarde lo acercaron al bando liberal en la guerra de Reforma.24 Más aun, en el tiempo de la guerra con los estadounidenses comandó una brigada de tropas irregulares, sin pertenecer a las milicias civiles ni al ejército regular. Al terminar la guerra se relacionó tanto con las autoridades texanas como con la élite comercial de la frontera. En particular, era amigo de John S. Ford, quien en algún tiempo comandó a los rangers en la frontera y de comerciantes texanos como Richard King, Mifflin Kennedy y Charles Stillman.25 En octubre de 1851, Carvajal demandó la creación de una zona de excepción fiscal y el retiro de las fuerzas del gobierno general de la zona fronteriza, atacó la ciudad de Matamoros con una fuerza que en parte estaba integrada por individuos de origen estadounidense, lo cual levantó suspicacia sobre sus verdaderos propósitos.26 Ese asalto, enmarcado en una década en la que se encontraba latente la amenaza expansionista de Estados Unidos, generó a Carvajal decenas de opositores.27 Entre ellos figuraron las autoridades políticas y castrenses de Matamoros y las asentadas en Nuevo León y Coahuila.
Las fuerzas militares estacionadas en Matamoros en no pocas ocasiones se volvieron contrarias a Carvajal. Militares como Guadalupe García, Macedonio Capistrán y aun el propio cabildo de la ciudad en numerosas ocasiones se quejaron ante las autoridades del centro de sus correrías y asaltos, y llegaron a acusarlo de separatista.28 El propio Santiago Vidaurri, quien se convirtió en la figura dominante de la política del noreste después de la revuelta de Ayutla, llegó a ser su antagonista, cuando Carvajal amenazó sus intereses políticos y económicos.
Aun cuando Vidaurri y Carvajal tenían proyectos políticos distintos ambos fungieron como apaciguadores de la zona norestense.29 Vidaurri fue la autoridad político-militar en la frontera norteña que más vio crecer su poder gracias al apoyo y manejo de la Guardia Nacional de Nuevo León.30 Sería una de las figuras políticas del país y causaría problemas al gobierno general al utilizar a las fuerzas de la Guardia Nacional como grupos de choque.31 Carvajal, por otro lado, quedaría integrado a las fuerzas de la Guardia tamaulipeca a mediados de 1858. Ese año, Juan José de la Garza lo nombraría su segundo al mando. En ese momento De la Garza trataba de reorganizar a sus fuerzas tras ser derrotado en Tampico por Tomás Mejía.32 Gracias a sus redes binacionales con militares y comerciantes, Carvajal pronto se convirtió en un importante operador político y militar de la causa juarista en la frontera.
Operador político de Juárez en la frontera tamaulipeca
Las zonas fronterizas constituyen espacios en los cuales se dificulta el control territorial. De acuerdo con una estudiosa del tema, en ocasiones para ejercer su autoridad sobre ellas los gobiernos centrales han tenido que adaptarse e incluso apropiarse de distintas fuerzas sociales, que frecuentemente están relacionadas con la economía, la geografía y la violencia.33 Una de estas coyunturas se dio en el bajo Bravo, en el otoño de 1859 cuando el gobierno liberal tuvo que encarar los reclamos suscitados por una serie de disturbios fronterizos encabezados por Juan Nepomuceno Cortina. Para controlar las asonadas, el gobierno juarista tuvo que llamar a José María Carvajal, quien intervino para hacer desistir a Cortina de sus acciones.
