Post scriptum con Federico Álvarez

 

Nota bene: Después de que el director de la Revista de Literatura Mexicana leyó el presente artículo, extendió los siguientes comentarios al autor; éste, con el consentimiento de Álvarez, desea que los lectores conozcan dicho diálogo.

Federico Álvarez: Me parece que tu ensayo incide en cuestiones pertinentes al papel o papeles de la literatura en el proceso de independización mexicana de España; en definitiva, el surgimiento de la idea de nación y de la idea de modernidad. Lamento que dejes fuera del campo de visión ese gran tema, ciertamente endemoniado. Digamos claramente que si Alarcón es o no mexicano es un problema frente a su ser, o no, español. Y ése no es asunto revolucionario (una lucha contra una dictadura anti-popular) sino independentista (liberarse de una metrópoli frente a la que se levantan valores propios).

Lamento, pues, que el toro (la nacionalidad de Alarcón) se te vuelva vivo al corral... con todo propósito: porque así lo has escogido. Después de plantear con riqueza y elegancia la complejidad de la polémica primaria, la abandonas y te ocupas de estilística. En efecto, rizas el rizo pulcramente en ese campo.

Volvamos al tema. Éste exige peticiones de principio, definiciones teóricas, histórico-filosóficas, enormes. ¿Es que España era entonces una nación? ¿No era acaso, y bien a conciencia, desde los Reyes Católicos, desde los comuneros, un atadijo absolutista de naciones? La bandera "española", es decir, "nacional" (ay, la rojo y gualda) aparece por primera vez en la Historia ¡en la batalla de Trafalgar! ¡1805! Y cuando en la segunda mitad de ese siglo, la pequeña burguesía "española" (tantas veces derrotada y —físicamente— descabezada) levanta la voz con cierta fuerza, pide una república ¡federal!, cosa que no pudo conseguir. La última vez que lo intentó se levantó Franco al grito de "antes roja que rota". Y ahora todavía discuten, ¡hoy mismo!, en las Cortes, si Cataluña es o no una nación. El problema no es, a mi juicio, Alarcón; el problema son los jesuitas de un siglo después, tan convertidos, por toda una tendencia académica que a veces parece dominante, en abanderados de la nacionalidad mexicana, e incluso, de la independencia y de la modernidad.

Todo el "colonialismo" o "novohispanismo" actual cojea, a mi juicio, de ese pie: la resistencia a considerar el régimen novohispano, de manera primordial, como una colonia dependiente manu militari de una metrópoli imperial sojuzgadora y saqueadora. Sé que hay puntos de vista respetables discrepantes del mío, pero lo expongo de manera cruda con la intención de llegar rápidamente al centro de mi tesis.

Alberto Paredes: Gracias por la fineza de tu comentario, y por tu entusiasta opinión de mi prosa. Te respondo, al calor de ideas que crees leer en mi artículo. En efecto, es a propósito que dejo regresar vivo al corral el buril candente de la nacionalidad de Alarcón. Tengo un reparo inicial: los polemistas de los siglos XIX y XX han estado entremezclando excesivamente y por debajo de la mesa de discusión dos nociones de nacionalidad y patria (las que tú identificas sin ambages): Nación y nacionalidad a pies juntillas históricos, atenidas a la frialdad de los números de la macrohistoria (1810 y 1821 como fechas de la Independencia mexicana), y una acepción más escurridiza pero no menos real: la ideológica o espiritual o caracterológica (¿recuerdas aquellos tiempos en que se hablaba de "genio de las naciones", para meterse indefectiblemente en callejones tortuosos y torcidos?). Si la mexicanidad no nace por decreto, entonces la discusión de Alarcón y sor Juana "mexicanos" es posible. Pero ojo, no cualquier diferencia estilística o de humores o actitud sea de suyo rasgo de mexicanidad.

