Introducción
A un sexenio de distancia, consideramos que los acontecimientos, los efectos y las consecuencias del movimiento social #YoSoy132 aún requieren de una reflexión crítica y profunda por parte de quienes nos dedicamos al análisis de lo social, y en especial por los que basamos nuestras indagaciones en los rasgos y manifestaciones del ser y vivir de la juventud en el México actual, esto con el fin de ubicar y comprender los núcleos organizativos que surgieron a partir de dicho movimiento y que se han hecho presentes de distintas formas en diversos momentos álgidos del acontecer nacional, donde las elecciones presidenciales no fueron la excepción.
Cabe señalar que no partimos de cero, ya que un grupo de investigadores entre los que se encuentran Rossana Reguillo, Guiomar Rovira, Benjamín Arditi, Armando Bartra, Massimo Modonesi y Marco Estrada Saavedra, principalmente, han publicado diversas reflexiones en torno a la importancia de esta protesta encabezada por jóvenes universitarios en el marco de las elecciones presidenciales de 2012 en México.1 Sin embargo, en la mayoría de estos acercamientos analíticos ha predominado la calificación positiva y la exaltación de las bondades y aciertos de esta movilización que interpeló a los poderes político y fáctico del país. Su “irrupción” inesperada, la utilización que le dieron a los medios de comunicación, la unión de las universidades públicas y privadas en torno a una causa común, han sido los elementos más visibles y aplaudibles de dicha protesta. No obstante, creemos necesario apuntar a la otra dimensión, siempre presente en toda acción colectiva, que consiste en las tensiones, las contradicciones y las rupturas entre los actores políticos, que imprimen dinamismo y complejidad a los movimientos sociales.
De tal suerte que el objetivo del presente artículo radica justamente en analizar el cúmulo de tensiones al interior del #YoSoy132, que desde nuestra óptica se explica -además de por la propia heterogeneidad que guarda todo movimiento social en su interior- por la suma, la estructura y la distinción de capitales económicos, políticos y culturales -en términos bourdieuanos- entre los estudiantes activistas de las universidades públicas y de las privadas, lo cual influyó en el carácter y rumbo de la movilización. Asimismo, en estudiar el cariz de los núcleos organizativos derivados que se han hecho presentes en algunos de los momentos clave de la más reciente historia sociopolítica de nuestro país, como Ayotzinapa, la emergencia tras el sismo del 19 de septiembre de 2017 y los comicios de 2018.
Para la consecución de dicho objetivo, comenzaremos con un breve recuento del origen del #YoSoy132, que en sí mismo representó un hecho extraordinario en tanto que permitió el encuentro y la unión de miles de jóvenes estudiantes universitarios diferentes y desiguales entre sí, pero unidos en torno a un hecho común: su oposición a una campaña política tendenciosa en favor del regreso del régimen priísta. Empero, las entrevistas realizadas nos permitirán mostrar que más allá de un objetivo común, con el tiempo lo que se fue imponiendo fueron las diferencias políticas, sociales, culturales y económicas entre unos jóvenes y otros, lo que en términos bourdieuanos (Bourdieu, 1998) se entiende como la diferencia en la suma y la estructura de capitales, e influyó y definió el rumbo de la movilización y, a la postre, en la ruptura interna que devino en la generación de otros múltiples núcleos organizativos. Dichas diferencias de capitales quedaron claramente demostradas en el acceso a y el uso de las tecnologías y los medios de comunicación, pues si bien se trata de jóvenes que generacionalmente tienen mayor cercanía a la tecnología, lo cierto es que en este ámbito resalta la diferencia en el acceso, uso y apropiación de los medios de comunicación, la web y las redes sociales, campo que se ha exaltado como uno de los grandes logros del movimiento, pero que en realidad nos permite mostrar las diferencias y desigualdades estructurales entre los estudiantes previas a la coyuntura.
En términos metodológicos, decidimos recoger diversidad de voces, experiencias y opiniones de entre los propios partícipes del movimiento, lo cual nos llevó a realizar diez entrevistas en profundidad: de las universidades privadas conversamos con dos estudiantes y un funcionario de la Universidad Iberoamericana (Ibero), y con una alumna del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM); de las universidades públicas se entrevistó a dos estudiantes egresados de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS), a uno del posgrado en Estudios Latinoamericanos, a un egresado de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL), todos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); a un alumno del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC) del Centro Nacional de las Artes (Cenart), y a una profesora de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), unidad Xochimilco. Todos ellos miembros activos del #YoSoy132 y a quienes preferimos mantener en el anonimato al utilizar únicamente las iniciales de sus nombres, esto con el fin de no continuar construyendo actores protagónicos por encima de la participación masiva de miles de jóvenes en dicha movilización. Sus testimonios nos permitieron identificar la complejidad de un movimiento social que al tiempo que irradiaba frescura, en su interior alimentaba el conflicto permanente.
Un encuentro extraordinario: el origen del #YoSoy132
El punto de partida del movimiento #YoSoy132 estuvo enmarcado en el proceso electoral de 2012 por la elección del nuevo presidente de México, mismo que estuvo plagado de una serie de irregularidades cometidas por todos los partidos políticos, y por una relación de total contubernio entre el partido hegemónico -Partido Revolucionario Institucional (PRI)- y Televisa -la empresa televisora más importante del país- que, en su esfuerzo por posicionar al candidato Enrique Peña Nieto, ocupó todos los espacios mediáticos posibles en detrimento de los otros candidatos presidenciales, lo cual llevó a una campaña política tendenciosa en los hechos.
En ese marco, cuya campaña electoral auguraba la victoria casi incuestionable del PRI, el viernes 11 de mayo de 2012 Peña Nieto fue convocado por la Universidad Iberoamericana a entablar un diálogo con los estudiantes como parte del foro “Buen Ciudadano”, al cual ya habían asistido otros candidatos presidenciales, como Gabriel Quadri y Andrés Manuel López Obrador. Sólo haremos mención de que ese día un pequeño grupo de estudiantes, previamente organizados para mostrar su descontento, fue desbordado por otro buen número de alumnos, profesores y trabajadores que sin organización ni premeditación expresaron su inconformidad ante el candidato presidencial priista, a todas luces beneficiado por la campaña mediática y electoral, quien terminó por colocarse en una situación sumamente incómoda al justificar su decisión de reprimir, durante su mandato en el Estado de México, a los pobladores de San Salvador Atenco que se opusieron al despojo de sus tierras para la construcción de un nuevo aeropuerto, de donde resultaron dos personas muertas, 290 gravemente heridas y detenidas, 47 mujeres agredidas sexualmente y tres presos políticos en una cárcel de máxima seguridad. Su respuesta ante los reclamos de los estudiantes por la represión en Atenco encendió los ánimos de los presentes, lo que provocó que fuera literalmente corrido de las instalaciones universitarias al grito de “La Ibero no te quiere” y “Atenco no se olvida”, viéndose obligado a esconderse en los baños del campus universitario antes de ser rescatado por su equipo de seguridad.
