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CONfines de relaciones internacionales y ciencia política

versión impresa ISSN 1870-3569

CONfines relacion. internaci. ciencia política vol.19 no.37 Monterrey ago./dic. 2023  Epub 03-Mayo-2024

https://doi.org/10.46530/cf.vi37/cnfns.n37.p178-197 

Varia

Desplazamientos antagónicos: El lopezobradorismo en tres tiempos*

Antagonistic Displacements: Lopezobradorism in Three Times

Pablo Cárdenas-Eguiluz1 

Alejandro Moreno-Hernández2 

1Universidad de Buenos Aires. Becario doctoral CONICET en la Universidad Nacional de San Martín

2Universidad de Buenos Aires. Becario doctoral CONICET en la Universidad Nacional de San Martín


Resumen.

Este artículo analiza el lopezobradorismo, a partir del enfoque teórico-analítico de las identidades políticas (Aboy Carlés, 2001a) y del populismo de Ernesto Laclau (2005), asumiendo que este se constituye como una identidad política populista. El trabajo analiza cómo la articulación de ciertas demandas amplió su base de apoyo entre 2005 y 2018, en particular resaltamos los desplazamientos de la frontera antagónica y las mutaciones del lopezobradorismo como sujeto político. En este sentido, observamos que entre 2005 y 2006, López Obrador se presentaba como “el candidato de los pobres”, estableciendo una frontera política entre pobres y ricos, mientras que en 2012 se centró más en la inseguridad y la corrupción, donde buscó la “reconciliación” con algunos sectores sociales, molestos por las protestas posteriores al 2006. En 2018, articuló su prioridad en el combate a la pobreza y la inseguridad agregando un fuerte discurso en contra de la corrupción, pero también estableciendo una narrativa de inclusión hacia aquellos políticos, empresarios o personajes famosos que decidieran sumarse a él; así, la frontera tuvo su última mutación, en la cual el lopezobradorismo estableció una demarcación entre una “élite corrupta” y “el pueblo”.

Palabras clave: populismo; identidad política; lopezobradorismo; antagonismo; frontera política

Abstract.

This article analyzes lopezobradorism, based on political identities theory (Aboy Carlés, 2001a) and Ernesto Laclau´s concept of populism (2005). Assuming that lopezobradorism has constituted a populist political identity, this paper analyzes how this identity articulated demands and extended its electoral base between 2005 and 2018. Particularly, we highlight the antagonistic displacements and mutations of lopezobradorism as a political subject. In this sense, we observe that in 2005-06 AMLO presented himself as “the candidate of the poor” and established a political frontier between rich and poor, while in 2012 he was more centered on insecurity and corruption, trying to “reconcile” with some social sectors for his protest post-2006. In 2018, he accomplished to articulate his priority against poverty and insecurity, adding a strong discourse against corruption and trying to include politics, businessmen and famous people in his coalition; in this way, lopezobradorism suffered its last mutation establishing a frontier between “a corrupt elite” and “the people”.

Keywords: populism; lopezobradorism; political identity; antagonism political frontier

INTRODUCCIÓN

La figura de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha estado rodeada por un halo de controversias de un gran impacto mediático. En la esfera pública, los debates y discusiones gravitan principalmente en torno al carácter populista de su política y a su estilo de liderazgo. Este artículo analiza el fenómeno del lopezobradorismo, desde la sociología de las identidades políticas, sosteniendo que este constituye una identidad política que deviene en una forma popular. A lo largo del presente, se desarrollan algunos de sus aspectos, lejos del ruido al que tiende el análisis de coyuntura.

La tesis central es que de 2005 a 2018, la frontera antagónica del lopezobradorismo se fue desplazando de forma tal, que le permitió ampliar su base de apoyo, y con ello, ganar las elecciones presidenciales en 2018, pero esos desplazamientos implicaron también cambios significativos en su identidad política. En 2005 y 2006, López Obrador se presentaba como “el candidato de los pobres”, y su principal enemigo era el neoliberalismo; sin embargo, a partir de 2012 cambió la demanda principal, ya no sería la pobreza sino la lucha contra la corrupción, así como “la reconciliación”. La frontera se estableció entonces con la clase política mexicana, a la cual AMLO acusaba de rapaz y deshonesta, desactivando el antagonismo de empresarios y clases medias que no se sentían identificadas con su proyecto político original. Así, pasó de ser un candidato de clase popular, que representaba “a los de abajo” en oposición “a los de arriba”, a ser un candidato transversal, quien trazaba una frontera entre “los corruptos” y “los no-corruptos”. Cabe señalar que la consigna “Primero los pobres” -en torno a la cual había construido inicialmente su discurso- siguió formando parte de su identidad, solo que quedó supeditada al tema de la corrupción.

El artículo está dividido en seis apartados: el primero plantea de manera somera nuestras herramientas teórico-conceptuales a través de las cuales se analiza el caso. En el segundo se realiza un estado del arte sobre los estudios en torno al lopezobradorismo. El tercero proporciona una reconstrucción de la historia mexicana reciente. Los siguientes tres apartados analizan cómo se transformó la identidad lopezobradorista y su alteridad a través de tres etapas: el proceso de desafuero como jefe de Gobierno de la Ciudad de México en 2004-2005, las elecciones de 2006 y sus consecuencias (cuarto apartado); el movimiento por la defensa del petróleo 2008, antecedente ineludible del Movimiento Regeneración Nacional (MORENA), y la consolidación del movimiento de cara a las elecciones presidenciales de 2012 (quinto); y la victoria electoral de 2018 (sexto). Finalmente, las conclusiones recogen y sintetizan las ideas principales desarrolladas a lo largo del texto, a la luz del enfoque teórico-analítico que cruza las identidades políticas y la dimensión conceptual del populismo, lo que definimos como desplazamientos antagónicos.

