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Economía UNAM

versión impresa ISSN 1665-952X

Economía UNAM vol.6 no.16 Ciudad de México ene./abr. 2009

 

Crecimiento, distribución y pobreza en México (nota)*

 

Enrique Hernández Laos

 

Desde principios de los ochenta es usual el análisis de la relación entre el crecimiento, la distribución del ingreso y la pobreza en los países en desarrollo. Los más recientes análisis de este 'triángulo' destacan que, en tanto el crecimiento económico es 'bueno' para los pobres, una distribución concentrada del ingreso no favorece la erradicación de la pobreza, en la medida en que la distribución regula la cuantía de la elasticidad-crecimiento tendiente a reducirla. De ahí que el término crecimiento 'pro-pobre' haga referencia a aquel patrón de crecimiento que favorece más que proporcionalmente la reducción de la pobreza, debido a una evolución favorable a los pobres en materia de distibución de los ingresos.

La investigación que se comenta examina la naturaleza de la relación entre crecimiento, distribución y pobreza, enfocada al caso de México en el período 1992-2006. Se parte de la cuantificación de la incidencia de la pobreza realizada por el Coneval, la cual aplica la metodología preliminar sugerida por el Comité Técnico para la Medición de la Pobreza en el año 2003. De acuerdo con esas mediciones, durante la década de los noventa no se habría registrado un patrón definido en las tendencias de mediano plazo, en la medida en que en los últimos años de esa década la economía nacional apenas si había alcanzado a revertir las desfavorables tendencias derivadas de la crisis de 1995-1996. A partir del año 2000, por el contrario, el país mostró tendencias muy claras hacia la disminución de la pobreza, tanto en los ámbitos rural como urbano, y en las tres medidas de pobreza, esto es, la alimentaria, la de capacidades y la de patrimonio. Esas tendencias se destacan claramente al aplicar el filtro Hodrick-Presscott a las series estadísticas de la incidencia de la pobreza en México. Por su magnitud, el abatimiento de las condiciones de pobreza en el país, en el primer sexenio del nuevo siglo, se comparan favorablemente con lo alcanzado por países exitosos en el combate a la pobreza como Chile y China, y mucho más acentuado había sido nuestro desempeño en esa dirección que en países como Brasil o la India. Como paso preliminar en el análisis se aplicó el algoritmo de Datt y Ravallion para separar los efectos 'crecimiento' y 'distribución' en la explicación de la reducción de la pobreza. De esos ejercicios se deriva que, durante los noventa, el escaso aumento tendencial de la pobreza obedeció a efectos 'distribución' adversos a su abatimiento, acompasados de un nulo efecto 'crecimiento'. Por el contrario, en el sexenio 2000-2006, el abatimiento de la pobreza alimentaria fue consecuencia sobre todo de efectos favorables en la 'distribución' del ingreso, aunque en el proceso influyó también el efecto 'crecimiento'; este último fue proporcionalmente mayor en los casos de la pobreza de capacidades y de patrimonio. Tendencias similares se observan en los ámbitos rurales y urbanos, con el señalamiento de que el efecto 'distribución' fue más significativo en el primero, y el efecto 'crecimiento' en el segundo.

Se examinaron, entonces, algunas particularidades del proceso. En ese sentido, se detecta un notable cuasi-estancamiento de la economía nacional en los últimos tres lustros. En efecto, el desempeño económico de México entre 1992 y 2006 fue notoriamente inferior que el registrado por los países que han tenido un favorable abatimiento de la pobreza como en el caso de Chile y China. En este caso, México se encuentra, además, muy por atrás de otros países cuyo crecimiento ha sido también dinámico como Corea, la India y aún Brasil. Durante los noventa, el escaso crecimiento económico de México se basó en la expansión de las exportaciones, proceso considerablemente socavado por el paralelo -y más que proporcional- crecimiento de las importaciones. Empero, en los últimos seis años el 'motor' representado por el sector externo de la economía mexicana perdió parte considerable de su dinamismo, lo que explica el también muy precario crecimiento entre 2000 y 2006. La cuantificación de las 'fuentes' del crecimiento pone en claro que, a pesar de la relativamente favorable acumulación de capital, se registró un casi nulo crecimiento de la productividad multifactorial, a consecuencia de la falta de difusión de los avances tecnológicos registrados en el sector exportador, y como resultado de las notables ineficiencias en la utilización de los recursos en la mayoría de las actividades domésticas.