Efectivamente, en septiembre de 1859 Juan Nepomuceno Cortina había aprovechado la poca vigilancia y atacado Brownsville desatando la furia de los texanos. Según la prensa local, Cortina había entrado muy temprano en la pequeña población al mando de cien hombres y sin más motivo había dado muerte a al menos seis individuos.34 Además, había liberado a varios prisioneros de la cárcel del condado de Cameron y se había llevado armas y “propiedad adicional”.35 En su defensa, Cortina publicaría una carta en la que acusó a las autoridades estadounidenses de haber asesinado, primero, a uno de sus trabajadores y, meses después, habían atentado en contra de su familia. Argumentaría un poco más tarde que nunca pretendió incendiar y ultrajar a ningún residente de Brownsville y que el único motivo de la violencia eran razones personales.36
Durante el ataque de Cortina y en un acto que reflejaba mucho de lo que era el bajo Bravo en ese momento, los habitantes de Brownsville se vieron obligados a pedir ayuda a los residentes del lado mexicano para rechazar la agresión.37 Hacía apenas unos meses que el general David E. Twiggs, encargado del ejército estadounidense en el sur de Texas, había ordenado que la compañía que se alojaba en el Fuerte Brown procediera a apostarse en el Fuerte Duncan, actual Eagle Pass. Del mismo modo, Twiggs había enviado a los soldados estacionados en el cuartel Ringgold, actual Rio Grande City, a que marchasen a cuidar el camino que conectaba San Antonio con El Paso.38 Las guerras en contra de comanches y lipanes demandaban cubrir esos flancos, pero obligaban al ejército estadounidense a descuidar el bajo Bravo.
Así pues, José María Carvajal había cruzado el Bravo al mando de una fuerza militar y había negociado para que Cortina se retirase río arriba. En una carta de los residentes de Brownsville que fue reproducida en el periódico El Jaque, de Matamoros, éstos reclamarían la protección del gobierno federal estadounidense y manifestarían que quedar a merced de Carvajal y los mexicanos para ser protegidos resultaba vergonzoso:
En vista de los amagos que el día 28 del presente dieron los cortinistas, la Guardia Nacional Mexicana pasó a Matamoros después de defender a Brownsville. Impidieron la destrucción de la ciudad. Los de Brownsville nos encontramos separados por un desierto sin un solo habitante a más de ciento setenta millas del río Nueces y enteramente a la misericordia de Matamoros. Ese día que entró Cortina y estábamos desarmados fue por la influencia de Carvajal y su gente que pararon la venganza. Pero tenemos miedo de que regrese ¡por favor que los gobiernos de Estados Unidos manden fuerza! para que la desgracia no caiga, ahora, en la hermana Matamoros. Nosotros estamos pagando a veintidós hombres y hay otros veinticinco que patrullan de 9 a 6 de la tarde…39
En efecto, además de la intervención de Carvajal y sus hombres, varios habitantes del poblado texano formaron un comité de seguridad y enviaron una carta al presidente Buchanan. En la misiva se quejaron tanto de las tropelías causadas por Cortina como de tener que costear el sustento de los voluntarios y el de los soldados. “No es necesario decir”, señalaban, “que aquí no tenemos, ni tampoco entre este lugar y Laredo, un solo soldado de Estados Unidos. Mientras el gobierno general mantuvo una muestra de autoridad por la ocupación de los presidios en esta frontera no tuvimos queja por falta de orden público o la protección municipal necesaria”.40
Quizá Cortina habría atacado Brownsville incluso si esta ciudad hubiese estado protegida por soldados del gobierno federal estadounidense. Lo cierto es que tanto los residentes de la localidad como los funcionarios gubernamentales tuvieron la impresión de que el asalto había sido causado por descuido de las autoridades de Washington. Así, las autoridades estadounidenses no tardaron en reclamar el derecho para perseguir a Cortina y a los suyos en el lado mexicano.41 La petición de que se permitiese a fuerzas del orden de ambos países cruzar la frontera se llevó incluso a las estipulaciones de un tratado que ese mismo año se negociaba y que llegaría a ser conocido como el acuerdo McLane-Ocampo.42
