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versión impresa ISSN 0185-013X

Foro int vol.63 no.3 Ciudad de México jul./sep. 2023  Epub 08-Sep-2023

https://doi.org/10.24201/fi.v63i3.2887 

Reseñas

Adam Przeworski, ¿Por qué tomarse la molestia de hacer elecciones? Pequeño manual para entender el funcionamiento de la democracia

Enrique Carpio Cervantes1 
http://orcid.org/0000-0003-2227-0477

1Colegio de Humanidades y Ciencias Sociales, Universidad Autónoma de la Ciudad de México enrique.carpio@uacm.edu.mx

Przeworski, Adam. ¿Por qué tomarse la molestia de hacer elecciones? Pequeño manual para entender el funcionamiento de la democracia. Argentina: Siglo XXI Editores, 2019. 173p.


Aunque las raíces etimológicas de la democracia como gobierno del pueblo son antiguas, las fuentes de la moderna son más recientes. En el libro aquí reseñado, Przeworski parte de la idea nacida a finales del siglo XVIII de que “el pueblo” es origen del poder y, para ser libre, debe gobernarse a sí mismo. Nos recuerda que no es posible que todos los que constituyen un pueblo gobiernen al mismo tiempo, y que ser gobernados y coaccionados por otros es inevitable. Para el autor, lo revolucionario es el invento del voto como autorización temporal y revocable del ejercicio del poder, y que sólo quienes son elegidos se consideren representantes del pueblo. Propone que las elecciones son el método menos malo para designar gobernantes y, a pesar de que ninguno pueda afirmar que se autogobierna, en el nivel colectivo podemos decidir quiénes nos gobernarán y ejercerán la coacción, con posibilidad de echarlos de manera periódica si nos disgustan. Sostiene que así evolucionó el llamado “derecho de resistencia” y que las personas son libres cuando pueden elegir y cambiar a sus gobiernos (pp. 31-37).

El libro presenta un resumen del conocimiento sobre las elecciones con énfasis en las competitivas, las que definen a la democracia moderna, como método para decidir quiénes y cómo gobernarán durante un tiempo limitado, así como de sus posibilidades, debilidades, imperfecciones y defectos de manera realista. Una elección es competitiva si, por medio de la misma, los votantes pueden sacar del poder a quienes están en ejercicio y elegir sucesores temporales distintos. El argumento central es que, dado que las personas poseen diversos intereses y valores, buscar racionalidad o justicia es inútil. Pero el autor sostiene que, si los comicios son competitivos, pueden minimizar la insatisfacción respecto de cómo somos gobernados y que su mayor valor es que nos permiten procesar en relativa libertad y paz civil los conflictos sociales previniendo la violencia, posibilitando un marco para que personas, en cierto modo iguales y hasta cierto punto libres, luchen en paz para mejorar el mundo a partir de diferentes visiones, valores e intereses (pp. 20-22).

Este método para designar y destituir gobernantes por supuesto no es perfecto, ni siquiera bonito (p. 101). El autor propone que sus posibilidades y límites dependen de que, en el mundo real, sólo algunos tienen el privilegio de la propiedad, de que los mercados distribuyen desigualmente el ingreso y partidos, políticos y gobernantes se esfuerzan por perpetuarse en el poder (p. 27). Nos recuerda que la ficción del autogobierno del pueblo disimula el hecho inevitable de que, en cada momento de la vida política de una sociedad, ciertos individuos gobiernan a otros y se hacen obedecer mediante amenazas o el uso de la fuerza (p. 37). Señala también que extender derechos no significa necesariamente brindar poder y que elegir a los gobernantes no significa que cualquiera pueda gobernar ni que nos gobiernen nuestros iguales, quienes se nos parecen o que los gobiernos reflejen la composición económica, de género o étnica de la población (pp. 49-53).

