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Sociológica (México)
versión On-line ISSN 2007-8358versión impresa ISSN 0187-0173
Sociológica (Méx.) vol.23 no.68 Ciudad de México sep./dic. 2008
Artículos
El movimiento estudiantil de 1968 narrado en imágenes
Alberto del Castillo Troncoso*
* Profesor-investigador y coordinador académico de la Maestría en Historia Moderna y Contemporánea del Instituto José María Luis Mora. Correo electrónico: adelcastillo@mora.edu.mx
Fecha de recepción: 21/10/08,
Fecha de aceptación: 30/01/09
RESUMEN
Los estudios historiográficos sobre el movimiento de 1968 han subestimado casi siempre el papel de las fotografías y se han concentrado en otro tipo de documentos orales y escritos. En este artículo se realiza un ejercicio particular, siguiendo las coordenadas canónicas del 68, pero invirtiendo los parámetros convencionales para dar voz al testimonio de los fotógrafos y al uso editorial de sus imágenes. Esta lectura resulta de gran importancia para comprender los distintos ángulos de percepción con que fue registrado el movimiento y la manera en que se fue construyendo un imaginario colectivo que se fue reciclando hasta convertirse en unos cuantos íconos.
Palabras clave: Movimiento estudiantil, documento gráfico, imagen narrativa, subordinación, poderes fácticos.
ABSTRACT
Historiographic studies of the 1968 movement have almost always underestimated the role of photographs and concentrated on other kinds of oral and written documents. This article goes through a very special exercise, following the canonized coordinates of '68, but inverting the conventional parameters to give voice to the testimony of photographers and the editorial use of their images. This reading is very important for understanding the different angles from which the movement was recorded and the way in which a collective imaginary was constructed and gradually recycled until it distilled into a few icons.
Key words: student movement, graphic document, narrative image, subordination, de facto powers.
A Enrique Bordes
In Memoriam
INTRODUCCIÓN
Los estudios historiográficos sobre el movimiento estudiantil de 1968 han subestimado casi siempre el papel de las fotografías y se han concentrado en otro tipo de documentos orales y escritos.1
No se trata de que las imágenes hayan estado ausentes en la reflexión de cronistas, escritores, literatos y académicos en estos cuarenta años. El problema reside en que éstas han desempeñado un papel secundario, casi decorativo, para ilustrar las reflexiones y los planteamientos de los analistas.2
En términos generales, los historiadores coinciden en destacar los siguientes episodios como capítulos centrales del 68: la violencia de julio, cuyo principal tema fue el bazucazo con que el ejército derribó la puerta barroca de San Ildefonso, sede de la preparatoria 1; la marcha del rector Javier Barros Sierra y su condena de la violación a la autonomía universitaria; la ofensiva estudiantil de agosto, con el surgimiento del Consejo Nacional de Huelga; y las marchas multitudinarias del 13 y el 27 de aquel mes; la estrategia represiva del gobierno, que comenzó a instrumentarse en la ceremonia del desagravio a la bandera del día 28 de agosto y a lo largo del mes de septiembre, con las ocupaciones militares de Ciudad Universitaria y Zacatenco; y finalmente la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco.3
En este artículo realizaremos un ejercicio muy particular y seguiremos estas coordenadas canónicas del 68, pero invirtiendo los parámetros convencionales para dar la voz al testimonio de los fotógrafos y al uso editorial de sus imágenes. Esta lectura resulta de gran importancia para comprender los distintos ángulos de percepción con que fue registrado el movimiento y la manera en que se fue construyendo un imaginario colectivo que influyó en vastos sectores sociales y que se fue reciclando a lo largo de cuatro décadas hasta convertirse en unos cuantos iconos.4
La presentación de esta peculiar cronología pretende alejarse de los terrenos de la nostalgia conservadora para recuperar el espíritu lúdico y contestatario de un movimiento que puso las bases para una crítica del poder. La prensa se subordinó a las coordenadas políticas de un régimen de partido de Estado en 1968. La discrepancia ciudadana no fue tolerada por los gobiernos priístas, de una naturaleza autoritaria y corporativista, pero tampoco representó una reivindicación enarbolada por la mayor parte de los ciudadanos. Por ello, el trabajo de los fotógrafos resulta de capital importancia para comprender los claroscuros de la relación entre la prensa y el poder en aquellos años.
En la gran rebelión de maestros y ferrocarrileros que tuvo lugar en 1958 predominó una censura explícita que presionó a fotógrafos como Héctor García a publicar sus imágenes en revistas marginales, alejadas de los circuitos comerciales, y obligó a otros profesionales de la lente, como Rodrigo Moya, a guardar sus negativos durante cerca de medio siglo (Morales, 2005).
Por el contrario, lo que tenemos en el 68 es una vasta cobertura periodística que gira alrededor de la órbita de una autocensura con reglas políticas y culturales implícitas que se expresan sobre todo en el uso editorial de las imágenes.
Un indicador significativo de este proceso está representado por el destino editorial de las fotografías de tres autores clave del 58, como lo fueron Enrique Bordes Mangel y los mencionados Héctor García y Rodrigo Moya, en la nueva coyuntura del 68.
Bordes Mangel trabajaba para la agencia cubana Prensa Latina, creada por la revolución para contrarrestar el peso de las agencias estadounidenses. La fina mirada de este autor, atenta no sólo a rostros y gestualidades, sino a todo tipo de referencias simbólicas, carteles y graffitis incluidos, no pudo encontrar el espacio periodístico que permitiera dimensionar los alcances de lo que personalmente considero como verdaderos ensayos fotográficos sobre el movimiento y que actualmente pueden consultarse en su archivo.
Héctor García tuvo mejor suerte y su seguimiento fotográfico del 68 estuvo muy bien contextualizado por las crónicas de Carlos Monsiváis, el diseño de Vicente Rojo y las colaboraciones de otros autores como Carlos Fuentes y Juan García Ponce en espacios tan prestigiados como La cultura en México, el suplemento cultural de la revista Siempre! y la Revista de la UNAM.
Finalmente, Rodrigo Moya ya había colgado su cámara a nivel profesional para esa época, pero ello no le impidió realizar una cobertura rigurosa de las marchas del rector Barros Sierra y la manifestación multitudinaria del 13 de agosto, con algunas secuencias notables que dan cuenta de la gran calidad de su mirada documentalista y que permanecen inéditas en su archivo. El silencio gráfico de Bordes y Moya en la esfera pública nacional contrasta con la proyección de García como la lente privilegiada del movimiento en los siguientes años, lograda no sólo por la calidad del autor, sino por el posicionamiento obtenido en tales espacios editoriales.5
Ni la prensa ni las revistas ilustradas se comportaron de una manera homogénea o uniforme en el lapso que va del 22 de julio al 2 de octubre de 1968. Por el contrario, existen distintos matices y claroscuros que abarcan diversas posturas, que van desde la derecha empresarial anticomunista hasta los grupos radicales de la ultraizquierda, pasando por una gran variedad de opciones moderadas. En todos los casos, la subordinación y el alineamiento al Estado y los poderes fácticos, reflejados entre otras cosas en el control del papel y de la publicidad comercial, marcaron distintos niveles de comportamiento que se reflejan incluso al interior de cada periódico.6
De un mapa complejo y variado entresaco algunos ejemplos para ilustrar el planteamiento anterior: Excélsior, el diario que albergó en sus páginas la crítica informada de Daniel Cosío Villegas y de una pléyade de ilustres colaboradores como Froilán López Narváez, Enrique Maza y Hugo Hiriart, entre otros, que desmantelaron con sus reflexiones la naturaleza autoritaria del régimen de Díaz Ordaz, se caracterizó por publicar editoriales institucionales cautelosos y moderados, muy cercanos a la perspectiva oficial, con las notorias excepciones de la toma militar de Ciudad Universitaria y del 2 de octubre. En tal contexto, la cobertura fotográfica del diario, con fotógrafos como Aarón Sánchez, Miguel Castillo y Carlos González quien por cierto fue herido de un bayonetazo en Tlatelolco, respondió a este tipo de intereses y contradicciones, y desde esas coordenadas y parámetros hay que realizar la lectura de sus imágenes7 (Foto 1).
La revista Tiempo estaba dirigida por el laureado escritor Martín Luis Guzmán, quien desde tiempo atrás había sido cooptado por el Estado y resultó uno de los enemigos más acérrimos del movimiento, con el encargo oficial de satanizar a los estudiantes y de alimentar la teoría de la conjura antigubernamental a lo largo de aquellos tres meses. La paradoja consiste en que el director de esta revista contrataba los servicios de los hermanos Mayo, el colectivo de fotógrafos republicanos que hizo leyenda en la historia del fotoperiodismo nacional, quienes tenían un bagaje de izquierda que se diluyó a través de los feroces pies de foto anticomunistas que les endilgó el director de Tiempo8 (Foto 2).