De este modo, el quinto punto del borrador del acuerdo McLane-Ocampo permitía que el ejército estadounidense entrara en territorio mexicano “en caso excepcional de peligro inminente para asegurar la vida y propiedades de los ciudadanos de los Estados Unidos”. Con ello, el acuerdo se encontraba muy cerca de delegar al gobierno de este último país la potestad de intervenir militarmente en México.43 En esos mismos meses, José María Mata, quien actuaba como representante mexicano en Washington, escribió al cónsul de su gobierno en Brownsville y le manifestó:
según he sabido, aunque de un modo extrajudicial, S. E. el Sr. Roberto McLane, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de los Estados Unidos en México, convino en Veracruz con el supremo gobierno que se adoptarían ciertas medidas para que las autoridades de ambos lados de la frontera puedan proceder de común acuerdo en la obra de pacificación de aquella parte del territorio de las dos repúblicas, entre cuyas medidas se comprende la facultad de que las fuerzas americanas pasen al lado mexicano en persecución de los bandidos […] En vista de lo expuesto, recomiendo a usted haga cuanto pueda por calmar los ánimos de esos habitantes, manifestándoles, si llegan las fuerzas americanas a pasar el Bravo en persecución de Cortina, que no deben considerar ese paso como una violación del territorio nacional.44
Los gobiernos mexicano y estadounidense trataban de controlar la frontera a como diera lugar. Para parte de la opinión pública mexicana, no obstante, el acuerdo que estaba por firmarse y el asalto de Cortina a Brownsville abrían la posibilidad de que los estadounidenses iniciaran otra ocupación de su territorio. Y quizá no estaban tan equivocados.
Como se ha esbozado líneas atrás, la respuesta al ataque cortinista llegó a través de la cooperación militar formal e informal entre ambos gobiernos. El día de los disturbios tanto la Guardia Nacional apostada en Tamaulipas -y de la cual formaba parte José María Carvajal- como ciudadanos de a pie cruzaron a Brownsville para disuadir a Cortina de sus intenciones.45 Un comerciante texano explicó la intervención en estos términos:
Ese nefando día, la Guardia Nacional pasó a Brownsville y se encaminó junto a los civiles armados de Matamoros a la línea, [esa] buena gente que dio socorro, lo hizo por los hermanos, primos y familia que tenían de este lado americano. Al igual que esos hombres, el amigo Carvajal intentaba contener la furia de Cortina trabando negociaciones con éste, sin usar la fuerza política, en ello, motivado por su amistad [a sus] hermanos vecinos.46
El diario aseguraba que, en esa franja del río Bravo, “las cosas se solucionaban de palabra, entre amigos y parientes”.47 Las lealtades y las redes de amigos y familiares pesaban. La asistencia que Carvajal y los suyos brindaron a la población del lado estadounidense importaba porque daba sustento a una política que, dado el espacio geográfico en el que se articulaba, tenía repercusiones de índole local, nacional e internacional.
Tras la intervención de Carvajal, Cortina se retiró de Brownsville río arriba. Dos días después del asalto el comandante de policía de Matamoros envió una circular a los ciudadanos en la que señaló que, debido al ataque “de una fuerza armada”, en la “banda izquierda del río Bravo […] se teme que se desprendan de aquella fuerza algunas facciones para venir a este lado”. Pedía al ayuntamiento nombrar “pequeñas partidas que cuiden y vigilen los vados del río, así como también los caminos públicos a fin de impedir que cometan algunos robos en los agostaderos de las jurisdicciones”.48
