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Sociológica (México)

versión On-line ISSN 2007-8358versión impresa ISSN 0187-0173

Sociológica (Méx.) vol.28 no.78 Ciudad de México ene./abr. 2013

 

Artículos

 

Tejiendo redes para futuras movilidades: las interacciones sociales y el capital social en la migración emergente de México a Estados Unidos

 

Weaving Networks for Future Mobilities: Social Interaction and Social Capital In Emerging Migration from Mexico to the United States

 

Mario Pérez Monterosas1

 

1Profesor-investigador visitante en el grupo de investigación en sociología rural, Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Azcapotzalco. Correo electrónico: marpezrosa@gmail.com

 

Fecha de recepción: 30/05/12
Fecha de aceptación: 27/02/13

 

Resumen

En décadas recientes la migración México-Estados Unidos se ha redefinido: los lugares de origen y destino, el perfil de los migrantes y los mercados de trabajo en que se insertan. En este artículo se propone un marco sociológico para la comprensión de las dinámicas recientes de las migraciones emergentes, como la heterogeneidad y su presencia acelerada. Apoyándonos en los conceptos de redes sociales y de capital social, analizamos el papel que las interacciones sociales y las redes, como acciones con sentido orientadas por los otros, tienen en el origen y sostenimiento del fenómeno migratorio internacional en sociedades donde antes no existían.

Palabras clave: migración internacional emergente, acción social, redes sociales, capital social, México-Estados Unidos.

 

Abstract

In recent decades, Mexico-U.S. migration has been redefined: places of origin and destinations, migrant profiles, and the labor markets they join. This article proposes a sociological framework for understanding the recent dynamics of emerging migrations, like their heterogeneity and speed-up. Basing ourselves on the concepts of social networks and social capital, we analyze the role social interaction and networks play, as actions with a meaning oriented by others, in the origin and maintenance of international migration in societies that previously did not have them.

Key words: emerging international migration, social action, social networks, social capital, Mexico-United States.

 

Al comienzo las familias eran tímidas en la construcción
y derrumbe de mundos, pero poco a poco fue suya la técnica
de construir mundos. Entonces emergían los líderes,
se hacían leyes y nacían los códigos.
Y mientras los mundos se iban moviendo hacia el Oeste
eran más completos y mejor provistos, porque sus constructores
tenían más experiencia en construirlos.

John Steinbeck (1998: 188).

 

La migración internacional entre México y Estados Unidos, desarrollada desde hace más de un siglo en el Occidente del país, ha tenido un significado social importante, conformando una cultura y una dinámica de movilidad específica; sin embargo, en las últimas tres décadas se ha agudizado y acelerado su presencia en regiones emergentes donde ha jugado un papel decisivo el entramado de interacciones sociales tejidas entre los migrantes, fundamentadas en diversos motivos y expectativas que se generan al estar en relación con migrantes allende la frontera, o bien con los que han regresado al lugar de origen, así como a través de vínculos virtuales presentados por los medios de comunicación.

En este artículo analizamos cómo se origina y desarrolla el movimiento migratorio internacional en regiones emergentes y cómo se sostiene en un entramado de acciones individuales y colectivas, considerando que se trata de un proceso que se construye socialmente y es generado por diversas acciones con sentido subjetivo en un marco de intencionalidad. Este fenómeno se agudiza y perpetúa, en el tiempo y el espacio, a partir de la incorporación de nuevos actores, de regiones que antes no expulsaban población a Estados Unidos y por motivos sociales diversos, donde detectamos el papel que juegan las interacciones de los sujetos, cristalizado en las redes sociales y migratorias que han permitido no sólo su permanencia en las poblaciones rurales, sino también el crecimiento de la dimensión de los flujos con destino a la nación del Norte.

Tenemos claro que en el fenómeno migratorio internacional intervienen millones de hombres adultos y jóvenes, y más recientemente mujeres y niños, de cientos de comunidades rurales y urbanas de México que van a diferentes estados de casi toda la Unión Americana; también que están implicadas dos economías, una en desarrollo que expulsa a sus habitantes por falta de oportunidades o por los míseros salarios que ofrece, y otra que atrae y da cabida a los vendedores de fuerza de trabajo. Estamos de acuerdo en que sería ideal y necesario, para construir una visión más completa y acabada, analizar dichos factores; sin embargo, aquí se reflexionará en torno a las dinámicas de interacción social que tienen lugar en las sociedades de origen en México, y se dará cuenta de la importancia de dichas interacciones sociales y de las redes migratorias en la gestación y sustento de la migración internacional que, aunque reciente, se ha presentado de manera acelerada y heterogénea en entidades como Veracruz, Tabasco, Chiapas, Hidalgo y Estado de México, sólo por citar algunas.

El artículo analiza desde una perspectiva sociológica el desarrollo de la migración internacional en regiones emergentes de México, sustentando la discusión en los conceptos de acción social, redes y capital social, que nos permiten pensar la vida cotidiana de los migrantes desde un sentido subjetivo, donde los actores sociales interactúan y se comunican constantemente. Consideramos la migración México-Estados Unidos como un proceso social, en el cual tienen un papel estratégico los mecanismos de reproducción social del fenómeno en los lugares de origen. A lo largo del artículo se mantiene una posición crítica, considerando el flujo migratorio como un proceso social inacabado, en constante construcción y redefinición.

 

Los sentidos de la acción social

Al darse cuenta del sentido de las acciones de los actores sociales resulta importante considerar que la vida cotidiana es una realidad interpretada por los hombres, para quienes tiene un significado subjetivo de un mundo coherente. El mundo de la vida cotidiana sólo se da por establecido como realidad por los miembros ordinarios de la sociedad en el comportamiento subjetivamente significativo de sus vidas. Se trata de un mundo que se origina en sus pensamientos y sus acciones, y que está sustentado como real por ellos y ellas. Los fundamentos de la vida cotidiana son las objetivaciones de los procesos subjetivos por medio de los cuales se construye el mundo intersubjetivo del sentido común (Berger y Luckmann, 1968: 36-37), un mundo que se comparte con otros. La intersubjetividad establece una señalada diferencia entre la vida cotidiana y otras realidades de las que se tiene conciencia, vida cotidiana en la que no se puede existir sin interactuar y comunicarse continuamente con otros (Berger y Luckmann, 1968: 40).

