En los últimos treinta años el campo de la historiografía de las infancias y las familias en América Latina no ha hecho más que robustecerse y ensancharse configurando varias líneas y temáticas de investigación, redes y fructíferos debates. En la toma de conciencia sobre la importancia de estudiar a las infancias, que no sólo alude a una posición historiográfica sino en muchas ocasiones a posturas ético-políticas, mucho tuvo que ver la influencia de la historia social británica, pero también el despunte del campo de los child studies alentado por la Convención de los Derechos del Niño de 1989. Se han recorrido largos trayectos, planteado nuevas perspectivas, y el campo no sólo se ha extendido sino que se ha consolidado, y de manera muy notable en la historiografía argentina, en gran parte debido al equipo de trabajo que publica en este libro.
El libro Familias e infancias en la historia contemporánea: jerarquías de clase, género y edad en Argentina muestra la decantación de décadas de producción y debate historiográfico en torno a las infancias y las familias. Es un libro cuyo eje central es la reflexión sobre la historia de las infancias y las familias, que se concentra analíticamente en la observación y el estudio de sus cruces con categorías como la clase, el género y la raza, así como de las experiencias en instituciones estatales y producciones culturales, y las formas en que éstas jerarquizaron a los individuos y grupos a través de representaciones y políticas públicas. Sus autoras muestran, además, la negociación y la resistencia de los sujetos sociales. La infancia y la familia, así como el género y la clase, aparecen no como categorías estáticas sino fluidas, divergentes y diversas, cuya construcción dependió de varios agentes sociales. Asimismo, el grupo de trabajo que conforma esta publicación sostiene que infancias y familias no pueden pensarse de manera separada, sino que son categorías interseccionales, en interacción constante, que se organizan a partir de las dinámicas sociales a las que también constituyen.
La coordinación de un libro siempre es un trabajo demandante y difícil, que exige un trabajo colectivo en el que los autores se convierten en una suerte de orquesta cuyos ejecutantes, aun tocando instrumentos distintos, deben compartir los mismos ritmos y cadencias para que el resultado sea armónico. Éste es un libro polifónico, compuesto por siete capítulos, cuya coordinadora, Isabella Cosse , logra una interpretación notable. Son textos elaborados, cuidados y que evidencian un gran trabajo de equipo. La introducción, así como cada uno de los capítulos, ordenados cronológicamente, nos van mostrando los lados de un prisma, en el que infancias, maternidades, relaciones familiares, clases sociales e instituciones van conformando un universo social complejo. Las autoras localizan los puntos de encuentro, a veces violentos, autoritarios, condescendientes o moralizantes, no sólo en el intercambio cotidiano entre las clases sociales, sino también entre familias e infancias y el Estado y sus instituciones.
Es siempre motivo de júbilo advertir la creatividad de las historiadoras para identificar fuentes primarias que permitan acercarse a las vidas de niños y niñas y sus familias en el pasado. En ese sentido, el estudio que abre este libro, escrito por Claudia Freidenraij, utiliza fotografías tomadas por Juan María Gutiérrez a principios del siglo XX concentradas en reproducir los juegos infantiles. Estas fotografías en forma de “crónicas” sostuvieron un principio de realidad (aunque todas fueran posadas) y dan cuenta hoy de los intentos de pedagogos y empresas editoriales (de magazines y libros de lectura infantiles), de reproducir jerarquías sociales a partir de los valores burgueses. La publicación de esas fotos en revistas de gran tiraje masificó formas de conducta “correctas”, estructuras de la vida material en torno a la infancia (juguetes, espacios, vestido y decoraciones), sensibilidades en relación con el juego infantil y determinaciones sexogenéricas. Las fotos “enseñaron a jugar” y fueron una forma de intervenir las infancias de distintas clases sociales porque, aunque posicionaron como modelo simbólico a las infancias de clases medias y altas, al mismo tiempo jerarquizaron socialmente cuerpos y espacios, además de promover la exclusión de niños y niñas del espacio público.