Además, tú señalas el problema del otro lado del Atlántico, en la metrópoli de las todavía colonias; acaso es mucho más que una frase fácil y fútil decir que España no es una nación sino una voluntad regia. ¿Los Reyes Católicos instauraron las bases de una nación o de un imperio? Nota que estas dos entidades son sumamente diferentes, no sólo en términos territoriales y de "relaciones internacionales", como ahora decimos, sino conceptuales e ideológicos. Las armas unidas de Castilla y Aragón evidencian el sentido de tal imposición, incluso ejercer la lengua manu militari, como bien dices. El maravilloso fruto del sabio Nebrija (su Gramática de la lengua castellana de 1492) también fue utilizado hegemónicamente: el castellano es el español, es decir, la lengua oficial y obligada de toda la Península —excepto Portugal, naturalmente, pero al cual también se le impuso el castellano por Felipe II en 1580 y hasta 1640, cuando los lusos aprovecharon la revuelta catalana, en el otro extremo de Iberia, para restaurar su nación—. ¿Acaso el mejor destino y sentido del acto fundacional y unificador de los Reyes Católicos es lo que en el posfranquismo ha culminado en las autonomías, con todos los riesgos y fisuras que ello entraña? Estamos hablando de ideas con repercusión política y de símbolos: ¿qué unidad política e ideológica ampara la bandera enarbolada justamente desde la derrota franco-hispana de Trafalgar?

Dejé regresar vivo el toro porque me reconozco limitado frente a tal faena. Sirva, quizás, mi artículo para plantear el ángulo filológico de la cuestión. Que la discusión continúe desde diversas aristas. Sin olvidar o desestimar que los manejos de lenguaje tienen parte no menor en tales entretelas y telones de doble fondo. Los "discursos", en su acepción semiológica o politiquera se hacen con palabras and language is a virus, como recita cantando Laurie Anderson a William S. Burroughs: forma peligrosa, si las hay, de mimar, replicar y alterar la vida, ya sea de los individuos o de las naciones, como dice el prócer. Al centrar la atención en las estrategias argumentativas de Reyes (o de cualquier polemista), desde los terrenos de la estilística llevo la lupa a cómo se construyen ideas de tal envergadura, añadiendo palabras a palabras. Pues, por mi lado, constantemente lamento que los historiadores, filósofos sociales, politólogos y similares no enhebren ni mínimamente el rizo verbal. Con su discurso, Reyes está haciendo ideología y literatura.

Por otro lado, mi artículo pespuntea asuntos que hacen carambola tanto con la Independencia como con la Revolución. Claro que la nacionalidad de Ruiz de Alarcón como la de Sor Juana son piedras de toque a posteriori en la constitución de la noción de mexicanidad. Pero reparemos que el tema salta a las plumas desde mediados del siglo XIX. Quiero darle valor a los números: ¿hay una cábala en ciertos años históricos?: Hartenzbuch introduce el tema en 1852, como nos recuerda Alatorre; a medio camino entre los Tratados de Guadalupe-Hidalgo (1848) y de Mesillas (1853), por los que México pierde, cede o vende por monedas sueltas, millares de hectáreas y ve recortado su territorio al Río Bravo o Grande, que de las dos maneras se nombra esa legendaria y turbia herida. (Por cierto que otro gran artista, de gran influencia en lo que nos imaginamos como "muy mexicano" estaba naciendo en ese año 52: José Guadalupe Posada, cuyas calaveras valen por mil palabras patrióticas o patrioteras, según quien use o abuse de sus grabados.)

La polémica o intermitente conjura mexicanista de Alarcón llega a su cúspide en la primera mitad del siglo XX; es decir, nace cuando México luchaba por definirse y por defenderse de las potencias mundiales y culmina con celebridades como Henríquez Ureña y Reyes en los años de la configuración del México moderno (años del siglo pasado que cubren del ocaso del Porfiriato al régimen de Cárdenas, pasando por el tránsito revolucionario). Centrarse en Reyes revela el sentido y génesis de por qué éste es característicamente el gran propagador de la tesis mexicanista. Creo firmemente que el sentido todo de la dedicación literaria de don Alfonso se explica como una vocación cultural de naturaleza pacífica frente al rosario y osario de guerras civiles, invasiones, cismas y sismos que él padeció tan vívidamente, a los que debe la orfandad y la incomodidad de ser hijo de un actor político que incurrió en ejercicios de poder, acciones y alianzas cuestionables.