En principio, una manifestación en la Ibero -conocida como una de las principales universidades de élite a donde acuden en su mayoría jóvenes de clases media alta y alta-, resultó un hecho atípico e inesperado para todo el que se iba enterando de la noticia. Sin embargo, con el paso de las horas su difusión se fue extendiendo a partir de las entrevistas a los presidentes de los partidos políticos que apoyaban a Enrique Peña Nieto, pues Pedro Joaquín Coldwell (presidente del PRI) y Arturo Escobar (presidente del Partido Verde Ecologista de México) respondieron con descalificaciones a la protesta de los estudiantes, quienes en ese momento se sintieron insultados y agraviados, tal como lo expresa uno de los creadores del video “131 estudiantes de la Ibero responden”:
Empecé a tuitear igual que todos, me quedo en las redes y a las dos de la tarde cuando salió José Carreño [coordinador del Departamento del Subsistema de Periodismo en la Ibero] con López Dóriga en el noticiero de Radio Fórmula diciendo que esos no eran estudiantes, o que si eran estudiantes estaban entrenados con técnicas “atenquistas”.2 Eso me indignó muchísimo. Entonces puse un tuit que hasta entonces ha sido mi tuit más exitoso en la historia: “estoy a favor de lo que hicieron mis compañeros, no somos porros, nadie nos entrenó para nada”. De ese tuit fue de donde luego surgió el guión del video. A la mañana siguiente vi todos los encabezados, por ejemplo, el de El Sol de México de “Éxito de Peña en la Ibero a pesar de intento de boicot”. Entonces mi idea fue, “hay que responder a esto” (entrevista a RS, estudiante de Comunicación de la Ibero, 15 de junio de 2016).
De la indignación, RS junto con otros compañeros crearon un evento en Facebook titulado “Video por la verdad”, donde invitaban a sus conocidos de la Ibero a subir un video individual con nombre completo, número de cuenta, credencial y una frase de presentación que sirvió para construir el poderoso argumento de legitimidad a su protesta: “Soy estudiante de la Ibero, no soy porro, no soy acarreado”. Después de la difusión masiva de este video que mostraba el rostro de 131 estudiantes y que en pocas horas se volvió trending topic en Twitter, comenzaron a llover las entrevistas a los jóvenes que se habían atrevido a encarar al poder político y fáctico convirtiéndose en la voz y el rostro de una parte de la sociedad mexicana que, en un contexto de proceso electoral, se mostraba molesta por el tipo de campaña política que se estaba llevando a cabo.
Así, los estudiantes de otras universidades nos comentan que en un principio se sintieron extrañados, expectantes e incrédulos ante lo acontecido en la Ibero, y hasta un poco decepcionados de que hubiera ocurrido ahí y no, como es tradición en México, en alguna universidad pública:
Yo me acuerdo que escuchaba en las noticias a Carmen Aristegui. Una vez venía en el coche y escucho que: “en la Ibero corrieron al candidato Peña Nieto”, y a mí me sorprendió que fuera en la Ibero porque generalmente pensábamos que algo así podría pasar en la UNAM. Uno siempre se imagina que son estudiantes de la UNAM que están activos políticamente, ¿no? Entonces que pasara en la Ibero [...] ¿qué tanto es el hartazgo?, que las personas que tienen posibilidades de estudiar en una escuela privada se dan cuenta de que el PRI no es la opción, o sea, que el neoliberalismo no es la opción. [...] Entonces, en un principio lo que pasó en la Ibero se percibió como una estrategia del obradorismo [en alusión a López Obrador] para hacer contrapeso al PRI. [Pero después del] video donde mostraban sus credenciales y decían “no somos porros, somos estudiantes”, poniendo su rostro y poniendo su voz para decir que ellos estaban por su propia convicción protestando por la presencia de Peña Nieto en su escuela [...], entonces fue cuando toda la gente que se solidarizó con ese acto dijo: “Yo soy el 132, yo soy el estudiante número 132”, entonces sale el hashtag #YoSoy132, y fue el revuelo en Twitter. A raíz de eso se vio cómo una organización a la que no estábamos acostumbrados, nunca a partir de las redes sociales, y recuerdo que había mucha incredulidad en la facultad [de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM] con respecto a eso, porque ¿cómo un movimiento social va a surgir de las redes sociales y no de la realidad social? Con una tradición en la UNAM en que lo último que se había vivido así de grande había sido la huelga de 1999-2000 (entrevista a ER, egresado de Sociología de la FCPyS de la UNAM, 7 de junio de 2016).
A partir de ese momento, el descontento se fue condensando y también sumando adeptos con las posteriores convocatorias a encontrarse físicamente y con ello trascender lo emergente y lo virtual de la protesta. El primer encuentro cara a cara entre estudiantes tuvo lugar el 18 de mayo de 2012 en la primera marcha encabezada por aquellos que nunca antes habían participado en un acontecimiento así, es decir, los estudiantes de las principales universidades privadas de la Ciudad de México, entre las que se cuentan la Ibero, el ITAM, la Universidad Anáhuac y el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, a las instalaciones de Televisa Santa Fe. Un hecho inédito para ellos mismos y para el acontecer político del país, pero también para el tipo de manifestaciones que son comunes entre los estudiantes mexicanos, ya que se realizó por las banquetas o a las orillas de las vías de tránsito, para no afectar a los automovilistas, método que demuestra diferencias sustanciales con respecto a la popular manera de marchar en México: ocupando, disputando y apropiándose del espacio público como forma de presión política y manifestación de descontento.