Pero la detención de Cortina se complicó. Durante casi un año autoridades locales de ambos países intentaron su aprehensión sin éxito, pues usaba como refugio los ranchos del lado mexicano.49 En octubre, el comandante militar de la línea del Bravo notificó a Andrés Treviño, gobernador de Tamaulipas, que “la autoridad de Brownsville” le había pedido “un nuevo auxilio contra las agresiones de D. Juan N. Cortinas y desde luego, como antes lo había hecho, y cumpliendo con las prevenciones de V. E., le ministré el de una compañía de infantería y una pieza de a 4 que expresamente me pidió”.50 Luego de una “pesada marcha”, tanto las fuerzas tamaulipecas como las de Brownsville trabaron combate con los cortinistas, pero resultaron derrotadas en un rancho llamado Doña Estefanía.51
Hubo rumores incluso de que el propio Guadalupe García, quien en ese momento fungía como comandante militar del lado mexicano, ayudaba a Cortina comunicándole los pasos de los agentes militares texanos.52 Si lo hizo, lo llevó a cabo de manera encubierta, pues un mes más tarde García mostró a sus superiores su frustración por no poder arrestar a Carvajal a pesar de haberlo perseguido junto con las fuerzas de Brownsville.53
Quizá por legitimarse o quizá por mostrar que tenía el control de la franja fronteriza, el gobierno central colaboró directamente con los estadounidenses. A principios de diciembre, por ejemplo, Melchor Ocampo, ministro de Relaciones Exteriores del gobierno juarista, envió una circular al gobernador del estado de Tamaulipas y al de Nuevo León y Coahuila instruyéndoles para que “estas fuerzas de la frontera de ese Estado de su digno mando impidan el paso a la derecha del río Bravo de los bandidos que han acometido a Brownsville y para que en unión y fuerza y armonía de los jefes de las fuerzas americanas prevengan a los mismos bandidos, hasta que se reduzcan al orden, o sean castigados ejemplarmente”.54
No extrañó que el trabajo en conjunto trajera consigo el paso de las fuerzas estadounidenses. John S. Ford, jefe de los rangers, y Samuel Heintzelman, mayor del ejército, quienes estuvieron a cargo de la persecución, cruzaron el Bravo en busca de Cortina, lo cual costó capital político a Juárez.55 En marzo de 1860, varios periódicos de Estados Unidos informaron que tropas estadounidenses habían atravesado el río para buscar a “Cortinas” en un rancho llamado La Mesa y que incluso habían intercambiado tiros con un grupo armado. No obstante, los rotativos aseguraban que el contingente encontrado pertenecía en realidad a la Guardia Nacional, la cual había resultado con dos heridos.56 La prensa de la ciudad de México en particular llegó a publicar, además, que existían planes de invasión por parte del gobernador electo Samuel Houston.57
No se hicieron esperar los comunicados entre los agentes nacionales de México y Estados Unidos. Para ese momento, José María Mata, ministro plenipotenciario mexicano en la Unión Americana, advirtió al gobierno de Juárez que debía de evitar que escalara la presión por los conflictos.58 El paso de fuerzas podía darse, pero tendría que inspirarse en un convenio que asegurara el auxilio mutuo cuando una u otra nación lo demandara. Como ejemplo, Mata propuso utilizar una eventual solicitud de protección de los residentes de Brownsville enmarcada como “auxilio humanitario”.59 El recurso era importante, pues permitía recurrir al paso de tropas regulares e irregulares sin ninguna sanción y sin “violaciones a las leyes de neutralidad”.60
Ejercer control territorial sobre la frontera resultaba pues complicado. Juárez y el bando liberal se veían obligados a apoyarse en las autoridades de Tamaulipas y sobre todo en los líderes militares como Guadalupe García y José María Carvajal. Irónicamente, si su gobierno quería tener el control de esa parte del territorio nacional tenía que aliarse con ciudadanos de un gobierno extranjero. En este último sentido, Carvajal dio un paso aún más arriesgado cuando decidió enganchar extranjeros para que participasen en la lucha contra el bando conservador.