I. UNA APROXIMACIÓN AL POPULISMO Y LAS IDENTIDADES POLÍTICAS

El presente artículo se sostiene en dos campos suplementarios de corte postestructuralista: el de la sociología de las identidades políticas y la teoría del populismo de Laclau (2005). El punto de contacto entre ambos enfoques se encuentra en la noción de Laclau y Mouffe (1987) y Laclau (1993) sobre el carácter relacional de toda identidad social; así como su concepción de lo social como discurso, no limitado a las prácticas lingüísticas. Con base en estos aportes, se utiliza el concepto de identidades políticas desarrollado por Aboy Carlés (2001a), quien las define como prácticas configuradoras de sentido, que construyen agrupamientos colectivos en torno a solidaridades internas y diferenciaciones externas estables, a través de la disputa por definir aspectos de los asuntos públicos. Existen tres elementos particulares que caracterizan una identidad: una serie de articulaciones, una(s) frontera(s) donde definen su alteridad y su relación con lo “sedimentado”, la tradición. Siguiendo con el autor, sugiere que la pregunta sobre las identidades debe orientarse hacia el principio de exclusión, que establece los límites de toda identidad, es decir la alteridad o antagonismo. Las identidades se configuran a través de antagonismos, en otras palabras, de un exterior constitutivo. Sin embargo, el antagonismo no es meramente el otro o el enemigo, sino es la presencia del otro que me impide ser yo mismo (Laclau y Mouffe, 1987, p. 168). En síntesis, la alteridad o el antagonismo es una parte constitutiva de la propia identidad, ya que como comenta Aboy Carlés (2001a): “cada elemento del sistema se constituye como identidad a partir de su relación con los otros, a partir de su inscripción en una trama de relaciones […] identidad y diferencia son la condición y la inauguración misma del sentido” (p. 45).

Así, este enfoque teórico-analítico nos permite indagar en los procesos de reconfiguración de las solidaridades, dentro de una formación política, desde el análisis de múltiples tipos de discursos. Dichos procesos de reconfiguración se advierten con una mirada transversal a los límites de las instituciones políticas y colocan en el centro de la escena a la temporalidad; por lo que se trabaja con fuentes provenientes tanto de la política, como de los discursos mediáticos y académicos.

Por su parte, Laclau (2005) definió populismo como un modo de construcción de lo político, una articulación a través de una lógica equivalencial, que une demandas heterogéneas a través de un “significante vacío”, este último entendido en términos discursivos como “un vaciamiento de un significante de aquello que lo liga a un significado diferencial y particular” (Laclau, 1996, p. 92). En ese esquema, el significante vacío representa una falta, que muestra que toda identidad política es incompleta, precaria y contingente. Desde la perspectiva del populismo, el significante vacío muestra la dicotomización del campo político entre dos polos relativamente imprecisos, separados por una frontera que definirá el sentido político de la identidad popular, donde en un lado quedaría “el pueblo” y en el otro una “élite insensible o irresponsable”. En este marco, Laclau piensa a las identidades como ejércitos enfrentados paratácticamente, donde la frontera antagónica se muestra como un límite infranqueable (Aboy y Melo, 2014, p. 412).

En cambio, el populismo concebido por Aboy Carlés, a manera de péndulo, le imprime dinámica y vitalidad al campo político. La pendulación sería el rasgo específico del populismo (Aboy Carlés, 2001b, p. 34). Este movimiento da cuenta de que el enemigo nunca es completamente el enemigo, sino que justamente la identidad populista pendula entre la ruptura con el otro y su integración al campo propio, lo cual permite concebir una frontera porosa y dinámica. Más aún, la identidad populista viviría en esa tensión indisoluble entre ser “una parte” y su búsqueda por representar “la totalidad” de la comunidad, pero es una meta infructífera en tanto que nunca logra aprehender en absoluto la totalidad de la comunidad; siempre se encuentra en esa dicotomía entre incorporar al otro o atacarlo (Aboy Carlés, 2010).

La pendulación sería la característica que nos permitiría observar los reagrupamientos de los campos antagónicos y, por ende, la configuración de nuevas identidades populares. La pendulación es, entonces, lo que aquí hemos denominado desplazamientos antagónicos. Finalmente, el objetivo de este trabajo busca operacionalizar tanto la definición de identidad política de Aboy Carlés (2001a) como la de populismo de Ernesto Laclau (2005), destacando particularmente la dimensión de alteridad/antagonismo en ambos casos, y la idea de pendulación de la frontera política, para analizar los desplazamientos antagónicos del lopezobradorismo. Consideramos que la crítica de Aboy Carlés a la teoría laclausiana, nos permite reflexionar sobre la dinámica de las fronteras, sus reagrupamientos y la reconfiguración de la propia identidad. Asimismo, la investigación emplea una perspectiva cualitativa que recurre al análisis del discurso (Howarth, 2000, 2005) para construir y analizar un corpus robusto de fuentes primarias, que incluye los principales periódicos nacionales e internacionales que han reproducido los discursos políticos más relevantes durante el periodo analizado (2005-2018), tales como La Jornada, El Universal, Reforma, y medios digitales, además de apoyarse en otras fuentes donde se retoman fragmentos discursivos del propio López Obrador, en entrevistas audiovisuales y en prensa.

II. UNA MIRADA A LOS ESTUDIOS DEL LOPEZOBRADORISMO

En torno a la carrera de López Obrador gravitan demasiados artículos periodísticos, que tienden al análisis coyuntural y a los debates sobre el carácter “populista” de su política. Ahora bien, la literatura académica se ha concentrado en definir el estilo de liderazgo de AMLO (Bolívar Meza, 2017), el proceso mediante el cual MORENA se constituyó como partido político (Bolívar Meza, 2013, 2014) o la forma populista que tiene de hacer política (López Leyva, 2007).

A partir de 2018, han surgido algunos estudios que buscan comprender su victoria electoral. En la prensa, el triunfo se explicó a partir del traslado de la postura política de AMLO de la izquierda al centro, en un contexto caracterizado por una crisis de representación, resultado del desgaste de la lucha entre el PRI y el PAN (Rojas, 2018); otra explicación es que simplemente la gente votó para castigar a los partidos tradicionales. Sin embargo, los trabajos académicos recientes han tratado de desarrollar una comprensión más clara y profunda del fenómeno, con los cuales buscamos dialogar.

Dentro de este conjunto de trabajos, encontramos el de Monsiváis-Carrillo (2018), quien sostiene que AMLO es un actor populista, a través de un estudio sobre la estrategia que utilizó durante su campaña electoral. Esta última combinaba viajes por los lugares más recónditos y pobres del país, alianzas con empresarios y políticos tanto del Partido Revolucionario Institucional (PRI) como del Partido Acción Nacional (PAN). Si bien el autor da cuenta de forma detallada cómo López Obrador logró ampliar ‒mediante una estrategia que denomina populista- su base electoral, en donde se combinaban dos grandes sectores antagónicos, no explica cómo fue que una parte significativa de la élite cambió su postura política. En términos laclausianos podríamos decir que el artículo describe algunas de las demandas populares, pero no identifica cuál es el punto nodal que dio estabilidad a la coalición de AMLO. Si bien el texto de Monsiváis es interesante en tanto que indaga, desde una dimensión del populismo, el triunfo de AMLO, uno de los contrapuntos que encontramos es la noción de populismo que emplea. Lo define como una estrategia mediante la cual un líder personalista busca ejercer el poder basado en el apoyo directo y sin mediación de un gran número de seguidores en su mayoría desorganizados (Weyland, 2001, p. 14). Esta noción reduce al populismo a una relación unidireccional entre el líder y el pueblo, y específicamente a la estrategia del líder, lo cual impide identificar otras prácticas significativas.