La prensa, uno de los diarios de mayor circulación en aquella época, se alineó rápidamente con el discurso de las autoridades y se limitó a aderezar los boletines oficiales antiestudiantiles, convirtiéndolos en notas periodísticas. Su profusa cobertura abarcó el trabajo de diversos fotógrafos. Entre ellos, cabe destacar el caso de Enrique Metinides, el maestro de la nota roja en México en el siglo pasado, cuyas imágenes se exhiben actualmente como obras de arte en galerías y museos europeos y estadounidenses. Resulta muy significativo el rastreo del trabajo de este autor en las páginas de La Prensa, quien cubría simultáneamente los episodios estudiantiles y los casos policíacos cotidianos ocurridos en aquellos meses. La mirada del autor, especializado en narrar historias macabras y en destacar el papel de los "mirones" en accidentes y desastres de toda índole, aplica las mismas premisas de encuadre y composición al contexto del 68, subrayando los efectos de la represión9 (Foto 3).
La revista Life en español rescató la tradición de las grandes revistas ilustradas y fomentó la construcción editorial de secuencias narrativas que contaron con la mirada de eficientes fotógrafos mexicanos como José Dávila Arellano y Jesús Díaz, así como con el contexto de corresponsales como Bernard Diederich, que mantuvieron una cierta distancia respecto de las posturas oficiales que los vincula, en cambio, con algunos sectores de la opinión pública estadounidense y con el hecho no descartable de un cierto ajuste de cuentas del país del norte con la política exterior mexicana de la época. Los ejemplos abundan, pero la premisa es la misma: las coberturas son amplias y muy diversas y, como toda imagen, permiten lecturas diferentes. En este artículo vamos a destacar aquella que se refiere a los contextos editoriales y a los vínculos con el poder y sólo mantendremos una distinción importante entre periódicos y revistas: los primeros se orientaron a la cobertura cotidiana de las noticias, mientras que las segundas tuvieron el espacio y la pausa para construir narraciones y secuencias que dotaron de mayor contundencia a las imágenes (Foto 4).
LA DISPUTA POR LAS IMÁGENES
La primera etapa de lo que hoy conocemos como el movimiento estudiantil de 1968 comprende la última semana de julio y se caracteriza gráficamente por dos elementos: el exceso de la represión materializado a través del abuso policíaco y la presencia del ejército en el primer cuadro capitalino, por una parte, y el protagonismo de los adolescentes, estudiantes de preparatorias y vocacionales que se enfrentaron a los agentes del orden en forma violenta, arrinconados en sus planteles ubicados, con algunas excepciones, en el llamado barrio universitario del centro de la ciudad de México, por la otra. La crónica intensa de estos diez días de violentos enfrentamientos puede leerse en el trabajo clásico de Ramón Ramírez (1969) y en la posterior recopilación de Daniel Cazés (1993). En este lapso, las autoridades tejieron de manera vertiginosa la teoría de la conjura como la plataforma oficial desde la cual iba a leerse e interpretarse el movimiento, esto es, como parte de un complot internacional de carácter comunista y financiado desde el extranjero para boicotear los juegos olímpicos.
En términos generales, la prensa se alineó rápidamente con el discurso oficial y reprodujo boletines y declaraciones de las autoridades, predominando en esta primera etapa las figuras de dos militares: el regente de la ciudad, Alfonso Corona del Rosal, y el jefe de la policía capitalina, Luis Cueto.
De la diversidad del material fotográfico de esta etapa, contenido en periódicos y revistas, existen varios elementos a destacar: el acotamiento urbano al primer cuadro capitalino y el énfasis en la calle como escenario privilegiado de la trifulca y el enfrentamiento, pero también de las aprehensiones ilegales de los jóvenes a manos de civiles y uniformados; la temprana edad de los estudiantes protagonistas de este primer periodo, carne de cañón de las redadas oficiales, un punto que no debemos subestimar ya que todo el crecimiento acelerado del 68 en las siguientes semanas se monta sobre esta primera etapa; la militarización del espacio urbano mencionado y las primeras reacciones de curiosidad de la población frente a los tanques y vehículos militares motorizados; la represión como modus operandi de las fuerzas armadas, representada en forma límite por el llamado "bazucazo" con que el Ejército destruyó la puerta barroca del plantel universitario de San Ildefonso, un hecho negado sistemáticamente por las autoridades, pero que encontró un eco inmediato a través de las diversas visiones fotográficas publicadas al día siguiente del suceso, en un momento inicial en el cual las confiscaciones de rollos a los fotógrafos todavía no operaban en forma sistemática como consigna oficial entre los mandos civiles y militares. Casi todos los testimonios recogidos con los fotógrafos de la época coinciden en ubicar este episodio como el momento simbólico más representativo de esta primera etapa, que marca un salto cualitativo en el uso de la violencia por parte del Estado. Los estudiantes recogieron este hecho como uno de los acontecimientos fundadores que justificaron la existencia del movimiento e incorporaron las fotos del momento en sus periódicos murales en los días posteriores (Foto 5).
Entre muchos otros ejemplos, destaco algunos matices presentes en la narración de El Heraldo de México, dirigido por el empresario poblano Gabriel Alarcón, muy cercano a Díaz Ordaz y portador de toda una modernidad gráfica reflejada en la amplitud de su cobertura. Estas coordenadas contradictorias permanecerían a lo largo de los siguientes meses: por un lado, el conservadurismo expresado en la reproducción de las tesis anticomunistas y de la xenofobia, concentrada en la figura de los supuestos alborotadores extranjeros, entre los que destaca la bella neoyorkina Nikka Seeger, hija de uno de los cantantes de protesta más famosos de la época y, por el otro, la modernidad reflejada en la multiplicidad de miradas de una cobertura atenta a los distintos escenarios y representada por un grupo eficiente de cerca de diez fotógrafos que llegaron incluso a actuar juntos en algunos de los episodios (Foto 6).
Las revistas encontraron la pausa necesaria para la narración de los hechos como elemento distintivo, algo que por ejemplo ocurre en Life en español y su seguimiento testimonial del hostigamiento de un estudiante, con pies de foto que denuncian la prepotencia de los soldados, y una propuesta editorial que presenta un sugerente diálogo visual de las persecuciones policíacas en México y Francia, lo que demuestra una voluntad de leer los acontecimientos desde una perspectiva más amplia (Foto 7); en La cultura en México y el equilibrio que consiguió entre las imágenes de María y Héctor García y la crónica de Monsiváis (Foto 8); así como, finalmente, en la portada y en las páginas interiores de Por qué?, dirigida por el polémico periodista Mario Menéndez, que omite los créditos fotográficos, pero registra meticulosamente la represión y el encarcelamiento de los jóvenes desde una perspectiva muy particular, en la que se asume como el portavoz único de la verdad (Foto 9).
LA MARCHA DEL RECTOR
La construcción del guión paranoico de la teoría de la conjura elaborado la última semana de julio por parte de las autoridades gubernamentales, cuya existencia ha sido corroborada por investigaciones recientes basadas en la apertura de documentos oficiales desclasificados locales y extranjeros, no contó con una pieza del rompecabezas que no se ajustó en los días posteriores a los esquemas previsibles del comportamiento "políticamente correcto" de la clase política y su alineamiento previsible a los lineamientos del gobierno. 10
Lo anterior se refiere a la actuación del rector Javier Barros Sierra, quien a las pocas horas del atentado contra San Ildefonso izó la bandera a media asta en Ciudad Universitaria; pronunció su famoso discurso sobre la violación a la autonomía universitaria; y encabezó la primera marcha organizada de universitarios y politécnicos que posibilitó el surgimiento del Consejo Nacional de Huelga como órgano líder indiscutible e interlocutor único del gobierno. Fue tan eficaz la actuación política del rector en aquellas jornadas de los primeros días de agosto que detuvo por unos días el linchamiento gubernamental contra los jóvenes, operado en las páginas de la prensa, y abrió un breve paréntesis de tregua en la cobertura antiestudiantil de los diversos medios, que a su vez permitió el espacio político para la organización de los universitarios.
Debido a ello, este episodio representa uno de los eslabones más importantes en la lucha por el control y la difusión de las imágenes que tuvo lugar en el 68. La carga simbólica de las imágenes que retrataron al funcionario universitario más importante del país conduciendo una marcha pacífica por las calles de la ciudad hizo saltar a la rebelión estudiantil de los límites estrechos de la nota roja al primer plano de la discusión nacional.
