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Economía UNAM

versión impresa ISSN 1665-952X

Economía UNAM vol.3 no.8 Ciudad de México may./ago. 2006

 

Reseña

 

Democratizar la política económica

 

Rolando Cordera Campos

 

Profesor titular de tiempo completo, Facultad de Economía, UNAM. Miembro del Comité Editorial de ECONOMÍAunam. <cordera@servidor.unam.mx>

 

El cambio de los paradigmas ordenadores de la vida social es global pero no simétrico: unos los crean, recrean, imponen, mientras otros los reciben, adoptan y, siempre con dificultad, tratan de adaptarlos y de adaptarse al cambio del mundo. La velocidad y la calidad de esta adaptación, cuando se da, determinan el destino y el contenido de los desarrollos nacionales. Cuando la adaptación se confunde con adopción resignada, no hay asimilación productiva ni inscripción creativa en los nuevos mundos. Hay indigestión conceptual e ideológica y pasividad política, aunque los nuevos paradigmas sean recibidos con un curioso sentido de pertenencia por parte de los que mandan y gobiernan.

Sin una adaptación imaginativa e idiosincrásica de los postulados globales, los Estados y las sociedades de las naciones subdesarrolladas o en desarrollo no pueden modular el cambio y encarar a tiempo las dislocaciones que toda mudanza provoca. Como no hay fin de la historia, cuando lo anterior se impone, las naciones se precipitan a momentos críticos, de destrucción institucional sin sustitución oportuna, así como de reproducción ampliada de la desigualdad y la pobreza.

El estancamiento se apodera del horizonte social, y el "trialismo", como lo ha llamado Enrique Hernández Laos, avasalla el desempeño económico. A falta de ideas, fuerza e imaginación política y sociológica, se acude a la mitomanía y, entonces, "la cosa se poner grave", como dijera Simone de Beauvoir.

Superar este estancamiento estabilizador que ha inundado la política y bloqueado la circulación de las ideas, es para David Ibarra el máximo reto que hoy encara México en su larga y costosa transición. Conforma también el desafío mayor a su compromiso político e intelectual.

Del cambio paradigmático global al extravío ideológico nacional; del vuelco productivo y financiero tumultuoso que produjo la globalización mexicana -la realmente existente y no la que anida en las mentes de sus oficiantes-, al cuasi estancamiento económico; de la portentosa movilidad social desde la periferia -protagonizada por India y China, Corea, España e Irlanda (en alguna medida también Chile)-, a la consolidación entre nosotros de la desigualdad como costumbre nacional y no como "mal público"; de la brutal bifurcación laboral y el abandono de los jóvenes, a la devastación rural y agrícola y la sobreexplotación de las mujeres campesinas, que se quedan en la tierra mientras sus hombres se "mudan por mejorar". De esto y más dan cuenta magistral los Ensayos que aquí invitamos a leer.

Como reto y desafío permanentes ha vivido Ibarra estos años de riesgo y cambio. Así lo muestra esta rica colección de ensayos con la que, en más de un sentido, cierra un ciclo de reflexión e intervención pública, y se apresta a iniciar otro, como seguramente lo hará la nación toda, aunque lo tenga que hacer en medio de la bruma verbal propiciada por el desatino permanente del cambio sin rumbo en que nos metió la alternancia.

Los Ensayos de David Ibarra son una convocatoria al debate, pero también invitan a la celebración reflexiva: contar en estos tiempos opacos con la presencia activa y provocadora de nuestro maestro es un auténtico bien público. La lectura de sus textos debe entenderse como el disfrute puntual y aprovechado de una oferta que es para todos. O debería serlo.

El esfuerzo de construcción paradigmática se da en los centros, nos dice Ibarra. Sin embargo, acotaría yo, precisamente por la intensidad de la globalización y sus reconfiguraciones, cuyo estudio es el telón de fondo de este libro, cada vez es más claro que, fuera de los centros del poder y la riqueza mundiales, se gestan reacciones y visiones que pueden dar lugar a fórmulas ambiciosas de políticas y estrategias. Esta expansión intelectual propicia la emergencia de nuevas emulsiones conceptuales e ideológicas, probablemente tan poderosas y robustas como las que en su momento desplegaron Raúl Prebisch y sus compañeros de la "orden del desarrollo", de quienes David Ibarra es digno sucesor y empeñoso renovador.