Por su parte, desde el enfoque del sistema de partidos, Aragón Falomir et. al. (2018) analizan las elecciones de 2018, haciendo énfasis en la construcción de MORENA como un partido político antiestablishment, rasgo que provocó la ruptura de la estabilidad del sistema de partidos. Si el populismo, pensado como estrategia, ofrece una simplificación excesiva del fenómeno al centrarse en la relación líder-pueblo e ignora otras prácticas, el enfoque de sistema de partidos reduce aún más esta relación, al mirar en la dimensión estructural de la política la interacción entre organizaciones y actores formales dentro de un marco de reglas electorales. En esa línea, Greene y Sánchez-Talanquer (2018) también utilizan el enfoque de sistema de partidos para estudiar el triunfo presidencial de López Obrador. Allí distinguen tres fuentes de descontento popular: corrupción, crimen y pobreza. Sin embargo, su conclusión es simplemente coyuntural, en tanto que explican que AMLO ganó porque supo aprovechar el contexto de la crisis de representación del sistema de partidos mexicano.

También en el mainstream disciplinar, los estudios electorales con una larga tradición en la ciencia política mexicana (Merino et. al., 2018) realizan estudios exhaustivos donde clasifican quién votó qué, dónde los candidatos obtuvieron la mayor parte de su apoyo y cuáles son las características sociodemográficas de los votantes de cada partido. Aunque no abordan la pregunta central de este artículo, algunos elementos son útiles para entender el fenómeno. Por ejemplo, en la elección de 2018, la configuración sociodemográfica del voto indica que hubo una suerte de alianza interclasista que le dio la victoria a López Obrador.

Otros tipos de trabajos más cercanos a la teoría crítica como el de Fernández (2018) y Modonesi (2018, 2019a, 2019b) dan cuentan del fenómeno, a través de un enfoque gramsciano tradicional. Los autores utilizan la distinción de Gramsci entre “transformación” y “transformismo” como las principales estrategias para lograr la hegemonía. Para Modonesi (2019a, 2019b), el proyecto de AMLO presenta ambas caras. A veces como un rechazo total al sistema, ya que intenta crear un “nuevo bloque histórico” y un “nuevo sentido común”, pero en otras ocasiones absorbe elementos tanto de sus aliados como de su oposición, lo que sería de acuerdo con el autor “transformismo”. Así, más que entender la lógica de la victoria de AMLO, buscan describir la metamorfosis potencial del Estado, que en términos gramscianos oscilaría entre “transformismo” y “transformación”.

Asimismo, AMLO ha sido analizado desde sus discursos. Marini (2019) lo hizo durante las elecciones de 2018, donde se enfocaron directamente en la campaña electoral. Allí examinan la forma en que AMLO se dirige a la gente, pero ignora otras dimensiones del discurso que van más allá del contenido, además de que hay una omisión grave al no dar cuenta de cómo cambió su discurso respecto a las campañas de 2006, 2012 y 2018. Finalmente, coincidimos con Heredia (2019) cuando menciona que hay una élite intelectual y académica que ha sido incapaz de entender el terremoto político que significó el lopezobradorismo. AMLO ha actuado tan rápido en términos de las acciones de su gobierno, que los académicos e intelectuales debaten la forma de este nuevo régimen y su continuidad. No obstante, creemos que es útil detenerse un poco y mirar el pasado reciente más que intentar analizar su devenir.

III. PANORAMA CONTEXTUAL MEXICANO

La transición democrática mexicana se concentró en la agenda electoral (Ortiz Leroux, 2010), que inició en 1976. En esa línea, Labastida y López Leyva (2004) señalan que con la reforma de 1996 concluyó el largo proceso de democratización. Se trata de un caso complejo, ya que la transición mexicana -a diferencia de otras transiciones latinoamericanas- no se dio mediante el colapso súbito del régimen autoritario, sino que fue un lento y gradual proceso de disolución del régimen del partido hegemónico. Si bien no existe un consenso sobre su inicio y su fin, se toma como referencia las elecciones del año 2000 como un punto de inflexión en la vida democrática del país, pues puso fin a 70 años de un régimen dominado por un solo partido.

Desde su fundación en 1928, el partido oficial ganó prácticamente todas las elecciones locales y federales hasta el 2000. El éxito del partido oficial fue unir los diferentes “elementos de la Revolución mexicana” y domesticar su significado presentando al partido como el depositario del destino de la patria (Buenfil, 2000, p. 86). Todo lo que estaba fuera del partido no pertenecía a la narrativa de la Revolución mexicana, no representaba a la nación y, por lo tanto, era marginado de la vida social y política. Las principales características de este periodo fueron la intervención económica y social del Estado, el poder absoluto del presidente, el corporativismo como única forma de relación con los sindicatos, la corrupción, las libertades limitadas y el alto crecimiento económico (Rodríguez Araujo, 2009, p. 211). Hay que mencionar que este crecimiento no generó una redistribución de la riqueza a las clases más bajas, pero sí logró una movilidad ascendente intergeneracional, principalmente en la consolidación de una clase media urbana, lo cual le imprimió durante décadas una enorme legitimidad al régimen. En otras palabras, se sostuvo gracias a la movilidad social bajo las cuales las nuevas generaciones tenían un mejor nivel de vida que sus padres. Hacia la década de 1980, con el avance del modelo neoliberal, la aspiración de la movilidad social se fue perdiendo (Woldenberg, 2012b).

Los primeros desajustes del régimen iniciaron con el surgimiento de movimientos sociales y organizaciones políticas de oposición en la década de 1960, que provocaron la primera desestabilización del sistema y del arreglo político nacional. La respuesta del régimen fue la represión y censura (Aboites Aguilar, 2008). En 1976, el PRI había alcanzado su apogeo electoral al ganar la presidencia con el 100 % de los votos. El PAN había decidido no participar porque argumentaba que el sistema electoral no ofrecía ninguna garantía, el otro partido de oposición era el Partido Comunista Mexicano (PCM), que ni siquiera contaba con un reconocimiento legal (Woldenberg, 2012a). Debido a su falta de credibilidad democrática, ese mismo año, el gobierno aprobó una reforma política electoral que dio incentivos al PAN para participar y facilitó el registro del PCM (Woldenberg, 2012a). Otro cambio relevante fue la transformación del modelo económico; después de 1982 la intervención del Estado en la economía comenzó a ser menor. El gasto público del gobierno se basó principalmente en los precios del petróleo, y desde su colapso a finales de los años setenta, México se vio orillado a adoptar el modelo neoliberal. Por lo tanto, la transición democrática fue acompañada por la transformación del modelo económico.