La piedra angular de la propuesta teórica de Alfred Schütz es la acción social, acción humana intencional, ya sea real o potencial, orientada a otro ser humano; se presenta al actor como un entramado de conexiones intersubjetivas de motivos de acción (Schütz, 1971). La sociología es una "ciencia que pretende entender, interpretándola, la acción social, para de esa manera explicarla causalmente en su desarrollo y efectos" (Weber, 1944: 5). Es en la acción social donde el sentido mentado por su sujeto o sujetos está referido a la conducta de otros, orientándose por esta última en su desarrollo. La construcción de una acción rigurosamente racional con arreglo a fines sirve a la sociología como un tipo ideal mediante el cual se puede comprender la acción real, influida por irracionalidades de toda especie, como una desviación del desarrollo esperado de la acción racional (Weber, 1944: 5-7).

Aunque no todas las acciones son sociales; lo son en la medida en que se orientan por la expectativa de determinadas reacciones de objetos materiales. La conducta íntima está cargada de sentido cuando es orientada por las acciones de otros, por medio de actos individualizados, con conocidos o con una pluralidad de individuos indeterminados y completamente desconocidos (Weber, 1944: 18-19). No todo contacto entre los hombres tiene carácter social, sino sólo una acción con sentido propio dirigida a la acción de otros. Para Weber el simple hecho de que alguien acepte para sí una actitud determinada, aprendida de otros y que parece conveniente para sus fines no es una acción social. Pues en este caso el sujeto no orientó su acción por la acción de los otros, sino que a través de la observación se dio cuenta de las probabilidades objetivas, dirigiendo a partir de ellas su conducta, determinada causalmente por la de otros, pero no propiamente por el sentido contenido en ella. Cuando por el contrario, el sujeto imita una conducta ajena porque está de moda, o porque vale como distinguida en cuanto estamental, tradicional, ejemplar o por cualesquiera otros motivos semejantes, entonces sí tenemos la relación de sentido respecto de la persona imitada, de terceros o de ambos (Weber, 1944: 19).

La carga simbólico-representativa tiene una importancia central en el sentido o significado de la acción porque está ligada a la narratividad discursiva, que una vez captada permite la comprensión de la acción y eventualmente su explicación (García, 1994: 495). La narratividad y la manifestación de ella en acciones comunicativas son el punto medular en la teoría de Jürgen Habermas, quien considera que la acción comunicativa no solamente es un proceso de entendimiento; sino que los actores, al entenderse sobre algo en el mundo, están participando simultáneamente en interacciones a través de las cuales desarrollan, confirman y renuevan lo mismo su pertenencia a los grupos sociales que su propia identidad (Habermas, 1987: 198).

Consideramos que a lo largo de su desarrollo el fenómeno migratorio emergente se ha fincado en las interacciones de los agentes involucrados, quienes establecen relaciones sociales entre sí para facilitar su incorporación a los flujos. En estos vínculos dichas interacciones inician y maduran a través del tiempo, por las relaciones establecidas con una cantidad determinada de miembros involucrados, dando paso a la formación de estructuras sociales que las sustentan y facilitan. En el marco explicativo del fenómeno migratorio, el sentido relacional, el de las acciones y las orientaciones que se toman de los otros, se torna fundamental. En este sentido Max Weber plantea que la relación social es la conducta plural que se presenta como recíprocamente referida, orientándose por esa reciprocidad. Consiste sola y exclusivamente en la probabilidad de que una forma determinada de conducta social por su sentido, de carácter recíproco, haya existido, exista o pueda existir. En la acción mutuamente referida los partícipes de la acción no ponen el mismo sentido, ni lo adoptan en su intimidad, sino que lo hacen influenciados por la actitud de la otra parte, en un marco de reciprocidad en el sentido de la acción, aun cuando puedan encontrarse en el otro actitudes completamente diferentes (Weber, 1944: 22).

Las relaciones de los actores funcionan teniendo como marco de referencia el espacio y el tiempo; sus acciones sociales son un acontecimiento físico, producto de la capacidad-poder de un ser corporal que interviene causalmente en su medio, en tanto que siempre está ubicado en un espacio-tiempo de relaciones asimétricas de producción, de poder y de comunicación (García, 1994: 497). Para Schütz resulta importante la estructura temporal de la vida cotidiana, porque articula lo espacio-temporal con lo social (Habermas, 1987: 175). El mundo cotidiano de la vida es la dimensión o el entorno inmediato donde se mueve el sujeto social, dentro de su espacio y temporalidad; el centro es el sujeto mismo no como individuo aislado, sino como ente social en la gama de sus interrelaciones.

Para Peter Berger y Thomas Luckmann, la estructura espacial posee una dimensión social en virtud del hecho de que la zona de manipulación del individuo se intersecta con la de otros. Anthony Giddens habla de las geografías del espacio-tiempo, donde no sólo los individuos tienen "posturas" unos en relación con otros; las tienen también con los contextos de interacción social. Giddens considera que el enfoque y las técnicas de la geografía histórica ayudan mucho a entender el contexto de la interacción social, por lo que propone el concepto de sedes, entendidas como escenarios de interacción, donde se examina de manera provechosa la naturaleza situada de las interacciones sociales y las diferentes sedes que coordinan las actividades cotidianas de los individuos (Giddens, 1995: 26).