Con su obra, Ibarra da continuidad creativa a las ideas de la CEPAL inspiradas por Prebisch, Furtado, Pinto y Vúskovic, entre otros, a la vez que recoge y enriquece el esfuerzo crítico que en estos años de crisis y mutación acelerada de nuestras estructuras realizaron Josué Sáenz y Víctor Urquidi en nuestro medio. Dar lugar a una economía política a la altura de la época, crítica a la vez que analítica, fincada en las lecciones duras de la historia, e inspirada por una expresa intencionalidad política -resumida en la fuerza del desarrollo con equidad y democracia-, es la misión que Ibarra ha hecho suya en estos lustros de incesante exploración discursiva. En su caso, esta reflexión desemboca de modo cada día más claro en una firme inserción en la reforma de la política y de la economía a través de la lucha de ideas.

Los cambios nacionales que David Ibarra desmenuza en estos Ensayos sobre la economía mexicana son muchos y profundos. No son, como bien señala en sus páginas introductorias de la "transición sin desarrollo" (I y II), fruto de la casualidad o dictados de las leyes de la naturaleza o de la economía. En todos los casos, son parte de la voluntad del poder, o condensan sus omisiones, en muchos casos voluntarias. Así, estas mutaciones, como gusta llamarlas, sólo pueden comprenderse mediante una economía política que, sin renunciar al análisis ni olvidar el detalle y el rigor, tampoco puede desprenderse del compromiso político con la democracia y la justicia social. Son estos compromisos los que, sin tapujos ni preciosismos, inspiran el trabajo que comentamos.

David Ibarra es, en todo esto, un consumado y admirable maestro. Sabe y gusta de rebatir y debatir, cultiva el respeto intelectual que no confunde con la condescendencia o el rechazo por la callada.

Desde Mercados, desarrollo y política económica (1970), hasta que empezó su nuevo y entusiasta ciclo como intelectual público, al calor de las catástrofes del gran ajuste de los años ochenta, Ibarra ha sido diestro en la polémica y el análisis, y ambicioso en la síntesis. De su examen del vuelco en las relaciones de poder entre Estado y mercado, a sus Testimonios críticos, pasando por estimulantes incursiones en los vericuetos de la globalización, nuestro amigo y maestro se ha esmerado en combinar economía y política, en darle a la noción de ciudadanía un bagaje económico e histórico, y en imponerle a la democracia apenas estrenada objetivos y adjetivos sin los cuales se vuelve juego de abalorios, vacío de contenidos y frágil como método para resolver civilizadamente la lucha por el poder. Ibarra es contundente: sin una recreación de mediaciones e instituciones, sin un claro y firme compromiso con el desarrollo económico y social, la democracia se vuelve práctica política sometida a la más vulgar especulación demoscópica y mediática, cuando no pantalla y velo para un juego de poder tan descarnado y excluyente como lo fue en la fase autoritaria de nuestra evolución política.

Empero, no es la nostalgia de esta experiencia, en la que se tuvo crecimiento alto y sostenido gracias a la industrialización dirigida por el Estado; protección social segmentada e insuficiente -aunque siempre presente en el discurso y las instituciones de la época-; opacidad autoritaria y verticalismo político, la que inspira la obra y la intervención pública de David Ibarra. En sus contribuciones generales y sus alcances a los temas específicos -pero no menores: la IED, banca y globalización, el dilema campesino-, nuestro autor se toma siempre el cuidado de hacer explícitos sus criterios de evaluación, y de arriesgar los pasos que podrían conformar un alternativa racional. En tiempos de sordera militante y desprecio fácil a la divergencia o la disidencia -como son los actuales en la economía y la política, las creencias y hasta en la cultura-, un ejercicio crítico razonado pero arriesgado, como el que nos propone Ibarra, es un servicio público de alto valor y una muestra más de su generosa magistratura.

En México, transición sin desarrollo I y II, Ibarra pasa revista al frenesí del cambio político-económico al que llevó a México la confusión neoliberal adoptada con un curioso -que se volvió peligroso- "sentido de pertenencia a la doctrina". Cuando el fracaso del ajuste ortodoxo se hizo patente, se le quiso edulcorar con un cambio estructural cuya necesidad de conjunto no excusaba -ni excusa- la manera inconsulta como se le quiso implementar, ni la falta de cuidado por su secuencia y por los damnificados que iba dejando en el camino.