En este contexto, Cuauhtémoc Cárdenas junto con otros miembros disidentes de la élite tecnócrata, que se había apoderado del PRI decidieron abandonar el partido (Cárdenas, 2013). En 1988, formaron una coalición de varios partidos de izquierda (Frente Democrático Nacional [FDN]), que competiría contra el partido oficial por la presidencia. La mística revolucionaria estaba en disputa, Cárdenas y Carlos Salinas luchaban por su apropiación. El PRI había utilizado sistemáticamente la Revolución para argumentar que era el verdadero heredero. Sin embargo, fue difícil mantener este argumento contra el hijo de Lázaro Cárdenas, expresidente y prócer de la revolución.

Las elecciones de 1988 fueron muy polémicas. Los primeros resultados mostraron que Salinas estaba perdiendo, pero el gobierno federal retuvo el anuncio oficial durante una semana completa, argumentado que se había “caído el sistema” de cómputo electoral, cuando se restableció casi nadie creía el resultado que daba como ganador a Salinas (Dillon y Preston, 2004, p. 151). Cárdenas convocó a marchas de protesta y finalmente decidió crear un nuevo partido, el PRD. Este partido unió por primera vez a todas las fracciones de la izquierda mexicana (Niszt, 2009). Así, la dislocación de la arena política basada en la disputa de la “mística revolucionaria” hizo posible la creación de un nuevo partido de izquierda. Además, se crearon nuevas reformas electorales para abrir el sistema político, que dieron paso a la creación del Instituto Federal Electoral (IFE) para dar confiabilidad a los futuros procesos electorales. A partir de estas reformas, por primera vez en 1989, el partido oficial perdió un estado (Baja California) ante el PAN.

Finalmente en el 2000, las elecciones hicieron posible una alternancia política. La victoria del candidato del PAN, Vicente Fox, puso fin a setenta años de gobierno del PRI. De acuerdo con algunos autores, en ese momento concluyó la era de la transición, e inició la de la democracia (Merino, 2007, p. 444). Sin embargo, el programa económico entre el PAN y el PRI diferían poco, Fox sostuvo el mismo enfoque neoliberal originado durante los años ochenta (Germano, 2018, p. 124). Ese mismo día, mientras Cárdenas sufría una estrepitosa derrota como candidato presidencial, López Obrador ganaba en el Distrito Federal. A partir de ahí, consolidaría una base de apoyo popular, y se convertiría en el líder principal del partido.

IV. EL DESAFUERO Y LAS ELECCIONES DE 2006

La definición de una frontera política se puede rastrear desde 2004, específicamente a partir del intento de desafuero de López Obrador como jefe de Gobierno del Distrito Federal. En dicho episodio, se denunció a AMLO por haber violado una orden judicial que exigía la suspensión de la construcción de una calle. La denuncia fue percibida como una maniobra para inhabilitarlo políticamente de cara a las elecciones del 2006. Este momento marcó la configuración antagonista del campo político; como se observa en un fragmento del discurso de su defensa ante la Cámara de Diputados, el 7 de abril de 2005. En él señala:

Quienes me difaman, calumnian y acusan son los que se creen amos y señores de México. Son los que en verdad dominan, mandan en las cúpulas del PRI y del PAN, son los que mantienen a toda costa una política antipopular y entreguista, son los que ambicionan las privatizaciones del petróleo y la industria eléctrica […] son los que al mismo tiempo consideran al Estado una carga, y quieren desvanecerlo en todo lo tocante al bienestar de los pobres y los desposeídos. (Dávalos y Becerril, 2005)

Como se puede observar, AMLO establece un punto de ruptura con una élite política aliada, el PRI y el PAN, que defiende los intereses privados de un pequeño grupo económico. También, en este primer momento, se centra sobre todo en caracterizar al adversario, pero no explicita un proyecto político.

El desafuero se consumó el 7 de abril del 2005, lo cual resultó contraproducente para los detractores de López Obrador. En primer lugar, desató protestas masivas contra el Presidente Fox, quien decidió retirar los cargos debido a la presión popular. En segundo lugar, generó una enorme simpatía y movilización de la gente hacia AMLO. Las marchas y los mítines en defensa de AMLO superaron el millón de personas. Allí es donde podríamos afirmar que comenzó a configurarse el lopezobradorismo, y a moldear la idea de un “pueblo”. Tras esta experiencia, se posicionó como el candidato presidencial más popular.

AMLO participó en las elecciones de 2006 en una coalición conformada por el PRD, Convergencia y el Partido del Trabajo (PT). Su principal rival fue el panista Felipe Calderón. Se podría decir que la arena política se vio dicotomizada en una versión tradicional izquierda-derecha. Calderón contaba con el apoyo de la élite económica y los medios de comunicación. Durante las elecciones, los partidos políticos tienen el permiso de comprar espacios en radio y televisión; no obstante, los medios de comunicación se negaron a venderle espacio publicitario a la coalición encabezada por AMLO (Woldenberg, 2012a). Además, el Consejo Coordinador Empresarial abiertamente hizo campaña a favor de Calderón, y llamó a AMLO un “peligro que podría transformar al país en Venezuela”. De esta manera, la élite se encontraba centrada en un objetivo: impedir a toda costa que AMLO ganara la elección. Es interesante resaltar que algunos autores como Contreras (2008, pp. 227-247) señalan que desde el panismo se renombró la frontera política, dando cuenta de la polarización. Así, para sus detractores AMLO era un “peligro para México”, por sus continuas amenazas a la violación de la ley, su “discurso de odio” contra los ricos y los empresarios, su liderazgo autoritario, su modelo político-económico del pasado y sus ideas de democracia directa. En suma, el rival era un obstáculo que había que eliminar para mantener una democracia liberal estable.