Enfocándonos en el último sexenio (2000-2006), cabe entonces preguntarse: ¿por qué tan magro crecimiento económico incidió de manera tan determinante en el abatimiento de la pobreza en la sociedad mexicana? La respuesta señala que el escaso crecimiento reciente fue de naturaleza 'pro-pobre.' Una mirada a diversos indicadores permite detectar algunas de las características de este proceso. Vale apuntar, en primer lugar, la gradual redistribución funcional del ingreso en nuestro país a partir de 1997, que en promedio acrecentó la participación de los asalariados en el ingreso en más de un punto porcentual en los últimos seis años. Ese proceso se detecta más claramente al examinar las cuentas institucionales de los hogares mexicanos, que a partir del año 2000 registraron aumentos reales cercanos a 2% en el ingreso promedio de los hogares, después del deterioro consolidado sufrido durante los noventa.

El proceso también se detecta con información -medida en términos reales- de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH). No sólo los ingresos de los hogares aumentaron en términos reales a partir del año 2000, sino además en los siguientes seis años se habrían registrado procesos redistri-butivos del ingreso, como lo ponen de manifiesto diversos indicadores de la desigualdad en su distribución. La descomposición de la significativa disminución del coeficiente de Gini apunta a que, a diferencia de lo ocurrido en los noventa, en el primer sexenio del nuevo siglo los ingresos laborales contribuyeron de manera muy favorable a ese abatimiento, tanto los de naturaleza salarial como los de los trabajadores por cuenta propia. En este proceso -y en términos estadísticos- el efecto de las transferencias (públicas y privadas) fue cercano a cero, esto es, no habría influido en las tendencias hacia la menor desigualdad a escala nacional.

Todo apunta a que la menor desigualdad en la distribución se localiza, muy probablemente, en las modalidades de la operación y el funcionamiento de los mercados laborales, tanto de la fuerza de trabajo asalariada como de la no asalariada. En este sentido, destaca el aumento en el número de perceptores promedio por hogar, principalmente en los deciles más bajos de la distribución, producto tanto del avance de la transición demográfica, como de las estrategias seguidas por los pobres para hacer frente a situaciones económicas críticas. En este proceso sobresale la significativa reducción del abanico de ingresos -tanto salariales como no salariales- a consecuencia de la disminución de la oferta de trabajadores sin educación formal y hasta con primaria, lo que habría repercutido en aumentos más que proporcionales en las remuneraciones reales al trabajo en la parte baja de la escala de ingresos. Por otra parte, destaca también el aumento de la oferta de trabajadores con estándares intermedios y superiores de instrucción formal, lo que provocó el efecto contrario, es decir, tendieron a reducirse las remuneraciones reales en la parte alta de la distribución, contrario a lo sucedido en los noventa. En consecuencia, ambos movimientos provocaron una disminución en el abanico de las percepciones al trabajo que, en su conjunto, coadyuvó al abatimiento de la desigualdad en la distribución del ingreso de los hogares, como lo muestran varios indicadores a escala sectorial, regional y por niveles de escolaridad de la fuerza laboral.

Para profundizar el análisis, el trabajo se orientó al examen de las particularidades de la pobreza en las zonas rurales y urbanas, toda vez que la inserción de los pobres en el aparato productivo difiere marcadamente entre ambos ámbitos geográficos. En el medio rural, el efecto 'crecimiento' se basó, además del aumento en el número de perceptores medios por hogar, en el acrecentamiento de la productividad laboral en el sector agropecuario nacional, especialmente en los últimos seis años. La información procesada de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (SAGARPA) demuestra, además, que en cinco cultivos básicos en tierras de temporal -maíz, trigo, frijol, arroz y sorgo- los rendimientos medios por hectárea habrían aumentado de manera significativa -sobre todo a partir del año 2000- acompañados, en los últimos años, de aumentos en los precios relativos de esos cultivos básicos. Tanto el aumento de los perceptores, como el de la productividad y de los rendimientos medios por hectárea, provocaron, entonces, aumentos de los ingresos reales de los hogares rurales, toda vez que buena parte de los jefes de hogares rurales se ocupa en labores agropecuarias de la economía nacional.

El aumento de los ingresos medios reales en los hogares rurales en el último sexenio, es confirmado por la información procesada de la ENIGH. Esa información pone de manifiesto los procesos redistributivos del ingreso acaecidos, los cuales muestran disminuciones significativas en el coeficiente de Gini. Y aunque se modificó la estructura de los ingresos de los hogares, esto es, se acrecentó la participación de los ingresos por transferencias, tanto privadas -remesas- como públicas -programas sociales- en estos años, la descomposición del coeficiente de Gini pone de manifiesto que sólo los ingresos laborales (los salariales y los derivados de negocios propios) contribuyeron al abatimiento de las desigualdades, ya que en el ámbito rural el papel desempeñado por las transferencias fue prácticamente nulo.