Las identidades sociales y las relaciones de postura-práctica asociadas con ellas son "marcadores" en el espacio-tiempo virtual de una estructura. Se asocian con derechos normativos, obligaciones y sanciones que en el interior de colectividades específicas dan origen a roles (Giddens, 1995: 308). Analizar la coordinación espacio-temporal de las actividades sociales supone estudiar las características contextuales de las sedes diarias y la regionalización de sedes que se estiran por un espacio-tiempo. Ubicar el análisis de las acciones de los sujetos migrantes en las coordenadas del espacio-tiempo nos permite entender la deslocalización de las interacciones sociales y de las prácticas laborales y de vida de las que recientemente forman parte; aquí nos referimos a cómo se han ampliado las distancias entre los lugares de residencia y los de trabajo, y a la extensión temporal de la permanencia fuera de la comunidad, más allá de los espacios regionales-estatales de las acciones. Cabe considerar que esta movilidad por los circuitos migratorios binacionales no está exenta de riesgos y peligros al cruzar las fronteras políticas internacionales, que muchas veces cobran la vida de muchos migrantes.

El espacio pierde sus límites físicos y puede expandirse o contraerse en niveles difícilmente imaginables en tan sólo unos años, mientras que el tiempo se ha reducido en los años recientes dando paso a una planetarización del sistema, al desarrollo de un espacio global y transnacional, donde los símbolos étnicos y las referencias concretas a la madre patria constituyen una base real para la identidad de individuos y grupos en un contexto que ha perdido sus fronteras tradicionales (Melucci, 1999: 113). Reconocer que el conocimiento práctico es inherente a la acción resulta en que ni el texto-producto, ni el código, sino el intercambio simbólico situado espacial y temporalmente, es lo que resulta básico para explicar la producción y comprensión de los significados (García, 1994: 502).

 

Las redes sociales en la migración internacional

La sociología económica de la inmigración (Portes, 1995) y la perspectiva de la migración como proceso social (Massey et al., 1987) proponen analizar la migración desde un enfoque sociológico, para lo cual hacen uso de los conceptos de redes sociales y de capital social, considerados como "tipos ideales" (Weber, 1944), a lo que Robert K. Merton se refería como un nivel de teorización de "mediana escala" (citado por Portes, 2002: 127-129).

Hasta no hace mucho la migración internacional se había venido explicando, en el discurso hegemónico, mediante teorías económicas o sociodemográficas, donde los migrantes eran vistos de manera fría o como simples números representados en estadísticas, y en las que se consideraban los factores que la generaban como netamente económicos, excluyendo la posibilidad de que otras perspectivas o enfoques emitieran su propia explicación, todo lo cual se constituyó en una gran limitante. Por eso Alejandro Portes y Rubén Rumbaut, al igual que Charles Tilly, analizaron la migración como un "problema social", y consideraron los procesos de asentamiento en los lugares de destino y la pertenencia étnica de los inmigrantes (Portes y Rumbaut, 1995: 33-34). Por su parte, Tilly dio cuenta de cómo las redes sociales transformaban las relaciones sociales y creaban nuevos grupos de identidad, solidaridad y desigualdad (Tilly, 1990: 86-87). Si bien estos análisis permitieron una mirada y una explicación sociales del fenómeno, más tarde fueron superados por no considerar las prácticas racistas y discriminatorias de individuos y políticas públicas internacionales que devenían en detrimento y vulnerabilidad de las y los migrantes.

En el contexto en que se presenta la migración internacional emergente, con un desenlace acelerado en el tiempo, la conformación de flujos densos en periodos cortos y su composición heterogénea, se identifica cómo tienen un papel primordial las acciones económicas que están orientadas socialmente por las expectativas de reciprocidad en las que las interacciones sociales cumplen una función de gran importancia. Consideramos que si bien la movilidad geográfica tiene motivos laborales y económicos, se trata también de acciones que tienen un sentido social y funcionan a partir de mecanismos de organización social informal a través de los cuales se movilizan recursos valiosos. Los movimientos de población se intensifican con las relaciones sociales establecidas entre los actores, en función de motivos y expectativas que se generan a partir de interacciones cara a cara; o virtuales (mediante los medios de comunicación); y por las formas modernas de transmisión de imágenes y mensajes escritos, al estar en relación con migrantes que se encuentran en Estados Unidos o de regreso en la comunidad de origen.

Creemos que la migración, de acuerdo con el planteamiento de Max Weber, toma cuerpo en las acciones sociales, individuales y colectivas, concebidas como un proceso que se construye socialmente y se genera por diversas acciones con sentido subjetivo en un marco de intencionalidad, que tienen un sentido propio y están dirigidas a la acción de los otros (citado en Portes, 2002: 19).

La migración de mexicanos a Estados Unidos tiene ya una larga data. Desde hace más de un siglo se han presentado flujos de carácter laboral en el occidente de México, como resultado de un proceso social, dinámico y complejo, que ha introducido cambios en los ámbitos individual, familiar y comunitario de los lugares de origen (Massey et al., 1987; Durand, 1994; Cardoso, 1980; Wiest, 1977). Existen autores que consideran que la migración genera más migración a lo largo del tiempo mediante un poderoso impulso de automantenimiento (Massey et al., 1987: 3-4). Si bien es cierto que la migración genera mayor migración, y que tiene explicaciones causales en los cambios estructurales de los lugares de origen y destino, también lo es que al iniciarse se sustenta en una estructura de redes sociales que hace posible convertir el movimiento originalmente económico en un fenómeno permanente y masivo. Es decir, las causas que originan la migración no son las mismas que la sostienen (Mines, 1981; Massey et al., 1987). Este planteamiento se torna evidente en los procesos migratorios emergentes, donde encontramos que en un principio la gente migra por motivos económicos, pero que cada vez más hombres y mujeres se insertan en los flujos por motivos sociales, como lo son contar con familiares y contactos para ofertas de trabajo en Estados Unidos; esto es, que estamos frente a acciones que se orientan socialmente a partir de las acciones de los otros.

La migración de México a Estados Unidos es un fenómeno añejo, dinámico y cambiante en el tiempo, que ha generado cambios sociales en la medida en que se vuelve accesible para grupos mayores de población, quienes la adoptan como estrategia o alternativa, alterando con ello las estructuras económicas y sociales (Massey et al., 1987: 13-15; Wiest, 1983).