Los gobernados podemos frustrarnos por más razones. Por ejemplo, ante los mecanismos e instituciones que protegen a las minorías y aquellas que son límites al poder de las mayorías electorales. En sociedades con amplia desigualdad económica, la minoría protegida suele ser de propietarios, así que el valor de las elecciones para transformar las relaciones económicas y sociales parece todavía ser débil. El autor afirma que diversas reglas de elección e instituciones representativas fueron diseñadas para proteger los intereses predominantes, que sólo hasta la mitad del siglo XX algunos de esos diques fueron derribados ante la presión popular o cuando convenía a las elites ceder, pero sustituyéndolos con innovaciones para protegerse. Dice que la historia de la democracia es la repetición de esos ciclos (pp. 49-66).1

Incluso la derrota de los gobiernos mediante elecciones y la alternancia pacífica de partidos ha sido poco común hasta muy recientemente, de manera que muchas veces la voz escuchada en tres siglos de democracia no ha sido la del pueblo, sino la de los gobernantes y privilegiados. El autor recuerda que represión, intimidación, manipulación, fraude, uso partidario del aparato estatal, de las burocracias, de los recursos públicos, nepotismo, clientelismo, etcétera, son instrumentos usuales de la “tecnología electoral” en que los gobiernos cuentan con ventajas para prevenir ser desalojados del poder; éstas sólo son atenuadas si las elecciones las realizan organismos y tribunales independientes y se teme a las reacciones populares ante abusos obvios. Afirma que, además, la tendencia histórica ha sido contraria a conceder al pueblo un papel activo entre elecciones, así como a los opositores y a quienes no se suman a los discursos de unidad y armonía de los ganadores. No es extraño tampoco que quienes capitalizan el derecho reciente y frágil a ser oposición, se nieguen luego a concederlo a otros una vez en el poder (pp. 67-92).2

Aunque salgan razonablemente “bien” -sin fraude flagrante o masivo, sin que los ganadores se ensañen con los perdedores y éstos no intenten subvertir el resultado ni se lancen a la violencia-, las elecciones competitivas típicas resultan en que la mitad o más de los votantes termina del lado perdedor; en el ganador, buena parte se decepcionará e incluso horrorizará por el desempeño de aquellos por los que votó. Contrario a lo que las constituciones democráticas establecen, y que repetimos como valores de la democracia, las elecciones competitivas no son completamente justas, igualitarias ni totalmente limpias aun si estuvieron apegadas a las normas, las cuales también ejercen influencia en las posibilidades de ganar para algunos. El apego -siempre relativo- por parte de los competidores a las reglas coexiste con sus proclamas de nobles ideales que nos guiarán a un radiante porvenir, al mismo tiempo que no escatiman trampas, poses, engaños y mentiras. Partidos y candidatos disimulan sus ambiciones, su deseo de perpetuarse en el poder, así como sus conexiones con el dinero y sus objetivos de conservar o crear privilegios (pp. 101 y 151). En la realidad, la selección de los gobernantes mediante competencia electoral es un “volado” con una moneda no siempre, ni necesariamente, justa.3

¿Qué es razonable esperar de elecciones competitivas? El autor argumenta que no pueden generar resultados correctos, sabios, virtuosos, autoridad moral, unidad o consenso en torno al bien común, interés general o público, armonía, voluntad general, razón de Estado, porque en la realidad no existe nada que sea compartido como racional por todos. Señala que sí es posible que las reglas de mayoría maximicen el bienestar colectivo -pero no el individual-, y que la alternancia lo favorezca si los perdedores de una contienda pueden ser ganadores en el futuro. Para Przeworski pluralismo significa reconocer que el pueblo no está unido, sino siempre dividido en torno a distintos intereses y valores; implica por eso que no siempre gobernarán quienes preferimos, sino que seremos gobernados temporalmente por algunos que podemos considerar inadecuados o indeseables, con poder para obligarnos a hacer lo que no queremos e impedirnos hacer lo que deseamos. Insiste en que democracia no significa que el gobierno nos agrade o provea lo que preferimos, ni es antidemocrático per se que se nos gobierne con políticas que no son las que elegiríamos (pp. 18, 105-115 y 151-162).4