Empero, con este acto fueron ganando la atención y la simpatía de otros jóvenes estudiantes universitarios, quienes a partir de ese momento se sintieron convocados al mitin del 23 de mayo en la Estela de Luz, momento emblemático para la suma masiva de voluntades, según nos comparte otra de las creadoras del video de la Ibero y convocante de estas primeras acciones conjuntas:
Nosotros esperábamos 500 personas en la Estela de Luz, y aparte estaba este tema de “lleva tu libro”, “intercámbialo”. Y todos esperamos en el piso y así, media hora después éramos tantos que no cabíamos en la Estela, y no queríamos imponer la forma ni nada, sino que sólo era plantoncito en la Estela, pero éramos tantos que se empezó a desbordar. Y alguien gritó “¡al Ángel!” y alguien gritó “¡al Zócalo!”, “¡a Televisa!”, y ¡éramos 25 mil personas! Y así el Poli gritando: “¡Ibero aguanta, el Poli se levanta!” La gente en las banquetas […], o sea, señoras que habían detenido su puesto y pintaron en una hoja “Chicos, estamos aquí” (entrevista a AR, estudiante de Comunicación de la Ibero, 8 de junio de 2016).
El plantón en la Estela de Luz, que aparentemente se llevó a cabo de manera espontánea, se convirtió en una marcha debido a la gran cantidad de personas congregadas, y en la realidad muestra que de espontáneo e inesperado tuvo poco, ya que en ese momento se hicieron presentes los estudiantes de las universidades públicas, muchos de ellos con el mayor capital político y más acervo de conocimiento a cuestas sobre lo que implica tomar la calle para manifestarse. Consideramos que este fue uno de los momentos climáticos de la protesta en tanto que se logró la unión de los diversos, pero justo en esa diversidad se mostraron en plenitud las diferencias que, como siempre, son terreno de riqueza y ámbito de contradicción y conflicto para toda acción colectiva.
Diversos, diferentes, desiguales. Del encuentro extraordinario a las tensiones y rupturas
Si bien la principal demanda de este movimiento encabezado por estudiantes3 fue la democratización de los medios de comunicación como una crítica a la campaña tendenciosa en favor del candidato del PRI, los métodos de acción fueron uno de los principales terrenos de disputa entre quienes se iban identificando como parte del #YoSoy132, lo cual se mostró a gritos desde esa primera marcha entre los jóvenes que, por primera vez en su vida, ocupaban la calle, pero al mismo tiempo se preocupaban por no afectar a los automovilistas con su presencia. “¡Por las banquetas!”, gritaban los estudiantes de las universidades privadas frente a los de las universidades públicas con mayor trayectoria política, acostumbrados, por experiencia propia o por transmisión generacional, a que las manifestaciones ocupan la calle en su totalidad, pues de lo que se trata es justamente de interpelar al poder al apropiarse de un espacio que en tanto público es idealmente de todos, ejerciendo los derechos de expresión, de decisión y de manifestación que formalmente todo ciudadano posee.
En el caso de las universidades privadas, al principio decían “vamos a manifestarnos por aquí, por la banqueta”, o sea, esa idea de lo público como una construcción de un espacio común, pero para garantizar lo privado; y la experiencia de las universidades públicas de que por defender lo público a veces se vale manifestarse, se vale ocupar una calle porque es parte de esta defensa de lo que tenemos en común. Y lo público no solamente como el respeto a lo privado dentro de un espacio común, sino lo público como precisamente esta convergencia y este espacio de ciudadanía en el que lo público no solamente es garantía del bien común. Ahí empieza este intercambio de experiencia política (entrevista a AM, académica de la UAM, unidad Xochimilco, 13 de junio de 2016).
A partir del plantón en la Estela de Luz se fue complejizando el proceso de conformación del 132, cuyas formas de organización fueron: a) lo que se conoció como la Coordinadora, una pequeña cúpula compuesta por estudiantes de universidades públicas y privadas, que desde lo individual tomaban decisiones a nombre de sus escuelas y que pronto sería cuestionada y desbordada por las mayorías que apelaban a otro tipo de organización; y b) las asambleas, cuya figura se considera un método más horizontal y democrático en tanto permite la participación de las mayorías y evita la emergencia de líderes y voces únicas de la movilización, pero que al mismo tiempo complica la toma de decisiones por su lentitud para ser presentada a las bases, discutida, votada y ejecutada.
La conformación de la Coordinadora se formalizó durante la concentración en la Estela de Luz cuando, mediante una convocatoria, se solicitó ayuda para la organización de la manifestación. Muchos de los jóvenes que se reunieron para coordinar eran amigos, incluso desde la infancia, quienes a pesar de estudiar en universidades públicas algunos o en privadas otros, se conocían y estaban unidos por cuestiones estructurales de origen, antes y más allá de la movilización que iba emergiendo.
Ahora bien, con la certeza de que la distinción entre las universidades públicas y las privadas puede parecer dicotómica y en ese sentido reduccionista, encontramos como una generalidad el hecho de que el capital político que distingue a los estudiantes de ambos tipos de instituciones educativas jugó un papel primordial para el desarrollo de los acontecimientos y para el rumbo que tomaría el movimiento, ya que lo que para algunos resultaba natural, pues lo que importaba y urgía era la acción, para otros era absurdo, protagónico y antidemocrático; para estos últimos lo importante era el sentido de la acción desde la óptica de las mayorías.
Así, los de las escuelas privadas, y en particular los de la Ibero, se percataban de lo complicado que resultaba la toma colectiva de decisiones por medio del mecanismo de asamblea, usualmente utilizado en las universidades públicas, de tal suerte que decidieron mantenerse como “Más de 131” con el fin de proteger su identidad como estudiantes Ibero y conservar sus propios mecanismos rápidos y prácticos de operación y decisión, aun cuando fueran considerados como antidemocráticos por el resto. Por el contrario, las asambleas de las universidades públicas se construyeron desde una lógica que apela a la democracia y a la horizontalidad, presentando las propuestas al pleno para después ser discutidas y votadas por la asamblea de cada universidad, sede o facultad, y después vertirse en las asambleas interuniversitarias y ponerse en práctica, proceso que vuelve sumamente lenta la toma de decisiones en una coyuntura política que impone un ritmo acelerado y certero. En este sentido, AR nos comparte sus recuerdos sobre las asambleas en la UNAM:
Fui a una [asamblea] en la Facultad de Ciencias Políticas. Fue eterna. Me arrepentí tanto de haber ido [...]. Perdí muchísima esperanza en la vida. Fue como “¿estas son las asambleas?” Todos se odian, todos se trollean, hacen señas […]. Güey, ¡si no llegaban a nada! Yo llevaba siete horas en esa asamblea y no se había tomado una sola decisión y nosotros les queríamos decir: “¡Holi!, vamos a hacer un debate presidencial y ya”, pero no nos daban la palabra, y decían: “los de la Ibero después”, nunca nos dieron la palabra. Cuando llegamos fue como “¡órale!”, porque nunca en nuestra vida habíamos tenido contacto, éramos unos novatos absolutos, cien por ciento, y me acuerdo mucho cuando mis amigos fueron a la asamblea de las Islas [en Ciudad Universitaria]; estaban fascinados porque nunca habían [...] así, “¡guey, lo vi en una película, ¡qué bonitos!” Sólo sé que era enorme y que era eterno y que la gente era como: “¡Compañeros…!” No entendía de qué hablaban, porque ya sabes, digo, una opinión de 25 minutos, no entiendo de qué hablan y me salía y entraba y luego la postergaron para el otro día y yo “¿cómo, para qué vinimos?” Sólo había tamales. Fue muy raro, muy raro para mí (entrevista a AR, estudiante de Comunicación de la Ibero, 8 de junio de 2016).
