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Tzintzun

versión impresa ISSN 0188-2872

Tzintzun  no.48 Morelia ene./dic. 2008

 

Reseña

 

François Dosse, Michel de Certeau. El caminante herido

 

Alexander Pereira Fernández

 

México, Universidad Iberoamericana, 2003, pp. 635

 

Posgrado en Historia, Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

 

Michel de Certeau (1925-1986): teólogo jesuíta nacido en Francia, sociólogo de la cultura, antropólogo del creer, historiador de las religiones, epistemiólogo de la historia, semiólogo y psicoanalista, es antes que nada una figura mística de la modernidad. Eso es lo que nos dice su biógrafo François Dosse, también historiador, conocido por sus trabajos sobre la historia intelectual de Francia en el siglo XX. Con su libro La historia en migajas, Dosse se hizo conocido al presentar a finales de los años ochenta un balance profundo sobre la trayectoria de la Escuela de Annales. De ahí amplió sus investigaciones hacia la historia de las ciencias humanas, con especial énfasis en el devenir del estructuralismo. Posteriormente, motivado por las nuevas preocupaciones del sujeto en la historia, ha dedicado su trabajo a la biografía. En 1997 publicó una dedicada a Paul Ricoeur y luego, en 2002, otra a Michel de Certeau. Dos figuras que, a su modo de ver, crearon obras expresivas de las incertidumbres que sobrevinieron en la historiografía luego de promediar el siglo XX.

Según Dosse, la obra intelectual de Michel de Certeau está cruzada por una experiencia mística que lo llevó a caminar por las fronteras del conocimiento, de la interdisciplinaridad, sin poder dejar de andar, abandonando los caminos ya transitados, en búsqueda permanente del otro, como aquel viajero expuesto a escuchar siempre al desconocido. Esa actitud existencial habría hecho de Certeau un pensador impredecible, por su carácter itinerante, inconforme, plural, sincero consigo mismo y humilde ante el conocimiento. Lo anterior nutriría su reflexión de puntos de vistas inesperados, en virtud de una perpetua búsqueda que lo condujo a abrir paso a lo no pensado, a lo impensable por el sentido convencional. Logrando de ese modo aperturas en las ciencias humanas en una época en que el estructuralismo entraba en crisis, siendo precisamente desde ahí que Certeau produciría sus mayores contribuciones a las ciencias humanas, en la teología, y en especial, en la disciplina histórica.

"Quiero ir por el mundo, donde viviré como un niño perdido; tengo el humor de un ánimo vagabundo tras todo mi bien haber repartido. Todo es igual, la vida o la muerte, me basta con que a mí el Amor quede" (p.18). Se trata de la primera estrofa de un poema escrito por Jean-Joseph Surin, un sacerdote jesuita del siglo XVII, a quien Certeau dedicó gran parte de su vida intelectual. Antes de morir, Certeau pidió que ese poema fuera leído en su funeral, con lo que dejaba un mensaje póstumo que no sólo recodaba el itinerario de Surin sino también el suyo: el de un caminante herido. Así lo llama Dosse, para referirse a un Certeau lacerado por una herida íntima que lo impulsó a caminar al borde del precipicio, en tránsito constante, en un viaje peligroso, solitario e indefinido.

El impulso místico que habría animado a Certeau sería comparable al experimentado por Surin, en una época distinta que sin embargo compartía con la contemporánea una profunda crisis del cristianismo. Tales crisis serían precisamente las que ayudarían a comprender el misticismo que se apoderó de ambos personajes, quienes en medio de la desesperanza religiosa habrían seguido el camino de buscar a Dios, un camino místico. El paralelo que Dosse traza entre ambas figuras es muy grande, hasta el punto de que se refiere a Certeau como el doble de Surin, o la sombra que lo acompañaría hasta el final de sus días. Afirma el biógrafo que el impulso místico de Certeau sería producto de la crisis de fe que atraviesa el cristianismo desde la segunda parte del siglo XX, y a la pérdida de certezas que hasta ese mismo tiempo brindaba el proyecto de la Ilustración. En medio de esa crisis de fe y de pérdidas de certidumbres, certeau sería un incansable buscador de Dios, en todas las cosas del mundo y en su propio interior.