Ahí nos habla Ibarra del decaimiento sostenido en la dinámica productiva, tan largo, que llevó a Víctor L. Urquidi a hablar de un estancamiento; aborda asimismo el debilitamiento en la formación de capital, así como la tragedia del mercado laboral con su obligada secuela de pobreza y concentración. No omite el autor las "luces" del momento: el abatimiento de la inflación y el equilibrio fiscal, el salto en el comercio exterior y el flujo de capitales foráneos. Pero advierte: el balance fiscal contrasta con el impresentable coeficiente de la carga fiscal real, que a su vez revela una enorme falla de legitimidad del Estado, sobre todo ante las elites económicas que se han negado con éxito a asumir una carga fiscal mayor, "carga -dice- que sería congruente con las responsabilidades anejas a las transferencias de funciones y poderes del Estado, al mercado, y con los sesgos insostenibles en la distribución del ingreso" (p. 65).

En la apertura externa, impresionante sin duda con sus tasas de crecimiento de las exportaciones de 16 o 17% en los años noventa, transitamos del libre comercio a la sobrevaluación sostenida del peso, y a una industrialización aún más trunca y contrahecha que la de la sustitución de importaciones (por la falta de política industrial), así como a cambios agudos en la composición de la deuda externa. Estos cambios, que se condensan en una enorme deuda externa privada, llevan al autor a advertir que el excesivo endeudamiento externo empresarial nos plantea "quiérase o no, que hay un nuevo Ficorca en el horizonte" (p. 67).

La agenda es abrumadora, pero para Ibarra hay espacios para maniobrar, si los objetivos cambian y el crecimiento recupera su centralidad histórica y política. Pero ello implica, sostiene, asumir la necesidad del cambio paradigmático y de estrategia que nos trajeron la globalización y nuestras propias crisis, no como una fatalidad sino como un mayúsculo desafío nacional. Un desafío que sólo se puede superar apelando al acuerdo fundamental y a una concertación de actores que mire al largo plazo y vaya más allá de los mecanismos elementales y veleidosos de la democracia representativa.

A este respecto, echo de menos una elaboración precisa de lo que parece haberse convertido en el eslabón perdido de la transición: el estado en que realmente se encuentra la planta empresarial mexicana. Sin abordar expresamente esta cuestión, la convocatoria al acuerdo social para el desarrollo que con insistencia hace nuestro autor, corre el riesgo de quedarse tan trunca y dislocada como la industrialización que nos arrojó el cambio estructural para la globalización. Se trata de una cuestión económica, por supuesto, que nos refiere a los mercados y su organización, así como a la morfología de los capitales; pero cada vez parece más claro que la asignatura empresarial mexicana pasa también por la cultura y las disposiciones políticas de los propietarios para el compromiso con el desarrollo, la democracia y la equidad. Se trata, en mi opinión, de un auténtico eslabón perdido. Esperemos que no de un hoyo negro.

De aquí, nos insiste, la urgencia de reconocer el desvanecimiento institucional -y el de los instrumentos de la acción pública- acaecido en estos años duros y confusos de la transición sin desarrollo (p. 103); así como de poner de relieve la agonía de los mercados nacionales, recuperar el Estado para desde ahí, desde un Estado reformado, redefinir y enriquecer la vinculación central, decisiva, de toda sociedad moderna: aquella entre lo público y lo privado; entre la economía y la política; entre el Estado y el mercado.

Hoy, sin embargo, "después de veinte años de esfuerzos sin cuento, volvemos al punto de partida, tropezamos con el mismo obstáculo al desarrollo sostenido: el estrangulamiento externo... Pese al enorme acrecentamiento del comercio exterior, estamos en la disyuntiva de siempre: endeudarnos, vender activos nacionales o limitar el crecimiento por debajo de las aspiraciones razonables de la población" (p. 121).

Frente al atolladero, que se volvió evidente apenas iniciado el gobierno, el presidente propuso sus llamadas reformas estructurales. Se estrenó la reformitis, que pronto se mostró como fuga hacia delante sin punto de arribo. "Quiérase o no, -dice Ibarra- las reformas propuestas no tienen mayor repercusión en los temas fundamentales que debieran orientar la reforma del Estado. No cierran el déficit democrático, ni la brecha que separa las demandas de la población de los resultados de las estrategias económicas en boga..." (p.122).

México -propone- "requiere fortalecer el mercado interno y el empleo como condición básica para el reacceso al desarrollo sostenido, a la eliminación de los síntomas ascendentes de descomposición social e ingobernabilidad. El punto de partida -añade- consistiría en hacer hincapié en las metas de crecimiento contra las de corte estabilizador cortoplacista... En segundo lugar, habría que poner coto al desmantela-miento del Estado... La acción pública -insiste- no sólo está constreñida por la cesión de soberanía expresada en la aceptación sin salvaguardas del nuevo orden económico mundial, sino por el desmantelamiento de las instituciones e instrumentos básicos de la acción gubernamental o de los organismos técnicos dedicados a impulsar la modernización productiva".