¿Pueden las elecciones competitivas lograr que el gobierno actúe en el mejor interés de todos? El autor propone limitar la expectativa: los gobiernos son representativos si actúan en el mejor interés de al menos una mayoría de ciudadanos. ¿Pueden favorecer nuestro control sobre los gobernantes? Przeworski nos recuerda que es muy difícil controlar a los políticos, pero también que la competencia electoral nos permite echarlos del poder pacíficamente.5 ¿Los sistemas que eligen a los gobernantes mediante elecciones competitivas promueven mejor el desarrollo económico? La evidencia llama a tener cautela: sólo en promedio, las autocracias no tienen mejor desempeño. ¿Promueven mejor la igualdad económica y social? El sufragio universal aún coexiste con la desigualdad económica, que a su vez se traduce en desigualdad política y en desigual capacidad para influir sobre los gobiernos. El autor confirma que las elecciones aún tienen una incidencia muy reducida en la distribución de los ingresos y la propiedad y, por ello, limitada capacidad de generar el cambio social (pp. 117-139).

¿Para qué, entonces, continuar realizando y participando en elecciones si son frecuentemente muy feas, frustrantes y limitadas? El argumento de Przeworski es que no es justo condenar las elecciones competitivas por no lograr lo que ningún acuerdo político puede conseguir. Quizá la opción deseable sea que todos y cada uno de quienes constituyen un pueblo se gobiernen a sí mismos, de esa manera sean libres y desaparezca la insatisfacción con las leyes, con los gobiernos y sus políticas, pero eso no es posible, así que hay que optar por la segunda mejor opción, la que sí lo es. Subraya que no está proponiendo la complacencia, sino reconocer límites para saber cuáles reformas son viables (pp. 21 y 151).6

El autor defiende que las elecciones competitivas pueden minimizar la insatisfacción popular con las leyes y, aunque no la eliminen, renuevan la esperanza en que es posible tener mejores gobiernos y hacen que la victoria de quienes consideramos inconvenientes ante la perspectiva de alternancia en los siguientes comicios tolerable, lo que no ofrecen las dictaduras. Si bien nadie se autogobierna, colectivamente podemos escoger gobernantes y echarlos periódicamente si nos desagradan, es decir, ejercer la libertad política colectiva posible. Por eso, las elecciones ponen nerviosos a los autócratas, que se esfuerzan tanto por influir en ellas. Incluso varios se toman también la molestia de organizarlas de forma no competitiva y controlada, aunque sea sólo para disimular y legitimarse. Si son competitivas, su valor más importante es que nos permiten procesar con relativa libertad y paz civil los conflictos, evitando la violencia, para lo que no es necesario estar unidos ni de acuerdo. Más bien, es necesario que perder sea un riesgo tolerable; que los competidores ganen por voluntad popular pero que acepten también perder por la misma razón; que los ganadores estén dispuestos a ser recíprocos a futuro, y que los perdedores puedan llevar una vida cómoda y segura en espera de regresar al poder. Es decir, que la competencia no sea un asunto de ganar o perder todo. Como sustituto pacífico a la rebelión, reducen la frecuencia de los conflictos violentos, aunque ningún sistema sea capaz de purgarlos por completo (pp. 141-157).7

¿Por qué reexaminar la relación entre democracia y elecciones? La sensación de que quizá estemos ante el fin de una era después de la tercera ola de democratizaciones es extendida. El autor participa de esta discusión señalando que, en estos años, se ha reactivado la discusión sobre el valor de los comicios; gran cantidad de personas manifiestan creer que sólo sirven para perpetuar “a los mismos”, sin que la alternancia tenga efectos positivos en su vida; aparecen por doquier partidos populistas, xenófobos y racistas; muchos consideran menos, o poco esencial, vivir en un país democrático; nuevos partidos prometen devolver al pueblo el poder usurpado por elites fracasadas y corruptas, y ha proliferado la literatura sobre la crisis o la muerte de la democracia (pp. 17-20 y 157-158). Este libro, así como otro del mismo autor,8 propone tener perspectiva, no dejarse llevar automáticamente por el alarmismo apocalíptico, pero tampoco entregarse a la complacencia ciega y sorda. Con gran solvencia tanto teórica como empírica, explica por qué la democracia es electoral y competitiva, cuáles son sus ventajas y defectos en el mundo real sin caer en aplausos o condenas fáciles y, sin prometer respuestas definitivas, por qué es preferible a la dictadura.

