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Revista pueblos y fronteras digital

versión On-line ISSN 1870-4115

Rev. pueblos front. digit. vol.4 no.7 San Cristóbal de Las Casas ene./jun. 2009

https://doi.org/10.22201/cimsur.18704115e.2009.7.191 

Notas de investigación y reseñas

Intimate enemies: landowners, power, and violence in Chiapas. Aarón Bobrow-Strain

Stephen E. Lewis11 

Traducción:

Lauro Medina Ortega

1UNIVERSIDAD DEL ESTADO DE CALIFORNIA -CHICO

Aarón, Bobrow-Strain. Intimate Enemies: Landowners, Power, And Violence In Chiapas. Duke University Press, Durham: 2007.


AARÓN BOBROW-STRAIN DUKE UNIVERSITY PRESS, DURHAM, 2007

Hay libros que son tan determinantes e importantes que en ocasiones nos preguntamos cómo pudimos vivir tanto tiempo sin ellos. Este es el caso de la monografía de Aarón Bobrow-Strain Enemigos íntimos… Es el primero y más importante estudio que aparece en lengua inglesa sobre los terratenientes ladinos, cuyas fortunas se han alterado tan dramáticamente desde la rebelión de 1994. Metodológicamente innovador y multidisciplinario en su enfoque, Enemigos íntimos traza el surgimiento y caída de los terratenientes ladinos en el municipio de Chilón, predominantemente tseltal, situado al noroeste de Ocosingo. Los supuestos que sobre Chiapas se mantenían desde hace mucho tiempo van cayendo por la borda en el estudio de Bobrow, haciendo de Enemigos íntimos uno de los libros más importantes que se hayan publicado sobre aquel estado desde el levantamiento de 1994.

Como señala la oración con que abre el libro, Enemigos íntimos «es una historia de rotundo fracaso para los tiranos; de la desintegración de ese mundo de privilegios raciales, de poder político y de monopolio sobre la tierra que tan cuidadosamente defendieron hombres y mujeres…» (p. 3). A los terratenientes ladinos se les entiende muy poco en la literatura actual sobre Chiapas. Nos enteramos de ellos por vía indirecta; «generalmente aparecen a los márgenes de la voluminosa literatura escrita sobre los indígenas en Chiapas…» (p. 38). Bobrow, geógrafo de formación, los coloca en el centro. Entrevistó a más de cincuenta terratenientes y ex terratenientes, desayunó con ellos y les acompañó en sus fiestas familiares. Nos habla de los malabares sutiles que tuvo que hacer en la medida que «participaba en la experiencia viva de los “malos”, al mismo tiempo que trataba de no perder su sentido de justicia social…» (p. xi). El resultado es un estudio pletórico de matices que, el propio Bobrow admite, no complacerá a cuantos entrevistó.

Enemigos íntimos inicia con un recuento del cambio brutal en los patrones de propiedad de la tierra en Chiapas después del levantamiento zapatista, cuando grupos de campesinos en Chilón, Sitalá y en todas partes invadieron más de cien mil hectáreas de propiedad privada. En 2000, solo se había desalojado 28% de los invasores, en comparación con 82% de desalojados en los años previos a 1994. Funcionarios públicos y terratenientes trasfirieron casi medio millón adicional de tierras públicas y privadas a grupos de campesinos, no obstante el intento que hiciera varios años antes el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari para finalizar con la reforma agraria. Terratenientes que habían respondido con «sangre y fuego» ahora respondían con resignación, y Bobrow quiso saber el porqué.

Una afirmación muy frecuente en la literatura sobre Chiapas es que la Revolución mexicana de 1910 ―y particularmente la reforma agraria― nunca llegó al estado. Nuestro autor desmantela totalmente este mito. Si bien para 1930 el tamaño promedio de las tierras privadas era de 200 hectáreas, para 1990 el promedio se redujo a 50 hectáreas, y para el año 2000 los terratenientes trabajaban solo 33% de la tierra cultivable en el estado. Remontándose hasta 1962, Bobrow anota que casi 70,000,000 hectáreas en Chilón y Sitalá se convirtieron en ejidos. Aun cuando la mayor parte de las tierras productivas y todos los aspectos de la política y el comercio locales estaban bajo el control de los ladinos, estos ejidos proporcionaron a los indígenas un lugar en el Estado mexicano. Después de la rebelión zapatista, «la movilización campesina … con cualquier razón y propósito, forzó que la intervención tradicional de la reforma agraria y la redistribución de la tierra encabezada por el Estado se sentaran nuevamente a la mesa de la negociación política…» (p. 143).

Otro lugar común en la literatura sobre Chiapas es el todo poderoso señor ladino, cuya posición se ve respaldada no solo por su riqueza, las vastas extensiones de sus propiedades y sus pistoleros o guardias blancas, sino también por el hecho de que tenía acceso e influencia sobre los políticos locales, del estado y del país. El estudio de Bobrow cuestiona y refuta convincentemente los hallazgos de Héctor Tejera Gaona, Antonio García de León, Enrique Krauze y otros, mostrando que estos supuestos no reflejan la realidad actual de Chilón —o, presumiblemente, de cualquier lugar del estado donde campesinos han invadido tierras en años recientes—. Para iniciar, muchos de los terratenientes de Chilón a inicios del siglo XX formaban parte de una «añeja oligarquía terrateniente, un híbrido extraño de traje cosmopolita y huarache campesino…» (p. 33). Cultivaban café y azúcar de caña, además de traficar con aguardiente. Los terratenientes o «productores», como les gusta llamarse a sí mismos, cambiaron la cría de ganado durante los decenios de 1950 y 1960, siendo cortejados y protegidos por el Partido Revolucionario Institucional, PRI, y sus políticas desarrollistas.