El enganche
¿Qué visión sobre la política de su país tenía José María Carvajal cuando decidió invitar extranjeros para que participaran en un conflicto interno de México? Es difícil aventurar una respuesta acertada. De acuerdo con Joseph E. Chance, Carvajal partió de Matamoros en diciembre de 1859. Al dejar la ciudad fronteriza, se encaminó hacia Ciudad Victoria al lado del general José Silvestre Aramberri y de varios cientos de tropas.61 Su partida no lo libró de acusaciones que lo señalaban como promotor del filibusterismo. Entre diciembre y enero decenas de estadounidenses, quienes habían sido invitados a apoyar al bando liberal por el propio Carvajal y Santos Degollado, quisieron pasar hacia Matamoros, pero la población local les impidió que cruzaran el río.62
El reclutamiento de estadounidenses para que lucharan en la guerra de Reforma generó todo un escándalo. En enero, el ayuntamiento de Matamoros -siempre antagonista hacia Carvajal- emitió dos comunicados en los que expuso las “faltas nacionales” en las que incurrieron Carvajal y Degollado al intentar reclutar ciudadanos extranjeros para la causa liberal.63 Las autoridades argumentaron que las compañías que ambos habían mandado contratar incluían filibusteros anglo-texanos que cometieron asesinatos y depredaciones en todas “nuestras fronteras”, y que había otros que incluso tenían experiencia en el contingente que “había acaudillado Walker en la expedición de Nicaragua”.64 Afirmaban que los supuestos liberales eran tan poco confiables que éstos se encontraban vigilados por el mismo gobierno estadounidense y que, en cualquier descuido, ya entrados en el país, iniciarían actos de vandalismo extremo que terminarían en todo menos en la defensa de las instituciones republicanas. Los miembros del cabildo de Matamoros advirtieron:
Los ciudadanos que prescribimos tenemos presentes las desgracias y crueldades ejercidas en las últimas invasiones por muchos de los aventureros filibusteros de la república vecina, que con el nombre de voluntarios hollaron nuestro suelo. Acordamos haciendo uso del derecho consignado en el art. 34, fracción 3, de nuestro código fundamental, los artículos siguientes:
Protesta no permitir jamás que por territorio del distrito municipal pasen ningunos extranjeros filibusteros, armados o desarmados con destino a los ejércitos beligerantes de la República Mexicana, [...]
Declara traición a la patria el enganche de gente mercenaria y filibustera para ir a pelear al interior contra sus compatriotas y hermanos.
Las críticas fueron tan duras que el propio José María Carvajal tuvo que enviar una carta de explicación a Benito Juárez. En ella justificó la contratación de extranjeros argumentando una amenaza hacia la ciudad portuaria.
Señaló que creía no haber “traspasado” sus facultades, y agregaba, “me creía facultado ampliamente, aunque no en debida forma, pero siempre me creí autorizado y como digo hoy de oficio al Excmo. Señor general en jefe [Santos Degollado] temí una invasión que estábamos preparados para resistir sin auxilios extraordinarios”.66
En las siguientes semanas no pararon las acusaciones de traición hacia Carvajal y Degollado. Los miembros del cabildo de Matamoros aseguraban que J. K. Duncan, John S. Ford y D. K. Robinson -según creían, venían en el contingente- pertenecían a la “pandilla de filibusteros” con los que el propio Carvajal había realizado fechorías años atrás.67 En particular, los regidores veían a Robinson -quien había acudido a solicitar reclutamiento- como perteneciente a la “numerosa clase filibustera de los Estados Unidos”, y aseguraban que si la Heroica Ciudad se ostentaba como defensora de la integridad nacional lo debían denunciar.68
Varios periódicos, entre los que se contaba El Jaque, lanzaron la petición para destituir a Carvajal como general por considerarlo “instigador de guerras al igual que Cortina” y “traidor a la patria”. En una de sus editoriales El Jaque, en un papel cercano al de actor político, dio cuenta de las constantes depredaciones que padeció la frontera texana, afirmando que tanto Carvajal como Cortina tenían la “virtud de juntar desalmados de todas partes”.69 Incluso los retrataba como “criminales que hicieron pactos con los angloamericanos desde la noche de los tiempos”.70