La cobertura fotográfica de diarios tan conservadores como El Heraldo de México se detuvo en consignar en sus pies de foto detalles tan significativos como la carretada de aplausos con que los habitantes del multifamiliar Miguel Alemán, de la calle Félix Cuevas, saludaron el paso de la marcha desde los balcones de sus departamentos.11 Otros medios, regidos por coordenadas políticas similares, enfatizaron la dignidad de Barros Sierra y el transcurso pacífico y civilizado de los estudiantes cobijados bajo su liderazgo. Tal es el caso de La Prensa, que dejó a un lado por una ocasión los boletines oficiales gubernamentales para insistir en primera plana en que "millares de estudiantes y maestros encabezados por el rector efectuaron ayer una de las manifestaciones más grandes, pacíficas y ordenadas de que se tenga memoria".12 Toda una deferencia hacia los estudiantes, que no se volvería a repetir en las siguientes semanas.
La excepción de la jornada no provino de los grupos empresariales, tradicionalmente alineados con el gobierno, sino de algunos sectores de la ultraizquierda, representados en la revistas Sucesos y Por qué? Esta última propuso una cobertura gráfica de la marcha que denostaba a la figura del rector y en la que denunciaba en los pies de foto el "oportunismo" de Barros Sierra, reflejado supuestamente en la decisión del funcionario de no prolongar la manifestación hasta el Zócalo y doblar por la avenida Félix Cuevas de regreso al campus universitario13 (Foto 10).
Con base en la existencia de este tipo de coincidencias entre esta revista y la postura de las autoridades, algunos líderes del movimiento, como Gilberto Guevara Niebla, han sugerido la existencia de un vínculo entre su director y la Secretaría de Gobernación (Guevara Niebla, 1988: 69). En lo personal, y ateniéndome a la edición fotográfica, me parece que más allá de la supuesta infiltración gubernamental en las páginas de Por qué?, lo realmente importante consiste en subrayar la similitud de las posturas de los sectores más radicales del movimiento con el discurso oficial. Una coincidencia inquietante, que se mantuvo a lo largo de las siguientes semanas y constituyó un factor de peso en las decisiones del Consejo Nacional de Huelga. Esa, en efecto, es una de las lecturas posibles que se desprende del manejo editorial de algunas de las fotografías publicadas en la revista dirigida por Mario Menéndez.14
Por su parte, María García una de las pocas fotógrafas del 68 realizó una interesante cobertura del episodio, sobreponiéndose a la hostilidad de algunos de sus compañeros de gremio, no habituados a la competencia femenina. La secuencia de sus imágenes fue publicada en La cultura en México en el contexto crítico de la crónica de Carlos Monsiváis, que las potenció editorialmente como parte de la iconografía del 68 en los años posteriores (Foto 11).
Finalmente, Rodrigo Moya, quien a mediados de 1968 comenzaba una nueva aventura como editor de una revista, se incorporó a la marcha en calidad de ciudadano y obtuvo vistas diversas de la manifestación a través de su fotografía envolvente, que tuvieron como destino el anonimato de su archivo, lugar en el que hibernarían durante cuatro largas décadas (Foto 12).
LA MARCHA DEL 13 DE AGOSTO
La marcha del 13 de agosto representa lo mejor del espíritu irreverente, festivo y contestatario del 68. Se trata de la primera demostración masiva del Consejo Nacional de Huelga, un organismo creado apenas una semana antes y, por lo tanto, fuera del control corporativo del gobierno y alejado en ese momento de su aparato de inteligencia.
Es difícil imaginar a cuarenta años de distancia la subversión implícita en el hecho de que un organismo sin membrete oficial organizara una manifestación de 150 mil personas sin pedir el permiso correspondiente a las autoridades; se dirigiera en sus volantes al pueblo de México, haciendo caso omiso de la figura del Ejecutivo y, para colmo, pretendiera desembocar en el espacio sagrado del Zócalo capitalino, reservado para las marchas de apoyo al "Señor Presidente".
La cobertura fotográfica fue muy amplia y abarcó a la prensa en su conjunto. Había pasado ya la tregua correspondiente a la marcha del rector, y los periódicos empresariales, como El Sol de México y El Heraldo, y otros más cercanos a la perspectiva oficial, como La Prensa, volvieron a ajustarse a las coordenadas previsibles que buscaban desacreditar el movimiento y vincularlo con intereses comunistas y extranjeros. Sin embargo, los matices y diferencias abundan, y así también tenemos la cobertura de periódicos como Excèlsior y El Día, que informaron sobre la jornada con sesgos ideológicos menos evidentes y desplegaron una cobertura fotográfica amplia, en la que todavía no se imponía la lectura oficial de los hechos.
En este apartado vamos a presentar dos miradas contrapuestas, que observaron detenidamente la marcha con resultados y finalidades muy distintas. Ambas habían permanecido hasta hace poco tiempo en el anonimato, también por razones diferentes. La primera es el resultado del ejercicio del poder ordenado por Luis Echeverría Álvarez, el secretario de Gobernación, y la segunda es la recreación gozosa de un ciudadano de a pie, que decidió unirse a la marcha por voluntad propia.
Manuel Gutiérrez, mejor conocido como "Mariachito", era un personaje conocido en el gremio de los fotoperiodistas en la primera mitad de la década de los sesenta por sus colaboraciones en el tema de las notas de sociales y los deportes en la prensa convencional. Lo que no todos los colegas sabían es que Gutiérrez había sido contratado un par de años antes por Echeverría, y que éste le había asignado la labor de registrar meticulosamente todas las acciones de la rebelión estudiantil, cuestión que "Mariachito" realizó con todo profesionalismo, como puede verse en el archivo fotográfico que su familia vendió a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) a la muerte del fotógrafo.
La marcha del 13 de agosto ocupa un lugar relevante en el archivo. Gutiérrez se ubicó en uno de los balcones del hotel "Del Prado", en la avenida Juárez, y desde ahí observó el paso de la marcha con la precisión milimétrica del científico que registra con su microscopio cada instante de su objeto de estudio. Entre las distintas secuencias sobresale una que también llamó la atención de la prensa y que fue utilizada por algunos sectores para desacreditar al movimiento: un grupo de estudiantes va cargando una manta con la figura del "Che" Guevara, precedido de cuatro muchachos que cargan desafiantes un ataúd con un letrero que señala que no hay ningún cuerpo en su interior porque el ejército había incinerado todos los cadáveres. Uno puede consultar el trabajo de Gutiérrez en el Archivo Histórico de la UNAM y revisar esta secuencia de imágenes casi en forma cinematográfica: la manta, que al principio es un punto perdido en el horizonte, va avanzando lentamente hasta pasar casi por debajo de la lente de "Mariachito", justo a un costado de la marquesina del cine "Prado", que se mantiene como mudo testigo de los hechos.15
El resultado final es una mirada fría y distante, ubicada en un lugar inmóvil, que registra claramente los rostros de los estudiantes y el contenido de sus carteles y grafittis, y que posteriormente fue utilizado por los servicios de Gobernación para la identificación de detenidos y demás labores de inteligencia (Foto 13).
Rodrigo Moya fue uno de los fotógrafos documentalistas más importantes del México de mediados del siglo pasado. Como se señaló anteriormente, en febrero de 1968 colgó su cámara a escala profesional, cansado de la falta de opciones para su gremio y del verticalismo y autoritarismo del régimen de partido de Estado en que le tocó laborar en aquellos años. La rebelión de agosto lo sorprendió como a tantos otros ciudadanos hastiados del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y decidió cubrir algunos de los episodios estudiantiles. Para ello contaba con una enorme experiencia, ya que era el autor del registro fotográfico más amplio que existe sobre las rebeliones estudiantiles, magisteriales y ferrocarrileras que pusieron en jaque al sistema entre 1958 y 1960 (Del Castillo, 2006).
Moya registró con pasión la marcha. Con la cámara en movimiento, que definió su estilo envolvente, cubrió lo mismo la vanguardia que la retaguardia, se adelantó a la manifestación para cubrir las primeras filas, se subió a los edificios para obtener tomas en picada, y al final se integró a la celebración de la multitud en el Zócalo.
Entre otras secuencias, rescatamos la imagen de la quema del gorila de papel maché que llevaron a cabo los estudiantes en la plaza y junto a Palacio Nacional en aquella noche festiva. El simio representaba en lo inmediato al general Cueto, el odiado jefe de la policía capitalina. En el plano simbólico, se trataba de la quema carnavalesca del gorila mayor que gobernó a México durante aquel sexenio. En lo personal, considero que estamos frente a una de las fotografías que sintetiza con mayor fortuna el tono lúdico y desafiante del poder que caracterizó al movimiento estudiantil en aquel agosto, una atmósfera que poco a poco fue desplazada por el temor y la represión en los meses siguientes (Fotos 14 y 15).