La circulación constante de personas y la movilización de bienes, dinero, información, ideas y capitales simbólicos entre México y Estados Unidos han dado lugar a dinámicas definidas de formas diversas: comunidades socialmente extendidas (Whiteford, 1979); redes de pueblos binacionales (Mines, 1981); comunidades binacionales; circuitos migratorios transnacionales (Rouse, 1996: 46); circuitos migratorios (Durand, 1988), auspicia-dores de la migración (Tilly y Brown, 1967); o cadenas migratorias (McDonald y McDonald, 1964; Graves y Graves, 1974). Este movimiento entre países de origen y de recepción ha facilitado la formación de cadenas migratorias, entendidas como el "movimiento a través del cual los presuntos emigrantes se enteran de las oportunidades, son provistos de transporte y obtienen su instalación inicial y empleo, por medio de relaciones primarias con emigrantes anteriores" (McDonald y McDonald, 1964: 227).

Los economistas han identificado cómo las conexiones establecidas entre los migrantes influyen en la toma de decisiones, en los tiempos y en las formas de migrar de los futuros prospectos, definiéndolas como conexiones familiares y de amigos multiplicadores (Nelson, 1959, citado por Zahniser, 1999), poniendo el énfasis en la importancia de tener, conocer y estar en relación con personas migrantes. La interacción constante entre quienes se encuentran en México y en Estados Unidos, movilizados a través de redes sociales y migratorias, trastoca el espacio territorial al adquirir características específicas debido a las prácticas sociales que ahí tienen lugar. Las redes sociales están creando los vínculos individuales en escenarios culturales y geográficos diversos y producen contactos entre personas de sociedades que envían y reciben migrantes, los cuales resultan cruciales para entender el fenómeno y su multiplicación en diferentes estratos sociales (Mines y Massey, 1985: 104).

Las redes son producto de las prácticas sociales, que al rutinizarse producen instituciones organizativas formales e informales, con diferentes estructuras de reglas y recursos, encadenando múltiples relaciones (Velasco, 2002: 140), que han hecho emerger diversos agentes sociales: que enlazan a los migrantes con los no migrantes, los patrones y los mercados de trabajo, en un entramado de relaciones sociales complementarias e interpersonales que se sostienen por un conjunto de expectativas recíprocas y de conductas prescritas. Estas redes están basadas en lazos de parentesco, paisanaje y amistad, que se refuerzan con la interacción regular de las agrupaciones sociales (Massey et al., 1987: 140).

Los tejidos sociales se producen por la agencia social de los mismos migrantes y la configuración de nuevas relaciones sociales proyectadas en formas de acción colectiva con fines explícitos (Velasco, 2002: 122). Son estructuras que forman un campo relacional donde están insertos múltiples vínculos individuales, familiares y de grupo, que no sólo funcionan como parte de un proceso social, sino también como vínculos socioeconómicos (Zahnizer, 1999), de intercambios de trabajo por salario (Mines y Massey, 1985) atravesados por sistemas de jerarquización y diferenciación de las relaciones sociales (Velasco, 2002: 123; Menjívar, 2000).

Las redes sociales son un conjunto de actores fuertes y capaces, unidos de manera específica por vínculos y relaciones sociales, que pueden influir en los demás para orientar sus acciones en torno a la migración, mediante la socialización de información, por ejemplo en la forma de avisos; así como por el desarrollo de lazos de amistad y paisanaje sostenidos por la confianza, y la ayuda económica y moral que posibilita la materialización eficaz de la migración laboral (Castilla et al., 2000: 219; Zenteno, 2000; Levitt, 1998; Kearney, 1996).

Las redes han permitido la estructuración de la experiencia colectiva de la migración, desarrollando y socializando un aprendizaje colectivo sobre rutas, tiempos, condiciones de empleo, peligros, riesgos, contactos, formas de comportamiento y todo un conjunto de conocimientos (Velasco, 2002: 151-152), lo que representa una fuente importante de poder e influencia entre los diferentes actores (Castilla et al., 2000: 222). La calidad de los lazos de solidaridad y apoyo que brindan los migrantes depende, de manera parcial, de la naturaleza de la comunidad de donde son originarios y de si es rural o urbana (Yamel, 2001). Alejandro Portes y Julia Sensenbrenner (1993) consideran que las características de la comunidad de origen y el nivel de arraigo que se tenga en ella son de gran importancia en la elección del lugar de destino (Yáñez, 1996).

A través de las redes y a lo largo de sus procesos de formación y desarrollo circulan importantes recursos sociales y económicos, los cuales reciben y hacen uso de ellos, a manera de ayuda, los migrantes internacionales para reducir los riesgos y costos de su movilidad. Desde una perspectiva teórica el acceso a estos recursos es de gran importancia porque permite aminorar los costos económicos y no económicos de la migración (Espinosa y Massey, 1997; Portes, 1995), y a largo plazo constituye el motor para perpetuar el fenómeno, de manera cada vez más independiente de aquellos factores económicos que le dieron origen (Massey et al., 1998; Phillips y Massey, 2000).

Las redes sociales están estructuradas de tal forma que no son homogéneas, ni armónicas, sino dinámicas y se redefinen en el tiempo a partir de las múltiples relaciones que se tejen fincadas en la solidaridad, el parentesco, la amistad o el interés. Adquieren diferentes características mientras atraviesan por procesos de formación, consolidación, fragmentación o disolución. Dependiendo de la calidad y cantidad de los miembros que las conforman será su dimensión y madurez, su grado de acceso o restricción a los recursos escasos que brindan a los nuevos migrantes.