Ante las acusaciones, Carvajal se defendió insistiendo en que el supuesto enganche de “filibusteros” no tenía ningún fundamento. También dijo que el ataque en la prensa estaba inspirado en la calumnia de sus enemigos. En un tono conciliador, enfatizaba:
Ni fui nunca como el Cheno Cortina, ni lo seré. Lo único que quise fue ayudar a la bendita causa que encabeza Juárez. […] Bueno es que sepan ciudadanos matamorenses que de buena fe quieran defender su patria, que, desde el año de 1848, que se firmó el tratado de Guadalupe Hidalgo, se acabó la guerra con los americanos, que desde entonces somos amigos y así nos reciben en su país. Si los americanos vinieran como enemigos yo sería el primero que se lanzaría al peligro como siempre lo he hecho en defensa de mi amada patria, pero si vienen como amigos es una traición cobarde obrar en favor de Miramón el oponerse y desairarlos. Como dije, estamos en paz, y según las brujas, debe haber alianza de amistad con los americanos por más que les pese a los de Matamoros que necesariamente quieren comprometer los grandes intereses de la nación sin saber lo que hacen.71
Había que trascender nacionalidades. Pese a que Benito Juárez había dado la orden de cancelar cualquier operación de enganche, y pedido formalmente a Carvajal que dejara de lado ese asunto, la opinión pública y las autoridades del ayuntamiento de Matamoros no cedieron en la campaña de desprestigio.72 El síndico aseguraba en una carta que era una cosa “prestar ayuda a los texanos para la captura de Cortina” y otra “soportar un cuerpo de malhechores y asesinos en este territorio y encima de todo, tener que cuidarnos de Carvajal y sus amigos yankees”.73
La visión de Carvajal sobre la forma en la que se debía construir la autoridad y el ejercicio del poder en la zona fronteriza rompía con esquemas tradicionales. Lejos de concebir que el ejercicio de soberanía en esas áreas debía darse de manera exclusiva a través de las autoridades centrales, Carvajal fincaba su visión de control territorial en la cooperación con ciudadanos de otro país e incluso con el gobierno estadounidense. La soberanía sobre unas tierras fronterizas que tenían un contexto social inestable podía construirse de múltiples formas y echando mano de recursos que no necesariamente se encontraban fincados en un área determinada.
Las desavenencias
Mientras se levantaban descontentos por el paso de estadounidenses a territorio mexicano, José María Carvajal se mantenía ocupado en la parte sur de Tamaulipas. Hacia allá había marchado en la segunda mitad de diciembre, justo después de disuadir el ataque de Juan Nepomuceno Cortina a Brownsville. En febrero, el tamaulipeco escribió una carta al gobernador Andrés Treviño y le pidió que hiciera venir a Santos Degollado desde Veracruz para que ayudase a reorganizar las filas liberales.74 Desde el año anterior los liberales que operaban en el noreste y en la zona de Zacatecas y San Luis Potosí habían tenido varios malentendidos entre sí que hacían peligrar la causa del bando juarista.75
Existía en efecto un clima de división entre los liberales. A mediados de julio de 1859, justo antes de que Cortina atacase Brownsville, el gobernador de Nuevo León y Coahuila, Santiago Vidaurri, se había quejado ante el gobierno general de que el gobierno tamaulipeco dispusiera “a su arbitrio de las aduanas de Tampico y del Bravo, faltando a lo estipulado […] porque no se me ha dado la mitad de los productos de esas oficinas”. Vidaurri alegaba, además, que tampoco le habían dejado importar armas desde Estados Unidos y que se hacía urgente la intervención de los altos funcionarios del gobierno general para arreglar la situación.76 Pero los dineros nunca llegaron a Vidaurri. En septiembre, el neoleonés lanzó un decreto haciendo un llamado a las fuerzas liberales del ejército del norte para que emprendieran la marcha desde el frente de batalla hacia Monterrey. Vidaurri alegaba que el estado de Nuevo León y Coahila había “hecho más de lo que debía, atendida su escasa población y pobreza de medios”.77