En el mismo ámbito rural destacan, por último, las mutaciones sucedidas en el empleo y en los ingresos registrados en el sector agropecuario nacional. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), se redujo de manera considerable -a través de migraciones de tipo kusnetzianas- la fuerza de trabajo, tanto en los noventa como en el último sexenio. Lo más notorio, empero, es que la disminución se concentró en la fuerza de trabajo sin instrucción y con sólo primaria, a expensas de su acrecentamiento con niveles medios -y aún superiores- de educación, en lo que parecería ser un proceso gradual de modernización de este todavía importante sector de la economía nacional. Como consecuencia, el aumento de las retribuciones de los primeros y las disminuciones de los últimos en el sector rural se evidencia, de manera muy clara, el ya señalado proceso de estrechamiento del abanico de las retribuciones laborales. Ello muy probablemente está en la base de las tendencias distributivas hacia menores estándares de desigualdad en la distribución de los ingresos rurales de la economía mexicana. a estructura y los cambios de la pobreza en el medio urbano ofrecen características diferentes a las encontradas en el ámbito rural de la economía. Primeramente, a lo largo de los noventa, por los efectos derivados de la crisis, el sector urbano no registró tendencia alguna en la incidencia de la pobreza, toda vez que ambos efectos -crecimiento y distribución- tuvieron movimientos contrarios que tendieron a cancelarse. Empero, la historia es diferente para el período 2000- 2006; en este sexenio, tanto los efectos 'crecimiento' como 'distribución' fueron favorables al abatimiento de la pobreza urbana. En este sentido, destaca el hecho de que la demografía ejerció efectos poco importantes, quizá por el hecho de que la transición demográfica en las áreas urbanas del país se encuentra mucho más avanzada de lo que registra en las rurales. Además, el análisis del efecto 'crecimiento' en las áreas urbanas apunta a que este efecto fue más significativo en términos de empleo que de productividad multifactorial, toda vez que los sectores urbanos de la economía -el secundario y el terciario- registraron muy escasas ganancias de productividad multi-factorial. Por el contrario, el efecto empleo -sobre todo en el sector terciario- fue más significativo, sobre todo en los últimos años, especialmente en actividades informales urbanas de muy baja productividad y remuneraciones.

La evolución de los principales indicadores salariales en términos reales refleja el precario dinamismo en materia de productividad: tanto los salarios mínimos como los contractuales, en la manufactura, en la construcción y en el comercio, registraron reducciones del alguna significación durante los noventa, y su recuperación a partir del año 2000 habría sido muy lenta y restringida. De hecho, ese comportamiento estaría reflejando lo agudo de la crisis de los noventa en los sectores preferentemente urbanos de la economía, los cuales han tardado mucho más tiempo en recuperarse de lo que se observó en los sectores rurales.

El otro elemento determinante del escaso efecto 'crecimiento' sobre el abatimiento de la pobreza urbana fue el empleo. Si bien éste se acrecentó marginalmente en los noventa en el sector secundario, su aumento a partir del año 2000 en ese sector fue prácticamente nulo, lo que refleja el escaso dinamismo de las exportaciones en el último sexenio. El sector terciario, por el contrario, mostró un mayor dinamismo en materia de creación de empleos, especialmente en los últimos años, constituyéndose en el reducto para los nuevos entrantes a la fuerza de trabajo, preferentemente en el sector informal urbano de la economía.

En este sentido, destaca el abatimiento -de más de una quinta parte- del empleo de personas sin instrucción y, en cerca de una décima parte en el de los ocupados con instrucción primaria que laboran en actividades secundarias. En contraste, aumentó el empleo de personas con mayores niveles educativos, no sólo en el sector secundario sino también en el terciario de la economía, en el cual, sin embargo, proliferan todavía los empleos con precarios niveles de instrucción. Por ello, cabe afirmar que el comportamiento del empleo por niveles de instrucción descrito explica la reducción del abanico de las remuneraciones reales en los sectores urbanos del país, toda vez que en este proceso salieron ganando las remuneraciones de los empleos de menor instrucción formal, a costa del deterioro de los ingresos reales que reciben los empleos con mayores estándares educativos, también contrario a lo ocurrido durante los noventa.

Así, el comportamiento diferencial del empleo y de las remuneraciones en los sectores urbanos de la economía habría dado la pauta para los procesos redistributivos del ingreso, observados a partir del año 2000. Aunque el empleo urbano no deja de tener una significativa segmentación, aplicando la metodología de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para la medición de la informalidad, se detecta que por la operación del mercado laboral, ésta se abatió en el último sexenio en varios puntos porcentuales, si se compara el promedio con el registrado hacia mediados de la década de los noventa, cuando la economía nacional se encontraba en plena fase recesiva a consecuencia de la crisis.