LA MANIFESTACIÓN DEL 27 DE AGOSTO
La espectacular marcha del 27 de agosto marcó el punto más alto en la capacidad organizativa del movimiento estudiantil. También exhibe de manera dramática sus límites y fisuras; los primeros errores en la conducción del Consejo Nacional de Huelga; la sombra de los servicios de inteligencia gubernamentales; y la estrategia mediática de las autoridades, que optaron por el control cada vez más directo de las coberturas fotográficas cotidianas y permitieron la existencia de espacios alternos marginales a través de la publicación de algunas imágenes en algunas revistas ilustradas semanales de alcances limitados.
La última semana de agosto parecía propicia para la negociación entre el gobierno y el Consejo Nacional de Huelga (CNH). El primero se había comunicado telefónicamente el 22 de aquel mes a través de la Secretaría de Gobernación con algún representante del Consejo para manifestar su disposición para abrir algunos de los puntos del pliego petitorio a la discusión. La respuesta del máximo órgano estudiantil fue convocar a una segunda marcha multitudinaria el día 27 y exigir la realización de un diálogo público entre los representantes gubernamentales y una comisión de 36 representantes del Consejo, seis por cada uno de los puntos del pliego petitorio, con una cobertura periodística y radiofónica en vivo del episodio. La expectativa del encuentro se mantuvo en la esfera pública durante varios días y se esfumó en la madrugada del 28 con la intervención de las fuerzas armadas para dispersar la guardia que los estudiantes decidieron montar en el Zócalo para exigir el diálogo público con Díaz Ordaz el día del informe y con la evidente articulación de una estrategia represiva gubernamental ejecutada en las horas posteriores al desalojo.
La marcha del 27 partió del Museo Nacional de Antropología y desembocó en el Zócalo. Reunió a cerca de 300 mil personas y transcurrió en términos pacíficos, exhibiendo el enorme poder de convocatoria logrado por el Consejo en apenas tres semanas de existencia. En el mitin se leyeron varios discursos y durante el transcurso del mismo se izó en el asta bandera un trapo rojinegro en sustitución del lábaro patrio. Al final, Sócrates Campos Lemus, uno de los líderes estudiantiles, arengó a la multitud y propuso la provocadora idea de dejar una guardia de tres mil estudiantes para exigir el diálogo público con Díaz Ordaz en el Zócalo capitalino el día del informe presidencial. Cerca de la una de la mañana intervino el ejército para dispersar a los estudiantes y recuperar el control de la plaza.16
La cobertura de la prensa sobre la marcha, que en esta ocasión mostró su perfil de manera más clara y contundente, con vínculos más sólidos de colaboración con el gobierno, se alineó a la estrategia gubernamental y a la teoría de la conjura.
Lo primero que llama la atención es que la mayor parte de los periódicos dieron prioridad al capítulo del desalojo de los estudiantes del Zócalo a la una de la mañana como nota principal, desplazando la información gráfica sobre la marcha a las páginas interiores. De esta manera, el gobierno capitalizó la torpe decisión política del CNH sobre la permanencia de una guardia de estudiantes en el Zócalo. Como en un operativo previo concertado entre la prensa y el Estado, se minimizó el peso político de la enorme manifestación y se centró la atención en la provocación de los estudiantes. Si tomamos en cuenta que el cierre de la incorporación de fotos se realizaba en condiciones normales a las once de la noche, llama la atención la disposición de la prensa en su conjunto a utilizar un material que registró acciones ocurridas entre la una y las tres de la mañana. Se trata de un hecho que sólo puede explicarse por la preeminencia de determinados factores políticos y la instrucción de ciertos lineamientos gubernamentales a los directores y dueños de los medios (Foto 16).
El caso límite que ilustra esta confluencia de intereses es el que se refiere al episodio de la inclusión en las primeras planas de la fotografía del mitin nocturno con el asta bandera luciendo el trapo rojinegro, que fue publicada por casi toda la prensa como parte de un operativo inducido desde la Presidencia de la República, como lo muestra la correspondencia sostenida al respecto entre Gabriel Alarcón, el director de El Heraldo, y Díaz Ordaz, en la que el primero informa al presidente que ha comunicado a otros directores de periódicos sobre la pertinencia de utilizar dicha imagen para contrarrestar la influencia del movimiento, entre otras medidas concertadas como parte de una estrategia mediática antiestudiantil, según consta en una documentación abierta hace algunos años a la consulta pública en el Archivo General de la Nación (Fotos 17 y 18).
La prensa convencional uniformó como nunca antes su cobertura de los hechos. En periódicos como El Heraldo, El Sol de México, El Universal y La Prensa se cabeceó en los titulares la operación del desalojo y se publicaron imágenes parecidas de las mantas del "Che" Guevara y los carteles con el retrato de Demetrio Vallejo como pruebas documentales negativas para desacreditar al movimiento, toda vez que en el interior de los textos se insistía en la ausencia de argumentos académicos por parte de los estudiantes. La gigantesca marcha juvenil quedó, con todo su poder de convocatoria, opacada en la percepción pública por el énfasis de los medios en la irracionalidad de la presencia de una guardia estudiantil permanente junto a Palacio Nacional y en la eficiencia del operativo militar del desalojo respectivo.
Un espacio alterno puede encontrarse en algunas revistas ilustradas, con modalidades ideológicas distintas. Life en español tomó distancia de las posturas oficiales, al señalar que los gobiernos latinoamericanos descalificaban de inmediato a las movilizaciones sociales etiquetándolas como "comunistas", y en cambio señaló que el móvil verdadero de la rebelión había que encontrarlo en la naturaleza autoritaria de un "régimen de partido revolucionario único". En esta lógica, la revista publicó una fotografía panorámica de la marcha a su paso por la avenida Juárez, captada desde la Torre Latinoamericana, lo que le permitió dimensionar una protesta cívica que calculó en 200 mil personas17 (Foto 19).
Por su parte, La cultura en México, el suplemento de la revista Siempre!, publicó una secuencia de varias imágenes de la marcha a cargo de Héctor García, en las que se destacaba tanto a la multitud como distintos aspectos de la manifestación, recuperando su carácter cívico y propositivo, con una mirada documental propia. Esta crónica visual estuvo contextualizada por la mirada irónica de Carlos Monsiváis, que intercaló párrafos con argumentos y distintas opiniones sobre el movimiento, entre las que se podía encontrar la defensa servil del gobierno a cargo del periodista Carlos Denegri junto a posturas mucho más perspicaces y certeras, como las de Daniel Cosío Villegas, quien cuestionaba con enorme lucidez la politización y el nivel académico real del estudiantado18 (Foto 20).
LA CEREMONIA DEL DESAGRAVIO Y LA OFENSIVA GUBERNAMENTAL
El desalojo militar de la guardia estudiantil montada en el Zócalo la madrugada del 28 de agosto marca el inicio de la ofensiva gubernamental. Las declaraciones de Fidel Velázquez, el eterno líder de la Confederación de Trabajadores de México (CTM) en torno a que la represión era "urgente y necesaria", o la golpiza recibida por el profesor Heberto Castillo a las puertas de su casa, fueron sólo algunos de los signos de los nuevos tiempos. Entre otros muchos vamos a destacar los tres episodios siguientes: la lucha por el control de los símbolos patrios; los francotiradores y el despliegue de los tanques; y la incorporación mediática de las mujeres al conflicto estudiantil.
El primero se refiere a la ceremonia del desagravio convocada por el gobierno y ejecutada por centenas de trabajadores del Estado. La cobertura del episodio fue registrada puntualmente por la mayor parte de los periódicos. Las primeras planas de La Prensa y El Heraldo sintetizan el sesgo nacionalista que se le imprimió al momento. Se trataba de proyectar la imagen de un mitin multitudinario opuesto al de la noche anterior, en el que se exaltaban la figura del presidente; a los trabajadores leales al gobierno, definidos como los "auténticos" representantes del pueblo; y el rescate del lábaro patrio, en contraposición a los estudiantes y sindicalistas alborotadores y su manejo ilegítimo de la insignia huelguista rojinegra. Los pies de foto subrayaban las declaraciones de la Presidencia y la defensa militar con respecto a la existencia de "una sola bandera" para los mexicanos, lo que pretendía convertir a los estudiantes y sindicalistas independientes en traidores seguidores de otros símbolos ajenos a la idiosincrasia nacional.19
El contexto patriótico se dio con la presencia, ese mismo día, del presidente en un congreso realizado por la Confederación Nacional Campesina (CNC) en Bellas Artes. En ese acto Augusto Gómez Villanueva, el líder priísta de la CNC, pronunció un discurso en el que subrayó que los campesinos mexicanos enarbolaban con mano firme la bandera y en el que calificó a los estudiantes como traidores a la patria, delineando los parámetros desde los cuales el gobierno calificaba a la disidencia política.