Los terratenientes en Chilón comenzaron a perder su posición privilegiada en el decenio de 1980. Una serie de reformas neoliberales limitaron el crédito a los «productores», liberalizaron el comercio y trajeron consigo creciente competencia de Estados Unidos. Para complicar más las cosas, «la competencia de un cuerpo creciente de organizaciones campesinas gradualmente desplazó a los terratenientes como mediadores entre el Estado y el campo…» (p. 107). En el paisaje local también se observó la presencia de un partido político de oposición, el Partido Socialista de los Trabajadores, PST, y una misión de jesuitas cercana a Bachajón, donde los curas abrazaron la teología de la liberación. Los ladinos dejaron de ser los únicos mediadores entre el campesinado tseltal y el Estado mexicano. En la medida que el activismo campesino se incrementó, el Programa de Rehabilitación Agraria del gobierno federal inició la compra de tierras de propietarios privados para entregarla a los invasores, con la esperanza de preservar la paz rural. Los propietarios con mejores contactos aprovecharon el programa para deshacerse de tierras que ya no podían mantener o hacer producir rentablemente, mientras que los otros vendieron con remilgos y fuertes pérdidas.

En la medida que el terreno político y económico cambió en el decenio de 1980, las instituciones culturales que respaldaban a los terratenientes ladinos en Chilón comenzaron a desmoronarse. Previamente, y a lo largo de la mayor parte del siglo XX, los ladinos se sintieron racialmente superiores a los indígenas y echaron mano del endeudamiento, el alcohol y el paternalismo para reforzar ese sentido de superioridad. La servidumbre atada al endeudamiento se extendió hasta los años de 1980 en partes de Chilón, y el abuso físico y las violaciones fueron prácticas comunes. Si las condiciones eran miserables y escandalosas para la población indígena, los productores ladinos se imaginaron ellos mismos como seres benevolentes, mediadores paternalistas. Pero una vez que las prioridades políticas y económicas comenzaron a alejarse de ellos, el paternalismo rural se desvaneció y los ladinos experimentaron una pérdida del respeto indígena. En efecto, incluso los campesinos antes confiables, leales —que los prevenían del desasosiego en el campo—, dejaron de serlo. Los ladinos comenzaron a temer a sus trabajadores y, por último, concluye Bobrow, «el miedo determinó el cálculo que los terratenientes hicieron de la viabilidad económica de la agricultura en el estado, y … determinó el patrón y las trayectorias del cambio generacional en Chilón. Juntos el miedo, la crisis económica y el cambio generacional, hicieron que la violencia como respuesta a las invasiones de tierra pareciera algo imposible y sin sentido…» (p. 186).

Actualmente, Chilón es radicalmente distinto a lo que fue hace 25 años. Muchos ex productores «ladinos» dejaron el cultivo y la cría de animales debido a que ya no son propietarios de aquellas extensiones de tierra. La mayoría atribuye sus problemas cardiovasculares y la diabetes a los corajes. Se sienten traicionados por el proceso político y dejados fuera del plan de desarrollo económico del país. Mientras que sus hijos son en la mayoría de los casos gente profesionista con trabajos en la ciudad ―lejos de Chilón―, ellos dependen de la generosidad de sus vástagos tanto como el campesinado de Chiapas lo hace de las remesas provenientes de Estados Unidos. Para 2005, como Bobrow menciona en las pinceladas finales de su escrito, Chilón se ha convertido en un espacio indígena. En la presidencia municipal ahora se escucha tseltal; de hecho los últimos tres presidentes municipales han sido tseltales vinculados con las invasiones de tierras. Los vendedores ambulantes tseltales comenzaron a competir con los comerciantes ladinos, y son tseltales quienes ahora comen en el restaurante Susy, lugar donde Bobrow realizó muchas de sus entrevistas con ladinos. Los «enemigos» de los ladinos ahora son más «íntimos» que nunca.

En resumen, esta es una obra importante que arroja luz sobre relaciones rurales y patrones de tenencia de la tierra que han sido más supuestos que entendidos. Como escribe Bobrow: «… la tenencia de la tierra en Chiapas pasó por una acelerada recampesinización más que [por] una privatización y concentración…». A pesar de los planes de los diseñadores de políticas neoliberales y los peores temores de los observadores de izquierda (p. 4), Bobrow admite que este trabajo «probablemente no va a reunir en una conversación política a terratenientes y campesinos indígenas…». Por el contrario, su intento de «tomar en serio a los relativamente poderosos» va dirigido a los académicos y activistas que con mucha frecuencia caen en la fácil dicotomía de los «buenos» y los «malos». Sin duda la investigación futura en esta área vendrá a completar la imagen que Bobrow obtiene de una clase terrateniente que se rehúsa a desaparecer y, seguramente, también contribuirá a llenar el perfil de los invasores indígenas.

1Traducción del artículo original realizada por Lauro Medina Ortega (trad.), Tlatolli Ollin.

Recibido: 22 de Septiembre de 2008; Aprobado: 22 de Septiembre de 2008

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