Estamos frente a un libro importante y necesario para comprender la historia cultural de Buenos Aires, la ciudad que casi decuplicó su población en el periodo que analiza este libro (1870-1914), y en esa transformación inmensa adquirió un carácter emblemático en los ámbitos regional y mundial, cuyos ecos, pese a todo, persisten.
El libro está dedicado a la cultura del vestir, que la autora define como “un complejo entramado de discursos, imágenes, prendas, maneras de lucirlas, de producirlas, de adquirirlas, de nombrarlas”.
Trata un aspecto hasta ahora soslayado de los consumos culturales, asunto que ya había sido encarado por María Isabel Baldasarre en su libro -que es de referencia obligada en los estudios de la época- respecto del coleccionismo privado de arte en ese periodo llama- do La Belle Époque, y su paso a la formación de colecciones públicas que hoy constituyen nuestros principales museos (Los dueños del arte. Coleccionismo y consumo cultural en Bue- nos Aires [Buenos Aires, Edhasa, 2006]). En este trabajo investiga un aspecto hasta ahora mencionado siempre como una característica de la ciudad en todas las crónicas, evocaciones y descripciones de la Buenos Aires de La Belle Époque: el culto a la moda y la elegancia de sus élites, las compras de guardarropas enteros en los viajes a Europa, la fama de belleza de sus mujeres, en particular. Toma esa suerte de “lugar común”, de telón de fondo casi anecdótico que siempre se ha señalado casi al pasar para encarar otros temas que se consideran más relevantes o decisivos para la historia del periodo y encara la difícil tarea de develar las maneras y los mecanismos en los que el hábito y la aspiración del “buen vestir” se instaló, creció y se multiplicó, y ha llegado a constituir un dato insoslayable de la cultura, de la sociedad y la economía de la ciudad. Pero, además, no sólo atiende a la transformación de los hábitos de la élite sino a las prácticas de producción y consumo de esa cultura del vestir en las diferentes clases sociales: cómo se configuró un gran mercado consumidor tanto como productor cuando la ciudad, designada capital en 1880, incorporaba exitosamente los modelos de los centros europeos con los cuales compartía un ingreso per cápita muy alto. La autora analiza de qué modos esa adhesión a los parámetros de la moda europea significó un proceso tanto modernizador como normalizador en el que la forma de vestir contribuyó a la construcción y exhibición de los cuerpos según unas normas precisas de diferenciación sexual y comportamientos de género y clase que aseguraban la re- producción de un orden social rígidamente normatizado.
Las miradas, el placer de mirar y ser mira- da/o están en el centro del análisis de Baldas- arre. “Mirar y el goce intrínseco en este acto-sostiene- fueron primordiales en las ansias de consumo y uso del vestido”. La emulación, el deseo erótico, el ansia de ascenso social, el narcisismo, todas estas cuestiones están involucradas en esa dinámica de observar y ser vistos entre hombres y mujeres de las diferentes clases sociales.
El vestir como performance social está en el centro de una cultura visual que se multiplicó en las revistas ilustradas, la prensa, las vidrieras de las grandes tiendas, la calle Florida y los barrios de la ciudad.
El sistema de la alta costura que se establecía por entonces en Europa funcionó en una dinámica compleja de exclusividad y repetición a partir del diseño de modelos únicos para las élites (lo cual no era nuevo) junto con la reproducción y circulación de esos modelos a precios reducidos.
El surgimiento de grandes tiendas departamentales, la estandarización de las medidas corporales, la invención y difusión de las máquinas de coser, la publicidad en los medios gráficos, todo ello contribuyó a una enorme difusión de la moda, la retórica del valor de lo nuevo y la paradójica popularidad del consumo de modas “exclusivas”.
Para analizar este complejo y fascinante panorama, la autora echa mano de la historia social y económica, la historia del arte y la cultura visual, los estudios de género y la Fashion Theory.1
La cultura gráfica es un elemento funda- mental para el fenómeno aquí estudiado, así como la generalización de la apariencia burguesa gracias a la accesibilidad de la ropa ya reseúas confeccionada, que ayudó a diluir los rasgos de la diferencia de clases y contribuyó a la lógica del ascenso social al confundir los pará- metros tradicionales de la distinción de clases según la apariencia, aun cuando ésta persistió de formas más sutiles. Es éste quizás uno de los aspectos que más relaciona el trabajo de Baldasarre, proveniente de la historia del arte y estudiosa del consumo cultural en la Buenos Aires de La Belle Époque, con los estudios de la moda. La autora plantea desde el comienzo y claramente una indagación de la moda a partir de las imágenes -de ahí el énfasis puesto en el subtítulo “una historia visual de la moda”. Para ello despliega una minuciosa metodología de análisis y de descripción de un universo visual abundantísimo como el que produjo la moda en el momento que estudia.2Bien vestidos, la expresión que da título al libro, pone de relieve varias cuestiones que se van desplegando a lo largo de los seis capítulos que lo integran: desde el deseo de ascenso social implícito en los modos de vestir y de presentarse en sociedad, hasta el deseo de pertenecer a un mainstream mundial de la moda dictado por dos grandes capitales europeas: Londres y París. Todo ello impulsado por la transformación urbanística de la ciudad en el periodo y la difusión vasta e inmediata de re- vistas, figurines, publicidades, imágenes que estimularon la imaginación y esos deseos en audiencias cada vez más amplias. Se ofrece a continuación una breve síntesis de los asuntos desplegados con base en un trabajo de fuentes realmente amplio y variado: desde el surgimiento de las grandes tiendas, los oficios de la costura, el disciplinamiento de los