En opinión de Dosse, desde una perspectiva freudiana, a Michael de Certeau podría considerársele como una figura melancólica, que mostraría un destino subjetivo ligado a una pérdida similar a la que padeció Surin: la de un Dios universal, que ahora había que buscar por medio de una continua introspección. La melancolía, tanto en el caso de Surin como de Certeau, sería la expresión de un luto por cumplir, por aquello que se perdió y se sabe imposible de encontrar, al grado de quedar atrapado en una infinita desesperación, que llevaría al místico, en su búsqueda de Dios, a caminar incesantemente, sin hallar aquello que sabe imposible de encontrar. Semejante desgarramiento llevaría al desamparo y a estados de angustias interiores inmensas, al ascetismo y a la humildad. La melancolía que expresaría la personalidad de Certeau sería un pasaje obligado en su experiencia mística, afirma Dosse: "esta relación con la pérdida, con el cuerpo ausente, con el luto imposible del objeto perdido, se expresa en todas las formas de la mística" (p. 608). Y ello es así porque la mística no es otra cosa que un imposible intento de unión con Dios, al que se le busca en el interior de uno mismo y en todas las cosas.

Pero a diferencia de Surin, que terminó suicidándose, Certeau lograría canalizar su herida intima a través de la escritura y gracias a cierto apego a las instituciones, no exento de conflictos, en especial con la Compañía de Jesús, que en todo caso nunca abandonó. Al respecto, escribe Dosse: "Este tormento trágico que alienta a Certeau en las riveras de la mística/melancolía no reviste sin embargo, en él, una forma mórbida ya que lo protege una sobreactividad que no le deja sino pocos instantes de posibles caídas en estados depresivos" (p. 610). Asimismo, para Dosse es claro que de no haber sido por el vínculo que Certeau sostenía con instituciones universitarias y religiosas su desenlace vital hubiera podido ser muy similar al de Surin. Afirma: "Podemos aventurar la hipótesis según la cual esas instituciones son para él el contrapunto necesario del impulso que lo lleva hacia la mística, lo que evita su caída al borde del abismo" (p. 614). Es así que la escritura y el amparo institucional serían para Certeau vías por donde encarrilar su latente misticismo, esa infinita búsqueda de Dios, que se verá proyectada en el modo en cómo asumió el oficio del historiador, como un diálogo entre el presente y el pasado.

Con todo, el surgimiento de esa herida que acompaña a Certeau podría ubicarse más o menos en el tiempo. En la biografía se nos narra un hecho traumático en la trayectoria del biografiado, que habría significado una ruptura en su vida. En 1967, a los cuarenta y dos años de edad, Certeau sufrió un accidente automovilístico en el que además de perder a su madre tuvo una herida en el ojo, que lo dejó tuerto de por vida. Nunca dejaría de culparse por lo sucedido, ya que interpretaba que por un retraso suyo su padre tuvo que conducir a prisa, ocasionándose así el fatal suceso. Ese sentimiento de culpa lo marcaría hasta el grado de que quienes lo conocían dirían que fue a partir de entonces que tuvo un profundo cambio en su personalidad. Además del remordimiento por la pérdida de la madre, Certeau expresaría una actitud más activa en la vida, como si interpretara también que vivía por segunda vez, de manera póstuma, tanto por él como por su madre. La pérdida de la madre, sin embargo, igualmente significaría una mayor autonomía para el hijo, quien al deshacerse del dominio materno, que siempre fue intenso, expresaría en adelante una mayor libertad tanto en sus relaciones institucionales como en sus opiniones intelectuales.

Certeau siempre había dejado ver una gran capacidad para el trabajo, pero luego del accidente daría muestras de consumirse verdaderamente en sus labores intelectuales. En lo sucesivo se mostraría como un sujeto más conflictivo con la Compañía de Jesús, lo que se manifestaba en los puntos de vista que expresaba públicamente sobre el cristianismo y la Iglesia Católica. Además, una prueba de la libertad personal que había adquirido se reflejaría al año siguiente del accidente, durante el mayo del 68 francés, en el que aparte de mostrarse a favor de las movilizaciones, tendría la posibilidad de escribir una de las interpretaciones más lúcidas sobre las movilizaciones de aquellos días, "La toma de la palabra". Con ese texto Certeau dejaría de ser un desconocido en el mundo intelectual francés, sobresaliendo desde entonces con otros escritos en el medio de los científicos sociales.