La diversidad de vínculos que se tejen entre los migrantes es producto del tipo de relaciones, recursos, temporalidades y niveles de calidad que tienen las redes sociales y migratorias (Mines, 1981), dependiendo de si se tenían familiares o amigos en Estados Unidos o de retorno en México, de la experiencia migratoria acumulada y de la calidad de los recursos que puede movilizar aquél con quien se establece el contacto (Zahniser, 1999; Espinosa y Massey, 1997). En este contexto es importante señalar que en ocasiones quienes no cuentan con un vínculo en Estados Unidos son más vulnerables y tienen que enfrentar mayores riesgos, lo cual sin duda influye en las características que presentará su experiencia y participación migratoria (Palloni et al., 2001: 1265).

Las sedes o nodos de las redes están ancladas en distintos lugares de México y Estados Unidos. Funcionan como articula-dores sociales y tienen un papel importante en la definición de los lugares de origen y destino, que cambian con el tiempo dando paso a dos patrones de movilidad:

el de concentración, que funciona a partir de flujos migratorios mejor organizados, tiene como punto de partida la misma región o comunidad en México y el mismo lugar de destino geográfico, rural o urbano, en Estados Unidos, donde se han asentado los primeros migrantes y han dado vida a enclaves étnicos y laborales (Wilson, 1998: 396), a donde llegan personas de la misma región de origen conformando "comunidades hijas", localizadas espacialmente y delimitadas socialmente (Massey et al., 1987; Kearney, 1996: 118).

Un patrón de dispersión, que se construye en función de las prácticas de movilidad de los migrantes al interior de los Estados Unidos, y de su paso por uno o varios lugares de destino, guiados por la búsqueda de mejores salarios, estabilidad personal y óptimas condiciones de trabajo. Este patrón está constituido por movilidades heterogéneas que modifican los circuitos migratorios iniciales y atraen nuevos migrantes hacia regiones de destino no tradicionales, estableciendo anclajes laborales en diversos puntos geográficos de la Unión Americana.

En parte este patrón es reflejo de la diversidad de vínculos y redes a que los migrantes recurren para ir a Estados Unidos, debido al número amplio de contactos o a la dispersión de lugares en donde estén anclados, y a que no son redes estructuradas sino relaciones menos densas y de reciente formación, aunque en determinado momento y en ciertas condiciones los lazos débiles poseen su propia fuerza (Wilson, 1998). Mark Granovetter (1973) considera que los vínculos débiles son puentes fuertes para acceder a nueva información sobre el empleo, tanto como los vínculos fuertes.

Las redes difusas también operan como capital social, pero los recursos que movilizan tienen otro nivel de calidad que las redes densas y son de acceso más restringido (Wilson, 1998: 398). Los migrantes que recurren a este tipo de redes propician, a partir de los procesos de socialización de la información y la disponibilidad de la ayuda para la migración, que se incremente su capital social y adquieran mayor dinamismo y densidad en sus relaciones, intensificando el fenómeno (Palloni et al., 2001: 1291).

Aunque si bien las redes brindan solidaridad e inclusión, también perpetúan la desigualdad y la exclusión, y en este sentido plantean relaciones en constante negociación (Tilly, 1990: 92). Algunos migrantes delimitan el acceso a las redes al cerrar las interacciones sociales con sus paisanos (Zahniser, 1999), o bien con aquellos que no son de la misma comunidad de origen (Massey et al., 1987), además de que regulan y restringen el acceso a la información, e incluso "monetarizan las relaciones de solidaridad" al cobrar por el favor de ser incluidos en las redes o por acceder a los recursos para migrar (Pérez, 2001).

Los primeros hombres que emigran de la comunidad, los pioneros, tienen la probabilidad potencial de desarrollar redes migratorias en el futuro, cuando a su retorno o desde Estados Unidos brinden ayuda a sus familiares y amigos para que se inserten en los flujos, o bien multiplicando los favores sociales (Mines, 1981: 37). La asignación a los pioneros, en algún momento, del adjetivo de aventureros se justifica por el hecho de que el viaje a Estados Unidos lo realizan con muy poca información general de cómo está constituido el proceso migratorio, además de que desconocen el tipo de situaciones que deberán enfrentar y de que no tienen idea de los riesgos y peligros que tendrán que sortear (Chenaut, 1989).

Al ser personas que se insertarán por primera vez en la migración a Estados Unidos, que cuentan con un bajo capital migratorio y al desconocer rutas de tránsito, tiempos de viaje y cruces de la frontera norte de México, y al no estar al tanto de las condiciones sociales y laborales de la sociedad de arribo, algunos de estos migrantes se presentan como los más dispuestos para asumir los riesgos de dejar el hogar, la familia, la comunidad y sus bienes por explorar la movilidad migratoria en condiciones de poca certeza. En contraste con los migrantes originarios del occidente de México, que se han formado en una cultura de la migración donde los saberes y conocimientos sobre el proceso migratorio les permiten disminuir los costos y riesgos que implica. Este capital humano ha alentado a algunos autores a considerar que los pioneros son más inteligentes y aventureros, a diferencia de los migrantes subsecuentes, que cuentan con mayores conocimientos y certezas (Mines, 1981: 39).

En las etapas posteriores de la migración, la socialización de la información y la circulación de recursos que los pioneros promuevan entre quienes ellos consideren pertinente puede favorecer su consolidación (Mines y Massey, 1985: 105). En otros periodos históricos, la presencia de los hombres solos o pioneros se debía a su no inclusión o inscripción en el Programa Bracero; en esa circunstancia tomaban la iniciativa de irse por su cuenta, asumiendo los costos y los riesgos de cruzar de manera indocumentada la frontera (Mines, 1981; Reichert, 1981; López, 1986).

Para los migrantes pioneros el hecho de no tener vínculos en Estados Unidos se traduce en la posesión de un bajo capital social (Ibarra, 2003), por lo que el trabajo fuerte de abrir brecha (Palloni et al., 2001) requerirá la inversión de más tiempo para la incorporación de personas a los flujos así como enfrentar procesos de selectividad complejos, lo cual conlleva la exposición a riesgos y costos más altos.