En suma, "ingresar de lleno a la globalización entraña emparejar la liza de la competencia, descontar las desventajas del subdesarrollo con políticas industriales y comerciales activas., la remodelación democratizante de los principales organismos de mediación política. Sin ella, no será sencillo reconstruir los puentes entre la macroeconomía y la microeconomía, ni completar los mecanismos de mercado con los propios de la acción colectiva" (p.126).

No es ni será fácil desplegar una agenda como la que David Ibarra nos propone. Lo que impera hoy es la división política y una lucha distributiva todavía un tanto larvada pero a la vez implacable y sin cauce. No debía sorprender por esto que la lucha por el poder constituido, la gran justa democrática que celebramos desde 1997 y en 2000, adquiera los rasgos destructivos y ofrezca los panoramas ominosos conocidos.

No se trata de conjurar ingenuamente los conflictos, sino de encontrar el modo de darles un sentido productivo. De aquí la atractiva propuesta de imaginar una "democratización de la política económica", que llevara a la incorporación comprometida de los actores productivos y abriera la puerta para la construcción de sucedáneos eficaces del presidencialismo económico que, sostiene nuestro autor, se ha ido para siempre.

No hay nada gratis ni indoloro en esta empresa. De una parte, nos insiste, está la destrucción de instituciones y capacidades colectivas de acción, que no han encontrado reemplazo eficiente y oportuno. De otra, la acumulación de carencias, demandas, insatisfacciones, que no dan respiro a los políticos del poder y los llevan a romper cualquier vínculo mínimo con la racionalidad instrumental, o de plano a negar todo papel a la racionalidad histórica, que sólo puede sustentarse en una democracia capaz de ofrecer con credibilidad dosis crecientes de equidad y seguridad colectiva.

Para Ibarra, es este cuadro de tensión mayúscula y carencia aguda, de disonancia galopante -como le gusta decir- entre la política, la democracia, la economía y la cultura heredada e importada, el que determina la urgencia de imaginar nuevas reformas políticas del Estado que contemplen expresamente la prioridad ética, pero a la vez utilitaria, económica y de mercado, de la cuestión social. Esta tercera reforma, como la he llamado en otra parte, "debería asegurar, -nos dice Ibarra-, que los objetivos sociales, junto a los de estabilidad y crecimiento, formen parte indisoluble de las políticas públicas. Hay que aprender -postula el maestro- a practicar la justicia social... en un mundo contingente e imprevisible, hasta ahora dirigido por fuerzas externas y no por lógica propia. Conviene ver con suspicacia la creencia de que la historia o el mercado, por sí mismos, tienen propósito, razón, dirección. El riesgo es seguir erosionando la legitimidad gubernamental, abriendo cauces a la corrupción e inseguridad públicas y privadas, precisamente por la ausencia de controles humanos, deliberados, sobre nuestro destino" (p.159).

Pero -Ibarra propone- Dios no dispone ni con el cabildeo de Don Carlos Abascal. Nos toca a todos -como cuando, con él como vértice, hacíamos "Ves" humanas en la Manifestación del Silencio del 68- hacerle compañía a nuestro amigo y maestro, y hacer de la voluntad razón, y de ésta convicción profunda de que, con mentes y firmezas como las suyas, es posible convertir en fuerza transformadora la intensidad de la crítica y la excelencia intelectual de que ha vuelto a hacer gala en esta formidable entrega.

 

Información sobre el autor

Rolando Cordera. Licenciado en Economía por la Escuela Nacional de Economía de la UNAM con estudios de posgrado en la London School of Economics. Es catedrático universitario y ha sido periodista y legislador. En 1998 recibió el Premio Universidad Nacional en el Área de Ciencias Económico-Administrativas. Es miembro del Consejo Editorial y de la mesa editorial de la revista Nexos, y durante diez años fue director y conductor del programa de televisión Nexos. Es consejero de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, miembro del Instituto de Estudios para la Transición Democrática, de la Academia Mexicana de Economía Política y del Consejo Consultivo de la Fundación UNAM, así como presidente de la Fundación Pereyra. Es autor de libros como Crónicas de la adversidad, Las decisiones del poder, en coautoría con Carlos Tello La Disputa por la nación, coordinador y coautor de Desarrollo y crisis de la economía mexicana, La desigualdad en México, El reclamo democrático, y compilador de 1995: la economía mexicana en peligro. También es autor de innumerables artículos y ensayos y ha participado en diversos foros, seminarios y encuentros de intelectuales de México y el extranjero. En la actualidad es miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM y forma parte del Comité Editorial de ECONOMÍAunam.

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