Se diría que aquella herida en el ojo simbolizaba bien la otra herida que consumía el interior del alma de Certeau, que no lo dejaba de atormentar provocando en él un ánimo insaciable, siempre insatisfecho por el conocimiento. Es así que tanto en la historia como en las otras disciplinas de las ciencias humanas o de la teología, Certeau daría muestras de un gesto intelectual muy característico. Para Certeau el conocimiento de la realidad social será algo imposible, pero que en todo caso debe intentarse, una y otra vez, teniendo siempre en cuanta los límites que posee el científico social para lograrlo. Es así que lo importante para él sería mantener una actitud humilde ante los hechos sociales, en el intento de acercase a una interpretación por lo menos aproximada a lo que ellos significan. Para el caso de los historiadores, hace un llamado para que éstos se mantengan alerta ante los problemas que implica conocer las racionalidades de otras épocas, pues sólo teniéndolas en cuenta el historiador será capaz de ser consiente de los límites que tiene para comprender el pasado, y así por lo menos acercarse lo más posible a una comprensión de sociedades que mantenían esquemas de referencias distintos a los del presente.

Éste, en resumidas cuentas, es el Michel de Certeau que nos presenta François Dosse, luego de mostrarnos detalladamente el recorrido intelectual de esta personalidad tan difícil de clasificar en el mundo de los historiadores. Dosse se detiene en cada uno de los espacios de formación intelectual de Certeau, desde el hogar hasta su época de su formación teológica, filosófica y en letras en el medio de los seminarios jesuitas. Nos muestra también su acceso al psicoanálisis, a la historia y a la semiótica, a prestigiosas revistas cristianas y de ciencias humanas en general. Al mundo de las universidades, al de sus contertulios intelectuales, sus disputas y participaciones públicas, a su recorridos por América Latina, en especial a México, Brasil y Chile. El paso por los medios universitarios norteamericano y francés también son descritos y analizados con la suficiencia propia de un biógrafo especialista en historia intelectual y de las ideas. La recepción de los libros de Certeau y sus aportes para la renovación de las ciencias humanas, en especial la historia, son presentados con una profundidad igualmente sorprendente, tanto más por cuanto no sólo logramos enterarnos del periplo particular de Certeau, sino también del recorrido general de las ciencias humanas durante la segunda parte del siglo XX.

Todos esos detalles y otros más, propios de lo que supone una biografía intelectual, están contenidos en este estudio que nos presenta Dosse. Pero no nos vamos a detener en ellos, pues para los alcances de esta reseña basta con lo antes mencionado. Más bien ahora dirigiremos nuestra atención a la estructura con la cual fue armada la presente biografía. Después de leer las más de seiscientas páginas de este estudio casi lo único que se nos ocurre decir es que al biografiado lo exaltaron tanto que no se aprecian carencias propias de la condición humana. Esa es la impresión que podría quedarle al lector al caer en cuenta de que en su apretado libro el autor no tuvo espacio para narrarnos ni un solo defecto de su personaje y si muchas virtudes. El lector tampoco logra enterarse de absolutamente nada acerca de la vida amorosa y sexual de Michel de Certeau.

Seguramente esas omisiones, que a primera vista pueden parecer superficiales, se explicarían por el hecho de que estamos ante una biografía intelectual. Lo que en todo caso sería una excusa poco convincente porque ni Dosse advierte ese hecho en ninguna parte de su libro, ni necesariamente una biografía que se valga del adjetivo intelectual tendría porque sustraerse de ese tipo de acontecimientos que hacen parte de la vida privada del biografiado. Lo anterior es así porque tal tipo de información no solamente contribuiría a comprender mejor la personalidad del sujeto estudiado, sino también muchas de las motivaciones que aclararían ciertos aspectos de sus acciones públicas, intelectuales y políticas. Por lo demás, semejantes carencias son todavía más sorprendentes si tomamos en cuenta que Dosse tuvo a acceso a más de 180 entrevistas orales, de gente muy cercana a Certeau, que iban desde sus familiares, amigos y contemporáneos intelectuales.