Es también un recordatorio de que elegir y destituir a los gobernantes mediante elecciones es condición necesaria de la democracia, y llama a no tratarlas como insignificantes o desechables. El autor subraya que muchas y muchos han dedicado su vida a perseguir el derecho a votar en libertad e, incluso, la pierden todavía por ello. Este libro es una muy bien elaborada síntesis sobre lo que es la democracia real, así como de los alcances y límites de su principal institución, las elecciones competitivas. En la extensa obra de Przeworski, es referente indispensable cuando se cuestiona la democracia por sus defectos, para comprender las razones de éstos, y también por qué no es poca cosa y puede, a pesar de todo, apreciarse y defenderse.

Referencias bibliográficas

Przeworski, Adam, “Minimalist conception of democracy: a defense”, en Robert A. Dahl, Ian Shapiro y José Antonio Cheibub (eds.), The democracy sourcebook (pp. 8-17), Londres, The MIT Press, 2003. [ Links ]

Przeworski, Adam, “Acquiring the habit of changing governments through elections”, Comparative Political Studies 48 (1), 2014, pp. 101-129, https://www.researchgate.net/publication/273214017Links ]

Przeworski, Adam, Qué esperar de la democracia. Límites y posibilidades del autogobierno, Buenos Aires, Siglo XXI editores, 2016, 284 pp. [ Links ]

Przeworski, Adam, ¿Por qué tomarse la molestia de hacer elecciones? Pequeño manual para entender el funcionamiento de la democracia, Buenos Aires, Siglo XXI editores, 2019, 173 pp. [ Links ]

Przeworski, Adam, Crisis of democracy, Reino Unido, Cambridge University Press, 2019, 239 pp. [ Links ]

1Adam Przeworski, Qué esperar de la democracia. Límites y posibilidades del autogobierno, Buenos Aires, Siglo XXI editores, 2016, pp. 91-119.

2El análisis de la historia de las elecciones y alternancias está en Adam Przeworski, “Acquiring the habit of changing governments through elections”, Comparative Political Studies 48 (1), 2014, pp. 101-129.

3Adam Przeworski, “Minimalist conception of democracy: a defense” (pp. 8-17), en Robert A. Dahl, Ian Shapiro y José Antonio Cheibub (eds.), The democracy sourcebook, Londres, The MIT Press, 2003, p. 13.

4Idem.

5En su libro Crisis of democracy, Przeworski desarrolla su escepticismo sobre los controles constitucionales, la división de poderes, la capacidad de los ciudadanos para oponerse a medidas autoritarias de los gobiernos y de la oposición para reaccionar ante gobernantes que erosionan las instituciones. Sostiene que, en una democracia, el único mecanismo efectivo para disciplinar a los gobernantes es sacarlos del poder mediante elecciones (Adam Przeworski, Crisis of democracy, Reino Unido, Cambridge University Press, 2019, pp. 1-7 y 172-188). En Qué esperar de la democracia. Límites y posibilidades del autogobierno, agrega que la división de poderes suele carecer de filo particularmente cuando el mismo partido o una coalición controla los poderes Ejecutivo y Legislativo, y designa de esa manera también a los jueces (Przeworski, op. cit., 2016, pp. 201-218).

6 Przeworski, Qué esperar de la democracia…, op. cit., pp. 55-90.

7 Przeworski, “Minimalist conception…”, art. cit.

8Przeworski, Crisis of, op. cit., pp. 1-23.

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