 

Las redes como capital social

El concepto de capital social fue introducido por el economista Glenn Loury, a finales de los años setenta, para designar un conjunto de recursos intangibles en las familias y en las comunidades que ayudan a promover el desarrollo social (Massey et al., 1998: 42). Pierre Bourdieu lo define como la suma de recursos, actuales o potenciales, que posee un individuo o grupo como parte de una red duradera de relaciones, conocimientos y reconocimientos mutuos más o menos institucionalizados; es la suma de los capitales y poderes que la red permite movilizar (Bourdieu y Wacquant, 1995: 82). El volumen del capital social que una persona posee depende del tamaño de la red a la que pertenece, de los recursos que a su interior pueda movilizar y de la dimensión de otras formas de capital, económico o cultural, que cada uno de sus contactos tenga (Bourdieu, 1986: 249).

En la teoría actual del capital se plantea, en contraste con la teoría clásica de Carlos Marx, el concepto de capital social, que se ubica en una red social y refiere a la cantidad y calidad de los recursos que un individuo, grupo o comunidad puede utilizar o a los cuales puede acceder (Lin, 2000). Dentro de la migración internacional son imprescindibles los recursos que el capital social provee, en función del contexto laboral y económico en que viven los migrantes, de su posición social, de sus habilidades, del cumplimiento de sus obligaciones y de su reciprocidad (Menjívar, 2000: 149).

James Coleman (1988) define el capital social como el proceso mediante el cual se establecen relaciones humanas que actúan como recurso para la cooperación económica; relaciones basadas en redes sociales que pueden ser densas o difusas. Para Alejandro Portes consiste en la capacidad de los individuos para poner orden, por virtud de su membresía a una red o a amplias estructuras sociales, cuando los recursos escasean, por ejemplo, en las oportunidades de empleo (citado por Wilson, 1998: 298). Portes y Sensenbrenner (1993) consideran que el capital social puede tener tanto consecuencias positivas como negativas, al restringir la movilidad social y laboral.

El capital social surge de las estructuras sociales y conexiones interpersonales, y permite a los migrantes acceder a recursos sociales y económicos para incorporarse a la migración. Según Coleman, la gente obtiene acceso al capital a través de su membresía en redes e instituciones sociales, mismo que puede convertirse en recursos materiales para mejorar o mantener una posición en la sociedad (Coleman, 1990).

Massey et al. (1998: 43) fueron los primeros en identificar las redes de migrantes como una forma de capital social, entendido como los contactos personales con amigos, parientes y paisanos que le facilitan al migrante el acceso al trabajo, al hospedaje y a la ayuda financiera en Estados Unidos. Estos autores consideran que el capital social se incrementa con la incorporación de nuevos migrantes y se acumula en proporción directa con el capital humano (Massey et al., 1987: 150), aunque en la práctica no necesariamente ocurre así, ni de manera automática, pues depende de las habilidades que cada migrante haya mostrado para la ampliación de sus redes en Estados Unidos, de la solidaridad y de la ayuda puesta a su disposición.

La acumulación del capital social en el campo migratorio no se ejerce de manera homogénea; en su diferenciación influyen el origen social, el género y la antigüedad que tenga el proceso migratorio en la comunidad de origen, así como la cantidad de migrantes que exista y la calidad de los tejidos sociales establecidos entre los migrantes y los no migrantes, condiciones que se redefinen permanentemente dependiendo del contexto -si se trata de poblaciones de origen rural o urbano- o de los vínculos sociales cerrados o flexibles (Cornelius, Tsuda y Valdez, 2003). El fenómeno migratorio se desarrolla, en sus inicios, de manera lenta y tiene un grado mayor de selectividad, que con el tiempo y el retorno de los migrantes, al incrementarse el capital social, se amplia a los demás sectores sociales de manera más accesible, fomentándose un mayor intercambio de información y de acceso a los recursos sociales escasos (Pérez, 2003). La selectividad a la que hacemos alusión se refiere a que en un principio los migrantes no socializan la información, ni ofrecen los recursos de manera homogénea, sino que privilegian a los integrantes de las redes familiares y de amistad por sobre las de paisanaje o las de quienes sólo son conocidos, con la finalidad de asegurar el involucramiento de personas responsables y trabajadoras, según ellos, y que se encargarán en un futuro de reproducir la migración en el tiempo y a cada vez más capas sociales.

El número de migrantes internacionales que exista en una comunidad, en la familia o en el grupo de amigos es un indicador importante de la cantidad de capital social a disposición y también lo es de la expansión de los flujos migratorios (Palloni et al., 2001: 1292). Quienes no dispongan de hermanos, primos, padres o familiares cercanos en Estados Unidos con experiencia migratoria, quienes sólo cuenten con información general o mantengan relaciones distantes o débiles con algunos migrantes de retorno, tendrán que cubrir costos más elevados y enfrentar mayores riesgos para incorporarse a la migración; pasarán por un proceso de selectividad y deberán aguardar a los tiempos en que sus posibles contactos estén en posibilidades de movilizar recursos para su beneficio.

 

La teoría de la causalidad acumulada

La teoría de la causalidad acumulada plantea que con el tiempo la migración tiende a mantenerse a sí misma, dando lugar a movimientos de población adicionales, y alterando el contexto social dentro del cual se toman las decisiones de las migraciones posteriores (Massey et al., 1998: 45). Cuando la diversidad de redes que existen en la comunidad y en la región de origen se interconectan y llegan a su madurez la migración tiende a auto-perpetuarse, porque cada acto migratorio crea la estructura social necesaria para sostenerla. Cada nuevo migrante reduce los costos y riesgos de las movilidades posteriores de parientes, amigos y paisanos, lo que los atrae con mayor fuerza a migrar. Con el tiempo el comportamiento migratorio se extiende para abarcar segmentos cada vez más amplios de la sociedad (Massey et al., 1998: 46; Massey, Goldring y Durand, 1994).