Es preciso destacar que los estudiantes de las universidades públicas, y en especial los de la UNAM, cargaban a cuestas con una herencia política de dos movimientos sociales de gran relevancia en la década de los noventa. El primero, el levantamiento zapatista en 1994, cuya fuerza y postulados reunieron a un gran número de jóvenes universitarios simpatizantes, quienes conformaron las caravanas de apoyo y el brazo civil del movimiento armado. El segundo, la huelga estudiantil de 1999 contra la imposición de cuotas. En ambos movimientos, la asamblea fue el principal mecanismo de organización:
Vino la de las Islas [primera asamblea interuniversitaria], y ahí sí fue como un encontronazo. Primero ver la cara de un montón de gente, e iban llegando otras universidades, otras facultades, otras escuelas y “está llegando la UAM Iztapalapa”, y todo el mundo aplaudía, y fue ¡wow!, Ciencias Políticas de un lado organizándose con la gente, no nos conocíamos, me fui con mis compañeros de la carrera que conocía en ese tiempo. Nos organizamos y dijimos: “bueno, ¿a qué mesa se va cada quién?”, y yo me fui a la de posicionamiento político y fue un golpe, porque fue una mesa [...]; primero, era la más nutrida y aparte los gritos, y aparte la mesa “¡no mesa, vótalo!” Porque la discusión era si era antineoliberal o no era antineoliberal, antiPeña o no antiPeña, entonces decíamos “bueno, es que no puede ser antiPeña, tiene que ser antiPRI”. Peña no es […]; es antisistema, antipartido, antitoda la corrupción que ha traído el PRI durante setenta y tantos años, que no regrese, y esa fue una gran discusión. Después, […] la más grande era si se fomentaba el voto informado o se pedía la anulación, que al final se quedó la idea de que sí se fomentara el voto, nosotros éramos apartidistas, pero que la gente se informara. Desde ese momento los roces empezaron, veías una fuerza, gente que estaba a favor de eso, gente que no estaba a favor de eso, y se veía una discusión y la falta de experiencia. Yo no entendía a qué se referían cuando decíamos: “moción”, no entendía a qué se refería, y después cómo se otorgaba la voz, si tenías que ir a pedir voz o te escogían. Escuchabas gente que hablaba de una manera tan fluida y tan […] que decías “bueno, tiene razón” […] (entrevista a CR, egresado de Sociología de la FCPyS de la UNAM, 9 de junio de 2016).
A partir de mayo los jóvenes estudiantes gestionaron diversas actividades que, si bien resultaban frescas y vanguardistas, también se caracterizaron por un cúmulo de fricciones entre ellos para llevarlas a cabo. La primera fue el concierto masivo que se efectuó en el Zócalo de la Ciudad de México y en el que, incluso, tuvo una breve participación la ahora diputada chilena Camila Vallejo. La segunda, el debate entre los candidatos a la Presidencia organizado por los estudiantes, principalmente de la Ibero y del ITAM. Si bien ambos eventos se presentaron públicamente como organizados por el movimiento #YoSoy132, tras bambalinas ocurrió que se fue imponiendo una cúpula que tomaba decisiones a nombre del conjunto:
[...] originalmente cuando al inicio del movimiento había una diferencia muy fuerte entre ITAM e Ibero, eso no se vio, pero se notó mucho en lo interno en el debate del 132 cuando los de la Ibero eran quienes estaban impulsando el proceso, y los del ITAM intentamos participar, pero hubo un choque de egos súper fuerte, y sólo algunos logramos entrar a esa organización y estar ahí en la parte de logística y todo […], los del ITAM resentían mucho que la Ibero no los había dejado entrar, y al final se recuerda el debate como una iniciativa del movimiento entero y no sólo del 131. Eso fue lo que pasó tras bambalinas. Ya después hubo cierto acuerdo, pero al principio [la relación entre los jóvenes de ambas universidades era] súper ríspida porque justo no entendíamos por qué no podían entender la logística de todo el conjunto y mantener su posición. Después ellos se radicalizaron en cierta forma, […] no entendimos por qué no impulsaban con nosotros la idea de una estructura organizativa o incorporar a los estados y trabajar con ellos, varias cosas (entrevista a PS, estudiante del ITAM, 13 de junio de 2016).
Asimismo, el 2 de julio de 2012 -día de las elecciones- se instalaron dos lugares para el monitoreo. Uno de ellos en la Ibero, llamado “El cuarto de guerra”, donde se instalaron todo el día y la noche los del Más de 131, con todo y el permiso del rector para usar las instalaciones y el equipo necesario; y el otro, en una casa en el Pedregal a la que se le nombró “El cuarto de paz”, donde las diferencias entre unos estudiantes y otros se hicieron valer por la imposición de una cúpula del movimiento sobre lo que se consideraba sus bases:
[...] finalmente quienes hablaban en nombre de los estudiantes eran ellos [la cúpula], quienes se apropiaban de las decisiones de los estudiantes eran ellos, quienes capitalizaban el movimiento para sus fines, no sé, políticos a mediano o largo plazos, fueron ellos, y para mí siempre fue muy impresionante cacharlos en esas movidas, porque por una u otra razón yo ahí estaba, […] porque siempre he sido un chismoso. Tengo esa facilidad de meterme hasta adentro y entonces me sorprendía que siempre veía a los mismos, y me daba coraje que todo el trabajo de asambleas valiera gorro, no valía nada para ellos porque finalmente decían qué era lo que se iba a hacer. Entonces, por ejemplo, estar ocho horas en un restaurante preparando un comunicado con un conjunto de personas para que te dijeran: “no, ya no vayas, vente para acá”, obedientes para hacer lo que ellos decían, se me hacía completamente incongruente con la lógica de un movimiento que se dice democrático. Entonces llegamos a esta casa y […] ah, porque era su “cuarto de paz”, donde estaban monitoreando las elecciones, todas las mac’s juntas, todas las compus juntas, todas las televisiones, habían contratado servicio de botanas y no sé qué […]. Había todos los recursos […] para que ellos pudieran monitorear las elecciones y eso también se me hizo como [...]. Entonces, lo que me llamó mucho la atención en esa ocasión fue que todas las luces estaban apagadas, y en una de esas estaban lanzando porras del 132 y a mí se me ocurre decir: “el que no brinque es Peña” y uno de ellos me dice: “no, eso no…” y yo, “¿por qué?” Y yo veía que alguien andaba con una cámara, y yo no entiendo ¿por qué había una cámara ahí?, o sea, ¿qué estaban filmando?, no lo sé (entrevista a ER, egresado de Sociología por la FCPyS de la UNAM, 7 de junio de 2016).