cuerpos, hasta la inmensa difusión de las imágenes, las sanciones morales, el influjo de las grandes fi- guras del espectáculo que señalan tendencias. El primer capítulo, “Una geografía del consumo de moda”, analiza el crecimiento y la especialización de los negocios de ropa en Buenos Aires. Llama la atención la prevalencia, en las primeras décadas, de los negocios de ropa para varones. La autora analiza la historia de los negocios de ropa en Buenos Aires, su ubicación, la publicidad en los medios y el crecimiento exponencial de algunas de esas tiendas como Parenthou, Perissé, A la Ciudad de Londres (creada por dos hermanos franceses), El Progreso o A la Ciudad de México; Londres y París eran los referentes obligados, aunque la ciudad de referencia hacía alusión -más que a la nacionalidad de sus dueños- a la población a la que dirigían sus estrategias: Londres era el modelo de la ropa masculina en tanto París de la femenina. En este apartado la autora también reconstruye parte del fenómeno visual urbano que constituían las mismas tiendas de moda con su arquitectura y su decoración interna. A esto le suma el espectáculo de las y los paseantes y clientes que definitivamente con sus prácticas de consumo modificaron el aspecto de la ciudad y fue- ron fotografiados y divulgados en periódicos y revistas. Es éste un aspecto muy interesante del libro puesto que la transformación urbana que resulta de la instalación de las tiendas de moda fue un suceso de características globales a ambos lados del Atlántico.3
El segundo capítulo, “Prácticas del hacer, prácticas del vestir”, está dedicado a los hombres y mujeres que se dedicaron a la confección de prendas de vestir, de manera profesional o como medio de vida, como sastres, modistas, costureras u oficiales. Los hombres adquirían en su mayoría trajes ya confeccionados en tanto las mujeres siguieron comprando ropa hecha a medida o fabricándola ellas mismas. Las mujeres, en general, recibieron salarios más bajos. Es de destacar el minucioso análisis de cifras que realiza Baldasarre, al comparar salarios, cifras estadísticas, censos y precios. Las huelgas de sastres y modistas en vísperas del Centenario, la difusión y abaratamiento de las máquinas de coser, y las diferencias de género y clase que funcionaron en esos saberes y oficios. El tercer capítulo, “Moda y cultura visual”, analiza la difusión planetaria de la moda merced a la inmensa movilidad de la cultura impresa decimonónica: revistas ilustradas, re- vistas de moda, revistas femeninas que circularon rápidamente por todo el planeta.4 Brin- da numerosos datos a partir de los avisos en la prensa periódica, una fuente fundamental de su análisis junto con un profuso universo de fuentes, que va desde los manuales de cos- tura hasta las revistas y libros de lectura de las escuelas. Este volumen es fruto de un notable trabajo hemerográfico crítico que pone en relieve la eficacia de las metodologías de investigación y los referentes conceptuales provenientes de la historia del arte y de la cultura visual. Así, Baldasarre en este libro demuestra la operatividad del trabajo sobre la idea de acceso a la modernidad -tan cara a la historia del arte y de la cultura en Latinoamérica- desde la perspectiva de la moda. Las imágenes aparecidas en la prensa de moda no sólo se analizan como datos, sino también desde su estética y su agencia. También permiten una lectura transversal de los públicos y las clases que miraban la moda en imágenes y luego la consumían. La observación de la moda como un fenómeno que no era exclusivo de las clases acomodadas es uno de los grandes aciertos de Bien vestidos.
El cuarto capítulo, “Modelar y disciplinar el cuerpo”, analiza el disciplinamiento de los cuerpos sobre todo en la rápida evolución de la ropa interior a lo largo del periodo analizado. Desde los sufrimientos físicos para adecuar los cuerpos a una anatomía ideal (de las mujeres, pero también de los hombres) en función de lograr “cuerpos perfectos” (corsés, crinolinas, polizones, cuellos rígidos, corazas) hasta los discursos médicos para prevenir los males que tales implementos provocaban.
El quinto capítulo, “La tiránica y caprichosa moda”, da cuenta de la dinámica de los cambios y los discursos contra el imperio de la moda. La sanción moral contra el acicala- miento desmedido y los gastos excesivos por seguir la moda “caprichosa” como esclaviza- dora de la felicidad y la armonía conyugal. La autora analiza el papel del humor en esas críticas en la prensa periódica y la caracterización de la moda como territorio de lo femenino en esos discursos críticos.5
Por último, el sexto capítulo, “Moda y cultura de la celebridad”, trata de las y los personajes que señalaron tendencias y fueron modelos a imitar: no sólo los miembros de las clases altas sino, sobre todo, las actrices y acto- res, cantantes populares y “divas” de ópera que resultaron referentes admiradas: Sarah Bernhardt, Angelina Pagano o Blanca Podestá, por ejemplo, quienes a menudo no respondieron a los estereotipos de género. Hubo entre ellos “mujeres en pantalones” o varones travestidos, “actrices, actores y transformistas se configuraron como atractivos reservorios de libertad”, sostiene al final de este capítulo.
Los rígidos papeles femeninos y masculinos se vieron desafiados en esas décadas-paradójicamente- por las nuevas tendencias que esos modelos alternativos proponían desde el mundo del espectáculo.
Bien vestidos se presenta como una no- table contribución al amplio campo de los estudios de moda, pero también al de la historia del arte y de la historia cultural de Buenos Aires. Es de destacar la proyección a la contemporaneidad que se desprende de su lectura, en cuanto que muchas de las actitudes actuales respecto a la moda y al consumo encuentran su principio en la coyuntura histórica que la autora examina. Reconocer la vigencia de muchas prácticas provenientes del pasado es probablemente uno de los mejores aportes de esta obra.