Paula Bontempo se concentra en analizar los comités Billiken fomentados por la revista del mismo nombre en los años veinte. Esta publicación, que sirvió como una suerte de modelo para otras revistas de Argentina o de Chile y que buscaba dar la idea de albergar la heterogeneidad del mundo infantil, prefería sin embargo mostrar espacios de clase media urbana más que conventillos, viviendas colectivas, o espacios rurales. Como otras autoras de este libro, Bontempo otorga un particular valor heurístico a la imagen fotográfica como reproductora de valores de clase, género y raza y muestra cómo Billiken se convirtió en una suerte de manual de la vida cotidiana infantil en una época en la cual los manuales de urbanidad y buenas costumbres eran muy socorridos, particularmente entre las clases medias y las élites. Así, la revista prescribe una mirada sobre la niñez que al mismo tiempo busca definirla y que esconde, juzga y limita la pluralidad y la heterogeneidad de identidades y posibilidades de ser niño o niña. Billiken prescribe, pero al mismo tiempo proscribe, la diferencia. Bontempo muestra cómo algunos Comités Billiken, en particular “La Niñez”, lograron fundar bibliotecas y ser “espacios de autonomía, sociabilidad y pertenencia” para niñas y niños, particularmente de las clases medias.
Los niños, muchachos y jóvenes de las clases trabajadoras y pobres urbanas no eran esos modelos de infancias de las publicaciones analizadas Freidenraij y Bontempo. Esos jóvenes calificados como “patoteros” a quienes había que encauzar y controlar e incluso castigar y cuyas vidas aparecían como conflictivas y generaban alarma social son de los que se encarga Leandro Stagno en su texto. Aunque de manera distinta a como se organizaban los niños de clases medias de los comités Billiken, los muchachos de los sectores populares también creaban espacios de sociabilidad a través del futbol, y de la ocupación de baldíos y calles a las que convertían en espacio central de sus prácticas sociales y culturales. Stagno disecciona meticulosamente esa frontera lábil entre la vida adulta y la juventud, y los porosos límites entre las experiencias de clases medias y populares. Las vidas de esos muchachos que muchas veces son llevados ante el Tribunal de Menores provocaban comentarios, miradas de sus vecinos, que juzgaban de manera moralista y observaban distintamente a quienes concurrían o no a la escuela, a quienes trabajaban y a quienes no lo hacían. Ésos eran los costos de habitar un barrio, señala el autor, suponía ser recipiente de juicios sobre el honor y la reputación y muestra cómo las quejas ante el Tribunal de Menores sobre este colectivo de jóvenes tenían que ver con las tensiones que generaba la idea de lo que la calle y sus sociabilidades debían ser.
Mariela Leo analiza los espacios de asistencia social en la primera mitad del siglo XX para mostrar de qué manera las mujeres, ya fueran madres de sectores populares o trabajadoras de los asilos, se encuentran y negocian el tema de los cuidados infantiles, depositados en ese mundo femenino de madres, abuelas, tías, hermanas que, como Leo dice, escriben, negocian, depositan, retiran, se quejan, denuncian. En suma: actúan y protagonizan. El género, nos dice, condiciona las formas de vinculación con el Estado y articula ciertos discursos, ciertos modos, ciertas retóricas. Resulta especialmente interesante cómo la súplica y el ruego son identificados como acciones simbólicas, performativas, entre las diversas mujeres para el intercambio en torno a los cuidados de las infancias. La autora hace una historia de “la forma de pedir”, en tanto esto resulta importante para entender el posicionamiento de los sujetos en el mundo de la asistencia. La solicitud escrita en formato de carta se convierte en una fuente esencial para entender las peticiones de aquella época. Las mujeres aprenden a ajustar sus discursos y argumentos a las expectativas, a lo que se demanda de ellas (lo mismo pasa en México con el Tribunal de Menores de México cuando las madres solicitan el internamiento de los niños de sectores populares), asumiendo retóricamente una posición y otorgando otra al dador.