Los testimonios anteriores muestran que aun cuando se trató de acciones que se presentaron a nombre de todo un movimiento, lo cierto es que quienes las encabezaron fueron los jóvenes estudiantes que se colocaron como la cúpula de la movilización, esto debido a la suma y estructura de sus capitales económicos, políticos, sociales y culturales que les permitieron, por una parte, conseguir la plancha del Zócalo para la organización de un concierto masivo; y por otra, la organización de un debate presidencial que sería transmitido por Google Inc.; y además, el monitoreo de las elecciones en espacios y con condiciones de suma comodidad y con acceso privilegiado a fuentes de información.
Uso, acceso y manejo desigual de los medios de comunicación y las tecnologías
Mucho se ha exaltado el ejercicio comunicativo del movimiento #YoSoy132 como uno de los grandes aciertos que permitieron conectar a jóvenes universitarios de todo el país y extender los alcances de la protesta a otras latitudes, gracias a lo cual se conformaron células en diversos estados de la República mexicana, así como el ala #YoSoy132 internacional, integrada por jóvenes mexicanos que se encontraban haciendo estancias de investigación en el extranjero. Además, también permitió vincular y establecer similitudes con las protestas que paralelamente se realizaban en otras partes del mundo, tales como la Primavera Árabe, Occupy Wall Street o el movimiento de Los Indignados.
A este tipo de movimiento le han llamado hacktivismo (Rovira, 2013a; 2013b) o tecnopolítica (Reguillo, 2012), conceptos novedosos que intentan analizar la relación de los activistas con los medios de comunicación y las nuevas tecnologías, así como el papel protagónico que éstas ejercen para la consecución de los objetivos de los movimientos sociales.
En este sentido, Rossana Reguillo ha sido una de las académicas clave para la comprensión del #YoSoy132 y las nuevas formas de agenciamiento juvenil en México. Para ella, los jóvenes estudiantes demostraron que se puede echar mano de múltiples herramientas para manifestarse y encarar públicamente al poder de manera creativa. Una de esas herramientas novedosas de participación política -que no la única, pues la ocupación del espacio público sigue siendo fundamental- es la tecnopolítica ejercida por medio de las tecnologías digitales, la web 2.0 y las redes sociales.
Desde este mismo punto de vista y como integrantes de un proyecto de investigación conjunto con Reguillo, Guiomar Rovira y Benjamín Arditi se han concentrado en el análisis de las formas comunicativas del #YoSoy132. Para Rovira, el hacktivismo de este movimiento estudiantil es una forma emergente de la política que “utiliza internet y los dispositivos móviles para conformar redes de acción colectiva que toman las calles y el espacio público, al margen del juego institucional y de los grandes medios de comunicación” (Rovira, 2013a: 1), donde “la extensión en el uso de dispositivos digitales entre los jóvenes universitarios de clases medias y altas facilitaron su empleo tecnopolítico: el smartphone no sólo sirve para entretenimiento o para ligar, sino también para organizar, expandir y documentar la indignación” (Rovira, 2013b: 54). Con esta reflexión bosqueja que estos jóvenes pertenecientes a las clases media alta y alta se dieron cuenta del potencial de los dispositivos digitales para la protesta. No es coincidencia que la mayoría de los estudiantes de la Ibero que se manifestaron contra Peña Nieto fueran alumnos de la licenciatura en Comunicación, con acceso a las tecnologías más novedosas, con conocimiento experto en el uso de programas de cómputo especializado, y con contactos y relaciones personales al interior de los medios de comunicación y de las empresas de punta en cuestiones de difusión y comunicación, tales como Google Inc.
En todos estos casos, las “redes activistas” hacen pensar, a manera de metáfora, en un enjambre de actores que, según Rovira, confluye en el ciberespacio y en las calles para demandar y ejercer un poder distribuido y democrático. Tema a debatir con la autora, pues con esta aseveración elimina las diferencias y las desigualdades de corte estructural que, desde nuestra perspectiva, sí influyen en la capacidad de organizarse y en el actuar juntos de los actores sociales dentro y fuera de la red y más allá de las coyunturas políticas y sociales.
En el mismo sentido, Benjamín Arditi señala que este conjunto de movilizaciones dentro y fuera del país son síntoma de un desplazamiento en la manera de ver, hacer y ser juntos, donde participan los “desorganizados” o stakeholders, es decir, aquellos que no pertenecen a organizaciones, pero que “usan las redes sociales para reducir el costo de acceso a la esfera pública, socializar información y coordinar acciones en el ciberespacio o en las calles en tiempo real” (Arditi, 2015: 1). Este fenómeno ofrece una nueva forma de conectividad viral o distribuida que florece en el cruce de las calles y las redes sociales para la acción colectiva. Cambio que implica, para Arditi, un devenir-otro de la política que no concentra la comunicación en un centro único, sino en un sistema de múltiples entradas a manera de un rizoma (apelando a Deleuze y Guattari) donde cada nodo actúa y funciona como parte de esta conectividad viral de las manifestaciones políticas recientes.