La fotografía publicada en los periódicos del licenciado Díaz Ordaz posando con los dirigentes de la clase política mexicana bajo el mural de Bellas Artes constituye una de las imágenes con una carga simbólica más expresiva, que aporta la clave para descifrar el ambiente político del momento: el partido en el poder se consideraba a sí mismo como el único heredero de la Revolución Mexicana y entre sus atributos presuponía el legítimo ejercicio de la violencia contra sus enemigos. Un par de días después el propio presidente verbalizaría estas ideas en su informe de gobierno (Foto 21).
El segundo episodio que abordamos se refiere a los distintos reportajes fotográficos publicados en la prensa sobre el enfrentamiento de los estudiantes y la población civil con los soldados y los tanques en el Zócalo, en lo que constituye uno de los acontecimientos con un mayor número de imágenes publicadas acerca del 68. Como nunca antes, la fotografía aislada le dejó su lugar a la secuencia y con lo que contamos hoy es con una crónica visual amplia y diversificada sobre los sucesos. El énfasis del momento, expresado a través de los pies de foto, recae en la denuncia de los alborotadores y en los esfuerzos del ejército para imponer el orden.20
A cuatro décadas de distancia, estas mismas imágenes representan un crudo testimonio de la militarización del primer cuadro capitalino y de la voluntad del poder de traspasar los límites de la legalidad, ingresar de lleno en el terreno de la criminalidad y proyectar una atmósfera de terror entre la población. Carlos Mendoza ha documentado con elocuencia la existencia de francotiradores gubernamentales apostados en el edificio de la Suprema Corte de Justicia y en el hotel Majestic, entre otros puntos estratégicos del primer cuadro, que convierten el macabro espectáculo en una práctica de tiro al blanco que anuncia las terribles jornadas de septiembre y octubre (Foto 22).
El tercero aspecto tiene que ver con la incorporación del sector femenino como protagonista de los hechos en distintas trincheras. Se trata de una cuestión muy singular, pues la mayor parte de los registros fotográficos se refieren en forma exclusiva a los varones. Por un lado, pueden verse las fotos de las "mujeres del pueblo", publicadas en el Magazine de policía, el espacio periodístico alterno de Excélsior para competir con los diarios populares, que intervinieron en las marchas y que comenzaron a adquirir una fuerza importante en algunos reportajes sobre la disidencia estudiantil y, por el otro, las imágenes de las mujeres de la "Acción Católica Mexicana" proyectadas editorialmente por el diario La Prensa, quienes realizaron una ceremonia de desagravio para protestar por lo que ellas consideraban como la profanación de la catedral llevada a cabo por los estudiantes la noche del 27 al iluminar la iglesia y repicar sus campanas, reuniéndose afuera de las puertas del sagrado recinto para protestar contra estos hechos y avanzar de rodillas al altar del perdón.
Esta confrontación particular de imágenes tiene una gran importancia en la medida en que nos muestra la existencia de tensiones y de conflictos en la narración de la prensa. Por debajo de los tópicos políticos centrales subyacen otros escenarios culturales secundarios que nos permiten trazar con mayor claridad algunos de los matices que conforman estas batallas ideológicas enmarcadas en las fotografías de prensa21 (Fotos 23 y 24).
Los tres niveles de la crónica visual esbozados anuncian un vuelco en las festivas jornadas de agosto y presagian un incremento de la represión por parte de las fuerzas gubernamentales y una mayor polarización social. La precaria posibilidad de un diálogo esbozada los días anteriores se esfumó en forma definitiva con la utilización de las fuerzas armadas, los francotiradores y la apropiación de los símbolos patrios por parte de un gobierno que avanzaba hacia la celebración de los juegos olímpicos arropado por la coraza de una ideología nacionalista defensiva que ponía en entredicho sus pretensiones retóricas de cosmopolitismo y modernidad.
La ceremonia del IV Informe se convirtió en el espacio mediático más propicio para exaltar la figura del presidente y subrayar la legitimidad de un sistema político que había sido cuestionado como nunca antes en las semanas anteriores. En toda la prensa se resaltaron los rasgos de firmeza y seguridad de Díaz Ordaz , asociándolos con la necesidad de reinstaurar el orden, dando todo tipo de detalles gráficos y escritos acerca de la recepción festiva del discurso presidencial por parte de la clase política en su conjunto, que lo vitoreó y lo interrumpió con aplausos en múltiples ocasiones. Se trata del mismo discurso que abordó durante una hora el conflicto estudiantil ignorando sus causas, denigrando a sus líderes y cancelando en forma definitiva cualquier posibilidad de diálogo.
LA MARCHA DEL SILENCIO
La manifestación del silencio constituye la última respuesta organizada y multitudinaria del movimiento que puso en jaque a la estrategia represiva de Díaz Ordaz. Fue concebida y planeada por el CNH como una respuesta simbólica al amenazador discurso presidencial y a la campaña de temor y linchamiento instrumentada como caja de resonancia del informe en casi todos los medios. La marcha partió del Museo de Antropología frente a un impresionante operativo policíaco y reunió a cerca de 250 mil personas. El signo distintivo del episodio consistió en la ausencia de gritos y consignas, que algunos marchantes remarcaron con el uso de telas adhesivas y esparadrapos. En la óptica de sus organizadores, se trataba de contrastar un digno silencio con la vacía retórica desplegada en las últimas dos semanas por el gobierno y sus aliados. A cuarenta años de distancia se le considera el acto simbólico más importante del movimiento, aquel que representa en su mejor medida la defensa y reivindicación ciudadana de un Estado de derecho (Hiriart y Bellinghausen, 1988).
La estrategia de la inmensa mayoría de los periódicos consistió en minimizar la importancia de la marcha y acotarla dentro de un perfil bastante bajo, en el que las coberturas fotográficas disminuyeron considerablemente e incluso fueron, en ocasiones, desplazadas a las páginas interiores, vinculándose en algunos casos de manera por lo demás significativa este episodio con la violenta llegada del ciclón "Naomí", que causó severos destrozos en el estado de Sinaloa.
La excepción más notable está representada por la revista Por qué?, de Mario Menéndez, la cual le dedicó un amplio reportaje fotográfico de treinta imágenes que describen la participación de diversos contingentes entre los cuales destacan varios acercamientos al grupo de la Unión Nacional de Mujeres Mexicanas y narran paso a paso la jornada cívica que desembocó en el Zócalo. El corpus gráfico está debidamente contextualizado por un texto de Heberto Castillo, quien con un tono didáctico y mesurado sostiene una defensa del movimiento con referencias constantes a la Constitución, lo que define las coordenadas legales desde las cuales pueden leerse estas imágenes. A mediados de septiembre, en medio del linchamiento mediático gubernamental, este reportaje representa el punto de vista alterno más significativo de todo lo que se publicó sobre esta marcha en su momento22 (Foto 25).
La precaria posibilidad de la realización de un diálogo público se fue diluyendo en las semanas posteriores al informe presidencial con la aplicación de una estrategia gubernamental que incluyó, entre otros factores, la utilización de las fuerzas armadas, francotiradores y otros agentes clandestinos; la fragmentación de las demandas estudiantiles en diversas ventanillas y dependencias burocráticas; el control de los medios y la supresión de las referencias noticiosas del movimiento y, finalmente, pero no menos importante, la apropiación de los símbolos patrios en torno a la figura del presidente. De esta manera, el gobierno avanzó en el mes de la patria hacia la celebración de los juegos olímpicos arropado por la coraza de una ideología nacionalista defensiva, que ponía en entredicho sus pretensiones retóricas de cosmopolitismo y modernidad.
LA OCUPACIÓN MILITAR DE CIUDAD UNIVERSITARIA
La ocupación de Ciudad Universitaria (CU) ocurrió el 19 de septiembre y fue justificada como una medida dolorosa pero necesaria por la mayor parte de la prensa capitalina. Las reacciones entre la intelectualidad fueron diversas. Mientras Salvador Novo declaró que se había desayunado con la mejor noticia recibida en mucho tiempo, Daniel Cosío Villegas escribió que se trataba de una medida irracional y contraproducente, pues obligar a los jóvenes a salir a las calles en una ciudad virtualmente tomada por las fuerzas armadas era una acción que rayaba en la estupidez. En la Cámara de Diputados el locutor Luis M. Farías, presidente de la Gran Comisión, felicitó al rector y le aseguró que debería de estar agradecido con el gobierno por haberle recuperado las instalaciones de su universidad. El propio Barros Sierra declaró que la ocupación había significado un uso de la fuerza desmedido que la UNAM no merecía y un par de días después renunció a su puesto, argumentando que no le importaban las críticas de algunas personas menores, sin autoridad moral, pero que obedecían inequívocamente a la voluntad presidencial.