Sí, lo tenemos que decir sin miedo, si hay un “peligro para México” en la candidatura del PRD…lo sabemos, lo comentamos en silencio, digámoslo fuerte. Hay un peligro de autoritarismo en alguien que no cree en la ley… hay un peligro en… alguien que no oculta su odio hacia los empresarios, su discurso clasista de odio y resentimiento entre mexicanos. (Calderón, 2006, citado en Contreras, 2008, p. 244)

AMLO, por su parte, rechazaba el proyecto neoliberal. Su campaña se enfocó en la reducción de la pobreza, en que el gobierno tuviera el control de recursos estratégicos como el petróleo y en una nueva institucionalización, que prometía la inclusión de los sectores “olvidados” por la sociedad (Olmeda, 2008, p. 185; Torrico Terán, 2008). En sintonía, su famoso eslogan de campaña fue “Por el bien de todos, primero los pobres”. Más que un eslogan, fue la punta de lanza de su proyecto de nación, a través del cual buscaba articular propuestas tales como becas para los jóvenes, más universidades y preparatorias públicas y gratuitas, mejores servicios en hospitales públicos, ayuda financiera para las madres solteras, pensiones para los adultos mayores e infraestructura desarrollada por el Estado para crear más trabajos. Así, constituía una promesa de integración de la plebs al demos, pero intentando que la plebs ocupe un lugar central y privilegiado bajo el nuevo orden: “arriba los de abajo, abajo los de arriba” (López Obrador, 2005, citado en Bruhn, 2012, p. 93).

Además, otra de las frases recurrentes de la identidad lopezobradorista era: “solo el pueblo puede salvar el pueblo”, la cual indica su motor plebeyo (Modonesi, 2019a, p. 93). En consecuencia, la frontera antagónica quedó establecida entre el “pueblo” por un lado; el PRI, el PAN, los bancos y la élite económica por el otro (Torrico, 2008, p. 213). Finalmente, Calderón ganó en una elección muy polarizada, la diferencia entre el primer y segundo lugar fue de alrededor de 250 mil votos (0.58 %). La división regional fue clara; Calderón ganó en los estados del norte del país, mientras que AMLO lo hizo en el sur y en la capital.

El proceso electoral de 2006 fue, por decir lo menos, polémico, contuvo una serie de irregularidades que llevaron a AMLO y sus simpatizantes a considerar que el voto no había sido respetado. Como consecuencia, se conformó un movimiento social que apoyaba la intención de López Obrador de impugnar la elección ante el Tribunal Federal Electoral. Durante meses, López Obrador y sus simpatizantes acamparon afuera de Paseo de la Reforma, donde AMLO continuaba afirmando que Calderón no era el presidente legítimo, que la contienda había sido inequitativa, y exigía el recuento del total de los votos (Germano, 2018, p. 3).

AMLO se enfrentó duramente a las instituciones democráticas del país. Una semana después de los resultados, señaló que el IFE, en colaboración con el PAN y otros grupos de poder, quería imponer “a un empleado incondicional, a un pelele que les garantice perpetuar la corrupción, el influyentismo y la impunidad” (López Obrador en Becerril y Garduño, 2006). Al poco tiempo, en un acto de protesta expresó “no podemos permitir el fraude y la imposición, porque estaríamos aceptando entonces la democracia como farsa, como simulación. Estaríamos aceptando que unos cuantos decidieron sobre el destino de todos los mexicanos” (López Obrador en Méndez y Becerril, 2006). En la misma línea, vinculó su defensa de la democracia a los derechos y demandas de las clases populares, al afirmar que la democracia “es la única posibilidad que tienen los pobres de que llegue al poder alguien identificado con sus necesidades y demandas” (López Obrador en Herrera, 2006). “Voto por voto” se convirtió entonces en la demanda que anunciaba una transición democrática inconclusa, ya que el aparato institucional no era capaz de brindar imparcialidad ni certeza. En este sentido, puede ser argumentado que esta demanda reforzó la división entre “procesos institucionales perversos” (usados en contra de la misma persona en 2004 y 2005) y las antagónicas demandas del “pueblo” (Olmeda, 2008, pp. 184-185).

Nunca aceptaré la política tradicional, aquella en la que todos los intereses cuentan, pero no los del “pueblo”... ¿Qué van a hacer nuestros adversarios? Primero, ellos se van a tratar de legitimar en el extranjero. Segundo, todos los empresarios y las compañías van a reconocer los resultados (electorales). Tercero, la subordinación de los grandes medios “prendiendo incienso” al candidato de la derecha… Por último, está la negociación con nosotros, van a usar todos sus medios para intentar establecer lo que ellos llaman diálogo y negociación… al diablo con sus instituciones. (López Obrador, en Villalpando Castro, 2006)

Este ciclo de protestas tuvo tres consecuencias principales. En primer lugar, López Obrador amplía la noción del antagonismo: de una oligarquía política y económica, que quiere privatizar al país, a un grupo de “corruptos” que están en contra de la democracia y de las mayorías, además de las instituciones políticas emanadas en los últimos años como el IFE y el Tribunal Federal Electoral (TFE), y grupos empresariales dueños de los medios de comunicación. Este discurso fue utilizado por sus enemigos para reforzar la idea de que era un “peligro para México”. En segundo lugar, la irrupción de un movimiento que intentaba desbordar la estructura tradicional de los partidos políticos, y que sería la base de su fuerza política. En tercer lugar, la realización de la Convención Nacional Democrática (CND) el 16 de septiembre de 2006, donde empieza a fraguarse un proyecto de nación, con un gobierno alternativo, que proclama a López Obrador como presidente legítimo.

Más allá de la conformación del gobierno alternativo (el cual se fue diluyendo rápidamente hasta quedar como una reminiscencia simbólica, pues carecía de legalidad), la Convención fue fundamental en tanto que empezó a dibujarse una lógica de acción propia del lopezobradorismo: la complementariedad entre la dimensión de lo institucional y la del movimiento social. Así, la CND proponía iniciativas de ley en el Congreso, a través de los legisladores de los partidos que conformaban la coalición y en simultáneo, se comprometía a llamar a la movilización siempre que se efectuase un retroceso en la vida pública del país y se pusiera en riesgo cualquier “conquista social” (Bolívar Meza, 2013). En síntesis, la Asamblea fue el primer intento por dar rumbo a las movilizaciones que se articularon en torno al “fraude”, significante que, si bien a la postre sería desplazado, fue central durante los primeros años del lopezobradorismo y en la formación de MORENA como partido político.

V. MUERTE Y RESURRECCIÓN DEL LOPEZOBRADRISMO, 2007-2012

Durante la administración de Felipe Calderón, y como resultado de su falta de legitimidad, el presidente decidió mandar al Ejército a las calles en un combate directo contra el narcotráfico. Esta acción ha tenido un alto costo para México, ya que desde 2006 se registran más de 300 000 homicidios dolosos. Antes de esta orden, México tuvo una tasa de homicidio similar a la de Estados Unidos durante los noventas (9.34 por 100 mil habitantes) (Greene y Sánchez -Talanquer, 2018, p. 35). En 2011 de acuerdo con el Banco Mundial (2019), la misma tasa pasó ser de 22.85. Así, la demanda por la pacificación empezó a crecer.