El problema de los vacíos que contiene la presente biografía no estriba tanto en que el autor no logra saciar la curiosidad del lector con respecto a la vida privada de Certeau. En realidad el problema es mucho más grave que eso. Se trata de que semejantes carencias tienen el inconveniente de crear una debilidad en la construcción del personaje biografiado. En efecto, el Certeau que nos presenta Dosse termina siendo muy vago, difícil de captar por el lector, quien muchas veces se ve perdido en una telaraña de redes de libros, corrientes intelectuales y contextos políticos, en los cuales Certeau no es más que una maquina hiperactiva y desgarrada de producir ideas. Podría pensarse que la vaporosidad de ese Certeau es producto del extremo cuidado que Dosse tiene en mostrarnos a un personaje sumamente complejo, con diversas identidades, no exentas de contradicciones. Sin embargo, de un esfuerzo como ése, se esperaría más claridad sobre la personalidad del sujeto biografiado, lo cual no es el caso.

Es cierto que cualquier biógrafo está limitado por la dificultad de llegar al fondo de la personalidad de su personaje, por razones que van desde el problema que implica el acceso a fuentes de información, hasta la imposibilidad de conocer los secretos más recónditos de un individuo. Pero es cierto también que el biógrafo dispone de muchas herramientas para intentar comprender esas partes de la personalidad de su biografiado, siempre de manera aproximada o tentativa. Para esa tarea la imaginación del biógrafo es una herramienta imprescindible, como también lo es el estilo de escritura por medio de la cual se narra esa vida. Creemos que es ahí donde reside la verdadera labor del biógrafo, esto es, en atreverse a elaborar una narración que permita conjeturar ideas que nos acerquen a una definición, lo más cercana posible, del personaje.

La biografía es un género hibrido entre la historia y la literatura, siempre en tensión entre la realidad y la ficción. Dosse logra una narración histórica impecable, pero el artificio literario del que debería valerse como herramienta para acercarse a la vida de su personaje tambalea constantemente. Lo anterior resulta muy curioso porque si hubo una enseñanza que dejó Certeau fue precisamente el uso de la escritura, de la metáfora, de las herramientas que brinda la literatura, para poder intentar un acercamiento al pasado, para poder decir lo que las fuentes o la interpretación teórica no nos dirán por sí solas. Esto Dosse lo tiene claro, tanto por su profundo conocimiento de la obra de Certeau como por haber dado muestra, en otras obras, de una prelación por las corrientes más alternativas de la historiografía.

No obstante, en Dosse parece primar la práctica de escritura del historiador clásico, que no le permite ir más allá de ciertos recursos de la narración y de lo que le posibilitan sus fuentes. Esa sería una de las razones que explicarían el por qué la personalidad de su Certeau termina siendo tan poco asequible para el lector, pero no la única. Hay otra razón no menos importante que nos hace mirar con sospecha a aquellas biografías que llevan el adjetivo de intelectuales. El caminante herido no lleva tal adjetivo, pero es claro que más allá de una profunda preocupación por la personalidad del biografiado, el interés del biógrafo tiende a inclinarse a un análisis de la historia intelectual durante la segunda parte del siglo pasado (tema y época de los que Dosse es especialista). Es así que queda la sensación de que el estudio de Certeau le permite a Dosse mirar desde otro ángulo, muy alternativo por cierto, el problema que siempre le ha preocupado: el de la historia contemporánea de las ciencias humanas.

El problema es que ese ángulo no le posibilita a Dosse observar cabalmente a Michel de Certeau, siendo así que el enfoque que resulta alternativo para una historia de la ciencias humanas termina siendo muy tradicional para una biografía. Finalmente, habría que señalar que Dosse ha realizado un gran esfuerzo con esta investigación, que para un estudiante de historia resulta imprescindible en el intento de conocer más sobre los problemas de su disciplina después de la posguerra. Igualmente, hay que reconocer que pese a todos los problemas que podamos señalar en este trabajo, es claro que resulta expresivo de un renovado interés por parte de los historiadores por el sujeto en la historia. Esta biografía nos permite un acercamiento a ese asunto, tanto más si entendemos que las falencias que posee nos ayudan a discutir sobre las estrategias más convenientes que podría utilizar el biógrafo en su imposible intento por narrar una vida. Pero como decía el propio Certeau, hay que seguirlo intentando una y otra vez, infatigablemente, para lograr por lo menos un acercamiento aproximado.

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