El modelo de las redes migratorias es congruente con el marco teórico de la dependencia, debido a que éstas proveen continuamente de migrantes temporales al mercado de trabajo estadounidense (Mines, 1981: 45). El desarrollo de la migración a través del tiempo va generando una dependencia de las comunidades de origen con los mercados de trabajo norteamericanos, mediante la cual las localidades se especializan en producir y reproducir trabajadores migrantes internacionales, algo que Alarcón (1988: 338) denominó como el proceso de "norteñización". Cabe apuntar que la dependencia se gesta en ambos lados de la frontera. También se presenta por parte de los patrones y las empresas capitalistas que contratan a los migrantes, pues al pagarles salarios por debajo del mínimo y no otorgarles derechos laborales los hace más rentables para el capital, incrementándose así sus ganancias y su competitividad frente a otras empresas.

Por su parte Reichert (1981) denominó "síndrome migrante" al patrón de consumo que induce a los otros a migrar. El incremento en el nivel de vida influye para que su mantenimiento continúe con base en la migración a Estados Unidos. De ahí la posible perpetuación del proceso. Para Mines el estado de peace of mind se produce al comprarse un pedazo de tierra, establecerse pequeños negocios con las remesas, con el reemplazo de trabajadores a través de las redes y con las ayudas que se ofrecen a los nuevos migrantes, los novice relatives (Mines, 1981: 46). El proceso puede llegar a autosostenerse por medio de la construcción o el incremento de vínculos sociales densos a lo largo del espacio migratorio (Portes y Rumbaut, 1995: 276).

La dependencia de la migración se presenta también cuando las remesas llegan a ser una fuente única o ampliamente suplementaria de los ingresos de las familias de los migrantes que se han ido a Estados Unidos (Wiest, 1983). La migración genera más migración por las necesidades acumuladas y renovadas de las familias que requieren de otros enseres y debido a las nuevas prácticas de consumo creadas por las expectativas de una mejor vida, así como también por la permanencia de las variables que la condicionaban en sus inicios; de esta forma, la migración se autoperpetúa nutriéndose de las condiciones estructurales de la expulsión y de las percepciones ideológicas que ella misma genera (López, 1986: 109). Los sectores populares buscan no sólo sobrevivir, sino alcanzar niveles de bienestar más altos, insertándose en el mercado de trabajo estadounidense (Alarcón, 1988: 339). Las causas de la migración no tienen que ver exclusivamente con las condiciones económico-estructurales de las localidades expulsoras o del país de origen. Influyen también los factores de atracción de los países desarrollados; las ofertas en el mercado de trabajo capitalista; y los mecanismos y recursos que circulan a través de las redes sociales, que vinculan ambas economías.

La nueva economía de la migración sostiene que cuando la sensación de privación relativa de un grupo familiar aumenta, también lo hace la motivación para migrar. Al aumentar los ingresos de las familias migrantes, aquéllas con los niveles más bajos se sienten en desventaja, lo que puede inducirlas a migrar y así incrementar los flujos migratorios (Massey et al., 1998: 46). La migración se vuelve cada vez más significativa por el acceso a los recursos económicos, sociales y materiales que permiten la diferencia salarial entre México y Estados Unidos, y se convierte en una alternativa real para aquellos que carecen del control sobre los recursos locales. La migración y su perpetuación no sólo estimulan más migración, sino que la incrementan y hacen más evidentes los niveles de desigualdad social, de consumo conspicuo y las diferencias económicas, provocando el crecimiento de la tensión social, de la comparación envidiosa, lo cual impulsa nuevos movimientos migratorios (Wiest, 1983; Reichert, 1981).

El movimiento migratorio a nivel local modifica los valores y percepciones culturales, incrementando las posibilidades de migrar en el futuro (Massey et al., 1998), arraigando esta opción dentro del repertorio de comportamientos del grupo, y estimulando la transformación rural mediante las nuevas experiencias de quienes participan de ella, todo lo cual genera nuevos procesos migratorios al tiempo que se redefinen las fuentes tradicionales de sostenimiento de las economías campesinas de origen (Pérez, 2003).

El incremento de los vínculos entre México y Estados Unidos, a lo largo de los años en que se ha pasado por las etapas de la migración indocumentada; bajo contrato durante los tiempos de los programas Bracero; y luego en el marco de la Ley de Amnistía de 1986, ha desencadenado un intenso momentum que ha permitido la permanencia y el crecimiento de los flujos migratorios. Los economistas denominaron a este fenómeno como "dependencia", y los sociólogos "causación acumulada o auto-sostenimiento de la migración" Los procesos que la sustentan son la acumulación del capital humano de los migrantes y la acumulación del capital social en las redes migratorias (Espinosa y Massey, 1997; Massey et al., 1998).

En estos procesos es importante la cantidad de conocimientos que posea el migrante y que ha acumulado a través de información específica, de lo estrecho de sus vínculos y de la cantidad de familiares que tenga en Estados Unidos, elementos que lo conducen a elevar las probabilidades de migración en el curso de su vida. Lo anterior sugiere que la migración puede incrementarse, incluso disminuyéndose las motivos económicos, para formar parte de una estructura social, es decir, que con el tiempo se crea una independencia de las causas originales del fenómeno y la migración como presión económica se reduce (Phillips y Massey, 2000: 33; Massey, Goldring y Durand, 1994: 1495; Massey et al., 1987).

La propuesta teórica de la causalidad acumulada plantea que con el tiempo la migración internacional tiende a mantenerse a sí misma, y que a mayor formación de redes y movimientos de migrantes es también mayor la generación y la acumulación de capital social (Zenteno, 2000; Massey et al., 1998: 48). Sin embargo, cabe puntualizar que los procesos de causalidad acumulada no son ad infinitum; las redes pueden llegar a un punto de saturación, donde la migración pierde dinamismo y se desacelera, como en las regiones tradicionales del occidente de México, que tienen un largo historial contribuyendo a los flujos (Massey et al., 1998: 48-49); mientras que en las regiones nuevas o emergentes, donde se presenta un proceso acelerado, aunque los migrantes posean menos capital social y humano, paradójicamente a pesar de sus redes débiles y en formación la migración se vuelve algo deseable y que se busca constantemente (Pérez, 2003).

