Al comenzar el presente siglo, el estudio de los niveles de nacionalización y congruencia de los sistemas de partido han ocupado un sitial muy importante en los análisis de los sistemas electorales y de partido. De manera específica, la medición y comparación de la presencia de las agrupaciones políticas tradicionales que predominan en los diversos ámbitos territoriales durante la verificación de comicios, había pasado por alto el impacto concreto de los realineamientos para mostrar el impacto real con que las fuerzas emergentes -vía nuevos tipos de partido sustentados en políticos tránsfugas o sustentados en candidatos independientes- se instalan y modifican así la idea de que los partidos son unidades monolíticas e inmutables en sus rasgos esenciales: su oferta ideológica, militancia o sus votantes.
Si bien en el contexto de las transiciones y los procesos democratizadores experimentados en buena parte de las regiones del mundo, el papel de las elecciones ha sido crucial para alentar la estabilidad y gobernabilidad políticas, sin duda resalta que ese cambio de poder entre las élites haya sido mucho más profundo y mucho menos homogéneo de lo que se pensaría a primera vista. A partir de trabajos y ejercicios comparativos a nivel mundial, el análisis de la dinámica de institucionalización de los sistemas de partido había sido omiso respecto a observar qué tan congruente y amplia es la competencia de los actores partidarios que participan en las contiendas electorales, y si lo hacen con igual intensidad y éxito en todos los niveles de cargos que se convocan dentro de un determinado espacio -municipal, estatal, nacional-, y no importando si el tipo de Estado sea unitario u federal, como lo destacan las editoras de Territorio y poder, en su estudio introductorio.
En este sentido, el valor de la coordinación estratégica -si recuperamos aquí el concepto acuñado por un clásico como Gary W. Cox- representa un elemento explicativo que permite advertir que el libro en cuestión da un primer paso en la comprensión del complejo tema de la coordinación multinivel, en lo relativo a señalar que un sistema electoral nunca puede ser del todo homogéneo, debido a que las variaciones en su desempeño provienen del número de contendientes que se inscriban, del tipo de unidades de competencia, de las condiciones internas con las que los partidos definen sus candidaturas y sus estrategias de campaña -ofreciendo o no libertad configurativa de discurso y acción a sus abanderados-, pero sobre todo de las acciones y decisiones que los actores deben aceptar por parte de las autoridades administrativas y jurisdiccionales del proceso, en tanto las reglas del juego se cumplan o no en el ámbito de elección en el cual esta se desarrolle, lo que también dice mucho acerca de los entornos democráticos o autoritarios presentes en un mismo país.1 Como se ve, la figura de los datos agregados con que por lo regular se evalúan los resultados electorales bajo la visión nacional, hace perder información sobre lo que los partidos son y expresan en su propio comportamiento, esto debido a que se omiten los demás niveles del análisis territorial.
Con esta idea, las editoras de Territorio y poder llegan a la propuesta de atender dos aspectos de la dinámica de la competencia visible en los sistemas de partido: por un lado, la antigüedad del mismo, a partir de ubicar un clivaje entre los partidos tradicionales/no tradicionales, lo que permite valorar la capacidad de asimilación y cambio de esos sistemas; y, por otro, un segundo ámbito que consiste en ver la congruencia/homogeneidad que los partidos conservan al presentarse o no en todos los niveles de la contienda, tanto para la presentación de candidatos, como para valorar su tasa de éxito. Con ello, se genera una matriz de cuatro variantes de sistema de partido: congruente-tradicional, congruente-no tradicional, incongruente-tradicional e incongruente-no tradicional.
Los sistemas de partido -nos recuerdan Freidenberg y Suárez-Cao- se transforman por factores institucionales originados “desde abajo” y/o “desde arriba”, lo que se expresa en los cambios de reglas locales o nacionales. Pero también conviene recordar que tales cambios pueden surgir “desde adentro” y “desde afuera”, debido a rupturas y disidencias que enfrentan los propios partidos, o por una evolución relevante en el contexto social que modifica el mapa de preferencias materiales e ideológicas sobre el cual se define la competencia electoral.