La respuesta del gobierno juarista no se hizo esperar. Unos días después de la orden de Vidaurri, Santos Degollado publicó otro decreto dirigido a los habitantes del estado de Nuevo León y Coahuila en el que les notificaba que las acciones de Vidaurri eran consideradas como “sublevación” y que quedaba “destituido de todo mando político y militar y dado de baja en el ejército constitucional”. Degollado aseguraba además que Vidaurri sería “sometido a la acción de los tribunales por la defección que ha cometido, formando y publicando en Monterrey su decreto del 5 del corriente”. La orden del general liberal agregaba que quien quedaba como jefe de las fuerzas constitucionales de Nuevo León era el general José Silvestre Aramberri y que “será la primera obligación del nuevo jefe del Estado aprehender y asegurar al reo D. Santiago Vidaurri y sus cómplices, remitiéndolos a este cuartel general”.78
Pero Vidaurri no era el único que daba problemas. En marzo de 1860 Juan José de la Garza escribió al secretario de Guerra y le notificó que el propio José María Carvajal, quien desde diciembre se encontraba operando en la zonas de Jaumave y Ciudad Victoria, le había dado dolores de cabeza, pues “rehusaba ponerse a mis órdenes como general en jefe de la Guardia Nacional de Tamaulipas” y “embarazaba todas mis providencias, tomando para sí las fuerzas que yo pedía me mandaban de las divisiones y poblaciones del estado, embromando algunos artículos de guerra de que tenía absoluta necesidad y consumiendo una gran parte de los recursos con que yo contaba”.79 De la Garza señalaba también que la división en el bando liberal en Tamaulipas era tal, que había pedido a Andrés Treviño que hablara con Carvajal con la finalidad de trabajar en unidad. Las rencillas incluso generaban fuertes rumores de que estaba por darse una rebelión en contra del gobernador y por tal motivo De la Garza había tenido que trasladarse a Tampico para proteger la plaza aduanal.
Así pues, las preocupaciones de Carvajal y del propio bando liberal trascendían el regionalismo fronterizo. En abril de 1860, los periódicos de Estados Unidos dieron la noticia de que la persecución de Cortina en la zona del Bravo se había intensificado. Se informaba que varios grupos de civiles y militares andaban tras sus pasos, entre los que se contaban las compañías capitaneadas por John S. Ford y un individuo de apellido Littleton. Y a pesar de que el gobernador de Texas había procedido a disolver a algunos cuerpos de voluntarios, los estadounidenses no daban señales de retirada hacia el norte del río.80
Mientras esto ocurría, Carvajal unía sus fuerzas con las de Jesús González Ortega y José López Uraga. A principios de abril de 1860 Carvajal participó en el asedio a Zacatecas, ciudad que esos tres generales junto con más de mil hombres tomaron para la causa liberal.81 Desde Zacatecas se dirigió con la “brigada Carvajal” hacia San Luis encontrándose en el camino a tropas conservadoras que le salieron al paso. De acuerdo con el parte que el propio Carvajal envió a Santos Degollado, sus fuerzas derrotaron a aquellas del bando conservador, obteniendo en la acción armas, cañones y “más de mil prisioneros, entre los cuales se encuentran el Sr. Gral. Rómulo Díaz de la Vega, el Gral. Dn. Manuel María y Calvo y otros jefes y oficiales”.82
La guerra en el centro-norte y las tendencias centrífugas del noreste resultaban en ese momento tan preocupantes como el control fronterizo. El gobierno juarista trataba de articular esferas de acción estatal en varios frentes con la finalidad de desplazar a Cortina, a los conservadores y a las fuerzas de Vidaurri para construir una potestad indisputable en la frontera. Vidaurri, en efecto, seguía dando problemas. En la segunda quincena de marzo de 1860 un diputado de la legislatura de Nuevo León y Coahuila emitió un discurso al abrir las sesiones y declaró que la soberanía había regresado a la entidad desde que había renunciado Ignacio Comonfort a la presidencia.83 Con tal postura prácticamente desconocía la legitimidad del gobierno juarista y parecía abrir la puerta para el autogobierno. Las fuerzas de Degollado, entre las que se contaba a la “brigada Carvajal”, se concentraron en evitar cualquier intento de separación acaudillado por el gobernador neoleonés.84
