Es un hecho que estamos viviendo momentos atípicos, pero también graves, únicos e históricos. Nos enfrentamos, no sólo el sector salud, sino toda la sociedad, a la peor pandemia de la que se haya tenido noticia hasta el momento. No se puede comparar con la peste negra, que aniquiló de 25 a 50% de la población europea,¹ ni con la fiebre española (40 millones de defunciones);² tampoco con la influenza H1N1 del año 2009.

¿Por qué digo que estamos ante la peor pandemia de la historia? No hay punto de comparación entre los conocimientos sobre las enfermedades transmisibles que poseemos hoy día y el quehacer médico, cuasi mágico, de la edad media, o los avances en los campos de la ciencia y tecnología con los que hoy contamos contra lo que se sabía en 1918.

La pandemia por influenza H1N1 pudo ser controlada en poco menos de seis meses, posteriormente se pudo sintetizar la vacuna y el tratamiento antiviral específico.³ Pero a casi un año del inicio de la pandemia por la COVID-19, y cerca de 250 días del primer caso en México, no tenemos visos de conocer a ciencia cierta el comportamiento de este virus, el cual se muestra esquivo y elusivo. No hay un manejo específico y estamos aún lejos de contar con la vacuna.

Estos fenómenos epidemiológicos son las manifestaciones del poderío de la naturaleza que colocan al individuo y a la sociedad en una posición de total indefensión, no son otra cosa que un gran tajo al narcicismo del hombre, ya que nos muestra crudamente lo frágil y fútil que es la humanidad. La naturaleza, con un ente microscópico, que ni siquiera se puede considerar como un ente vivo, nos dice de la manera más simple lo débil que es el ser humano al descolocarnos de ese lugar de privilegio. Nos ha hecho caer del pináculo de la pirámide de la cadena ecológica donde artificialmente nosotros mismos nos habíamos subido.

Esta pandemia no sólo está generando un cisma sanitario, sino también ha trastocado el orden individual, familiar, social, económico y político. Ha puesto en tela de juicio la gobernanza y gobernabilidad de algunas naciones. Estamos viendo en algunos países rebrotes, oleadas mucho más intensas, tal como sucede en las réplicas sísmicas que acaban por tirar los edificios que se mantenían difícilmente en pie.

Al inicio de la contingencia en el estado de Hidalgo se tomaron decisiones dolorosas e impopulares, pero necesarias como el propio confinamiento, cierre de negocios, circulación vehicular restringida, todas ellas en aras de proteger y salvaguardar la salud y la vida de la población. Hoy, a pesar de los repuntes en el norte del país y en los estados circundantes, así como haber vivido una jornada electoral e incrementos en la movilidad, la curva epidémica no aumentó abruptamente. Con base en los decesos se nos cuestiona el manejo de la pandemia, pero este coronavirus ha mostrado nuestros yerros, el virus se ha valido de que somos un país de enfermos, con una gran cantidad de obesos, diabéticos, hipertensos y con enfermedades degenerativas: eso es lo que realmente nos está matando.

Este es el momento de hacer un alto y contemplar serias y sustanciales modificaciones en las políticas públicas en materia de educación y medicina preventiva. El control de esta pandemia no recae en su totalidad en los epidemiólogos o los expertos en salud pública, el control real lo tienen los ciudadanos, lo tenemos todos nosotros, quienes al actuar con responsabilidad y solidaridad permitiremos que los servicios de salud sean mucho más eficientes y no colapsen.