A partir del uso de los índices de nacionalización, del número efectivo de partidos y del Índice de Predominio Partidario (IPP), creado expresamente por las autoras, se nos permite acceder a un acercamiento muy útil para identificar el nivel de impacto -que se observa a lo largo del continente- de la desestructuración y la apertura generada por la emergencia de nuevos actores y estrategias en la competencia multinivel.
Desde luego, es enriquecedor observar el continuum de los casos analizados que van desde los incongruentes no tradicionales hasta los congruentes-tradicionales; si bien cabe destacar que los cálculos de Freidenberg y Suárez-Cao no arrojaron alguno que fuera parte de la categoría congruente-no tradicional, lo cual sería poco factible dado que implicaría una renovación casi absoluta del sistema de partido y que todas las fuerzas resultantes fueran de nueva creación con presencia en todos los niveles de la competencia.
Llaman la atención dos factores respecto de la consistencia interpretativa de los datos del libro: uno, la simultaneidad y temporalidad de los comicios nacionales y subnacionales, ambos reconocidos por las editoras del volumen, y que incluso manejan adecuadamente con la técnica fuzzy-set, a fin de corroborar la consistencia con que los casos entran en las categorías, y así evitar la eventual distorsión que se produce ante incidentes atípicos que pueden alterar la muestra; y dos, el manejo de las etiquetas de los partidos para distinguir si pertenecen o no a una coalición, o si en realidad son una agrupación diferente, tarea nada menor para obtener nitidez plena respecto a cómo asegurar el alcance tradicional o no de esas etiquetas.
El libro contiene diez casos que, conforme a la tipología propuesta, se clasifican en tres grupos: Argentina, Chile y Uruguay (sistemas congruentes-con partidos tradicionales); Nicaragua y Costa Rica (sistemas incongruentes con partidos tradicionales), y Perú, Colombia, Venezuela, Bolivia y Ecuador (sistema incongruente con partidos no tradicionales).
La revisión de cada caso refleja las condiciones contextuales que ha experimentado América Latina en cuanto a la cuestión de la pérdida de confianza e imagen de los partidos; y hacen entender, asimismo, el cada vez más limitado desempeño que los cambios electorales pueden generar en la estabilidad de los sistemas políticos, lo cual ha derivado en el incremento de fuerzas y la fragmentación y dispersión en varios de ellos, mientras que en los esquemas más institucionalizados se han tenido que reinventar los sistemas de coaliciones y alianzas para dar cabida a las expresiones y corrientes internas, lo que ha terminado por convertir a los partidos en agencias de patronazgo y clientelismo.
Esto es indicio del surgimiento de sistemas de partido cartelizados -a la manera del estudio de autores como Peter Mair y Richard Katz-, lo cual no es un escenario promisorio, considerando la recurrencia de los gobiernos latinoamericanos para emplear las tácticas populistas -en especial el uso de los programas sociales para la obtención de votos-, regresando así al esquema clásico de considerar que partido político es una maquinaria electoral de movilización de votantes y no de formación ciudadana.
De cada caso se resaltan los eventos relevantes que han influido en los procesos de caída, reconstrucción y consolidación, lo cual implica una variable central en la dinámica de la democratización y reordenamiento de los acuerdos esenciales entre los miembros de la clase política, y entender las condiciones concretas de la competencia, en términos de observar la especificidad de los clivajes o diferendos estratégicos que han mantenido los partidos y los actores a lo largo de la historia en los países analizados.
Vista en su conjunto, la obra editada por Freidenberg y Suárez-Cao -coincidiendo aquí con el epílogo de Mercedes García Montero- abre una destacada agenda de investigación que presenta un cuadro muy actualizado -y valioso en términos de comparación- respecto a cómo observar el cambio y situación de los sistemas de partido en la región, nos permite ese acercamiento con datos y técnicas ad hoc que abren una importante veta para ir al encuentro de los casos nacionales no incluidos en el volumen -un incentivo para emprender dicho esfuerzo-, y porque el seguimiento de los analizados en este libro da la pauta para tener una mejor idea de lo que se puede pedir a los partidos políticos en contextos complejos como los que caracterizan a nuestros países.