La mirada moralizante de diversos sujetos atraviesa este libro: los que ven con malos ojos a los chicos que utilizan las calles; los que juzgan las maternidades y las formas familiares; los que difundiendo discursos de lo correcto en publicaciones periódicas implícita o explícitamente discriminan lo que, según ellos, no lo es; los que emiten juicios de valor sobre qué unidades familiares pueden o no adoptar a un niño o niña. Agostina Gentili explica cómo cuando las autoridades judiciales encargadas de las adopciones se hacen de la vista gorda o toleran las inscripciones falsas, hay una causal de orden afectivo que predomina sobre el orden normativo de la vida familiar. Esto supone una propuesta para explorar el entrecruce de otra línea disciplinar que es la historia de las emociones y los afectos y sirve para pensar cómo éstas determinan o influyen en las decisiones estatales sobre las infancias, decisiones estatales e institucionales que no son más que decisiones de seres humanos cruzados también por sensibilidades. Gentili, entonces, muestra una faceta poco reconocida en el campo del estudio de las instituciones, que es la dimensión afectiva, el “poder de los afectos”. Identifica un momento clave para estudiar las recomendaciones y los informes de los asistentes sociales, actores clave porque son la articulación entre los jueces y las familias y cuyos informes son a veces determinantes para la vida de un niño o una niña. La sensibilidad de la autora para reconocer las subjetividades y los afectos en este tipo de fuentes obliga a mirar de manera menos dicotómica a ese Estado que parecería tener el monopolio de la decisión sobre las adopciones. Aquí se muestra más bien una constelación de actores en donde las asistentes sociales tenían un papel fundamental.
El estudio de la retórica de los discursos, tanto en cartas, informes, fotografías o textos en diarios y revistas, es parte medular de este libro. En torno a eso, Isabella Cosse estudia el discurso de los militantes de la izquierda peronista de los años setenta, que colocaron a las infancias en situación de pobreza en un sitio nodular de la lucha política, distanciándose de las imágenes de niños felices y saludables que se habían difundido durante las primeras presidencias de Perón. Las representaciones de la infancia otorgan, bajo la mirada de Cosse, ya no sólo definiciones culturales sino políticas e ideológicas, pero además conforman una sensibilidad estética y emocional, y aquí aparece con potencia la línea que marcan varios trabajos de este libro. Para los militantes del grupo Montoneros, la centralidad de la infancia, particularmente de los “pibes” -que Cosse define como sujetos de origen popular, de las clases trabajadoras- se convierte en una estrategia política, concentrada en las demandas a Evita Perón. La pobreza infantil se enlazó con la lucha de clases, pero también osciló entre una presentación melodramática y la denuncia política. La autora subraya la importancia de entender la nominación hacia los distintos grupos que conformaban la categoría infantil. “Pibes”, “gurrumines”, “changuitos”, “cabecitas negras”, cada una de esas nominaciones interpelaba de manera distinta a la sociedad y permitía hacer denuncias sobre la injusticia social, tocaba fibras sensibles dentro del peronismo y las organizaciones de izquierda, al mismo tiempo que aludía a cuestiones de raza y de clase. La autora muestra que eran palabras que vinculaban el afecto hacia las infancias con lo popular, los sectores de trabajadores y el peronismo.
¿De quién son los niños? parece preguntarse este libro ¿En dónde están los límites del accionar de madres, familias, e instituciones? Karin Grammático muestra cómo el tema de la patria potestad es un marco que posibilita el análisis y la comprensión del avance del feminismo durante la última dictadura militar argentina y obliga a comprender los claroscuros que orientaron la movilización y la militancia en torno a problemáticas concretas. En su texto se advierten con precisión las tensiones entre las preocupaciones de las mujeres de sectores trabajadores y las de clase media. El régimen de patria potestad no fue un eje rector de las acciones del feminismo argentino en los años setenta como lo fue el interés por concientizar a las mujeres. Grammático muestra cómo se va transitando hacia un feminismo que también “pide a las autoridades”, ya no desde la retórica de la súplica de la súplica de las mujeres que estudia Mariela Leo en este mismo libro, sino desde discursos que exigen contemplar las necesidades de las mujeres trabajadoras en torno a la igualdad en relación con los derechos maternos y paternos y a una resignificación de la figura de la madre. Leo muestra cómo “hasta qué punto la ‘naturalización’ de las tareas de cuidado como función exclusiva de las mujeres impedía que ellas obtuvieran, a cambio de ello, el derecho a ejercer la autoridad en la familia”. Así, se advierte con pragmatismo que a la vez de lograr lo que llamaban concientización de las mujeres, también se requería “luchar por derechos muy concretos para las mujeres”.1
Si bien este libro se concentra en la historia de las infancias y las familias, también apunta a contribuir y alentar reflexiones y diálogos con la historiografía social, cultural y política de Argentina. Además, cada una de las investigaciones que lo componen obligan a establecer contrapuntos con procesos relativos a la forma de tratar, representar, movilizar y controlar a niños, niñas y jóvenes a lo largo de la región latinoamericana. Muestra, en suma, la fortaleza de un campo historiográfico que comenzó hace ya más de seis décadas