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Anales de antropología

versión On-line ISSN 2448-6221versión impresa ISSN 0185-1225

An. antropol. vol.56 no.1 Ciudad de México ene./jun. 2022  Epub 05-Mayo-2023

 

Notas

Germán Guido Münch Galindo (18 de abril de 1942-6 de mayo de 2021) De oficio etnógrafo

Citlali Quecha Reynaa 

a Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Antropológicas. Cto. Exterior, Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510, CDMX, México.


Lo más preciado de nuestro oficio es conversar con la gente, me dijo Guido Münch una tarde calurosa en Jamiltepec, Oaxaca. Ésta era una idea recurrente que socializaba todo el tiempo y constituyó el cimiento de su producción académica, así como de sus preocupaciones antropológicas.

Como profesor me enseñó la importancia de la sistematización en ficheros, no solo de las lecturas centrales para nuestras investigaciones, sino también de las temáticas dejadas en el tintero y que eran importantes para considerar en el futuro. Fui su alumna, pero también tuve el enorme privilegio de impartir clase con él. Me sorprendió su método: llevaba su clase escrita. Esto permitía ampliar los debates con otras lecturas y con los datos de campo que generosamente compartía. Su amabilidad no se restringía solo al ámbito intelectual, también contribuía en las sesiones con porciones significativas de panes que alegraban los descansos.

2021 fue el año de su partida física y por eso, a manera de homenaje a mi maestro, colega y amigo, rememoro en estas líneas los aprendizajes sobre el oficio de la etnografía -como a Guido le gustaba llamarla- además de otros temas que fueron fundamentales para comprender las implicaciones que, desde su perspectiva, tenía el trabajo de campo etnográfico.

Releer e interpretar con nuevos ojos algunos de los clásicos de la antropología era sin duda importante para él: “Me considero un recreador de la tradición heredada del conocimiento con sus actualizaciones” dijo en noviembre de 2020 en la que sería su última conferencia magistral.1 De esta manera, instaba siempre a comprender para, como diríamos actualmente, deconstruir diversas teorías y metodologías a partir de los datos empíricos. Desde ese horizonte de posibilidad, recuerdo el acercamiento a los trabajos de Melville Herskovits para intercambiar ideas en torno al concepto de “aculturación” y “área cultural”. Por cierto, un día recibí un correo electrónico de Guido para decirme que, en el tianguis cercano a su casa, en un puesto de “libros de viejo” en la colonia Doctores de la Ciudad de México, encontró el libro El hombre y sus obras. La ciencia de la antropología cultural (1952). Si así yo lo quería, podía comprarlo y entregármelo en algún momento. Por supuesto accedí, y gracias a eso tengo la primera edición en español de ese texto clásico de Herskovits forrado en papel con motivos navideños. De igual manera hacíamos revisión de los planteamientos de Fernando Ortiz para complejizar el concepto de aculturación y analizar los alcances de la transculturación, propuesta conceptual acuñada por el autor cubano que en su momento gozó de la opinión positiva del propio Bronislaw Malinowski (tema que a Guido le gustaba siempre comentar en sus clases y cada vez que fuese pertinente):

El concepto de transculturación es cardinal y elementalmente indispensable para comprender la historia de Cuba y, por análogas razones, la de toda la América en general. Pero no es ésta la ocasión oportuna para extendernos en ese tema. Sometido el propuesto neologismo, transculturación, a la autoridad irrecusable de Bronislaw Malinowski, el gran maestro contemporáneo de etnografía y sociología, ha merecido su inmediata aprobación. Con tan eminente padrino, no vacilamos en lanzar el neologismo susodicho (Ortiz 1983: 96).

Estos debates, me dijo, tenían el objetivo de traer a cuenta otro elemento indispensable para la comprensión antropológica de todo fenómeno social: la polifonía. Conocer diversas corrientes de pensamiento y escuchar en campo a todos era una sugerencia heurística que Guido siempre me reiteró. Eso aplicaba tanto para la compilación de datos como para el trabajo de gabinete, ello permitía también valorar la producción científica en países latinoamericanos y, por supuesto, la antropología hecha en México.

En la trayectoria profesional de Guido destaca también su papel como funcionario en espacios como el Instituto Nacional Indigenista (Centros Coordinadores Indigenistas de Tlaxiaco y Ayutla, ambos en el estado de Oaxaca); así como en la Dirección General de Culturas Populares (Veracruz). Convivió de cerca con pueblos indígenas y pudo así generar un acercamiento particular a mundos diversos. Estudioso de la organización social y sus trastocamientos por las dinámicas políticas y económicas que afectaban las regiones indígenas desde la década de los setenta, sus obras registran esas dinámicas de cambio cultural, así como elementos estructurales tan importantes como la organización ceremonial, festiva, carnavalesca y mágica de pueblos como el ayuuk, los binnizá así como de diversas comunidades en la región de los Tuxtlas.