Ciertamente, los jóvenes universitarios autoadscritos como #YoSoy132 echaron mano de un cúmulo de medios tecnológicos que les permitieron extender su influencia, difundir sus postulados e interpelar al poder de forma física y simbólica, al grado de organizar un debate presidencial entre los principales candidatos al cargo.4 A pesar de la relevancia de este método de acción, lo cierto es que su acceso abierto no elimina las diferencias de uso y apropiación, pues aun cuando los estudiantes de las universidades públicas y de las privadas pueden contar con teléfono y computadora, muchas de las herramientas puestas en práctica durante este movimiento sólo se ejecutaban por medio del conocimiento experto. En suma, no todos accedían a ni usaban los medios del mismo modo, sino sólo aquellos que de por sí ya sabían utilizarlos. Eso explica por qué algunos de los estudiantes de las universidades privadas atrajeron los reflectores de las televisoras, y fueron los de Comunicación de la Ibero quienes monopolizaron, por su propio expertise, la comunicación del movimiento:
[...] yo veía que ni en el grupo de Facebook nadie decía nada y “oigan, ¿no vamos a hacer el debate?”, y “ah, si quieres hazlo”, y yo, “¡no mames!, ¿¡cómo que si quieres hazlo!?” Y empezamos entre R y yo a ver cómo, empezando con el formato, cómo lo publicamos, cómo lo ve la gente, público, tele, qué pedo. Entonces justo en ese momento yo trabajaba en Google, estaba [laborando en] la plataforma de Hangouts on Air, entonces le dije a R: “está esto de Hangouts que es una conversación, pero si le pones publicar la ves en YouTube y la puede ver todo el mundo que quiera”, y empezamos a planear eso y en la siguiente asamblea les dijimos “está esto. Se podría hacer así”, y a todos les encantó, pero fue un pedo (entrevista a AR, estudiante de Comunicación de la Ibero, 8 de junio de 2016).
De esta manera advertimos que, a pesar del acceso generalizado a las tecnologías, no todos los jóvenes universitarios autoadscritos al 132 les dieron el mismo uso, y mucho menos quienes de por sí ya tenían acceso al manejo experto de éstas. En este punto se hacen valer las advertencias que marcó Charles Tilly acerca del determinismo tecnológico, pues coincidimos con él en que “la mera invención de los medios de comunicación no cambió por sí sola el carácter de los movimientos sociales. Lo que sucedió, como en tantas otras situaciones, fue que algunos de los organizadores del movimiento social adaptaron aquellos nuevos medios de comunicación que tenían a su alcance para acomodarlos a una actividad que ya estaban llevando a cabo” (Tilly y Wood, 2010: 172-173).
Las cuatro advertencias de Tilly al respecto consisten en: evitar el determinismo tecnológico; reconocer que la mayoría de los nuevos rasgos que presentan los movimientos sociales son el resultado de los cambios acaecidos en sus respectivos contextos sociales y políticos, y no el de las innovaciones tecnológicas como tales; advertir que, como ya sucediera durante los siglos XIX y XX, las innovaciones en el terreno de las comunicaciones que se han producido durante el siglo XXI siempre se dan simultáneamente en dos planos: por un lado, reducen los costos de coordinación entre los activistas que ya están conectados entre sí; y por otro, excluyen de un modo más rotundo a todos aquellos que no tienen acceso a los nuevos medios de comunicación y, por extensión, acentúan el carácter desigual de las comunicaciones; recordar que la mayoría de la actividad del movimiento social durante el siglo XXI sigue fundamentándose en las formas de organización locales, regionales y nacionales que ya estaban vigentes a finales del siglo XX; y, aunque no podemos olvidar que la globalización está transformando la distribución mundial de los movimientos sociales, hay que evitar la suposición de que el enfrentamiento entre la globalización y la antiglobalización es el elemento dominante en la escena de los movimientos sociales en la actualidad. “Ignorar estas advertencias nos llevaría a obviar los cambios sociales reales que influyen en las reivindicaciones colectivas a escala mundial, así como la pervivencia de cuestiones de índole local, regional y nacional en los movimientos sociales” (Tilly y Wood, 2010: 194-195). En suma, siguiendo a estos autores sugerimos mantener una postura escéptica ante el determinismo tecnológico rotundo que se ha exaltado como parte esencial del #YoSoy132 y de toda una generación de jóvenes a los que se ha llegado al colmo de etiquetar con el mote de millenials, por el simple hecho de haber nacido en la década en la que comenzó a predominar el internet y el uso del celular, borrando con ello, de un plumazo, las diferencias de corte estructural que siguen marcando las enormes desigualdades que predominan en nuestro país.
Las diferencias de clase, y de capitales social, cultural y político que antecedieron al 132 estaban ahí y se hacían presentes una y otra vez, tal como lo expresa un estudiante de la FCPyS de la UNAM, ya que al interior del movimiento había desconfianza y molestia entre los estudiantes de las universidades públicas al observar que quienes hablaban a nombre de todos, se expresaban y recibían la atención de los medios de comunicación eran esos mismos jóvenes que por su origen y pertenencia de clase, así como por la suma y estructura de capitales sociales y culturales, no necesitaban levantar la voz para ser escuchados, pues de nacimiento ya tenían el micrófono en las manos:
Ellos ya marchaban juntos, porque después se pasó […] a las vocerías, pero en las vocerías cada quien representaba su corriente o a su propio interés, realmente no representaban a sus facultades o a sus escuelas, y estaban estos sujetos o este conjunto de chicos que no eran ya la coordinadora, pero como sea eran los que se reunían constantemente, los que tenían cierta facilidad para convocar a actos o a ciertas acciones. Por ejemplo, hubo una vez que se hizo un acto en Televisa, se proyectó un video que habían hecho los Artistas Aliados, que eran los que representaban a todos los de la cuestión cinematográfica y demás, y entonces muchos fuimos a ese acto y fue cuando A y otros chicos del ITAM y de la Ibero y demás se subieron a una especie como de tapanquito, se montaron y tomaron el micrófono y tomaron la palabra y todos así como “¿por qué?” Se supone que era un acto que tenía planeado la proyección de un video, […] un acto artístico y que tenía planteada una concentración, ¿cómo es que terminó siendo el foro de los que siempre hablan? O sea, y los que siempre dicen que nuestras acciones tienen que ser de cierta forma, [deben] ser pacíficas dentro de los parámetros de su pacifismo, democráticas dentro de los parámetros de su idea de democracia. A mí sí me molestaba, me generaba como “¿quién les dio el micrófono?, ¿por qué salen en la tele?, ¿por qué siempre ellos?” (entrevista a ER, egresado de Sociología de la FCPyS de la UNAM, 7 de junio de 2016).