Un testimonio obtenido recientemente en una entrevista personal con Daniel Soto, el jefe del Departamento de Fotografía de El Universal, confirma que la cobertura mediática del episodio no fue otra cosa que un operativo de Estado diseñado en la Secretaría de Gobernación, de donde partió a las 22:00 horas la comitiva oficial con los fotoperiodistas hacia el territorio universitario. Una vez en el campus se organizaron varios tours para los profesionales de la lente, que incluyeron una visita guiada a las aulas con letreros y grafittis irreverentes y obscenos; la exhibición de una serie de botellas vacías con estopas que representaban el "peligroso" arsenal de bombas molotov decomisadas a los estudiantes y, lo más revelador, el despliegue de cientos de jóvenes obligados a permanecer acostados con los brazos extendidos en la explanada.23
Una vez concluida la sesión fotográfica dirigida se conminó a los fotógrafos a abandonar CU, pero Daniel permaneció unos minutos captando imágenes y cuando quiso salir del territorio universitario la pinza se había cerrado y se topó con una impasible (e impasable) valla de soldados que le cortó la ruta hacia el exterior. Entonces se produjo una escena digna de Costa Gavras, que en realidad es una alegoría de la resistencia civil contra el autoritarismo de Estado y que el propio Soto describe con las siguientes palabras:
No nos dejaban salir, y ya eran casi las 12:30 y había que entregar el material; entonces en lo que es la avenida Insurgentes, ahí estaba el cordón de soldados y uno tratando de salir hablando con ellos, pero no: ¡aquí no pasas!, tenemos órdenes de que nadie sale. "Oigan, pero somos periodistas, ¡ustedes nos trajeron!" Pues no, no sabemos nada de eso, ¡y aquí no pasa nadie! Y en eso pasó uno de los muchachos que trabajaba como fotógrafo, que estaba del otro lado de la valla. Yo ya había quitado mi rollo de la cámara, lo traía en la mano y le dije: "¡quiubo!, ¿qué haces aquí?" Nada, ando por aquí a ver si puedo entrar; "No le digo, ¿cómo te va?"; Y le dí la mano, y le pasé mi rollo. Él sintió el rollo e inmediatamente entendió de que se trataba; y le dije: "¡ándale, vete rápido!" Se fue y entregó todo ese material".24
No todos los fotógrafos corrieron con la misma suerte. En el caso del joven de veinte años llamado Aarón Sánchez, que trabajaba en Excélsior y se había destacado por la obtención de algunas imágenes importantes sobre las marchas estudiantiles publicadas en los periódicos Excélsior y en el Magazine de Policía, la noche del 18 de septiembre resultó nefasta, ya que los militares le decomisaron todo su material fotográfico. En una entrevista reciente con quien escribe, Sánchez explica los hechos y asume las consecuencias de su novatez:
Al hacer fotografías de la tropa en la Universidad me detuvieron los soldados, y me llevaron con el general, que me quería quitar la cámara, o cuando menos los rollos. Entonces le dije: "¡Oiga general!, mire, ¡yo soy de Excélsior! Este es un trabajo serio, ¡no vamos a hacer escándalo!, por favor, ¡no me vaya a quitar el rollo!; es más, mire, tengo una colección de fotos en mi coche de lo que ha venido sucediendo, para que vea lo que hemos venido fotografiando". A ver, ¡tráelas! Entonces me mandó con unos soldados a mi coche, porque yo estaba haciendo una colección de fotos y debo de haber tenido unas trescientas fotos en la cajuela del carro de todo lo que ya había sucedido, y entonces me dijo: Mira, vamos a hacer una cosa, préstame tus fotos y se las voy a enseñar al presidente, y mañana te las devuelvo y te dejo ir. Pues con eso de que te dejo ir, le dije: "¡órale pues, general!" Por supuesto, nunca me las regresaron".25
Los testimonios orales y fotográficos de Daniel Soto y de Aarón Sánchez, junto con los de otros destacados profesionales, como Enrique Metinides, Rodrigo Moya, Enrique Bordes Mangel, y María y Héctor García integraron una parte significativa de la exposición "Miradas sobre el 68" que se exhibió en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco entre septiembre y diciembre de 2008. Las versiones de todos ellos enriquecen y diversifican los puntos de vista sobre los hechos del 68 y pueden consultarse en los acervos de dicho museo.
La cobertura fotoperiodística de la ocupación de CU muestra el grado de injerencia del Estado en los contenidos de la prensa y se produce en momentos en los que la salida represiva había ganado la partida en la voluntad presidencial y en sus círculos más cercanos. Los subsecuentes episodios de las tomas violentas del Politécnico y de Zacatenco así lo demuestran. Los usos editoriales de las fotografías se acotaron, por lo general, a las coordenadas de esta estrategia represiva.
Las imágenes incómodas se omitieron (algunas han venido publicándose en los últimos años) y el resto fueron presentadas con pies de foto adecuados y convenientes para el guión oficial, aunque debe tomarse en cuenta el espacio alternativo representado por algunas revistas ilustradas que tomaron una cierta distancia de los parámetros gubernamentales.
Un ejemplo emblemático de lo anterior está representado por algunas de las imágenes del colectivo español republicano de los Hermanos Mayo, que fueron publicadas por la oficialista revista Tiempo, dirigida por Martín Luis Guzmán, el laureado escritor de la Revolución Mexicana que aplaudió la intervención militar en Ciudad Universitaria, y que fueron retomadas en secuencias más amplias en la revista Por qué?, de Mario Menéndez. La mirada del editor se impuso en lo inmediato a la impronta de los fotógrafos y fortaleció la versión oficial en el primer caso, mientras que la elección editorial de una secuencia de imágenes del mismo hecho contextualizada por pies de foto críticos permitió otra lectura en el segundo ejemplo. A cuarenta años de distancia este importante corpus de imágenes puede leerse desde distintas perspectivas.
LA BATALLA DEL POLITÉCNICO
Entre el 21 y el 24 de septiembre se registraron algunos de los episodios más violentos del 68, que exhibieron no sólo la voluntad represiva del gobierno y la coordinación de policías y granaderos con agentes de los órganos de seguridad y las fuerzas militares, sino la capacidad organizativa de un sector de la población que se resistió activamente a estos operativos y emergió por primera vez como protagonista de los hechos.
Los operativos más relevantes fueron los enfrentamientos con civiles en la unidad Nonoalco-Tlatelolco y las tomas violentas de la Vocacional 7, Zacatenco y el casco de Santo Tomás. Todos ellos configuraron una franja urbana particularmente conflictiva para el gobierno, una zona claramente delimitada al norte de la ciudad que no compartía el perfil pintoresco de la ciudad olímpica seductora y cosmopolita trazada por los diseñadores gubernamentales para los turistas, como lo han mostrado en forma elocuente Daniel Inclán y Carlos Hernández en un documental reciente (Inclán y Hernández, 2007).
Los diarios empresariales, como El Heraldo y El Sol de México, le apostaron a una modernidad gráfica representada por reportajes fotográficos amplios, convenientemente acotados por pies de foto antiestudiantiles. Los directores de ambos medios, Gabriel Alarcón y José García Valseca, personajes cercanos a la Presidencia, desplegaron importantes secuencias de imágenes con registros capturados por cerca de quince fotógrafos, entre los que destacaban Ernesto Valenzuela, Ismael Casasola, Ramón Guzmán y Porfirio Cuautle, que superaron ampliamente a sus competidores y rivales. La diversidad visual contrasta con la uniformidad de la información escrita. Las condiciones de recepción admitieron diversas posibilidades, que abarcaron desde a los fieles padres de familia como lectores previsibles de la publicación, hasta la revisión callejera de peatones y transeúntes en kioscos y puestos de periódicos, que se formaban su propia opinión de los sucesos a partir de otros intereses.
Estas narraciones se detenían, por lo general, en subrayar los aspectos de la detención de los jóvenes "subversivos" a manos de las fuerzas del orden, pero también intercalaban escenas que mostraban una ciudad violenta, con territorios en disputa que desmentían los discursos oficiales en torno a la paz y la tranquilidad reinante en el país. En el reportaje de El Heraldo que mostramos en este espacio puede verse a los soldados parapetados entre los pupitres o acechando en posiciones de combate junto a civiles y judiciales que se protegen al lado de un camión durante la toma del Poli. El fotógrafo acompaña a los militares en el asalto urbano y proyecta en todo momento el punto de vista de las fuerzas armadas26 (Foto 26).