Unos meses más tarde, la desesperación de los juaristas llegó al límite. En agosto, un batallón liderado por José Silvestre Aramberri sucumbió ante las fuerzas de Vidaurri al norte de San Luis Potosí.85 Ante la coyuntura, el gobernador de ese estado, Vicente Chico Sein, envió una misiva al Ministerio de Guerra para pedir que se le autorizara “que el Sr. General Carvajal, que hoy ha salido para Tula [Tamaulipas], marche a derrocar de una vez al citado Sr. Vidaurri”.86
Pero Carvajal tenía puesta su atención en otra parte del escenario bélico. Concentrado en Lagos de Moreno, junto con otros liberales, el mexicano-estadounidense dio un paso temerario a principios de agosto cuando arrestó al obispo de Guadalajara, Pedro Espinosa y Dávalos.87 Unos días más tarde sus fuerzas junto con las de Jesús González Ortega y las de Ignacio Zaragoza marcharon hacia Silao, en donde vencieron a las tropas de Miguel Miramón.88 No obstante, la acción y el resto de la campaña militar habían mermado sus fuerzas. En una carta que Carvajal envió a Santos Degollado le pidió “encarecidamente se digne concederme con las tropas que mando pertenecientes a Tamaulipas mi separación del servicio de las armas”.89 Degollado accedió y concedió que él y sus tropas regresaran a la zona del Bravo manifestando que estaba “persuadido” de que Carvajal y sus subalternos “deben haber sufrido por el abandono en que lo ha dejado el patriotismo y amor a la libertad tan peculiar a los hijos de la frontera”. Y abundaba, “accedo con pesar a su pedido, porque no puede ni debe exigirse más a los valientes y apreciables ciudadanos que desde tan lejana tierra han venido a concurrir a la defensa del orden legal”.90
Conclusiones
Entre 1859 y 1860 el bajo Bravo vivió años intensos. Sin un Estado nacional consolidado, el gobierno de Juárez enfrentó problemas en el norte de Tamaulipas, que estaban atados a disputas de índole nacional y que aun trascendían este último plan. Los disturbios de Juan Nepomuceno Cortina, así como las protestas que levantó el reclutamiento de voluntarios extranjeros, constituían sólo parte de los esfuerzos del bando juarista por ejercer control sobre una zona clave, un espacio fronterizo en donde el poder estatal resultaba frágil.91
La tarea no resultaba fácil. El bando liberal había tenido que mantener vínculos con hombres fuertes, como el propio José María Carvajal -o como Santiago Vidaurri- a quien incluso había utilizado como operador político y estratega militar tanto en la zona del bajo Bravo como combatiendo a los conservadores en los estados del centro del país. Como ha apuntado Alice Baumgartner, para intentar dominar las tierras fronterizas el Estado -los Estados- ha tenido que encarar retos y realidades concretas y aun apropiarse de gran parte de sus elementos, lo cual sin duda puede incluir a liderazgos locales.92
Sin lugar a duda, Carvajal mostró habilidades en el campo militar. No obstante, gran parte de esta pericia vino acompañada de controversia. No sólo negoció con Cortina e hizo que éste se retirara de Brownsville, sino también intervino en las batallas clave de la guerra de Reforma en el centro-norte del país. Aun así, su papel en el enganche de “voluntarios” y acciones como el secuestro de Pedro Espinosa y Dávalos, obispo de Guadalajara, le generaron múltiples críticas y el gobierno juarista tuvo que mantenerlo como a uno de sus principales hombres. Para los liberales Carvajal representaba un aliado para controlar el norte tamaulipeco. Un aliado podía ayudar a apuntalar la fragilidad política y legal del bando liberal y a contener un sinfín de problemáticas en los márgenes y al interior de sus espacios. Carvajal y otros hombres fuertes sabrían acoplarse, responder y jugar con todas esas fuerzas cuando así se les demandase. Quizá su recurso más importante y que utilizaban como moneda de cambio eran precisamente sus “lealtades personales”. Y, ante la ausencia de un estado consolidado, recursos como este importaban.