A pesar de intentar reducir la pobreza mediante un mayor gasto social, los programas sociales fueron mal distribuidos durante la época calderonista, al grado de que las familias en áreas más ricas recibían los apoyos de estos programas (Bruhn, 2012, pp. 98-99). El intento de parte del gobierno calderonista de satisfacer una demanda obradorista (“primero los pobres”) existió, pero su mala aplicación provocó que la desigualdad siguiera siendo un tema central para el país.

En el campo lopezobradorista, Olmeda (2008, p. 180) menciona que, tras las elecciones, la relación entre la élite del PRD y AMLO empezó a tensarse. En 2008, el conflicto tuvo su clímax con la renovación del liderazgo del partido. Un grupo reconocía a Calderón como el Presidente de la Nación, y el otro no lo consideraba una autoridad legítima. Los dos candidatos a la presidencia del PRD fueron Alejandro Encinas y Jesús Ortega. El primero representaba al lopezobradorismo, mientras que el segundo a la facción moderada del partido. Como resultado, las autoridades del partido dieron como ganador a Encinas por un margen muy estrecho. Sin embargo, la impugnación de un grupo moderado ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) provocó la anulación de algunas casillas por irregularidades, lo que cambió el resultado dando como ganador a Ortega. Es en este momento cuando AMLO empieza a alejarse del PRD, aun cuando usa la plataforma del partido para su candidatura de 2012 (Ramírez Reyes, 2014, p. 16).

En 2008, Calderón intentó aprobar medidas para reformar la industria petrolera con el objetivo de autorizar la participación privada en la extracción del petróleo. AMLO creó el Movimiento Nacional en Defensa del Petróleo (Bolívar Meza, 2013, p. 61) porque consideraba que la reforma llevaría inevitablemente a la privatización de Petróleos Mexicanos (PEMEX). Desde una visión nacional-popular, PEMEX representa un puntal en el desarrollo nacional. Además, decidió relacionar a la corrupción con la privatización, siendo a partir de ese momento la “corrupción”, un significante central en su discurso.

AMLO empezó a recorrer el país en 2009. Dio a conocer su “Proyecto Alternativo de Nación” con un mayor apoyo del sector intelectual. Su propuesta de integración del gabinete fue una señal de un comienzo de moderación discursiva y reconciliación con el sector empresarial y las clases medias, pues era un gabinete de “expertos” bien evaluados por los “mercados”.

A finales del 2011 el lopezobradorismo dio el primer paso hacia la institucionalización al aprobarse su registro como asociación civil. En un acto de fundación simbólica,1 encabezado por López Obrador, el líder del movimiento expresó: “Morena es ahora una asociación civil para transformar la vida pública del país…por la vía pacífica y electoral, luchemos por la regeneración nacional” (López Obrador en Muñoz y Méndez, 2011). Asimismo, en el citado discurso inaugural, se dejó en claro el objetivo principal: la transformación de México a través de la derrota de un grupo de intereses creados por poderosos, lo que denominaría “la mafia en el poder”. Este significante, como mencionamos anteriormente, es el punto de ruptura a partir del cual el lopezobradorismo construyó una frontera política, y vuelve a aparecer ahora, como alteridad constitutiva del recién institucionalizado MORENA. Así, el Movimiento quedó definido de una forma peculiar, a través de un cruce entre las características de su experiencia reciente como movimiento social popular, y la larga tradición partidista iniciada en el FDN. López Obrador se refiere a él como “un movimiento amplio, plural e incluyente, que representa a todas las clases, los sectores, todos los credos” (López Obrador en Núñez, 2011).

La creación de MORENA llevó al PRD y a AMLO a distanciar su relación. No obstante, con fines pragmáticos, decidieron ir juntos en las elecciones de 2012 sumados al PT y Movimiento Ciudadano (MC). En relación con las clases medias, AMLO había tenido muchas críticas por el plantón en Paseo de la Reforma en 2006-2007. Por lo tanto, ahora su intención era no aparecer como figura de polarización, sino de reconciliación. Si las protestas posteriores al 2006 reclamando un “fraude electoral” no eran más que la construcción de una frontera bien delimitada entre dos campos, la reconciliación pasó a ser la intención para las elecciones de 2012. De esta manera, su cadena equivalencial se extendió y se desplazó la frontera política buscando atraer a las clases medias. AMLO empezó como tercer lugar en las encuestas por la imagen creada -tanto por los medios de comunicación, sus adversarios, como por él mismo- de un hombre autoritario que polarizaba al país. Así, decidió suavizar su imagen adoptando una posición moderada, incluso ofreció una disculpa a todos los afectados por su protesta en Paseo de la Reforma.

Ofrezco mi mano como medio de reconciliación, de amistad, a aquellos que pude haber ofendido en mi determinación por la lucha democrática y de paz. Es sinceramente el tiempo de la reconciliación con el corazón para lograr el renacimiento de México. (López Obrador, en Proceso, 2012)

En 2006, la identidad lopezobradorista tenía como significante vacío “primero, los pobres”. En 2012, la “reconciliación” pasó a ser el significante que articulaba la identidad. Finalmente, la coalición lopezobradorista perdió las elecciones por 6 puntos de diferencia, ante Enrique Peña Nieto (PRI-Partido Verde Ecologista de México [PVEM]-Partido Nueva Alianza [PANAL]). El PRI fue capaz de convencer al electorado de su estrategia de seguridad como la solución al país, gracias a su experiencia en el gobierno. Otra razón de la victoria puede encontrarse en una gran precampaña realizada por Peña Nieto cuando fue gobernador del Estado de México con el apoyo de un sector empresarial y los grandes medios de comunicación, especialmente la televisión (Villamil, 2009).

Cabe mencionar que durante este episodio, el movimiento social #YoSoy132, originado en la Universidad Iberoamericana, estuvo cerca de cambiar el rumbo electoral. Este movimiento denunció la colusión de la prensa con el PRI. Dos meses antes de las elecciones, las universidades privadas y públicas organizaron protestas y debates. Antes de la emergencia del movimiento, la distancia entre Peña Nieto y AMLO era de 12 puntos, pero después de las protestas fue de 6.

Por último, podríamos decir que la crisis de seguridad reconfiguró el campo político, así la pacificación nacional estaba en disputa por al menos dos grupos: el lopezobradorismo, intentando apropiarse esa demanda a través de la reconciliación del país, y el PRI, a través de su experiencia gubernamental.