La prensa amarillista y sensacionalista ha estado vinculada con los intereses gubernamentales desde el inicio del fotoperiodismo, tal como puede verse en el caso fundador de El Imparcial, un periódico que a pesar de la pretensión de neutralidad que sugería su título en realidad era un importante vocero de la clase dominante porfiriana a principios del siglo pasado.
En los años sesenta, periódicos como La Prensa y Alarma disponían de los tirajes más amplios y ocupaban un lugar importante en las preferencias populares, en un momento en que la televisión apenas iniciaba su posicionamiento en la intimidad de los usos y costumbres de la "gran familia mexicana". Uno de los fotógrafos más destacados de La Prensa fue Enrique Metinides, el gran maestro del género del reportaje policíaco en México en el siglo XX y cuya obra forma parte del paisaje cotidiano de los grandes museos de arte moderno y galerías artísticas norteamericanas y europeas. La mirada de Metinides, acostumbrado a construir sus historias en contundentes secuencias de tres o cuatro imágenes, se adaptó perfectamente a los sucesos del 68 y fue retomada por los editores del diario para narrar los hechos a sus cientos de miles de lectores.
El caso que presentamos ha sido cotejado en el archivo del maestro y permite acercarnos al manejo editorial del periódico, que proyecta la imagen del granadero herido como protagonista principal de los sucesos en la toma del Politécnico. La secuencia desemboca en la llegada providencial de la ambulancia, el transporte más socorrido en el universo delincuencial construido por este fotógrafo. Lejos de ser casual, esta criminalización implícita del movimiento formaba parte de la estrategia gubernamental. Así lo demuestra la utilización de algunos editoriales del diario por parte de importantes personajes de la clase política mexicana, como Mario Moya Palencia y su jefe, el licenciado Luis Echeverría, quienes utilizaban la columna titulada "Granero político" para denostar a sus adversarios y poner en circulación cierto tipo de información que era leída entre líneas tanto por sus subalternos y compañeros de ruta como por sus adversarios, como lo ha mostrado Jacinto Rodríguez en un texto publicado hace algunos años (Rodríguez, 2006).
La premisa gubernamental que influyó en las decisiones editoriales de una parte significativa de los medios consistió en el intento de sembrar temor y parálisis en sectores amplios de la población, con la intención de producir lo que algunos teóricos han denominado "pánico social". El nuevo ciclo se inició con la ocupación militar de CU y abarcó las tomas violentas de Zacatenco y del casco de Santo Tomás. Al pequeño pero organizado segmento de vecinos aliados del movimiento se les aplicó la mano dura de los operativos policíacos y militares. A la gran mayoría de la población se le impuso una cobertura mediática que soslayó las causas y orígenes de la rebelión estudiantil y subrayó el territorio de la violencia y la nota roja como los espacios informativos por excelencia del conflicto.
La vuelta de tuerca que cerraría esta pinza se produciría una semana más tarde en la Plaza de las Tres Culturas.
LA NOCHE DE TLATELOLCO
El movimiento estudiantil de 1968 no se reduce al 2 de octubre y, al mismo tiempo, es imposible narrar los acontecimientos estudiantiles sin mencionarlo. La fecha constituye una de las referencias más importantes de la historia contemporánea de México. Algunos sectores de la izquierda la han convertido en fetiche descontextualizado que ha desplazado las aportaciones registradas en las etapas anteriores del movimiento, mientras que la derecha conservadora pretende borrarla del calendario cívico.
El hecho documentable consiste en que la matanza marcó el fin del movimiento y tuvo repercusiones negativas en la vida política del país durante la siguiente década, cerrando la participación política para algunos sectores sociales, que decidieron incorporarse a la guerrilla, lo que terminó por fortalecer la impunidad de un gobierno que impulsó el terror de Estado a través de la guerra sucia a lo largo de los setenta.
Las portadas de los periódicos del día siguiente de la matanza constituyen un indicador importante, que nos muestra los escasos márgenes de maniobra de la prensa en esta situación límite y los parámetros de subordinación a las coordenadas marcadas por el régimen de partido de Estado, que impuso la versión de la teoría de la conjura y fabricó un escenario en el que los francotiradores apostados en las azoteas y departamentos de algunos edificios de la Unidad Tlatelolco fueron denunciados de manera inmediata como parte del complot estudiantil, anunciado oportunamente por el general Corona del Rosal dos meses antes (Foto 27).
A contrapelo de todos aquellos que consideran que todo esta dicho acerca del 2 de octubre conviene señalar en este artículo la existencia de algunos testimonios de fotógrafos que estuvieron presentes en la Plaza de las Tres Culturas aquella tarde, y que han decidido hablar a cuatro décadas de distancia. Todos ellos confirman la existencia del operativo estatal y enriquecen de diversas maneras la información existente sobre los hechos.
Enrique Metinides tuvo que caminar varios kilómetros para llegar a Tlatelolco. Una vez allí logró en su peculiar estilo, que marcó toda una época en La Prensa, imágenes contundentes de los terribles efectos de la acción de los disparos de los francotiradores y sus huellas en los cuerpos de algunos militares; Jesús Fonseca, de El Universal, describe las peligrosas dificultades que tuvo que enfrentar en su viacrucis particular, que lo llevó del edificio Chihuahua al de Relaciones Exteriores, pasando por el amontonamiento de cadáveres que logró fotografiar a un lado de la iglesia de Santiago, un dato que confirma el joven reportero Joaquín López Dóriga, que narró aquellos hechos y sólo los vio publicados en su periódico, El Heraldo, 35 años después de la masacre, mientras que Aarón Sánchez, de Excélsior, pudo registrar las golpizas y humillaciones a que fueron sometidos los estudiantes por parte de la tropa en las horas terribles de la detenciones, después de la balacera.
Por su parte Daniel Soto, el jefe del Departamento de Fotografía de El Universal, cuenta la manera en que recibió órdenes de la Dirección del periódico de entregar todos los materiales del 2 de octubre a los agentes de Gobernación. Apenas y pudo comunicarse con algunos de sus colegas y juntos lograron rescatar una parte de la cobertura que el mismo periódico ha publicado recientemente.
Todos los autores mencionados continuaron trabajando en sus periódicos y fueron testigos del silencio impuesto desde el gobierno en aquellas horas de angustia e impotencia, así como de la campaña macartista de hostigamiento a la disidencia, que se incrementó en los siguientes meses.
Una de las escasas excepciones está representada por la revista Por qué?, dirigida por Mario Menéndez y plenamente identificada con el movimiento en las semanas anteriores. Resulta de gran interés acercarse a las claves del contenido del número "extraordinario" dedicado a Tlatelolco y publicado en octubre de aquel año, en la medida en que representa el punto de vista de la izquierda sobre los trágicos hechos predominante en las siguientes dos décadas y que constituye la antitesis exacta de la teoría gubernamental de la conjura. En dicha versión el ejército masacró a cientos de personas en un operativo perfectamente coordinado con los servicios de inteligencia gubernamentales. El expediente fotográfico de la revista supera con creces todo lo publicado hasta aquellos momentos y utiliza sin crédito imágenes de Héctor García, los Hermanos Mayo, Armando Salgado, Carlos González y Óscar Menéndez, entre muchos otros.27
A partir de 1988 este esquema monolítico se fue fragmentando. Documentalistas como Carlos Mendoza, historiadores como Sergio Aguayo y Lorenzo Meyer y periodistas como Jacinto Rodríguez han revisado distintos fondos y archivos desclasificados nacionales y extranjeros y han documentado nuevas claves para interpretar la masacre, que muestran la falta de coordinación entre los distintos cuerpos armados del gobierno, los distintos servicios de inteligencia y los cuerpos de élite del Estado Mayor Presidencial. Pese a todo, ninguna investigación independiente ha negado la existencia de un operativo gubernamental realizado aquella tarde, con responsabilidades históricas tan concretas como impunes: todos concluyen que se trató de un crimen de Estado.
A cuarenta años de distancia no todo está dicho, ni sobre el 2 de octubre ni sobre el movimiento estudiantil de 1968. Por el contrario, en cierto sentido puede afirmarse que la investigación sobre nuevos fondos documentales apenas comienza y que el replanteamiento crítico sobre los ya existentes se renueva constantemente. Entre otros territorios que están pendientes por abordar en forma crítica están el de los libros de texto de historia del bachillerato y el de las puestas en escena museográficas. En ambos espacios la historiografía y la investigación documental todavía tienen mucho que decir, entre otras razones porque el avance del conocimiento no se produce en forma lineal, sino que se replantea constantemente a partir de las coordenadas del presente.