Última nota, querido Federico: supongo virgen el terreno de reflexionar ideológicamente sobre las estrategias estilísticas y usos retóricos de los políticos, literatos e intelectuales cuando toman la palabra en las polémicas trascendentales. ¿Para cuándo un análisis de los procedimientos verbales de cualquiera de esos prohombres que construyeron nuestro siglo XIX?, ¿para cuándo el estudio retórico de la(s) constitución(es) mexicanas? ¿Cuánto y cómo contribuyen ciertos textos individuales, grupales u oficiales a la conformación del discurso y la ideología de una nación?

Federico Álvarez: (en una nueva carta): Me regresas a preocupaciones añejas, de las cuales me estoy ocupando en otros ámbitos y foros. Dicho muy grosso modo, una tarea es dirimir el problema de la positividad o negatividad de lo español y de lo católico en la Nueva España. El grande, el verdaderamente grande, es Hidalgo, y casi nadie habla de él. Ahora resulta que son los novohispanos los fautores del sentimiento nacional ¡y de la modernidad! Pues aunque le demos mil vueltas, el concepto de nación es burgués y decimonónico. Miguel Batllori, jesuita muy equilibrado, al hablar ya en 1966 sobre el tema (por ejemplo en su libro La cultura hispano-italiana de los jesuitas expulsos, Madrid: Gredos), dice que lo que surge entre algunos jesuitas en la segunda mitad del XVIII (sobre todo en Italia, después de la expulsión) es un "regionalismo prenacional", lo cual me parece sabio. La idea casi totalmente clara de nación está en Morelos, "siervo de la nación". No sé cómo pueda decirse que el sentimiento de Alarcón sea "prenacional". Los estudiosos de literatura deberían ser más cautos antes de dar ese salto, que, contra lo que pudiera parecer, es hispanizante, es decir, criollo (salvado por su europeísmo de toda presunción de casta). En resumen: una de las preguntas centrales es proponer cuándo y porqué México es moderno y cuándo y porqué es nación.

Alberto Paredes: Tal como la resumes, la idea de Batllori de regionalismos prenacionales parece sensata de tan elemental. ¿No será justamente ése uno de los abonos básicos para engendrar todo movimiento independentista? Además: claro que deberá re-examinarse, libre de todos nuestros prejuicios modernos, el papel intelectual formativo de los jesuitas (siglos XVIII y XIX): acaso "La Compañía" es algo más complejo, y hasta positivo, que un villano político retardatario. ¿Y los discípulos de los jesuitas, sean éstos de la preferencia política que fuere, una vez abandonadas las aulas escolares, hacia dónde no se lanzaron con los hábitos de pensamiento y discusión adquiridos? Pues las naciones, todos lo sabemos, se fundan en alta medida por el pensamiento de ciertas élites.

Federico Álvarez: Urge el debate sobre el novohispanismo, académico o no, en México. Ha de ocurrir en muchos ámbitos a la vez. Por ejemplo: en este tiempo he estado discutiendo con nuestro amigo y colega de Facultad (Filosofía y Letras) Ambrosio Velasco —quien tiene, según creo, una posición positivamente hispanizante que él denomina republicana y guadalupana—. Tú expones la posición mexicanizante de Reyes, que se remonta incluso al siglo XVII. Por mi lado, intento caracterizar a la Nueva España como entidad primordialmente colonial y, por lo tanto, de opresión definitoria respecto de una metrópoli europea, es decir, sin posibilidad objetiva de "modernidad" ni de ocurrencia "nacional" hasta finales (muy finales) del XVIII. ¿Cómo ordenar ese necesario debate? He ahí una de las tareas más útiles para la academia, en estos tiempos de centenarios y bicentenarios cívicos.