En suma, es claro que los métodos de acción fueron tema de disputa y de conflictos entre los estudiantes de las universidades públicas y los de las privadas, pero también al interior de cada institución educativa. Con el paso de los días, lo que en un principio fue núcleo de encuentro, de conocimiento mutuo, de intercambio y de construcción colectiva se convirtió, o más bien, volvió a ser espacio de extrañeza, desconocimiento e imposibilidad.
Así, mientras algunos tomaron las vías institucionales para dar continuidad a la movilización, siendo la más representativa la organización del debate presidencial encabezado por los estudiantes de la Ibero, poco a poco se fue gestando un ala más radical que apelaba a la acción directa y a la distancia con las instituciones como la vía más óptima de lucha. Este grupo se congregó en el Monumento a la Revolución y se dio a conocer como Acampada Revolución, donde confluyeron estudiantes y miembros de organizaciones sociales como el Frente Oriente, las juventudes del Partido Comunista, los jóvenes trotskistas, que encabezaron el enfrentamiento violento con la policía el 1° de diciembre de 2012, día de la toma de posesión de Enrique Peña Nieto:
Ahí sí fueron yo creo que planteándose posiciones más radicales. [...] Ya había una discusión que no se había dado y que ahí ya se planteaba, era sobre las formas de lucha. Ya para ese momento empezaban a preguntarse si este pacifismo o si hay otras formas de lucha. No es que estuvieran todos en esto, había un pequeño grupito que estaba instalado en esto de intentar empujar otras formas de lucha y había gente que también estaba en la Acampada [Revolución] (entrevista a MB, egresado del posgrado en Estudios Latinoamericanos de la UNAM, 29 de junio de 2016).
En tanto que unos se organizaban por la vía institucional, otros caminaban no sólo al margen sino en contra de esas instituciones a las que consideraban que era el momento de derrocar para construir otro tipo de régimen político. Esto se reflejó con mayor claridad el 1° de diciembre de 2012, cuando Enrique Peña Nieto tomó protesta como presidente de la República. La represión policial, algunos jóvenes que se manifestaban pacíficamente, la confrontación física de otros, también pertenecientes al 132, que legitimaban ese tipo de acciones, y personas infiltradas ocasionaron que muchos colectivos pertenecientes al #YoSoy132 rompieran con el movimiento. Comunicados como el de Artistas Aliados,5 desmarcándose de los hechos violentos perpetrados ese día, en contraste con otros como el publicado por las personas pertenecientes a la Izquierda Revolucionaria Internacionalista,6 en el que reivindicaban la legitimidad del “enfrentamiento” y negaban la participación mayoritaria de infiltrados como réplica al artículo del historiador Adolfo Gilly “La provocación del primer día” (Gilly, 2012), nos permitió observar las divergencias con respecto a los métodos de acción y las tensiones, las confrontaciones y las rupturas que se generaron y reprodujeron, como en todo movimiento social, al interior del #YoSoy132:
[El 1° de diciembre de 2012] nosotros llegamos a la Acampada Revolución que era el punto de reunión. Yo llegué a las cuatro de la mañana y mis compañeros del Colegio de Historia estaban ya allí, entonces pues estuvimos ahí desde las cuatro hasta aproximadamente las cinco de la mañana platicando de cómo más o menos [debían ser] las tácticas de la movilización. Inició la marcha a las cinco de la mañana, fue una marcha muy larga, me acuerdo que todos ya estábamos muy nerviosos. Cuando llegamos a San Lázaro vemos que las vallas policiales son gigantes, nos parecían infranqueables y al poco tiempo de llegar una parte de los manifestantes se abalanzó de inmediato contra las vallas a tratar de quebrarlas. De inmediato la policía respondió lanzando gas e inició un enfrentamiento que duró varias horas; fue el enfrentamiento más largo que me ha tocado vivir con la policía. Llegaron los maestros de la CNTE,7 organizaron una manifestación también […] (GA, egresado de la FFyL de la UNAM, 16 de junio de 2016).
Los núcleos organizativos derivados de la ruptura
Lo cierto es que de ser jóvenes universitarios con mucho o poco capital político, a partir de ese momento y de su participación en el 132 la vida les cambió, lo cual se expresa en diversos núcleos organizativos y de confluencia de los entonces activistas.
Por un lado, se conformó el colectivo Artistas Aliados que aportó muchas ideas frescas y novedosas para la protesta; también crearon el Frente Autónomo Audiovisual (FAA), colectivo de cineastas encargado de realizar cortometrajes y videos que permitieron abonar a la causa de los jóvenes del 132. FZ, quien entonces estudiaba cine, comenta:
Yo recuerdo mucho la primera [marcha a la] que fui como parte de Artistas Aliados después del 23 [de mayo]. Llevábamos un barco gigantesco de tela que era un escenario móvil, entonces esa acción fue muy bonita porque fue como cada quien se organizaba para tener alguna intervención durante la marcha. Entonces era todo Artistas Aliados que iba marchando con un barco y de repente se paraba y se paraba toda la marcha, entonces se hacía un escenario en la calle, y entonces los de circo hacían algo, o las de danza hacían algo; y […] esa me acuerdo que fue una cosa muy linda porque llamaba mucho la atención. Ese mismo día la banda de Casa del Teatro llevó una música que habían compuesto que se empezó a volver como el himno de Artistas Aliados, entonces […] nos repartieron a todos la letra y cada vez que nos parábamos la cantábamos. Era una cosa muy festiva (entrevista a FZ, estudiante egresado del CCC, 29 de junio de 2016).
Por otro lado, se encontraba el ala más radical del movimiento asociado con el Frente Oriente y con la FFyL de la UNAM, integrada por activistas que apelaban a la acción directa y a la confrontación abierta y violenta con las fuerzas del orden, en lugar de las formas simbólicas de otras agrupaciones:
Lo que nosotros planteábamos era ir con la clase obrera, hacer propaganda […] y formar comités de lucha en la clase obrera, y nosotros planteamos a la asamblea de la facultad [FFyL] formar una brigada permanente que fuera a una zona industrial a hacer propaganda. Era una brigada en la que participamos entre veinte y treinta estudiantes los viernes en la zona industrial que está en Azcapotzalco. La verdad es que era un buen ejercicio, pero no, nunca tuvimos mucha influencia; sí se nos acercaron algunos obreros interesados, nos dieron sus teléfonos, llegamos a hablar una que otra vez por teléfono, pero nunca pudimos lograr una plática personal. Bueno, creemos que fue un buen intento […] (entrevista a GA, egresado de la FFyL de la UNAM, 16 de junio de 2016).