CONSIDERACIONES FINALES
El año pasado se inauguró un museo que aborda por primera vez los hechos del 68. Se trata del Memorial del 68, ubicado en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, justo a un lado de la Plaza de las Tres Culturas.
El reto para la Universidad Nacional Autónoma de México, que encabeza este proyecto, resulta muy interesante y consiste en superar el peligro evidente de convertir a un movimiento dinámico y contestatario en una estatua de piedra, con la posibilidad de fetichizarlo, o peor aún, de canonizarlo a través de una apología idealizadora, trazada a partir de un guión de lo políticamente correcto en los nuevos horizontes políticos y culturales de la nación mexicana, en la que toda la clase política se asume como heredera del levantamiento estudiantil.
A contrapelo de estas ideas, el Memorial abre una perspectiva crítica de los sucesos, se aleja tanto de los discursos oficiales como de la retórica esquemática de la izquierda militante y apuesta por la diversidad, representada entre otras cosas por la riqueza de la historia oral como núcleo central para tejer los testimonios de los propios participantes y recrear la percepción del fenómeno registrada con la distancia de los días y los años.
Los testimonios de 57 personas, entre los que se encuentran ex líderes del Consejo Nacional de Huelga (CNH), políticos, intelectuales, artistas, escritores y analistas de distintas tendencias se entrecruzan en monitores y otros espacios audiovisuales y se contextualizan a través de la presentación de secuencias fotográficas que dan contenido a cada uno de los episodios más relevantes del 68.
Un espacio particularmente revelador está representado por una sala en la que convergen las imágenes y las voces de Gilberto Guevara Niebla, Marcelino Perelló, Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Luis González de Alba y Sócrates Campos Lemus en torno a la participación de este último personaje en la instalación de una guardia estudiantil en el Zócalo la madrugada del 28 de agosto, en lo que se considera como uno de los errores más graves del CNH. La vocación de incluir a todas las voces del conflicto es un acierto museográfico que permite tomar distancia de las mitologías y ofrece un panorama más complejo de los sucesos, que deja la tarea de llegar a conclusiones en las cabezas de los receptores.
La puesta en escena del 68 cumplió un año en este espacio. Las imágenes fotográficas interpelan la memoria del público y remueven recuerdos y testimonios que habían permanecido en el olvido. Me ha tocado constatar el diálogo de padres de familia con sus hijos adolescentes en torno a las imágenes evocadoras de la marcha del silencio o de cualquier otro episodio callejero de los que movilizaron a miles de personas en su momento. El estudio sistemático de la recepción de los registros orales y gráficos y el uso de los mismos por parte de los públicos recientes constituye uno de los factores más relevantes que nos permitirán realizar el diagnóstico más certero de este espacio. La renovación creativa del mismo o su conversión en un espacio reproductor de mitos dependerán de su capacidad para abrir el espectro del 68 a toda una década, así como de su flexibilidad para cotejar los hechos locales con las experiencias registradas en otras latitudes.28
Un primer análisis de la cobertura fotoperiodística del 68 abre ángulos y perspectivas interesantes. Por un lado, permite darle seguimiento puntual a la estrategia gubernamental de la conjura y descifrar las claves del linchamiento mediático al que fue sometido el movimiento estudiantil por cerca de tres meses por una parte muy importante de la prensa, con distintos momentos y facetas y, por el otro, proporciona puntos de quiebre e inflexión a través de la propuesta de algunas revistas con un margen un poco mayor de independencia. En ambos casos encontramos una serie de matices y claroscuros que han sido explicados a partir de las coyunturas específicas de cada uno.
A cuatro décadas de los acontecimientos, la pretensión oficial de minimizar al movimiento estudiantil ha sido derrotada en todos los frentes. En su famoso IV Informe de Gobierno Díaz Ordaz anunció el próximo final de la revuelta estudiantil en la memoria histórica de los siguientes años e interpretó sus orígenes bajo las premisas de la conjura y el complot internacionales. La terca realidad se ha encargado de demostrar todo lo contrario y en las siguientes décadas el régimen autoritario que caracterizó al PRI de los sesenta se desplomó para reciclarse bajo otros parámetros no menos verticales, mientras que el 68 y su impronta en la política y la cultura nacionales ha sido explorada desde los más distintos ángulos y enfoques por los historiadores y los científicos sociales.
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1 Este artículo forma parte de una investigación más amplia que el autor desarrolla en el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, con el apoyo del Fondo Sectorial de Investigación para la Educación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Agradezco los comentarios y observaciones de mis colegas del Seminario de Historia Social y Cultural del Instituto Mora.
2 Algunos ejemplos son la crónica pionera de Elena Poniatowska, La noche de Tlatelolco (1971), que incluye un dossier de fotografías a manera de ilustración, y más recientemente los trabajos de Raúl Álvarez Garín, La estela de Tlatelolco (1998) y de Gilberto Guevara Niebla, La libertad nunca se olvida (2004), que incorporan sendos expedientes fotográficos acerca de los cuales los autores omiten cualquier comentario.
3 Una revisión historiográfica sobre el 68 rebasa los límites de este espacio. En el libro de Silvia González Marín (2003), Diálogos sobre el 68, pueden encontrarse amplias referencias sobre el tema.
4 Dos antecedentes de esta reflexión pueden revisarse en mis artículos: "Fotoperiodismo y movimiento estudiantil del 68", en Secuencia, núm. 60, septiembre-diciembre de 2004; e "Historias del 68. Excélsior, el periódico de la vida nacional", en Historias, núm. 59, septiembre de 2004. Una referencia de conjunto puede leerse en: "Fotoperiodismo y el movimiento estudiantil", publicado en Álvaro Vázquez (2007), Memorial del 68. El presente artículo retoma algunas entregas discontinuas publicadas en La Jornada entre el 21 de julio y el 2 de octubre de 2008.
5 Entrevistas de Alberto del Castillo con Enrique Bordes Mangel, Rodrigo Moya, María García y Héctor García, realizadas en agosto de 2008.
6 Al respecto véase Carlos Rodríguez, Prensa vendida; Leticia Singer (1993), y Angelina Gutiérrez (1988), entre otras referencias.
7 Entrevista de Alberto del Castillo con Aarón Sánchez, agosto del 2008.
8 Martín Luis Guzmán fue el periodista designado para responder al discurso de Díaz Ordaz en el ritual autocelebratorio para conmemorar la libertad de prensa con el presidente. Ahí el célebre escritor justificó la matanza del 2 de octubre y realizó una apología del régimen de Gustavo Díaz Ordaz, ante los numerosos aplausos de todos sus colegas, los directores de los periódicos y revistas de la época.
9 Entrevista de Alberto del Castillo con Enrique Metinides, agosto del 2008. Véase también Alfonso Morales, 2000.
10 En torno a la teoría de la conjura véase la investigación de Sergio Aguayo (1998), Los archivos de la violencia.
11 El Heraldo de México, 2 de agosto de 1968.
12 La Prensa, 2 de agosto de 1968.
13 Por qué?, primer número extraordinario, agosto de 1968, p. 27.
14 Entrevista de Alberto del Castillo con Mario Menéndez, noviembre del 2006.
15 Al respecto, la investigadora Oralia García realiza actualmente una rigurosa valoración de este archivo en el Instituto de Investigaciones sobre la Educación y la Universidad (IISUE) de la UNAM.
16 A lo largo de varias décadas se ha vinculado a Campos Lemus con los servicios de inteligencia gubernamentales. Al respecto, Gilberto Guevara Niebla (1988: 27, 42, 78 y 79) documenta profusamente lo anterior.
17 Life en español, 7 de septiembre de 1968, p. 19.
18 Véase La cultura en México, 7 de septiembre de 1968, pp. 12-15.
19 El Heraldo de México, 29 de agosto de 1968.
20 La Prensa, 29 de agosto de 1968.
21 La Prensa, 29 de agosto de 1968; y Magazine de policía, 1° de septiembre de 1968.
22 Revista Por qué?, 25 de septiembre de 1968.
23 Entrevista con Daniel Soto, 7 de julio de 2008.
24 Íbidem.
25 Entrevista con Aarón Sánchez, 14 de julio del 2008.
26 El Heraldo de México, 25 de septiembre de 1968.
27 Revista Por que?, segundo número extraordinario, octubre de 1968.
28 Los estudios de recepción tienen una tradición importante en la antropología social. Para el caso de México véanse los dos sugerentes trabajos de Ana Rosas Mantecón (2007) publicados en el volumen III, número 5, de la revista Culturales, así como su ponencia en el seminario "Políticas Culturales y Consumo Cultural en Grandes Ciudades Norteamericanas", organizado por el Consejo Latinoamericano de Científicos Sociales, en marzo de 1991.