VI. 2018 O EL TERCER DESPLAZAMIENTO

Después de su segunda derrota electoral, AMLO decidió recorrer el país y convertir a MORENA en partido político. Durante estos años, incorporó demandas locales en contra de los mega-proyectos en zonas rurales. Su esfuerzo de iniciar un diálogo con sindicatos como la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) o incluso cárteles de la droga puede ser visto como parte de su trabajo pedagógico de lo que él llama “moralizar al país” (Tello, 2018). Así, la promesa no se limitaba a un nuevo orden que incluyese a la plebs, la satisfacción de demandas, sino también medidas con un impacto simbólico importante: la conversión de la residencia presidencial de Los Pinos en un museo, la venta del avión presidencial o la reducción salarial de los secretarios de Estado (Modonesi, 2018).

Finalmente, AMLO rompió con el PRD cuando este decidió firmar el Pacto Por México, ya que él lo veía como una traición a los ideales perredistas (Tello, 2018). Por un lado, sin AMLO, el PRD se convirtió en un partido parlamentario con pocos vínculos con los movimientos sociales; por el otro, MORENA concentró todo su potencial en el liderazgo de AMLO, al grado que uno no puede ser entendido sin el otro. Al interior del partido, no encuentra oposición, al punto que todos los acuerdos son aprobados por consenso (Bolívar Meza, 2017, pp. 111-114).

Por su parte, la administración de Peña Nieto marcó una continuidad del sexenio calderonista en materia de seguridad, pero con escándalos de corrupción mayores. Probablemente, la más relevante haya sido “La Estafa Maestra”, pero otro escándalo que involucraba a Peña Nieto fue la adquisición de “La Casa Blanca”. Además, diversos casos de corrupción de los tres principales partidos (PRI, PAN, PRD) a nivel local. El estado de derecho se volvió más débil en varias partes del país, las organizaciones criminales llegaban a confrontar a la policía o incluso al Ejército con la opción “plata o plomo”. De esta manera, los encargados en materia de seguridad se volvían cómplices de los agentes criminales (Greene y Sánchez-Talanquer, 2018, pp. 35-37).

La proliferación de los escándalos de corrupción y la continuación de la crisis de seguridad dislocó el campo político en dos bandos: un poder “irresponsable” y el “pueblo”. De esta manera, la narrativa obradorista aparecía en 2018 ya no mostrando una división “izquierda-derecha” ni una disputa por la pacificación, sino una división entre un “régimen corrupto, y un hombre honesto y su pueblo”. Si en 2006, los discursos obradoristas colocaban la demanda “primero, los pobres” como la universal, y en 2012 fue la reconciliación del país; en 2018 era el “fin de la corrupción”. Mientras la alteridad obradorista se reconfiguraba a través de la articulación de demandas y el continúo desplazamiento de su frontera antagónica, la respuesta del “otro”, de ese antagonismo no se reformuló. De esta forma, tanto el PRI como el PAN siguieron llamando a AMLO “un peligro para México”, comparándolo con Hugo Chávez, Donald Trump o cualquier otro personaje que cuestionase al establishment.

La construcción de la alteridad, por parte del obradorismo, se basó en el fracaso de la clase gobernante de representar los intereses de varios grupos, incluyendo sus militantes y simpatizantes. Así, AMLO afirmaba que el problema era con las élites partidistas, y no con la “gente de abajo”.

Para terminar todos juntos con este régimen de corrupción, les pido a los miembros del PRI y del PAN que en los siguientes días se unan a nuestro movimiento, y dejen solos a los políticos corruptos de esos partidos. (López Obrador en El Sol de México, 2018).

Además, mencionaba que “la mafia del poder” estaba conformada por solo 34 individuos: políticos, tecnócratas y empresarios (López Obrador, 2010). Su intención era ampliar su alianza, al grado de que cualquiera se pudiese unir, menos estos 34 personajes. En 2018, la coalición fue tan amplia que incluso empresarios nombrados por AMLO como parte de la mafia del poder lo apoyaron, tal como hizo Salinas Pliego. Durante los tiempos de mayor polarización, la identidad obradorista parecía encontrar a un enemigo mayor en número, pero cuando buscaba ampliar su coalición, el enemigo ya ni siquiera eran esos 34, sino solo algunos de ellos.

La elección de 2018 fue entre AMLO (MORENA-PT-PES), Ricardo Anaya (PAN-PRD-MC), José Antonio Meade (PRI-PANAL-PVEM) y el candidato independiente Jaime Rodríguez Calderón. Un mes antes, las encuestas colocaban a AMLO con una ventaja amplia. La falta de claridad en torno al segundo lugar provocó que tanto Meade como Anaya enfocaran sus ataques uno al otro, mientras que AMLO únicamente se refería a ambos como parte del “régimen de la corrupción”. Además, la alianza PAN-PRD-MC extrajo los votos potenciales de cada partido. Por ejemplo, los militantes del PRD votaron por su partido en las elecciones legislativas y locales, pero decidieron votar por AMLO en la presidencial, resaltando la identificación entre AMLO y la militancia del PRD. Inclusive para la gente, después de 30 años y una elección tan polarizada como la de 2006, la alianza PRD y PAN era una idea bastante extraña. Reforzó la narrativa obradorista sobre cómo los partidos tradicionales dejaron atrás su ideología para poder continuar con el “régimen de corrupción”.

Cabe mencionar que, mientras Meade intentaba explicar sus propuestas de manera técnica, Anaya lo hacía usando ejemplos de otros países, AMLO mantenía sus discursos bastante simples. Evadía cualquier explicación técnica y su solución particular, decía que la base para resolver todo era a través de la “honestidad” (Marini, 2019, p. 159). Cebrián (2019) menciona que AMLO corrió con la ventaja de romper con el PRD y tener una percepción de honestidad que incluso algunos de sus rivales aceptarían. Utilizó esta percepción para confrontar a la “mafia del poder”, en sus discursos todas las demandas eran consecuencia de un problema mayor: la corrupción. En este sentido, la cadena equivalencial habría logrado su estabilidad a través de una demanda: “terminar con la corrupción” y la promesa de acabar con ella por medio de su “honestidad”. A pesar de que colaboradores cercanos a AMLO han sido captados recibiendo dinero para financiar sus campañas políticas tales como René Bejarano o su hermano Pío López Obrador, la percepción mayoritaria es que él (como individuo) no es corrupto.

Como el poeta Díaz Mirón escribió: “Hay aves que cruzan el pantano y no se manchan. Mi plumaje es de esos”. No soy corrupto. De otra manera, la mafia del poder me habría destruido hace años, los estoy enfrentando; estoy en contra de la corrupción y para enfrentarlos, debo ser consecuente, lo he sido (consecuente) toda mi vida. (López Obrador, en Univisión Noticias, 2017)

En este caso, podemos ver a AMLO usando una metáfora intentando ejemplificar su “honestidad” y antagonizar con la “corrupción” de sus rivales: “Si ustedes dicen que soy populista porque soy honesto, actúo con responsabilidad social y lucho en una forma pacífica, entonces pónganme en la lista.” (López Obrador, en Grupo Reforma, 2015). Aquí, la connotación negativa del populismo intenta ser revertida asociando el término con la honestidad y otras características positivas.