 

Consideraciones finales

Si bien algunos factores que explican la presencia de la migración internacional en México son de carácter estructural, determinados por las condiciones económicas deterioradas de las poblaciones expulsoras y por los factores de atracción de los mercados de trabajo de los países desarrollados, una gran cantidad de estudios ya han abordado y dejado de lado las explicaciones y motivaciones sociales e individuales. Las perspectivas economicistas y funcionalistas han creado una visión hasta cierto grado limitada y hegemónica sobre el fenómeno, obviando la multiplicidad de condicionantes cambiantes y en constante negociación por parte de los migrantes.

Por todo lo anterior, consideramos de gran utilidad haber analizado la migración emergente entre México-Estados Unidos desde una perspectiva sociológica, a una escala microsocial que nos permitió dar cuenta de las interacciones entre los sujetos y comprender los sentidos de sus acciones, para abrevar al enriquecimiento de las explicaciones y conocimientos sobre las migraciones de fines del siglo XX y principios del XXI. Ha sido novedoso partir de un enfoque sociológico para conocer las dinámicas sociales de las comunidades de origen que nunca habían participado de la migración internacional, así como para entender las causales de la presencia del fenómeno y los mecanismos para acceder a los recursos tangibles e intangibles incrustados en las redes sociales tendidas entre México y Estados Unidos.

En momentos álgidos de la presencia de la migración emergente, las personas y los elementos simbólicos que circulan entre ambos países empiezan a formar parte del pensamiento y acción de los sujetos que tienen fija la idea de irse a Estados Unidos, y quienes para lograrlo tendrán que establecer vínculos con migrantes de retorno o que ya se encuentran en aquel país, o bien con familiares y conocidos, locales o regionales, que sí tengan esos vínculos para acceder a los recursos de las redes sociales, acciones que aceleran las dinámicas de interacción social en tiempos y geografías diversas.

En las localidades de origen la interacción entre migrantes y no migrantes genera la circulación de información, situaciones que se oyen y se cuentan en espacios de socialización específicos; elementos materiales que se ven, producto de la estancia de vida y trabajo en Estados Unidos, y que como hemos explicado a lo largo de este documento, influyen y orientan las acciones de migración de los otros. A partir de las acciones de otros los prospectos a migrar empiezan a planear y definir sus tiempos, estrategias y proyectos migratorios. En todo ello juegan un papel importante la acción de comunicar las ventajas de trabajar y ganar en dólares, a pesar de ser lugares muy distantes o de tener que ausentarse por muchos años; así como la representación simbólica de la materialización de la inversión de las remesas en construcciones de viviendas que tienen un efecto en el estímulo y en la aceleración e inserción de los sujetos sociales en los procesos de la migración internacional reciente.

Consideramos que en los momentos de gestación del fenómeno migratorio era pertinente acercársele desde una perspectiva sociológica, a nivel micro, para entender las acciones con sentido subjetivo en un marco de intencionalidad. Por ello fue parte central de nuestro análisis abordar las formas, intensidades e intenciones de la interacción y organización sociales a través de la formación de redes sociales en las que están incrustados recursos valiosos y estratégicos que reducen los riesgos y costos de la migración. Dimos cuenta de cómo entre México y Estados Unidos se han conformado circuitos migratorios por donde circulan personas, dinero, bienes e información, elementos que facilitan el crecimiento de la migración en el tiempo, pero no de manera armónica, pues en los orígenes de la migración pueden encontrarse, en algunos casos, procesos de selectividad y de exclusión al no brindarse ayuda y recursos de manera homogénea para quienes los requieren, pues se les da prioridad a familiares cercanos: hermanos, padres, cuñados, y sólo posteriormente a los amigos o conocidos.

Resaltamos el concepto de capital social, que nos permitió visualizar la importancia que tiene para los prospectos de migrante el hecho de contar, en su localidad o región, con familiares y amigos con experiencia migratoria, siendo relevantes tanto la cantidad de ellos como la calidad del vínculo establecido, porque eso les garantiza la obtención de recursos tangibles e intangibles de gran valía: información sobre el mercado de trabajo o sobre las condiciones de residencia; dinero para el pago del coyote en la frontera; y acceso a otros datos que les facilitan definir tiempos, acciones y decisiones en la concreción del acto migratorio.

Comprender el surgimiento y el desarrollo de la migración internacional emergente desde la perspectiva de la causalidad acumulada nos brindó elementos para comprender cómo ésta se autoperpetúa en el tiempo y se amplía a diversos sectores sociales, de comunidades cercanas y distantes, y cómo las redes se transforman pasando de las familiares a las de paisanaje y amistad; de las sociales a las migratorias.

Más allá de los factores de expulsión y sin restar su importancia a la perspectiva economicista, aquí nos dimos a la tarea de analizar el sentido de las acciones que motivan la decisión de migrar, como la mejora de las condiciones de salud, alimentación, vestido y educación de los hijos; la compra de tierra; la remodelación o construcción de la casa, que permiten un futuro más seguro y prometedor para la familia. La remesas han contribuido a perpetuar el fenómeno y han jugado un papel estratégico en la reproducción socioeconómica de las familias, de la economía campesina y de las localidades de origen, sin dejar de llamar la atención sobre la desigualdad social, el surgimiento de "nuevos ricos", el incremento del consumo conspicuo, situaciones que en ocasiones traen consigo problemas y diferencias sociales a nivel local. Es decir, que los procesos migratorios no están libres de conflictos, ni son algo armónico, sino que están insertos en dinámicas de negociación y redefinición constantes, con respuestas diferentes dependiendo del tiempo y espacio donde tengan lugar. Ha sido nuestra intención aportar a la comprensión y análisis de la migración emergente internacional desde una perspectiva sociológica. Esperamos haberlo logrado.

 

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