“¿Por qué trabajar como funcionario?” Le pregunté hace años, y su respuesta fue: “de puro ingenuo y ¿por qué más va ser? Para aplicar lo aprendido”. Con esa respuesta me compartió la importancia que tuvo para él conocer de primera mano los entresijos de la dinámica administrativa y la manera de pensar la cultura desde el Estado, así como las limitaciones que en ciertos momentos parecía tener la teoría respecto a las transformaciones sociales que día a día se presentaban en regiones con presencia indígena. Sin embargo, me conminó: “no rehúyas cuando sea el momento, mi fina amiga, son espacios para aprender cosas insospechadas, hay algo de mágico en ello también”.

Coincidir en trabajo de campo con Guido ha sido quizá una de las mejores y más valiosas ¿coincidencias? que he tenido en la vida. Su último proyecto de investigación lo realizó en la costa de Oaxaca, cuyos resultados de indagación pudo escribir en su libro Etnología del área cultural mixteca de la costa chica de Oaxaca (publicación póstuma). Pudimos vernos en Jamiltepec y Pinotepa Nacional. Enorme sorpresa me llevé al verlo un domingo temprano cuando fui al mercado municipal de Pinotepa Nacional. Conversaba alegre e interesado, con una taza de atole de panela en la mano, con un grupo de señores que se dedicaba a la venta de productos de palma. Me presentó amablemente con ellos y pudimos conversar con mucho detalle sobre las rutas de comercio y distribución de los tejidos de palma que se elaboran en algunas localidades mixtecas, así como las mercancías más vendidas de este material y los gustos diferenciados de sombreros entre afrodescendientes e indígenas.

En otra oportunidad coincidimos en Jamiltepec, yo salía del edificio de la presidencia municipal, cuando escuché un llamado que me decía: “¿¡qué pasó, mi fina amiga, también trabajando por aquí!?” En esa oportunidad me presentó a Alba, mujer comerciante en cuya casa Guido se hospedaba y que constituía un punto de encuentro para los amigos de nuestro colega. Alba tiene una tienda de artículos diversos, es un espacio estratégico para conocer a mucha gente, descansar y refrescarse de las altas temperaturas que caracterizan la zona. En esa tienda, una tarde, mirando a la gente pasar, me compartió un sinfín de anécdotas y experiencias de su trabajo en el Centro Coordinador Indigenista de Tlaxiaco, por mencionar solo un par de ejemplos: cómo había caminado entre montes acompañando a músicos de chirimía en algunas fiestas patronales o la manera en la cual le leyeron los sueños una tarde en la ribera de un río. En esa tienda fue cuando me habló de lo más preciado para él: conversar con la gente y así, aprehender su significación del mundo. Tener la posibilidad de escuchar de viva voz e intentar saber qué es la muerte, la magia, la noción de Dios, el amor, decía, es un privilegio al que los antropólogos no deberíamos renunciar.

Escribo estas líneas desde la nostalgia y el cariño. De él aprendí, a veces disentí, pero siempre compartí mis inquietudes, segura de encontrar en él a alguien dispuesto a escuchar, a conocer y preguntar. A pesar de la diferencia generacional, generamos un sentido de camaradería del cual puedo sentirme muy orgullosa y contenta. No quiero terminar este texto sin referir su palabra:

En mi oficio de etnógrafo vivo la experiencia, la describo y trato de interpretarla para darla a conocer a los interesados. Lo principal es construir un esquema de exposición para la comprensión. No pretendo sugerir alguna recomendación ni crear una teoría, simplemente deseo ofrecer un conocimiento aproximado, por medio de una representación escrita de la antropología sobre la realidad estudiada. La etnografía es comprobable en el campo, es empírica. […] mi única finalidad es reproducir el conocimiento sobre el tema, uno más de tantos esfuerzos para entender el sentido obvio y el figurado de la cultura (Münch 2012: 314).

¡Salud Guido! Por los momentos y experiencias compartidas. Trataré como tú, de entender el sentido obvio y figurado de la cultura… con alegría, entusiasmo y rememorando los pasos compartidos en la Costa Chica, lugar plagado de magias múltiples. Disfruta el espacio y el camino, allá nos vemos.

Referencias

Herskovits, M. (1952). El hombre y sus obras. La ciencia de la antropología cultural. México: Fondo de Cultura Económica. [ Links ]

Münch Galindo, G. (2012). La magia tuxteca. México: Instituto de Investigaciones Antropológicas, Universidad Nacional Autónoma de México. [ Links ]

Ortiz Fernández, F. (1983). Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales. [ Links ]

1“Ejemplos conceptuales de la etnología y la antropología social para la formación etnográfica de los alumnos en la antropología cultural”, en el marco del Encuentro sobre docencia y prácticas de campo en Antropología, UNAM, 04 de noviembre de 2020. Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=QLrHSA3_nMw [Consulta: 23 de diciembre de 2021].

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