Finalmente, AMLO ganó con una ventaja de más de 30 puntos a nivel nacional. La coalición obradorista encontró su apoyo en diversos sectores sociales. Tradicionalmente, el apoyo se hallaba en clases medias bajas de las zonas urbanas, pero en 2018 también obtuvo el voto de las áreas más pobres y rurales que tradicionalmente votaban por el PRI, e incluso algunas áreas ricas del país que comúnmente votaban por el PAN (Merino et al., 2018). El crecimiento del voto en el Norte de la república puede ser explicado gracias a sus diversas propuestas regionales. En el Norte, la pacificación del país, la reducción del IVA y de los precios de la gasolina fueron centrales. En el Sur, “primero los pobres” siguió siendo el lema fundamental, así como diversos proyectos de infraestructura, con una intervención estatal fuerte que pudiese crear empleos. Así, en cada región fue encontrando propuestas distintas, que lograsen articular un apoyo fuerte. De cualquier manera, podríamos decir que la pacificación del país, “primero los pobres” y el fin de la corrupción siguieron operando a nivel nacional como las tres principales demandas, situándose cada una como centrales en distintos momentos.

La pacificación quedó vinculada a los programas sociales, ya que estos llevarían a la prevención del delito. Los programas solo podían ser viables usando el “dinero sucio” de la “corrupción” y el dinero que se ahorraría gracias a un “gobierno austero”, ya que había prometido no incrementar la deuda pública ni los impuestos. En algún grado, la cadena equivalencial parecería contradictoria pues unía el no-incremento de impuestos con un mayor gasto en programas sociales. A su vez, intentó vincular al neoliberalismo con la corrupción.

El distintivo del neoliberalismo es la corrupción. Suena fuerte, pero la privatización ha sido en México sinónimo de corrupción. Desgraciadamente, este problema ha estado siempre presente en el país, pero lo que ha pasado durante el periodo neoliberal no tiene antecedentes. (López Obrador, en E-Consulta, 2018)

Esta vinculación le da un giro relevante al discurso lopezobradorista, ya que el término “corrupción” tiene un mayor potencial de indignación que el término “neoliberalismo”. En otras palabras, una batalla contra la corrupción es más atractiva para la gente. El “pueblo” aparece invocado por una heterogeneidad social unida en torno al “fin de la corrupción”. Así, el lopezobradorismo logró su victoria gracias a una cadena equivalencial extensa, que consiguió redefinir su antagonismo y colocar un “significante vacío”, capaz de articular diversos sectores sociales y regionales del país, además de una serie de circunstancias favorables y una lectura equivocada y a destiempo del polo opositor.

CONCLUSIONES

A lo largo de este artículo, hemos usado herramientas novedosas para entender el lopezobradorismo, intentando así elucidar una nueva interpretación del fenómeno. En un primer momento, como jefe de Gobierno de la Ciudad de México y en su primera elección presidencial, AMLO buscó establecer una alianza entre las clases medias bajas y las clases populares, con un especial énfasis en las segundas. Después de 2006, las protestas en Paseo de la Reforma y las disputas internas con el PRD, llevaron al lopezobradorismo a una posición marginal durante algún tiempo. En ese sentido, durante 2012 tuvo que buscar la “reconciliación” como significante para poder tener algún crecimiento electoral. La centralidad en la articulación de la identidad pasó a ser la reconciliación en 2012, y ya no “primero, los pobres” como en 2006. Finalmente, en 2018 ubicamos un tercer momento, donde la corrupción ocupa el primer plano de la conversación pública, y AMLO maneja como eje de su campaña el “final de la corrupción”.

En términos de la alteridad, diríamos que de 2004 a 2009, la identidad obradorista estaba definida por todos aquellos que se sentían por fuera de la demanda “primero, los pobres”. Aún más, posterior a 2006, la alteridad parecía constituida por todo aquel que no estuviese a favor de las protestas sociales obradoristas ni del desconocimiento de Felipe Calderón como presidente. De 2009 a 2012, en la identidad obradorista se desplazó la frontera de la “reconciliación” al “perdón” de aquellos que no habían seguido los reclamos del lopezobradorismo. Por último, 2018 significó el momento de la mayor extensión de la identidad, pues la demanda “acabar con la corrupción” pasó a ser el punto nodal identitario, donde inclusive hasta miembros de otros partidos podrían verse atraídos.

De esta manera, intentamos destacar que las identidades se constituyen de forma dinámica, que sus desplazamientos responden a una lógica coyuntural, que busca aprovechar las circunstancias políticas y sociales de un espacio particular. Además, de una configuración populista, donde el sentido popular y “ el pueblo” como sujeto político aparecen en un lado del tablero político con una frontera relativamente delineada, pero siempre franqueable y susceptible de ser desplazada. Por ello, sostenemos que el lopezobradorismo se constituyó en una identidad política que deviene en una forma popular, que ha disputado el sentido instituido en la sociedad; lo cual implicó una reformulación constante de sus discursos, que acabó por mostrar una frontera porosa, donde la alteridad o el antagonismo fue frecuentemente renombrado. Así, nuestra interpretación confirmaría lo que dice Aboy Carlés (2001b) sobre la especificidad populista, que muestra en la pendulación de la frontera política, un juego de múltiples incorporaciones y rupturas que ofrece el campo populista. También quisiéramos destacar que estos procesos no son resultado de una mera voluntad de los actores, sino que se ven condicionados por la coyuntura, la contingencia, las estructuras socio-económicas y las mismas constantes articulaciones de las identidades políticas. Por último, consideramos que la identidad lopezobradorista durante el gobierno sufrió otro desplazamiento, pero su análisis será motivo de otra investigación.

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* Una versión preliminar de este trabajo fue presentada en el 27.ᵒ Congreso Mundial de Ciencia Política (IPSA-2023), realizado en Buenos Aires, Argentina.

1 Simbólico en el sentido de que la asociación no buscaba ocupar el circuito de la sociedad civil, sino más bien representaba la fundación de un nuevo partido político, en el mismo acto López Obrador se pronunciaba como candidato virtual para las elecciones del siguiente año (Hernández, 2011).

Recibido: 28 de Agosto de 2023; Aprobado: 13 de Octubre de 2023

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