Lo anterior devino en la conformación de actores políticos que pertenecen a la generación del #YoSoy132, pero que se desmembró en una multiplicidad de frentes organizativos. Por ejemplo, algunos conformaron una plataforma digital dedicada a operar como medio de comunicación, junto con la revista Hashtag; otros montaron sus propias empresas de comunicación y diseño; algunos crearon organizaciones como Rexiste -más cercana al zapatismo-, cuya protesta se expresa por medio de manifestaciones estéticas; unos más se vincularon a organizaciones políticas de izquierda, como Fundación para la Democracia o Servicios y Asesoría para la Paz; otros se sumaron a colectivos y organizaciones anarquistas que creen en la acción directa como la vía más viable para derrocar al sistema político; y algunos otros se articularon con los partidos políticos, como el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
Dos años después, el 26 de septiembre de 2014, tuvo lugar una de las mayores tragedias de la historia reciente de nuestro país: la desaparición forzada de 43 estudiantes de la Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa, en el estado de Guerrero, acontecimiento frente al cual los diversos grupos que se desprendieron del 132 se rearticularon para manifestarse una vez más en torno a un sentimiento de indignación común, como se demostró con la enorme pinta que el Colectivo Rexiste imprimió en plena plancha del Zócalo capitalino con la leyenda “Fue el Estado”, realizada por varios jóvenes que habían pertenecido al #YoSoy132. Sin embargo, las diferencias políticas, económicas, sociales y culturales los volvieron a distanciar, evitando con ello la articulación que hiciera posible la movilización sostenida por la exigencia de respuestas y de justicia.
Y cinco años después, lo que desde una visión adultocéntrica e ignorante de las formas de organización política de esa juventud fue visto con sorpresa, en la realidad se trató de una forma más de acción política. Nos referimos a la participación masiva de jóvenes, muchos de ellos estudiantes universitarios, en las labores de apoyo y rescate de las víctimas tras el sismo del 19 de septiembre de 2017 que afectó a la Ciudad de México, y a los estados de Morelos, Oaxaca y Chiapas, principalmente, ya fuera mediante las brigadas de acopio, de albergue, de remoción de escombros y de atención urgente a los damnificados, como a través del -una vez más- ejercicio experto de las redes sociales, la tecnología e internet, como se mostró por medio del sitio Verificado19S, una plataforma operada por exactivistas del #YoSoy132 que pusieron en práctica sus conocimientos y acceso a programas de cómputo para la creación de un mapa interactivo que permitiera ubicar los sitios y niveles de afectación que se encontraban por toda la Ciudad de México, frente a la inoperancia o ineficacia de las autoridades federales y locales.
Durante todo este proceso, del año 2012 a la fecha, resulta posible observar que si bien persiste un sentimiento compartido de indignación entre buena parte de la población mexicana, que en ciertos momentos nos permite actuar juntos y por un objetivo común, lo cierto es que las diferencias estructurales de capitales políticos, sociales, culturales y económicos se imponen una y otra vez dificultando, y a veces hasta imposibilitando, la organización amplia y sostenida de esos que en principio comparten un objetivo común.
En el #YoSoy132 las diferencias de origen, de clase, de capitales, de expertise político y tecnológico, y de métodos de acción, fueron cobrando relevancia hasta imponerse en el devenir de la movilización y en sus posibles resultados, de tal suerte que consideramos que lo que en apariencia fue un movimiento social en contra de la imposición de un régimen que logró la unión de estudiantes universitarios de instituciones públicas y privadas que nunca antes se habían relacionado entre sí, en realidad muestra las múltiples tensiones y fisuras propias de todo movimiento social, pero además evidencia que las características propias de los actores políticos que conforman los núcleos organizativos sí importan para la toma de decisiones colectivas. En este caso, la pertenencia de clase define la posibilidad de unos y de otros de estudiar en universidades públicas y privadas de alto nivel, y esta estancia en instituciones educativas diferenciadas y desiguales implica el acceso a ciertos recursos materiales y simbólicos, así como la transmisión de formas específicas de concebir, pensar y actuar en el mundo, de lo cual la política no es la excepción.
Conclusiones
A partir de nuestras propias observaciones durante el proceso de condensación del #YoSoy132, en conjunto con los testimonios recogidos en campo, consideramos que el movimiento puede comprenderse a partir de dos aristas que lejos de ser opuestas son complementarias. La primera -que ha predominado en la mayoría de las investigaciones- es la exaltación positiva de la movilización, en la que los jóvenes de las universidades públicas y de las privadas se unieron para interpelar a los poderes político y fáctico del país, logrando con ello toda una generación de actores políticos que a la fecha siguen movilizándose cuando el propio acontecer nacional lo impone, tal como ocurrió con la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, el sismo del 19 de septiembre de 2017 y las elecciones presidenciales de 2018.
Empero, la segunda arista a la que en este artículo hemos dado mayor relevancia es que más allá de la voluntad política y la unión en torno a una causa en común, los distintos capitales económicos, políticos, sociales y culturales, previos a la coyuntura, se imponen con el tiempo, impactando en los métodos de acción a desarrollar y en la posibilidad de actuar de manera sostenida por la consecución de un objetivo conjunto.
Si bien, un buen número de jóvenes estudiantes ubican su despertar político en la coyuntura del #YoSoy132, que en sí misma representó un hecho extraordinario en tanto logró el encuentro de los diferentes y desiguales entre sí, con el tiempo las diferencias de capitales individuales y grupales, el contraste de trayectorias y legados políticos que se transmiten en las universidades públicas, contrario a lo que ocurre en las privadas, y el acceso y uso experto de distintos medios, tales como las tecnologías, lograron imponerse llevando a la generación de tensiones y rupturas entre estos jóvenes que a la postre dieron continuidad a su acción política por medio de otros núcleos organizativos, algunos apelando a la democracia y a la acción simbólica, y otros a la acción directa y a la violencia como el mecanismo más certero para el cambio social.
Lo cierto es que sociológicamente de nada sirve aplaudir, exaltar o criticar apasionadamente una sola cara de la moneda por el simple hecho de empatizar con los jóvenes. Si hacemos a un lado las tensiones, las contradicciones y las rupturas propias de todo hecho social, la comprensión necesaria para la producción de conocimiento se verá sesgada y a la postre debilitada por un afán acrítico y entusiasta que en realidad no abona a la capacidad que tenemos de problematizar, proponer y transformar nuestro entorno, nuestro contexto y nuestro pequeño mundo, cada vez más violento, más complejo, lamentablemente más aterrador.