La cuantificación de diversos índices de desigualdad en la distribución de los ingresos urbanos apunta, entonces, a un abatimiento de la concentración de los ingresos urbanos, medida en términos del coeficiente de Gini. Si bien el proceso redistributivo en las áreas urbanas fue menos significativo que el de las rurales, cabe preguntarse: ¿cuáles fueron las fuentes de la modesta redistribución de los ingresos urbanos? Las pruebas estadísticas ofrecidas en la investigación ponen en claro que, también en el caso urbano, el proceso redistributivo fue consecuencia de la operación de las fuerzas del mercado laboral, que tendieron a favorecer con mayores ingresos reales los estratos de menores ingresos, tanto en el sector informal como entre los asalariados formales urbanos. Con todo, la magnitud del proceso en las áreas urbanas fue de menores proporciones, en comparación con lo sucedido en las áreas rurales de la geografía nacional.

Por lo anteriormente descrito, entonces, el abatimiento de la pobreza en México entre el 2000 y el 2006 obedeció, primordialmente, a efectos de un gradual -pero significativo- proceso redistributivo del ingreso. Por ello, en la investigación que nos ocupa se apunta, por último, que esos procesos redistributivos generados en el último sexenio podrían dar lugar a fenómenos de causación acumulativa. En este sentido, se argumenta que, los movimientos tendientes hacia una menor desigualdad en la distribución de los ingresos podrían, eventualmente, mejorar de manera marginal el desempeño de la economía y acelerar su crecimiento, lo que a su vez repercutiría en menores estándares en la desigualdad de la distribución de los ingresos en el mediano plazo, y a su vez, ello podría generar posteriores reducciones de la pobreza.

Los canales por los cuales se fundamenta esta hipótesis radican en los efectos diferenciales que ejercen los patrones de consumo de los hogares pobres versus los de los hogares no pobres. Los primeros, al consumir una mayor proporción de bienes y servicios básicos, dirigen sus adquisiciones hacia la compra de artículos más intensivos en empleo, y con una menor intensidad de capital y de importaciones, que los que adquieren los hogares no pobres. Para evaluar la viabilidad de este hipótesis, en el estudio se realizaron algunos ejercicios de simulación numérica, con información de la ENIGH y mediante la aplicación de la matriz de insumo-producto del 2003 recientemente publicada por el INEGI. Esos ejercicios ponen de manifiesto, sin duda, que la hipótesis propuesta podría tener suficiente apoyo en la realidad mexicana, y no sería descabellado esperar eventualmente la presencia de movimientos de causación cumulativa para los próximos años.

La investigación incluye algunas recomendaciones de política económica y social, que razonablemente podrían ser atendidas si lo que se desea es un abatimiento sustentable de la pobreza en nuestro país en el mediano y largo plazos. En primer lugar, se señala que si bien las reducciones basadas en la redistribución de los ingresos son necesarias, en un país como México pueden resultar insuficientes. Por ello, deberá ponerse mayor énfasis en el futuro en acelerar los procesos de crecimiento económico, para sacar del estancamiento a una economía que ya va para tres décadas de muy magro desenvolvimiento. En segundo lugar, se destaca la pertinencia de las políticas educativas en el combate a la pobreza, por lo que cabe insistir en la necesidad de profundizar su expansión hacia las zonas con mayores carencias de la sociedad, no sólo en términos cuantitativos sino también cualitativos, dado el notable rezago que muestra la calidad educativa nacional en la actualidad. A escala rural, se recomienda aprovechar la reciente coyuntura de aumentos en los precios de los cultivos alimenticios básicos, para impulsar programas de desarrollo de zonas temporaleras orientadas a esos cultivos, en los cuales la profundización del sector financiero deberá desempeñar un papel mucho más relevante del que opera en la actualidad. A escala urbana, el abatimiento de la pobreza pasa, en nuestra opinión, por la reducción de la magnitud del sector informal. Empero, en la medida en que el crecimiento económico sea precario, y no se acrecienten los estándares de productividad multifactorial, resulta evidente que no se generarán empleos de calidad en el sector formal de la economía, lo que continuará redundando en el aumento de la informalidad. Por ello, se requiere fortalecer por todos los medios los estándares productivos de la economía, a la par de extender gradual pero firmemente la cobertura del sistema financiero hacia los núcleos menos favorecidos de la sociedad, quizá a través de programas de micro-financiamiento que atiendan las necesidades de los pobres para acrecentar sus activos productivos que les permita salir de la informalidad. La reducción de ésta no se logrará solamente con cambios en el marco legal, por más énfasis que se quiera poner en ello por parte de las autoridades. Todo lo anterior parecerán sólo buenos deseos, a la sombra de la aguda crisis que se nos viene encima, de no ser capaces de sortearla de manera adecuada, con el menor perjuicio para los mexicanos, especialmente para los que menos tienen.

 

Nota

* Esta nota ofrece un sumario muy abreviado del estudio presentado por el autor al Coneval con el título: Crecimiento, distribución y pobreza en México (1992-2006), que próximamente será publicado por esa institución.

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